Edward Bach. Vídeo: Su vida. Elixires Florales. Escritos y conferencias.

Edward Bach. Elixires Florales. 1.



Historia y forma de obtención.

Edward Bach. Elixires Florales. 2.


Elixires Florales.


LA HISTORIA DEL CAMINANTE. 

UNA ALEGORÍA DE LOS REMEDIOS. 
Edward Bach. (1934)

Erase una vez hace ya mucho tiempo que dieciséis caminantes se dispusieron a hacer un viaje a través del bosque.

Al principio iba todo bien, pero después de que hubieran recorrido un buen trayecto comenzó uno de ellos, la agrimonia, a preocuparse de si habían escogido el camino correcto o no. Más tarde, después de comer, cuando iba oscureciendo cada vez más, el mímulo tuvo miedo de que hubieran perdido el camino. Cuando se puso el sol y la oscuridad era cada vez mayor, comenzando ya a oírse los ruidos nocturnos del bosque, tuvo el heliantemo miedo y fue presa del pánico. En medio de la noche, cuando todo se había vuelto totalmente oscuro, la aulaga perdió todas sus esperanzas y dijo: “No puedo seguir. Continuad vosotros, yo prefiero quedarme aquí, donde estoy hasta que la muerte me libere de mi padecimiento.”
Por otra parte, el roble, aun habiendo perdido todas las esperanzas y creyendo no volver a ver más la luz del sol, manifestó: “Lucharé hasta el último momento”, y continuó luchando denodadamente.

El scleranthus poseía todavía una ligera esperanza pero, a veces, era presa de una inseguridad e indecisión tan grande que en un momento quería tomar un camino y, al mismo tiempo también deseaba tomar otro diferente. La clemátide común caminaba despacio y pacientemente, sin preocuparse demasiado sobre si caería en el sueño eterno o lograría salir del bosque. A veces, la genciana animaba un poco a los otros pero, en otras ocasiones, volvía a ser presa de la desesperación y de la depresión.
Los otros caminantes no tuvieron jamás miedo de no lograrlo y quisieron ayudar a su manera a sus acompañantes.

El brezo estaba totalmente seguro de conocer el camino y quiso que todos los demás le siguieran a él. A la achicoria no le preocupaba el final que pudiera tener esa excursión, pero sí el estado en que se encontraban sus acompañantes: si les dolían los pies, si estaban cansados o si tenían comida suficiente. La ceratostigma no tenía especialmente una gran confianza en su capacidad de enjuiciamiento y quería probar cada camino para poder estar segura de no ir en la dirección falsa. La humilde y pequeña centaura quería aligerar tanto la carga que estaba dispuesta a llevar el equipaje de los otros. Desgraciadamente, y por regla general, se suele llevar la carga de aquellos que se encuentran en la mejor situación para llevarla ellos mismos, ya que éstos son siempre los que más se quejan.

El agua de roca estaba totalmente entusiasmada por ayudar, pero deprimía un poco al grupo porque criticaba todo lo que ellos hacían mal y conocían el camino. La verbena también conocía el camino muy bien, aunque estaba un poco confusa y se explayó en detalles acerca de cuál era el único camino correcto que conducía fuera del bosque. También la impaciencia conocía muy bien el camino de regreso a casa, lo conocía tan bien que era muy impaciente con aquellos que caminaban más despacio que ella. La violeta de agua ya había recorrido el trayecto una vez y conocía el camino correcto, adoptando una actitud orgullosa y altanera porque los otros no lo conocían. Para ella, los otros eran inferiores.

Finalmente, todos lograron salir ilesos del bosque. Ahora viven como guías para todos aquellos caminantes que nunca han hecho ese viaje y, como conocen la oscuridad y el camino a través del bosque, acompañan a los caminantes en calidad de “valientes caballeros”. Cada uno de los 16 acompañantes aporta los ejemplos necesarios enseñando, al mismo tiempo y a su manera, la lección correspondiente que de ello se deriva.
La agrimonia camina totalmente despreocupada y hace chistes sobre cualquier cosa. El mímulo jaspeado ya no conoce el miedo. El heliántemo común mismo es un ejemplo de serenidad en la más plena oscuridad. La aulaga relata a los caminantes durante la noche los progresos que harán cuando el sol se levante de nuevo la mañana siguiente.

El roble permanece inamovible en medio de la tormenta más fuerte. Los ojos de la clemátide están radiantes de alegría al acercarse el final del viaje. Ya no hay dificultad o revés que pueda desanimar a la genciana.

El brezo ha comprobado que cada caminante debe recorrer su propio camino y marchar tranquilamente por delante para mostrar que eso es posible. La achicoria, que siempre ha esperado poder tender una mano a aquel que lo necesita, lo hace ahora sólo cuando se lo piden y de forma sosegada. La ceratostigma conoce perfectamente los estrechos senderos que no conducen a ninguna parte, y la centaura menor sigue buscando al más débil, que lleva la carga más pesada.

El agua de roca ha olvidado hacer reproches a los demás y ahora ocupa todo su tiempo en darles ánimos. La verbena ya no echa sermones, sino que indica tranquilamente el camino. La impaciencia ya no conoce la prisa, sino que camina lentamente tras el último para mantener con él el ritmo. Y la violeta de agua, más ángel que persona, roza como un cálido soplo de viento o un fabuloso rayo de sol a todo el grupo, bendiciendo a cada uno de ellos.



Elixires Florales. Remedios.

LOS REMEDIOS FLORALES Y SUS INDICADORES. 
Edward Bach.

(Publicado en Epsom*, 1933) *Este artículo apareció probable-mente en The Neuropathic Journal.

Seguramente, la fuerza curativa de estas plantas nos resulta familiar a muchos de nosotros que ya hemos empleado los siguientes remedios. Los resultados que se han alcanzado con ellos ha superado ampliamente nuestras expectativas. Cientos de esos llamados casos incurables han sanado y han recuperado la felicidad.
Estos remedios se prescriben en función del estado anímico del paciente, ignorándose por completo la enfermedad física que padece el cuerpo.

Los doce indicadores son los siguientes:

1. Atormentado                 Agrimonia
2. Temor                       Heliántemo 

3. Miedo                       Mímulo
4. Indiferencia                Clemátide   
5. Dolor                      Impaciencia
6. Indecisión                  Scleranthus

7. El entusiasta               Verbena 
8. Falta de valor              Genciana 
9. El que es pisado por todos  Centaura
10. El loco                    Ceratostigma 
11. Aflicción               Violeta de agua 
12. Bloqueo                    Achicoria

Esencialmente existen 12 tipos principales de personalidad, de las cuales cada una puede manifestarse de manera positiva o negativa.


Estos tipos diferentes de personalidad nos indicarán el signo del Zodiaco en el que se encontraba la Luna en el momento del nacimiento. Un estudio de estos signos zodiacales nos aporta los siguientes conocimientos:
1. Tipo de personalidad.
2. El objetivo y la obra de su vida.
3. El (los) remedio(s) que le apoyarán en la realización del trabajo de su vida.

 
Como sanadores, nos ocupamos únicamente de las manifestaciones negativas de estos doce tipos de personalidad.
El secreto de la vida reside en ser honrados y sinceros en relación con nuestra personalidad y en no sufrir la intromisión de influencias externas.
Averiguamos nuestra personalidad en función de la posición de la Luna en el momento de nuestro nacimiento, pero los astrólogos le otorgan un valor exagerado a los planetas, ya que, si podemos ser fieles a nuestra personalidad y honrados frente a nosotros mismos, no tenemos que temer influencia planetaria o externa alguna. Los remedios nos apoyan a mantener nuestra personalidad.
Sólo en los estadios más tempranos del desarrollo resultamos influenciados o dominados directamente por uno o más planetas. Si logramos desarrollar por una vez el amor y, más concretamente, el profundo amor al prójimo, entonces nos liberamos de la influencia de nuestras estrellas, perdemos los hilos del destino, convirtiéndonos en el capitán de nuestro propio barco, sea para mejor o para peor.
Lo que Hahnemann, Culpepper y otros grandes buscadores querían encontrar es la reacción mundial, espiritual, la que muestran esos doce tipos de personalidad, así como los remedios que pertenecen a cada tipo.
Tenemos doce remedios. Qué sencillo es entonces ordenarlos con gran exactitud y explicarles a nuestros pacientes el motivo de su desarmonía, de su discordia interior, de su enfermedad, para poder ponerlos de nuevo en armonía con lo infinito de su alma y restablecer su salud corporal e intelectual.
La sanación se completa en siete pasos,
que se desarrollan en el siguiente orden:
- Paz. - Esperanza. - Alegría. - Confianza. - Seguridad. - Sabiduría. - Amor.


Cuando el paciente se encuentre lleno de amor, no de amor por sí mismo, sino de amor por el universo, entonces habrá dado la espalda a lo que llamamos enfermedad.
Las personas clemátide son indiferentes y no poseen un interés especial en la vida: son apáticas y no se esfuerzan realmente por recuperarse de la enfermedad o por concentrarse en el trabajo diario. A menudo les gusta dormir mucho y poseen una mirada hasta cierto punto ajena al mundo.
Las personas agrimonia están atormentadas internamente por la preocupación y el miedo, aun cuando externamente se comportan valerosamente para ocultar su tensión. Con frecuencia beben bastante o tomen drogas para poder soportar el estrés.
Las persona scleranthus están invadidas por la indecisión. En su vida diaria les resulta muy difícil el poder tomar una decisión y, en caso de enfermedad, no están seguras de lo que quieren, considerando que algo es correcto por un momento y al instante siguiente opinan lo contrario.
Los ceratostigma son los locos. Deberían ser profesores inteligentes, pero parece que prestan demasiada atención a las opiniones de los otros, dejándose influenciar fácilmente por circunstancias externas.
Impaciencia es el dolor de un tipo de personalidad que viene provocado porque un canal por el que normalmente circulan la luz y la verdad espiritual está bloqueado. En el origen de este estado se observa a menudo una cierta dosis de crueldad.
Los centaura son los que se dejan pisar por los demás. Parece que les falta cualquier poder de individualidad o de capacidad para negarse a ser utilizados por todos. No luchan por recuperar su libertad.
La violeta de agua es el padecimiento, concretamente la aflicción, que sufren las grandes almas, que llevan valientemente y sin rechistar la carga de este sufrimiento con valor y resignación, sin molestar a los otros con ello y sin permitir que influya en la obra de su vida.
El mímulo es el miedo total. Estas personas hacen el débil intento de enfrentarse a sus perseguidores pero parecen estar como hipnotizadas soportando su miedo con calma y sin oponer resistencia. En general, siempre encuentran alguna disculpa para su comportamiento.
La verbena es el entusiasta. Aquí nos encontramos con aquellas que se esfuerzan demasiado por alcanzar sus ideales, hiriéndose ellas mismas en ese intento. Se trata de personas que poseen elevadas metas, pero que, en lugar de ejercitar la paciencia y la benevolencia, lo hacen con energía y prisas. Son personas que han hecho ya suficientes progresos como para poder reconocer que los grandes ideales sólo se alcanzan sin estrés y sin prisas.
La achicoria son las personas que quieren servir y en las cuales el amor ya se encuentra bien desarrollado, permitiendo que las influencias externas impidan la evolución libre de su amor, por lo que se encuentran paralizadas tanto espiritual como físicamente.
La genciana es el desánimo. Aquí se trata de nuevo de personas a las que les gusta hacer muchas cosas pero que, sin embargo, permiten que la duda o la depresión les influya cuando aparecen las dificultades. A menudo desean fervientemente salirse con la suya en lugar de considerar las cosa desde una perspectiva más amplia.
El heliántemo es el temor. El temor frente a algo más grande que las cosas materiales. El temor frente a la muerte, el propio suicidio o las fuerzas sobrenaturales. Aquí se trata de personas que luchan por su propia libertad espiritual.

Si ahora pensamos en las doce cualidades de Cristo que aspiramos a conseguir y que él nos quiere enseñar, encontraremos las doce grandes lecciones de la vida.

Aunque debemos aprender todas esas lecciones, concentrémonos en una determinada. Esta lección viene fijada por la posición de la Luna en el momento de nuestro nacimiento, indicándonos cuál es la meta principal de nuestra vida.

Remedio         Cualidad a desarrollar     Error

Agrimonia       Tranquilidad     Atormentado
Scleranthus     Perseverancia    Indecisión
Verbena         Tolerancia       El entusiasta
Clemátide       Bondad           Indiferencia
Achicoria       Amor             Estancamiento
Genciana        Comprensión      Ausencia de valor
Violeta de agua Alegría          Padecimiento
Centaura        Poder         Se deja pisar por todos
Impaciencia     Perdón           Dolor
Cerostigma      Sabiduría        El loco
Heliántemo      Valor            Temor
Mímulo          Compasión        Miedo


Frascos con estos remedios pueden obtenerse de los antiguos fabricantes de productos homeopáticos, aunque también pueden ser elaborados por uno mismo, tal y como se describe a continuación.


Coja un delgado recipiente de cristal y llénelo de agua clara de un río o, preferentemente, de una fuente. Deposite suficientes unidades florales de la planta en cuestión hasta que la superficie del agua quede totalmente cubierta. Deje el recipiente en un lugar soleado hasta que las flores comiencen a marchitarse. A continuación extraiga cuidadosamente las flores del agua añadiendo la misma cantidad de coñac para su conservación. 


Una única gota basta para preparar una botella de 0,2 litros de agua (200 mililitros), de la cual se tomará la dosis necesaria usando como dosificador una cucharilla.


La dosis debe ser medida teniendo en cuenta las necesidades del paciente; en casos agudos, hay que suministrarlas cada hora; en casos crónicos, tres o cuatro veces al día hasta que se observe una mejora y el paciente pueda seguir adelante sin el remedio.


La clemátide, la alegría del caminante, decora nuestros setos allí donde el suelo es calizo. La agrimonia y la verbena las encontramos en los bordes de los caminos. La achicoria y el scleranthus en los campos de cereal. La centaura, genciana y el heliántemo en las praderas. El mímulo y la impaciencia crecen en las proximidades de Crichowell, en una cuantas millas más allá de Abergavenny, aunque también se encuentran en otros condados de Inglaterra. La cerastostigma no crece silvestre en Gran Bretaña, pero existen estas plantas en los jardines de Pleasaunce, Overstrand, Norfolk y en el Kew Gardens. La violeta de agua se encuentra en nuestros claros y maravillosos ríos.


Queremos glorificar siempre a Dios por haber hecho crecer en las praderas todas esa plantas medicinales que posibilitan nuestra curación.


Cuadro síntesis: Emociones y Flores armonizadoras



Elixires Florales. Enfermedad, curación.

ALGUNAS CONSIDERACIONES BÁSICAS SOBRE LA ENFERMEDAD Y LA CURACIÓN.
(Homoeopathic World, 1930)

Para entender la enfermedad, su objetivo, su esencia y su sanación, debemos comprender parcialmente el motivo de nuestro ser y las leyes de nuestro Creador en relación a nosotros.
 
Es de gran importancia reconocer que el ser humano tiene dos aspectos: uno espiritual y otro físico, siendo de estos dos el físico el que es infinitamente mucho menos importante.
 

Bajo la dirección de nuestro yo espiritual, de nuestra vida inmortal, el hombre ha nacido para acumular conocimientos y experiencias y perfeccionarse como un ser físico.
 
El cuerpo físico solo, sin conexión con la dimensión espiritual, es una envoltura vacía, un corcho sobre el agua. Pero cuando está unificado con la parte espiritual, entonces la vida es una alegría, una aventura que acapara totalmente todos nuestros intereses, un viaje que nos trae suerte, salud y conocimiento.

 
Nuestra evolución comienza como recién nacidos sin conocimiento, cuyos intereses están dirigidos hacia uno mismo. Nuestras necesidades se limitan a nuestro bienestar, alimentación y calor. Con el adulto aparece entonces el deseo de poder y, por ello, permanecemos durante un tiempo remitidos todavía a nosotros mismos, considerando nuestro propio beneficio y los objetivos terrenales.

 
Entonces viene el punto de inflexión: el nacimiento del deseo de ponerse al servicio de nuestros semejantes, comenzando a partir de ese momento la lucha, ya que en el transcurso de nuestra continuada evolución debemos transformar nuestro egoísmo en altruismo, la separación en unidad y reunir todo el conocimiento y experiencias que el mundo nos pueda enseñar, debiendo transformar todas las cualidades humanas en sus virtudes opuestas.

 
Sin embargo, aprendemos despacio, siempre únicamente una lección de una vez, pero debemos aprender esa lección especial que nuestro propio yo espiritual nos impone si queremos ser afortunados y estar sanos.
No todos nosotros aprendemos la misma lección al mismo tiempo. Uno supera su orgullo, el otro su miedo, algún otro su odio, etc., pero el factor esencial para la salud reside en que aprendamos la lección que está determinada para nosotros.
El estadio de nuestro avance no juega ningún papel importante. En relación con nuestra salud, carece de importancia el hecho de que nos encontremos al nivel de un recién nacido o de un joven. Pero tiene gran importancia el hecho de vivir en armonía con nuestra alma. Tanto si se trata de alcanzar el bienestar o de llevar la vida sacrificada de un mártir, la salud depende de si seguimos las órdenes de nuestro yo espiritual y de si vivimos en consonancia con ellas.
Nuestra alma nos coloca en las situaciones de la vida y nos da el trabajo –sea ya limpiador de zapatos o señor, príncipe o mendigo- que es más idóneo para nuestra evolución y donde mejor podemos aprender la necesaria lección. Da igual la posición que siempre hayamos tenido, la única necesidad reside en cumplir el trabajo particular que se nos ha asignado y todo se volverá bueno.
Enfermedad es la consecuencia de un conflicto cuando la personalidad se niega a obedecer los mandamientos del alma, cuando existe una desarmonía, enfermedad, entre el elevado y espiritual yo y la personalidad, más baja, que conocemos como nosotros mismos.

 
A ninguno de nosotros se nos va a encomendar algo que no podamos realizar, ni se nos va a exigir más de lo que tengamos en nuestro poder.

 
Entonces se decide la vida misma por el esfuerzo de transformar la baja calidad del yo en la elevada virtud de la unidad altruista, sin emplear medidas drásticas, sino a través de una lenta, progresiva y feliz evolución.
Durante nuestro viaje en la búsqueda de la perfección hay diferentes estadios. La transformación del egoísmo en altruismo, del descontento en satisfacción, de la división en unidad, no puede acontecer en un breve momento, sino a través de una evolución paulatina y constante, debiendo superar un escalón tras otro mientras avanzamos. Algunos escalones son facilísimos de superar, otros extraordinariamente difíciles, y, entonces, puede ser que aparezca la enfermedad, porque en ese tiempo no hemos conseguido seguir a nuestro espíritu, y aparece el conflicto que vuelve a provocar la enfermedad.
De manera similar a la fase de desarrollo en el que cometemos los errores, se realiza a nivel físico una determinada mentalidad que tiene sus correspondientes resultados tanto en el paciente como también en las personas que tienen relación con él. Es esa determinada disposición de ánimo que le descubre al médico el verdadero y fundamental origen del problema proporcionándole así una clave para un exitoso tratamiento.
Desde aquí se puede comprobar el esfuerzo que el paciente debe hacer cuando se extravíe, pudiéndose inferir de esta manera el tratamiento correcto para su bienestar.
Hahnemann nos enseñó que igual con igual se cura. Esto es correcto hasta un cierto punto, pero la palabra cura conduce un poco a error. Más correcto sería: igual expulsa a igual.
La enfermedad en sí: es igual que sana igual, o mejor: igual que rechaza a igual.
La causa de la enfermedad pretende provocar que acabemos con una errónea manera de proceder. Es el método más eficaz para poner nuestra personalidad en armonía con nuestra alma. Si no existiera el dolor, cómo podríamos saber entonces que la crueldad duele? Si nunca sufrimos una pérdida, ¿cómo podríamos jamás reconocer el padecimiento que se produce con el robo? A decir verdad, deberíamos aprender nuestras lecciones a nivel espiritual para, así, ahorrarnos el sufrimiento corporal, pero a muchos de nosotros les sería imposible. Y es por este motivo por lo que se nos ha otorgado la enfermedad, para acelerar nuestra evolución. Aun cuando al considerar superficialmente la enfermedad, ésta pueda parecer cruel, es en esencia beneficiosa. Es el método aplicado por nuestra propia alma fraternal para conducirnos al camino del entendimiento.
Además, debemos acordarnos de que el padecimiento (aunque deberíamos ser tan inteligentes como para evitarlo), es un privilegio que nos indica que la personalidad ha alcanzado un determinado estadio de desarrollo, donde es necesaria una corrección. Los pequeños bebés no son sancionados.
De ello se desprende rápidamente cómo se pueden evitar las enfermedades. Si pudiéramos escuchar únicamente la voz de nuestro yo espiritual, si sólo permaneciésemos en armonía con nuestra alma, entonces no sería necesaria una lección tan dura y podríamos vivir sin enfermedad
Por este motivo, la labor del médico reside en ayudar al paciente a alcanzar ese objetivo haciéndole llegar apoyo espiritual, intelectual y corporal.
El genio de Hahnemann reconoció la naturaleza y las causas de la enfermedad, empleó remedios semejantes que, al fortalecer la enfermedad de forma pasajera, aceleraban ese objetivo. Él utilizó venenos semejantes para apartar los venenos del cuerpo.
Pero ahora después de que hayamos reflexionado sobre dónde nos ha llevado su genio, queremos avanzar un paso más y descubriremos que existe un nuevo e incluso mejor camino.
Cuando un paciente comete una equivocación espiritual, ello desencadena un conflicto entre el yo espiritual y el físico, siendo el resultado final la enfermedad. El error puede ser subsanado, el veneno puede ser apartado del cuerpo, pero permanece un vacío, continúa existiendo una fuerza perjudicial, pero ahí donde esa fuerza estaba localizada permanece un espacio muerto.

 
El método perfecto no consiste tanto en apartar la influencia perjudicial, sino mucho más en hacer propia una virtud que se le opone, pudiendo subsanar los errores a través de esas virtudes. Esa es la ley de los opuestos, de lo positivo y lo negativo.
Tomemos el siguiente ejemplo: Un paciente tiene dolores porque en su ser existe la crueldad. Él puede suprimir esa condición proponiéndose continuamente: No Quiero Ser Cruel, pero eso supone una lucha larga y agotadora y, en caso de que logre eliminar la crueldad, permanecería una laguna, un espacio muerto. Si, por el contrario, el paciente se concentrase en la parte positiva, es decir, en desarrollar la compasión y en hacer suya esa virtud, la crueldad es sustituida sin esfuerzos adicionales y se convierte en algo imposible. - (para esa persona).
Por eso, la ciencia perfecta de la sanación enseña y ayuda al paciente a desarrollar esa virtud que le hará, de una vez por todas, inmune frente a cualidades perjudiciales. Esta forma de curar no se encuentra bajo la máxima: No debes, sino en: Están bendecidos.
También debemos tener en cuenta otro gran principio que tuvo su origen en el genio de Hahnemann, es decir, la enseñanza de la curación desde el interior.

 
Primero debe ser sanado el espíritu, luego le seguirá el cuerpo. Sanar el cuerpo y no el espíritu puede tener graves consecuencias para el paciente, ya que el cuerpo gana a costa del alma. Sería mejor perder un cuerpo que dejar pasar la lección.

Por este motivo, la labor del médico se compone de dos aspectos: ayudar a su paciente a corregir sus errores espirituales y prescribirle aquellos remedios que actuarán a nivel físico, de tal manera que el espíritu, ahora más sano, motivará una recuperación del cuerpo.
Para esto último, es de vital importancia que los remedios elegidos sean revitalizadores y constructivos, siendo portadores de vibraciones que poseen un efecto edificante.
En la elección de ese remedio, debemos tener en consideración el estado evolutivo del mismo en relación con la persona.
Los metales se encuentran en un nivel por debajo del hombre. El empleo de animales supondría crueldad y, en el arte divino de la curación, no se permite que aparezca huella alguna de crueldad. Es por este motivo por el que nos queda tan sólo el reino vegetal.

 
Existen tres tipos de plantas. El primer grupo se encuentra, en lo que a su evolución se refiere, en un nivel un poco más bajo que el del ser humano. Entre éstas se hallan los tipos primitivos, los cactos, las algas marinas, la cuscata, etc. A este grupo pertenecen también las que han sido empleadas para finalidades equivocadas, siendo algunas de ellas venenosas: el beleño, la belladona y las orquídeas son algunos ejemplos.
Una segunda categoría, que se encuentra en el mismo nivel que el ser humano y que son inofensivas, puede ser empleada como alimentos.
Pero existe aun un tercer grupo que se encuentra en un nivel evolutivo relativamente alto o más alto que el de la humanidad media. Es de entre estas plantas donde debemos escoger nuestros remedios ya que ellas poseen la fuerza de sanar y de traernos la bendición.
Además, estas plantas no necesitan de la crueldad, ya que, al residir en ellas el deseo de ser útiles a la naturaleza humana, están bendecidas mientras sirven a los hombres.
Debido a que el primer grupo de plantas disminuye las vibraciones corporales, hacen que el cuerpo no sea apropiado como residencia del yo espiritual pudiendo provocar, por este motivo, la muerte.
Pero el último grupo posee el poder de elevar nuestras vibraciones, proporcionándonos, por tanto, la fuerza espiritual que depura y sana al cuerpo y al espíritu.
Por lo tanto nuestro trabajo como médicos se puede representar a grandes rasgos de la siguiente manera: estudiar la naturaleza humana de forma que estemos en situación de ayudar a nuestros pacientes a adquirir un conocimiento sobre ellos mismos y aconsejarles sobre la manera de poder armonizar su personalidad con su alma, prescribiéndoles, además, los remedios beneficiosos que elevan las vibraciones de la personalidad. De esta manera se desarrolla la virtud necesaria para restablecer la armonía entre el yo más alto y el más bajo, que tiene como consecuencia la salud completa.
Ahora, queremos considerar el aspecto práctico en relación con el diagnóstico y el tratamiento. En primer lugar, existen siete subdivisiones principales en las que debemos clasificar a nuestros pacientes.

 
De acuerdo con la lección especial que debe ser aprendida, una persona se puede equivocar en uno de los siguientes principios fundamentales:  


1. Poder. 2. Conocimiento. 3. Amor. 4. Equilibrio. 5. Servicio. 6. Sabiduría. 7. Perfección espiritual.
 
Antes de continuar, hay que volver a llamar la atención sobre el hecho de que la existencia de enfermedad es un indicativo de que la personalidad se encuentra en conflicto con el alma.
Las cualidades y las virtudes son relativas. Lo que para uno es una virtud puede ser para otro un defecto. Aspirar a ser poderoso puede ser correcto para un alma joven sin tener por qué desencadenar un conflicto entre la personalidad y el yo espiritual. Pero lo que es correcto en ese caso no encajaría en un estadio más desarrollado de la juventud, resultando, por lo tanto, equivocado cuando el alma ha decidido para la personalidad dar en lugar de tomar.
Es por este motivo por el que una cualidad en sí misma no puede ser juzgada de correcta o de falsa sin tener en cuenta el nivel evolutivo del individuo. Lo que conocemos como malo es simplemente algo bueno que no se encuentra en el lugar correcto.
Pero la existencia de enfermedad nos indica que hay cualidades ancladas en la personalidad que el alma se esfuerza en apartar porque tales cualidades se encuentran por debajo del nivel evolutivo de esa persona.
Además, el paciente debe negarse encarecidamente a oír la voz de la conciencia, a reunir experiencias a nivel espiritual, por eso se da la necesidad de una lección aún más difícil, que es la que le imparte la enfermedad.
Podemos reconocer, a través de la mentalidad de nuestros pacientes, el error que ha hecho que la personalidad no logre mantener no logre mantener el ritmo del estándar evolutivo que el alma desea.

 
De las equivocaciones que se cometen en cada uno de los siete principios resultan los siguientes tipos:

1. Poder: tirano, autócrata, afán de notoriedad.
2. Intelecto: nigromante, destructor, sátiro.
3. Amor: inquisidor, odio, cólera.
4. Equilibrio: estático, veleta, histérico.
5. Servicio: vanidoso, egoísta, flirteador.
6. Sabiduría: agnóstico, loco, payaso.
7. Perfección espiritual: entusiasta, puritano, monje.


No juega ningún papel importante la enfermedad que padezca nuestro paciente. Mucho más importante es que comprendamos a cuál de los tipos arriba mencionados pertenece.
Sin embargo, no es de esperar que las características de la personalidad se manifiesten siempre tan claramente, ya que en muchos casos con los que nos encontramos es únicamente con un pequeño resquicio de las cualidades perjudiciales. No obstante, es esencial el poder comprender de manera exacta la equivocación básica para garantizar un tratamiento exitoso.
Además, la personalidad de muchos de los pacientes que nos consultan suele estar muy marcada por la influencia de algún familiar o amigo dominante, resultando en muchos casos más fácil el hacer un diagnóstico de la persona dominadora, ya que ésta pertenecerá al mismo grupo que el paciente. También aquí se aplica el principio del igual repele al igual, ya que aquí nos encontramos con aquellos que poseen nuestros mismos defectos, pero de una manera mucho más clara, de tal forma que podemos reconocer el padecimiento que esa actitud perjudicial desencadena.
Antes de considerar detalladamente los tipos anteriormente expuestos, y en cuanto que la investigación ha encontrado ya los remedios ligados a ellos, queremos mencionar los métodos de la dosificación.
Aquí, de nuevo, está vigente la ley de Hahnemann, esto es, que no es necesario repetir mientras se produzca una mejora en el paciente.
Los remedios descritos a continuación son, en su manera de actuar, beneficiosos y no provocan ni empeoramiento ni reacción, ya que su función es la de elevar. Éstos son preparados en su tercera, cuarta y séptima potencia.
Al comienzo del tratamiento se puede administrar una dosis de la tercera potencia dos o tres veces al día hasta que se produzca una mejora notable, después se interrumpe. En tanto se ha logrado un avance, no se vuelve a proporcionar el remedio. Pero tan pronto como el paciente manifieste un retroceso se le prescriben tres o cuatro dosis más. Cada vez debería ser necesario una dosis más pequeña. Únicamente se debe hacer uso de una potencia a la cuarta o a la séptima cuando la potencia más baja no arroja ningún efecto positivo.
Si tuvieran un amigo que hubiese sufrido una gran pérdida, en primer lugar le habrían visitado a menudo para animarlo y consolarlo pero en cuanto se hubiera recuperado de nuevo, reducirían seguramente el número de visitas.
De esta misma manera empleamos esa potencia. Éstas representan un amigo una bendición para el que padece, pero, tal y como Hahnemann previó, el enfermo tiene incluso que llevar el sólo el peso de la lucha y no debe hacerse dependiente de ciertos remedios beneficiosos. Cuando al enfermo le vaya mejor, es necesario continuar la lucha solo, en la medida de lo posible, sin pedir de nuevo ayuda hasta que ésta sea realmente necesaria.
Naturalmente, cuanto más desee el paciente corregir los errores que se esconden detrás de su enfermedad, tanto más se ofrecerá la misma potencia.
Ahora llegamos a una descripción de algunos de los tipos ligados a enfermedades y de los remedios que se les administrarán para sanar dichos males.
Llegado este punto, quiero expresar mi agradecimiento al doctor F.J. Wheeler, de Southport, por su enorme ayuda en lo que se refiere a los resultados clínicos que él ha logrado con estos remedios, así como por su colaboración de todo corazón durante un largo periodo de tiempo y su generosidad financiera en grandes cantidades, que ha hecho posible el descubrimiento de muchos de estos remedios.

Los remedios y sus tipos

El nombre botánico completo de cada uno de los remedios responde de la siguiente manera:

1. Agrimonia Agrimonia eupatoria
2. Ceratostigma Ceratostigma willmottiana
3. Achicoria. Cichorium intybus
4. Clemátide. Clematis erecta flora
5. Cotiledón. Cotyledon umbilicus
6. Centaura. Erytrea Centaurium
7. Impaciencia. Impatiens glandulifera
8. Mímulo. Mimulus guttatus
9. Scleranthus. Scleranthus annuus
10. Arvensis. Sonchus arvensis
11. Verbena. Verbena officinales


AGRIMONIA El Inquisidor.
Este tipo no es siempre fácil de diagnosticar, ya que estas personas esconden sus dificultades. A menudo, tienen una apariencia desenvuelta, son geniales, totalmente interesados en la vida y, decididamente, son gente simpática. Con frecuencia, beben bastante, aunque no claramente en exceso. Puede suceder que sean drogodependientes, y que tengan el deseo de experiencias excitantes y de una vida totalmente ocupada. Es por este motivo por el que guardan su padecimiento para sí mismos.
Se detecta que tras esa superficie se esconde una tragedia, aunque ellos ni siquiera y muy raramente lo reconozcan delante de sus mejores amigos. Interiormente sufren sentimientos excitados: un miedo enorme ante el presente y especialmente frente al futuro que puede, incluso, inducirles al suicidio. No vacilan ante ningún peligro y son irreflexivos en todos los aspectos. No conocen la paz. Son activos, intranquilos, siempre están en movimiento, necesitan dormir poco y se calman sólo muy tardíamente.
Habitualmente, poseen un gran interés en el ocultismo y en la magia. En realidad, son almas atormentadas que están cansadas de su padecimiento, llegando a preferir la muerte como la mejor alternativa, aun cuando de cara al exterior luchen denodadamente y muestren cada día un ánimo contento.
Con frecuencia, se comprueba que resultan atormentados por alguna otra persona, aunque el responsable de su tormento se pueda encontrar en otro nivel.
Este remedio le proporciona paz, aparta su perturbación interna, apacigua su exigencia de estimulantes y le da tranquilidad.

CERATOSTIGMA El Loco.
Para aquellos que quieren avanzar pero que, sin embargo, están confundidos y son incapaces de distinguir lo bueno de lo malo. La falta de conocimiento les hace atolondrarse en la elección de amigos, en su trabajo, en el placer y en las influencias que deja que penetren en su vida. Se trata de aquellos cuyas intenciones son buenas, pero cuya inteligencia y sensatez se encuentran negativamente marcada.
Se concentran demasiado en los detalles de la vida, pasando por alto los principios fundamentales. Las convenciones y las pequeñeces cuentan más que los temas importantes. A menudo dejan pasar oportunidades a causa de influencias insignificantes. Son capaces de tirar la obra de su vida porque algún familiar o compañero les ha hablado negativamente de ella. Exageran demasiado las obligaciones que tienen frente a otras personas sometiéndose ellos mismos a una personalidad dominante cuando, en realidad, lo que deberían hacer es servir también a muchas otras personas.
Son débiles y se disculpan por sus tormentos de la misma forma en que una mujer defiende a su marido borracho que, además, le pega. Son internamente desafortunados porque inconscientemente, se dan cuenta de que están desperdiciando su tiempo. Están calladamente insatisfechos con sus propios esfuerzos. Con que solamente se les pudiera convencer para que comprendieran la realidad de su estupidez, podrían cambiar a mejor. Este tipo de personalidad es la víctima del egoísta y del destructor.
Este remedio aporta la sabiduría de comprender la verdad, la capacidad de enjuiciamiento para distinguir entre lo bueno y lo malo, y concede fuerza y capacidad para permanecer en el camino correcto una vez que se le haya reconocido.

ACHICORIA El Egoísta.
A estas personas les gusta utilizar a otras para sus propios objetivos. Son posesivos, exactamente la antítesis de la madre amorosa y sacrificada. Son locuaces y hablan rápidamente y sin interrupción, cansando a los otros con su charlatanería. Son malos oyentes, que siempre desvían la conversación a temas de su propio interés. A causa de trivialidades, ocasionan en los otros alarma y preocupación. Parecen no conceder a los demás ningún tipo de paz ni de tranquilidad. Son egocéntricos duros y sólo se ocupan de sus propios asuntos. Su vivacidad, que quizás al principio puede resultar entretenida y atrayente, cansa rápidamente a sus semejantes.
Aman el encontrarse en sociedad y odian estar solos. De hecho, temen la soledad porque son dependientes de los otros ya que a ellos les da su vitalidad. A través de historias llenas de auto compasión y de sus enfermedades, logran comprensión y atención. Meten mucho ruido por sus problemas y simulan enfermedades cuando creen que, de esta manera, obtienen atención por parte de los otros.
Cuando en asuntos importantes los otros no hacen lo que ellos quieren, se vuelven odiosos, vengativos, rencorosos y crueles. Son muy cabezotas y calculadores cuando se trata de alcanzar los propios objetivos.
Como familiar o amigo, son exigentes y, aun cuando no siempre se reconocen, absorben mucha vitalidad (de?) las otras personas.
A menudo son delgados y pálidos, tienen piel grasa y son sensibles al frío. Padecen dolores de cabeza crónicos, trastornos digestivos, estreñimiento, gripe, resfriados, así como nerviosismo. Las preocupaciones les alteran mucho, ocasionándoles con frecuencia falta de bienestar o dolores de estómago. Poseen un gran apetito.
El remedio suaviza los síntomas de estos pacientes despertando, además, su compasión por otras personas. Con ello, su atención se aparta más de ellos mismos, acabando, así, su agresión, originada por la compasión para con sus víctimas. De esta manera pueden servir a aquellos a los que anteriormente habían robado su energía. La lección consiste en convertirse en desinteresados a través de la entrega a los demás.

CENTAURA El Autócrata.
En su aspiración por el poder, estas personas han perdido su sentido para la medida exacta de su posición relativa y su significado en este mundo.
Su manera de hablar y sus movimientos son elevados. Exigen atención, son impacientes, especialmente con relación a los detalles de sus propios deseos y de su bienestar. Son arrogantes y están totalmente entregados a su propio rendimiento.
Habitualmente, son de elevada estatura y poseen un tono facial sonrosado. Son propensos a tener la tensión alta, con las molestias correspondientes que de ello se derivan.
El remedio les proporciona a esos caracteres suavidad y tolerancia, disminuyendo de esta mane ra la tensión tanto espiritual como corporal.

IMPACIENCIA El Entusiasta.
Este remedio actúa en casos de dolores agudos, independientemente de la causa que los ha originado. Su indicación es la intensidad del dolor. En muchos casos proporciona alivio después de que la morfina haya fracasado.
También está indicado para padecimientos espirituales agudos. Igualmente, la intensidad es aquí decisiva.
Es útil para aquellos que (independientemente de la posición aparente que tengan), hacen gran des esfuerzos por superar cualquier cualidad negativa. De ahí la intensidad del padecimiento cuando temen fracasar.
Además, este remedio trae paz y actúa decisivamente, elevando el espíritu del que el paciente, de manera habitual, es muy consciente.

MÍMULO Odio.
Este tipo de personalidad padece agotamiento, extenuación y se cansa con facilidad. Estas personas tienen miedos enormes, temen lo desconocido, lo que a su vez, les pone nerviosos. Duermen mal, y el sueño no les aporta bienestar o recuperación.
Sienten rechazo por el ruido, el hablar y por el hecho de que se les haga preguntas sintiéndose totalmente agotados por ello. Desean estar solos y tener tranquilidad.
Con frecuencia, se interesan por el espiritismo y tienen disposición para actuar como médium.
Su agotamiento y ausencia de fuerza no tiene ninguna relación con un origen corporal.
A menudo nos encontramos este estado después de una gripe. El remedio restablece la tranquilidad apartando, además, el miedo del paciente. Despierta la compasión en este tipo de personalidad, lo que representa la lección necesaria.

SCLERANTHUS El Veleta.
La clave de este tipo de personalidad es la falta de estabilidad y la ausencia de confianza. No poseen ningún tipo de confianza en sí mismos, por eso siempre buscan el consejo del otro, y cuando existen diferencias de opiniones entre sus amigos, no saben por cuál inclinarse. Son incapaces de tomar decisiones, siendo víctimas, como consecuencia de ello, víctimas de un tormento espiritual.
Son nerviosos, no tienen tranquilidad, temen las responsabilidades y evitan a las personas, excepto cuando necesitan ayuda. Su error reside en que confían totalmente en el intelecto y no se dejan llevar nunca por la intuición. Les resulta difícil concentrarse intelectualmente, ya que su espíritu vaga de un tema a otro.
Éstos son ejemplos extremos: en primer lugar, depresión; después, alegría; en un momento son optimistas y, al instante siguiente, pesimistas. No son de confianza, y son inseguros porque cambian continuamente su postura. Un día resultan un buen compañero, otro día están malhumorados. A veces son afectuosos y extravagantes, otras tacaños y mezquinos.
Sus síntomas, su temperamento, etc., van y vienen, suben y bajan en rápidas oscilaciones siguiendo el ejemplo del estado espiritual.
El remedio les proporciona claridad de la visión espiritual y les otorga la capacidad de tomar de cisiones rápidas, así como de conservar la resolución y la tranquilidad en vista de las dificultades. Desarrolla las cualidades del carácter de un eficiente coronel, al igual que el Cotiledón resalta las cualidades de un buen soldado.

ARVENSIS El Destructor.
Estas personas se encuentran en la profundidad de la oscura desconsolación. Sin luz, sin alegría sin fortuna. Son externamente desafortunados, lo que se puede reconocer ya en sus rostros.
Llevan la oscuridad a los otros.
Poseen un color apagado en el rostro, con un tinte amarillento o pardo anaranjado.
Siempre ven el lado negativo de las cosas y se encuentran desanimados. Se niegan a tomar consciencia de las oportunidades, a tener satisfacciones. Siempre andan buscando el lado oscuro de la vida. Se revuelcan en todo lo que es mórbido, y contagian a todos su profunda desconsolación deprimiéndolos.
El remedio les trae el brillo del sol en su vida y les ayuda a animar a los otros.

VERBENA El Puritano.
Este remedio está pensado para aquellos que poseen grandes ideales y que aspiran a llevar una vida elevada pero que, sin embargo, fracasan en algún punto.
Puede ser que el paciente sea demasiado rígido, esté demasiado fijo en sus principios y sea demasiado estrecho en su postura ante la vida, intentando modelar al mundo de manera excesivamente parecida a sus propios ideales.
Esta persona vive según los más altos principios y es intolerante frente a los errores de los demás. Es demasiado exigente consigo mismo y su renuncia demasiado exagerada, alejando ésta toda alegría de su vida. Fracasa en la generosidad, bondad y caballerosidad.
En tiempos difíciles puede ser que estas personas se aparten de sus patrones de medida.
Este remedio suaviza la naturaleza, amplia las perspectivas, fortalece la generosidad y la paciencia, y apoya la perseverancia en lo que se refiere a pruebas difíciles.
La lección de este tipo de personalidad es la siguiente: Tolerancia, paciencia y generosidad.

Hasta ahora han sido descritos determinados tipos de personalidad; sin embargo, existen otros remedios que son necesarios para poder completar esta enumeración y que sean encontrados y publicados en el momento oportuno.
En la medicina, debemos explorar los grandes principios de la vida, si es que queremos resultar útiles a nuestros semejantes.
En este mundo nos encontramos todos en el mismo camino. Somos compañeros de viaje en el camino hacia la perfección. Finalmente, debemos acumular todo el saber y las experiencias que pueden ser aprendidas sobre la Tierra. Debemos transformar totalmente nuestro egoísmo en altruismo y desarrollar toda las virtudes hasta la pureza externa.
La lección particular del presente es la clave para nuestro tipo de personalidad. No hemos vivido desde nuestro nacimiento entre el lujo de un palacio para superar intrépidamente las dificulta des de la vida. Tampoco hemos venido al mundo como mendigos para aprender la inteligente administración del bienestar. Las circunstancias, el ambiente y las personas entre las que vivimos deberían servirle al médico inteligente de indicativo para conocer la lucha que el paciente debe afrontar. Nuestros errores y fracasos son lo contrario de las virtudes a las que aspiramos. Para superar nuestras ansías, nos criaremos, si es posible, en una familia en la que el beber es algo habitual. Para vencer nuestro odio, nos criaremos, en lo posible, entre personas que son crueles. De hecho, a menudo son esas cualidades negativas que hemos heredado las que hemos de subsanar con particular interés. Y, si no conseguimos aprender nuestra lección a nivel intelectual, debemos padecer las consecuencias de nuestro fracaso hasta que ese error haya sido totalmente subsanado en nosotros mismos.
Es por esto por lo que nuestros defectos y nuestros negativos acompañantes y circunstancias de la vida representan lo opuesto a las virtudes que intentamos hacer nuestras.
En el tratamiento, es de importancia vital diagnosticar el tipo de personalidad y las virtudes que el paciente se esfuerza por perfeccionar. Hasta el momento en el que nos encontremos en situación de poder impartir curación espiritual, debemos prescribir el remedio que posea la fuerza de apoyar al paciente en su lucha.
Por eso, juzgamos los errores y los pecados de las circunstancias negativas de un paciente como indicativo de lo mucho que él se esfuerza por desarrollar. Por el contrario, debemos buscar encarecidamente los bienes positivos. Debemos encontrar alguna virtud, especialmente una virtud sobresaliente que posea nuestro paciente, cuando él saca de sí mismo lo mejor y le prescribiremos el remedio que fortalezca esa virtud, de tal manera que ésta aparte los errores de este ser.
Nuestro trabajo como médicos reside en buscar lo mejor a través de métodos directos o investigando los errores que deben ser superados. Y debemos desarrollar y mostrar lo mejor con todas las fuerzas que estén a nuestro alcance. Nuestros esfuerzos deberían consistir en ayudar a nuestros pacientes a mantenerse en su más alto nivel con los medios que están a nuestra disposición, capacitándolos de esta manera para que avancen hacia delante.
Y, ahora, mis queridos colegas, existe un método sencillo y aún más perfecto para potenciar los remedios del que hasta ahora hemos empleado.
No se dejen desilusionar por la sencillez de este método, ya que, a medida que su investigación avance, podrán comprobar cada vez mejor la sencillez de toda la creación.
Estos remedios (con excepción de impaciencia, mímulo y cotiledón, que antes eran elaboradas a través de su reducción a polvo), que son descritos en este artículo, eran preparados de la siguiente manera.
Un recipiente de vidrio tan fino como fuera posible se llenaba hasta casi el borde con agua pura preferentemente agua de una fuente. - (natural, manantial?) 

A continuación se introducía en el recipiente una gran cantidad de las flores de la planta en cuestión hasta que la superficie del agua estaba totalmente cubierta. Se debía elegir un día despejado para recolectar las flores , después de que el sol les hubiera estado dando aproximadamente durante dos horas. El recipiente de vidrio se colocaba pues, al sol y, de tiempo en tiempo, se iba cambiando de posición, de manera que el sol incidiera directamente sobre la boca del recipiente, estando así todo el contenido bañado por el sol.
Después de tres, cuatro y siete horas se extraía aproximadamente un cuarto del líquido y se le añadía a cada cantidad de líquido extraído aproximadamente un 20% de alcohol puro. Estos preparados pueden entonces usarse directamente como la tercera, cuarta y séptima potencia.
En este punto, se hace mención de que los cuatro elementos están partícipes en este proceso: la Tierra, para proporcionar el alimento a las plantas; el Aire, de donde toman sus principios alimenticios; el Sol o el Fuego, para darles la capacidad y la fuerza, y el Agua, para tomar las fuerzas benéficas y magnéticas de las plantas medicinales, siendo así concentradas.
Existen dos tipos de equivocación: el error del descuido y el error que cometemos activamente.
Si poseemos una virtud que no desarrollamos, se convierte en un pecado de omisión. Es el mismo caso de una persona que esconde sus talentos, y este error está íntimamente ligado con una enfermedad latente, con una enfermedad que se cierne sobre nosotros al igual que una nube pero que, sin embargo, nunca nos atrapará si reconocemos a tiempo nuestro error y desarrollamos la virtud necesaria.
Actuar erróneamente de manera activa está ligado a una manifestación de una enfermedad. Esto se produce si hacemos cosas en contra de nuestra conciencia sabiendo que están en contradicción con las leyes de la unidad y de la fraternidad de las personas.
Es por esto que la labor del verdadero médico es la de encontrarse en situación de ayudar a sus pacientes, mostrándoles las virtudes latentes que hay en ellos y que no desarrollan, o las cualidades negativas que se oponen a los mandamientos de su mejor yo y que sí realizan. Y también está en nosotros el prescribir aquellos remedios que, por naturaleza, son tan beneficiosos que poseen la fuerza de ayudar a los hombres a adquirir en esta vida un comportamiento armónico, de tal manera que es admisible para el ser divino del que se origina todo lo bueno.
Finalmente, debemos tener en cuenta durante nuestro trabajo que la enfermedad está pensada para que el hombre la venza, y que ésta pondrá a la humanidad bajo la dirección divina para superar todo lo negativo si aspiramos verdaderamente a ello, ya que el amor y la verdad de nuestro creador es todopoderosa y, finalmente, lo bueno obtendrá la victoria absoluta.
Si podemos realmente reconocer esa verdad en toda su suficiencia, podremos lograr, en este momento en la medida de lo posible, la victoria sobre la enfermedad.


(1932) 

Introducción: 
Es imposible expresar la verdad con palabras. El autor de este libro no tiene la intención de sermonear, ya que, de hecho, desprecia este método de la comunicación del conocimiento. En las siguientes páginas, el autor ha intentado indicar, de la manera más clara y sencilla posible, el sentido de nuestra vida, así como la finalidad de las dificultades con las que somos enfrentados y los medios con los que contamos para poder restablecer nuestra salud. Y, en la práctica, desea indicarnos cómo cada uno de nosotros se puede convertir en su propio médico.

Capítulo 1. Nada más sencillo que eso. La Historia de la Vida. 

Una pequeña niña ha decidido pintar a tiempo un cuadro de una casa para el cumpleaños de su madre. En el espíritu de la pequeña niña la casa ya está pintada. Ella conoce hasta los más mínimos detalles de la casa, y ahora debe transportar esa idea al papel.

Coge su caja de pinturas, el pincel y un trapo y, llena de entusiasmo y felicidad, se pone al trabajo. Toda su atención y su interés se concentran en su labor, nada puede desviarla de lo que está realizando en ese momento. El cuadro está puntualmente listo para el cumpleaños. La niña ha plasmado su idea de la casa tan bien como ha podido. Es una obra de arte, ya que lo ha pintado ella sola, cada pincelada era el fruto del amor que sentía hacia su madre; cada ventana, cada puerta, fue pintada con la convicción de que tenían que estar exactamente ahí. Aun cuando pareciera un almiar, era la casa más completa que jamás haya sido pintada. Ha sido un éxito, por que la pequeña artista ha puesto todo su corazón y toda su alma, toda su vida, en realizar esa pintura.

Eso es salud: éxito y felicidad, y un auténtico servicio al prójimo, servir a nuestra manera a través del amor en una completa libertad.

Venimos al mundo con el conocimiento del cuadro que debemos pintar y hemos trazado ya el camino a través de nuestra vida. Todo los que nos queda por hacer es darle forma. Recorremos nuestro camino llenos de alegría e interés, y concentramos toda nuestra atención en el perfeccionamiento de ese cuadro, poniendo en práctica, lo mejor que podemos, nuestros pensamientos y objetivos en la vida física del entorno que hemos elegido.

Si desde el principio hasta el final perseguimos nuestros ideales con todas las fuerzas que poseemos, si aspiramos a que nuestros deseos se hagan realidad, entonces no existe el fracaso sino más bien, al contrario, nuestra vida se hace marcadamente exitosa, sana y afortunada.

La historia misma de la pequeña pintora pone en claro cómo las dificultades de la vida influyen en ese éxito y en la salud, pudiéndonos apartar del sentido de nuestra existencia si se lo permitimos.

La niña pinta febril y felizmente en su cuadro cuando de repente pasa alguien por su lado y opina: “¿Por qué no pintas aquí una ventana y ahí una puerta? También, el camino de entrada debería cruzar así el jardín.” Esto tendrá como consecuencia el que la pequeña pierda por completo el interés en su trabajo. Quizá siga pintando, pero ahora está plasmando sobre el papel la idea de otra persona. De alguna manera, le enfada, irrita, la hace infeliz y tiene miedo de rechazar esas propuestas. Quizá comience a odiar el cuadro y probablemente lo haga añicos. En realidad, la reacción que tenga depende del tipo de personalidad del niño.

Cuando el cuadro esté listo, es probable que en él sea fácilmente reconocible una casa, pero el cuadro es incompleto y un fracaso, porque representa la interpretación del pensamiento de otra persona y no la interpretación del niño. Como regalo de cumpleaños ha perdido su valor, por que ya no podrá ser terminado a tiempo, y la madre tendrá que esperar un año más al regalo.

Ésta es la enfermedad: la reacción de la injerencia. Es un fracaso e infelicidad transitoria que se establece en nuestras vidas cuando permitimos que otros se inmiscuyan en el sentido de nuestra existencia sembrando la duda, el miedo o la indiferencia.

Capítulo 2. La salud depende de que estemos en armonía con nuestra alma. 

Es de esencial importancia el que entendamos el verdadero significado de salud y enfermedad. La salud es nuestra herencia, nuestro derecho. Salud es la unidad completa del alma, cuerpo y espíritu, y eso no es tan difícil de conseguir, ni tampoco es un ideal que nos quede tan lejos sino, más bien, algo que puede ser logrado sin mucho esfuerzo y de manera natural.

Todos los objetos terrenales no son otra cosa que la interpretación de objetos espirituales. Incluso detrás del acontecimiento más insignificante se esconde una finalidad divina. Cada uno de nosotros tiene una misión divina en este mundo, y nuestras almas utilizan nuestro espíritu y nuestro cuerpo como instrumentos para poder llevar a cabo este objetivo, de tal manera que cuando estos tres aspectos funcionan en mutua armonía, la consecuencia es entonces la salud total y la felicidad absoluta.

Una tarea divina no significa una víctima. No quiere decir que debamos retirarnos del mundo y apartar de nosotros la alegría de la belleza y la naturaleza. Todo lo contrario, significa que disfrutamos de todas estas cosas de manera todavía más amplia y plena. Señala, también que el trabajo que amamos lo hacemos con nuestro corazón y nuestra alma, indiferentemente de que se trate del trabajo de la casa, de la agricultura, pintura o escenificación, independientemente de que sirvamos a nuestros semejantes en una tienda o en el hogar. Si amamos ese trabajo sobre todo lo demás, sea lo que sea, entonces se trata del mandato concreto de nuestra alma, del trabajo que debemos desempeñar en este mundo, y es en este trabajo en el único que podremos desarrollar nuestro verdadero yo y podremos poner en práctica su mensaje de una manera material y habitual.

Por lo tanto, a través de nuestra salud y nuestra fortuna podemos juzgar hasta qué punto interpretamos correctamente ese mensaje.

En las personas están presentes todas las cualidades espirituales y nosotros venimos a este mundo para manifestar estas características una tras otra, para perfeccionarlas y fortalecerlas, de manera que ninguna experiencia ni dificultad puedan debilitarlas o llegue a apartarnos del cumplimiento de ese sentido de la vida. Nosotros elegimos nuestra ocupación terrenal y las condiciones de vida externa que nos brindan la mejor oportunidad para probarnos. Venimos al mundo con una completa consciencia de nuestra especial tarea. Nos sabemos nacidos con el inimaginable privilegio de que todas nuestras luchas han sido ganadas antes de que las hayamos comenzado, de que la victoria nos es cierta antes de que se haya establecido la prueba, porque sabemos que nosotros somos hijos de Dios y que, por lo tanto, somos divinos e invencibles. Con esta revelación, la vida es una pura alegría. Podemos considerar todas las duras y difíciles experiencias de la vida como una aventura, ya que no debemos hacer otra cosa que reconocer nuestro poder, defender sinceramente nuestra divinidad, y entonces las dificultades se esfumarán como la niebla ante los rayos del sol. De hecho, Dios da a sus hijos la soberanía sobre todas las cosas.

Si sólo le prestamos atención a ellas, nuestras almas nos conducirán en cada ocasión y en cada situación difícil. Y cuando el espíritu y el cuerpo hayan sido guiados, marcharán por la vida irradiando felicidad y salud, tan libres de preocupaciones y responsabilidades como un pequeño y confiado niño.

Capítulo 3. Nuestras almas son perfectas. Somos hijos de Dios, y todo lo que nuestra alma nos obliga a hacer es por nuestro bien. 

Por esta razón, la salud es el reconocimiento más cierto de lo que somos. Nosotros somos perfectos, somos los hijos de Dios. No tenemos que aspirar a lo que ya hemos alcanzado. Estamos en este mundo únicamente para manifestar la perfección en su forma material con la que estamos bendecidos desde el comienzo de los tiempos. Salud significa obedecer las órdenes de nuestra alma, ser confiados como un niño pequeño, mantener el intelecto a raya con sus argumentos lógicos (el árbol de la sabiduría de lo bueno y de lo malo), con sus pros y sus contras, con sus miedos preconcebidos. Salud significa ignorar lo convencional, las imaginaciones banales, así como las órdenes de otras personas con el fin de que podamos ir por la vida inalterados, indemnes y libres para poder así servir a nuestros semejantes.

Podemos medir nuestra salud según nuestra felicidad, y nuestra felicidad refleja la obediencia a nuestra alma. No es necesario ser un monje o una monja, o aislarse del mundo. El mundo está ahí precisamente para que lo disfrutemos y para que le sirvamos. Y sólo sirviéndole motivados por el amor y la felicidad, podremos ser útiles de verdad y dar lo mejor de nosotros. Cuando se hace algo por obligación, quizás hasta con un sentimiento de enojo o de impaciencia, el trabajo realizado no vale nada, siendo el despilfarro de un tiempo muy valioso que podríamos dedicar a uno de nuestros semejantes que realmente necesitase nuestra ayuda.

No es necesario analizar la verdad, ni justificarla o hablar demasiado sobre ella. Se la reconoce a la velocidad de un rayo. La verdad es parte de nuestro carácter. Solamente necesitamos una gran fuerza de convicción para las cosas insustanciales y complicadas de la vida que han conducido al desarrollo del intelecto. Las cosas que cuentan son las cosas simples: son aquellas en cuyo caso decimos: “¿Por qué? Es verdad. Parece que siempre lo he sabido.” Y así ocurre con la percepción de la felicidad que sentimos siempre que vivíamos en armonía con nuestro yo espiritual. Cuanto más estrecha es la relación, tanto mayor será la alegría. Piensen en lo radiante de felicidad que se encuentra una novia en la mañana del día de su boda, en el arrobamiento de una madre con su recién nacido y en el éxtasis de un artista en la culminación de su obra maestra. Ésos son los momentos en los que se extiende la unidad espiritual.

Imagínense por un momento lo maravillosa que sería la vida si todos pudiéramos vivir con esa alegría. Y eso es posible si no perdemos la obra de nuestra vida.

Capítulo 4. Si seguimos nuestros propios instintos, nuestros deseos, nuestros pensamientos, nuestras necesidades... entonces no deberíamos conocer otra cosa más que alegría y salud. 

Escuchar la voz de nuestra alma no es ningún objetivo imposible. Siempre que estemos dispuestos a reconocerlo, resultará muy fácil. La sencillez es la palabra clave de toda creación.

Nuestra alma (suave y delicada voz, la propia voz de Dios), nos habla a través de nuestra intuición, nuestros instintos, nuestros deseos, ideales, nuestras preferencias y desafectos habituales. De cualquier manera, es más fácil para nosotros si nosotros mismos la oímos, ¿Cómo si no podría Él hablar con nosotros? Nuestros verdaderos instintos, deseos, preferencias o aversiones nos han sido otorgados para que podamos interpretar las órdenes espirituales de nuestra alma con la ayuda de nuestra limitada percepción física, ya que a muchos de nosotros no nos es posible todavía vivir en una compenetración directa con su yo espiritual. Estas órdenes deben ser acatadas sin rechistar, porque únicamente el alma sabe qué experiencias son necesarias para el desarrollo de nuestra personalidad individual. Sea cual sea el mandamiento –se haga patente de forma trivial o cautelosa, se manifieste como un deseo por una taza de té o como la necesidad de la transformación total de nuestro estilo de vida–, debe ser obedecido de manera complaciente. El alma sabe que el estar satisfecho es el único camino para la sanación de cualquier mal que en este mundo consideramos como pecado o error, ya que mientras la globalidad se revela en contra de una cierta manera de actuar, no se subsana el error, sino que seguirá existiendo latentemente. Es mucho más fácil y rápido seguir metiendo el dedo en la mermelada hasta que uno se ponga malo y ya no le queden más ganas de probarla. Nuestras verdaderas necesidades, los deseos de nuestro verdadero “yo”, no deben ser confundidos con los deseos y las necesidades que tan a menudo nos meten otras personas en la cabeza o con la conciencia, que, al fin y al cabo, es lo mismo pero con otras palabras. No debemos hacer caso de cómo el mundo interpreta nuestra manera de actuar. Sólo nuestra alma es responsable de nuestro bienestar, nuestra buena reputación está en Sus Manos. Debemos tener la certeza de que únicamente existe un pecado: el pecado de no obedecer las órdenes de nuestra propia divinidad. Esto es un pecado frente a Dios y a nuestros semejantes. Estos deseos, inspiraciones y necesidades no son nunca egoístas, nos afectan únicamente a nosotros, son siempre adecuados y nos aportan salud mental y corporal.

La enfermedad es la consecuencia de la resistencia de la personalidad frente al liderazgo del alma que se manifiesta corporalmente. La enfermedad se presenta cuando hacemos oídos sordos a la voz “suave y delicada” y olvidamos la divinidad que hay en nosotros, o cuando intentamos imponer a otros nuestros deseos o permitimos que sus propuestas, ideas y órdenes nos influyan.

Cuanto más nos liberamos de influencias externas, de influencias de otras personas, tanto más nuestra alma puede servirse de nosotros para realizar la obra de Dios. Sólo cuando intentamos dominar a los otros o ejercer un control sobre ellos nos convertimos en egoístas: Pero el mundo pretende hacernos creer que es egoísta aquel que sigue sus propios deseos. El motivo para ello es que el mundo nos quiere esclavizar, ya que, en realidad, solamente podemos servir al bienestar de la humanidad si realizamos nuestro verdadero “yo” y conseguimos expresarlo sin limitaciones. Shakespeare pronunció una gran verdad cuando dijo: “Si eres sincero contigo mismo, entonces necesariamente se desprenderá de ello que no puedes ser deshonesto frente a otras personas. Esto está tan claro como que la noche sigue al día.”

La abeja que elige una determinada flor para recoger miel es el instrumento que servirá para diseminar el polen, que es imprescindible para las jóvenes plantas de la futura vida.

Capítulo 5. Si permitimos que otros se inmiscuyan en nuestra vida, entonces ya no podremos oír las órdenes de nuestra alma conduciéndonos a la desarmonía y a la enfermedad. El momento en que el pensamiento de otra persona irrumpe en nuestro espíritu nos desvía de nuestro verdadero rumbo.

Con nuestro nacimiento, Dios nos otorgó el privilegio de una individualidad única. Nos confió una tarea especial que sólo cada uno de nosotros podemos hacer. Él indicó a cada persona el camino propio que debe seguir sin que haya nada que le obstaculice. Por lo tanto, queremos estar pendientes para no permitir ninguna intromisión por parte de otros y, lo que quizás es aún más importante, que no nos inmiscuyamos bajo ningún concepto en la vida de los otros. Ahí reside la verdadera salud, el verdadero servicio al prójimo y la realización del sentido de nuestra vida.

En la vida de todas las personas se producen intromisiones. Forman parte del plan divino, y son necesarias para que podamos aprender cómo resistirnos a ellas. De hecho, podemos considerarlas como contrincantes verdaderamente útiles, cuya existencia está únicamente justificada por la circunstancia de que nos ayuden a hacernos más fuertes y a reconocer nuestra divinidad e invencibilidad. También debemos saber que sólo cobran importancia e impiden nuestro progreso si permitimos que nos influyan. El ritmo de nuestro progreso depende únicamente de nosotros. Es nuestra decisión si permitimos que nuestra tarea divina sea obstaculizada o si aceptamos la manifestación de la intromisión (llamada enfermedad), lo que provocaría nuestra limitación corporal y nuestro sufrimiento. La alternativa es que nosotros, que somos los hijos de Dios, nos sirvamos de esta intromisión para reafirmarnos aún más en el sentido de nuestra vida.

Cuantos más obstáculos haya en el camino de nuestra vida, tanto más seguros podremos estar del valor de nuestra tarea. Florence Nightingale logró su objetivo a pesar de la oposición de toda una nación. Galileo creía que la Tierra era redonda, aunque todo el mundo creía lo contrario, y el pequeño patito feo se convirtió en un cisne, aunque toda su familia se había burlado de él.

No tenemos ningún derecho a inmiscuirnos, sea de la manera que sea, en la vida de cualquier otro hijo de Dios. Únicamente nosotros tenemos el poder y la sabiduría para culminar la tarea adjudicada a cada uno de nosotros. Solamente cuando hacemos caso omiso de este hecho e intentamos imponer nuestras tareas a otros o permitimos que otros se inmiscuyan en nuestro trabajo, entonces irrumpe la desarmonía y la tensión en nuestras vidas.

Esta desarmonía y enfermedad se manifiesta en nuestro cuerpo y sirve únicamente para reflejar el funcionamiento de nuestra alma, de la misma manera que una sonrisa ilumina nuestros rostros o la ira los endurece. Esto mismo se puede aplicar a cosas mayores. El cuerpo refleja los verdaderos motivos de la enfermedad, tales como el miedo, indecisión, dudas, etc., a través del desorden de sus sistemas y tejidos.

Por este motivo, la enfermedad es la consecuencia de distorsiones e intromisiones al irrumpir en la vida de otro o permitir que otros lo hagan en la nuestra.

Capítulo 6. Todo lo que tenemos que hacer es salvaguardar nuestra personalidad, vivir nuestra propia vida, ser el capitán de nuestro propio barco, y así todo saldrá bien. 

En nosotros existen importantes características, a través de las que nos vamos perfeccionando poco a poco, concentrándonos posiblemente en una o dos a la vez. Son aquellas características que en la vida terrenal de todos los grandes maestros que ha habido de tiempo en tiempo se han puesto de manifiesto para enseñarnos y ayudarnos a reconocer lo sencillo que es superar todas nuestras dificultades.

Éstas son las siguientes posibilidades: 
Amor.                             Indulgencia.                         Sabiduría.
Simpatía.                       Fuerza.                                  Perdón.
Paz.                                Comprensión.                       Valor.
Firmeza.                        Tolerancia.                           Alegría.

Al perfeccionar en nosotros mismos estas cualidades, cada uno se hace que el mundo se aproxime un poco más a su definitiva e inimaginablemente gloriosa meta. Cuando reconocemos que no aspiramos a un beneficio egoísta o a ventajas personales, sino a que cada individuo –sea rico o pobre, sea de un elevado o bajo nivel social– tenga la misma importancia dentro del proyecto divino y cuente con los mismos poderosos privilegios para convertirse simplemente en el salvador del mundo a través del conocimiento de que es una criatura del Creador. Y al igual que existen esas cualidades, esos pasos hacia la perfección, también se dan obstáculos o impedimentos que tienen la finalidad de fortalecernos en nuestro destino y en nuestra constancia.

Las siguientes son las verdaderas causas de la enfermedad:
Inhibición.                Indiferencia.                    Ignorancia.
Miedo.                         Debilidad                           Impaciencia.
Intranquilidad.          Duda.                                Temor.
Indecisión.           Entusiasmo exagerado.         Aflicción
.


Si permitimos el libre acceso a todos esos impedimentos, éstos se reflejarán en nuestro cuerpo, originando lo que llamamos enfermedad. Al no entender las verdaderas causas de la enfermedad, hemos atribuido esta desarmonía a influencias externas, a agentes desencadenantes de enfermedades, al frío o al calor, y a los resultados los hemos denominado artritis, cáncer, asma, etc. Se suele creer que la enfermedad tiene su origen en el cuerpo.

Además, existen determinados grupos de individuos, cada uno con su propia función, es decir, muestran en el mundo material una determinada lección que han aprendido. Cada uno tiene en ese grupo una personalidad determinada e individual una labor precisa y una forma propia de llevarlo a cabo. Éstas son también causas de las desarmonías, que se pueden poner de manifiesto en forma de enfermedad si no permanecemos fieles a nuestra personalidad individual y a nuestra labor.

La verdadera salud es felicidad, una felicidad que es muy fácil de conseguir porque está origina da por pequeñas cosas, como puede ser hacer aquello que hacemos con gusto como, por ejemplo pasar nuestro tiempo con aquellas personas que realmente queremos. En esas situaciones no existe tensión, ni esfuerzo, ni ambición por lo inalcanzable. La salud está ahí para nosotros, y podemos aceptarla en cualquier momento, a voluntad. Se trata de averiguar la labor para la que somos aptos y dedicarnos por entero a ella. Ay tantas personas que suprimen sus verdaderas necesidades y se convierten en personas que se desarrollan en el sitio equivocado. Como consecuencia de los deseos de su padre o de su madre, un hijo se convierte en abogado, soldado u hombre de negocios, cuando lo que en realidad quería ser era carpintero. O quizás el mundo pierda a otra Florence Nightingale por la ambición de una madre que quiere ver a su hija bien casada. Este sentido del deber es un sentimiento falso y, por eso, no brinda ningún servicio al mundo. Trae consigo desgracia, y probablemente se despilfarrará gran parte de la vida antes de que se pueda subsanar este error.

Érase una vez un maestro que dijo: “¿No sabéis que tengo que obedecer la voluntad de mi padre?” Lo cual significaba que debía obedecer su divinidad y no la voluntad de sus padres terrenales.

Queremos encontrar y realizar aquella cosa de la vida que realmente nos gusta. Deseamos convertir esa cosa en una parte tan importante de nuestra vida para que se convierta en algo tan natural como nuestra respiración, de la misma manera que para una abeja el recoger miel forma parte de ella, o para un árbol el perder sus hojas en otoño y volver a echar otras nuevas en primavera. Cuando investigamos la naturaleza, comprobamos que cada animal, cada pájaro, cada árbol y cada flor desempeña un papel determinado, ocupa un sitio propio, determinado y particular a través del cual enriquece el mundo aportando su granito de arena.

Cada gusano que cumple con su trabajo diario contribuye al riego y la limpieza de la tierra. La tierra proporciona las sustancias alimenticias para todas las plantas. Y por otro lado, la vegetación cuida de los hombres y de cada ser vivo, haciendo crecer las plantas en la secuencia adecua da para mantener el suelo fértil. Viven para la belleza y su sentido, y su labor es tan natural para ellas como la vida misma.

Y, cuando encontramos el trabajo para el que estamos hechos, si forma parte de nosotros, su realización entonces resulta muy fácil y hacerlo se convierte en una alegría. Nunca nos cansaremos de hacerlo, es nuestro “hobby”. A través de ello se ponen de manifiesto todos nuestros talentos y capacidades que están a la espera de ser desvelados. Haciendo ese trabajo nos encontramos como en casa y podemos sacar lo mejor del mismo si somos felices, lo que significa obedecer las órdenes de nuestra alma.

A lo mejor ya hemos encontrado el trabajo idóneo. ¡Qué vida más maravillosa! Algunos saben ya desde su niñez cuál será su vocación, dedicándose durante toda su vida a esta tarea. Otros, aun sabiendo desde niños lo que quieren, cambian de opinión debido a otras propuestas y a determinadas circunstancias de su vida, o bien son desilusionados por otras personas. Sin embargo, todos nosotros podemos recuperar nuestro ideal y, aun cuando no lo podamos reconocer inmediatamente, podemos ponernos en camino para aspirar a él, ya que únicamente el ponernos un objetivo nos aportará consuelo porque nuestras almas tienen paciencia con nosotros. El verdadero deseo, el verdadero motivo, es lo que cuenta, es el verdadero éxito, sea cual sea el resultado.

Por tanto, siga las órdenes de su “yo” espiritual.

Capítulo 7. Una vez que hayamos reconocido nuestra divinidad, se hace todo mucho más sencillo. 

Al comienzo, Dios dio al hombre el dominio sobre todas las cosas. El hombre, la criatura del Creador, tiene un motivo tan profundo para su desarmonía como la ráfaga del aire que entra por una ventana abierta, “Nuestros errores no se fundamentan en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos”, y qué agradecidos y llenos de esperanza estaremos cuando seamos capaces de reconocer que la curación también se encuentra en nosotros mismos. Cuando apartemos de nosotros la desarmonía, el miedo, el temor o la indecisión, se restablecerá la armonía entre el alma y el espíritu, y el cuerpo recuperará la perfección en todas sus partes.

Independientemente de la enfermedad que padezcamos, sea cual sea el resultado de esa desarmonía, podemos estar seguros de que la sanación reside en el ámbito de nuestras posibilidades, ya que nuestra alma nunca exige de nosotros más de lo que podemos realizar sin esfuerzo.

Cada uno de nosotros es un sanador, porque cada uno experimenta en su corazón amor por alguna cosa: por nuestros semejantes, por los animales, la naturaleza o la belleza en alguna de sus manifestaciones. Y cualquiera de nosotros quiere conservar ese amor y contribuir a que sea cada vez mayor. Cada uno de nosotros también siente compasión por aquellos que sufren. Esta compasión es totalmente natural porque todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, hemos padecido. Por este motivo, no sólo nos podemos sanar a nosotros mismos, sino que también tenemos el privilegio de encontrarnos en situación de ayudar a sanar a nuestros semejantes, siendo los únicos requisitos para todo esto el amor y la compasión.

Nosotros, como hijos del Creador, llevamos la perfección en nosotros mismos y venimos al mundo con el fin de reconocer nuestra divinidad. Por esta razón, todos los exámenes y experiencias de la vida no pueden hacer nada contra nosotros, ya que con la ayuda de este poder divino todo es posible.

Capítulo 8. Las plantas medicinales son aquellas cuyo poder les ha sido otorgado para ayudarnos a conservar nuestra personalidad. 

Así como Dios Misericordioso nos ha proporcionado alimento, también Él deja crecer entre las hierbas de las praderas plantas maravillosas que nos deben sanar cuando estamos enfermos. Ellas están ahí, para ofrecer al hombre una mano amiga cuando éste ha olvidado su divinidad y permite que el miedo o el dolor impida su visión.

Éstas son las plantas medicinales:

 
Achicoria (Cichorium intybus).
Mímulo (Mimulus guttatus).
Agrimonia (Agrimonia eupatoria).
Scleranthus (Scleranthus annuus).
Clemátide (Clematis vitalba).
Centaura ( Centaurium umbellatum).
Genciana (Gentiana amarella).
Verbena (Verbena officinalis).
Ceratostigma (Cerastostigma willmottiana).
Impaciencia (Impatiens glandulifera).
Heliántemo (Helianthemun nummularium).
Violeta de agua (Hottonia palustris). 


Cada planta medicinal se corresponde con una de las cualidades humanas, y su finalidad consiste en fortalecer esa cualidad, de tal forma que la personalidad pueda alzarse sobre los errores que representan a la correspondiente piedra que se nos cruza en el camino.

En la siguiente tabla están representados las cualidades , los errores y el remedio correspondiente que ayuda a la personalidad a superar esos fallos.

ERROR                                REMEDIO                 VIRTUD 

 
Bloqueo emocional        Achicoria                      Amor
Miedo                                Mímulo                         Compasión
Intranquilidad                Agrimonia                    Paz
Indecisión                        Scleranthus                  Estabilidad
Indiferencia                     Clemátide                 Benevolencia
Debilidad                          Centaura                      Fuerza
Duda exagerada              Genciana              Entendimiento
Entusiasmo exagerado   Verbena                   Tolerancia
Ignorancia                      Ceratostigma              Sabiduría
Impaciencia                     Impaciencia                Perdón
Temor                                 Heliántemo                Valor
Aflicción                         Violeta de agua            Alegría


Los remedios contienen una fuerza curativa concreta que no tiene nada que ver con el creer a ciegas, ni su efecto depende de aquel que la proporciona, al igual que un somnífero hace que el paciente duerma, independientemente de que lo haya proporcionado el médico o la enfermera.

Capítulo 9. La Verdadera naturaleza de la enfermedad. 

En la verdadera curación no tiene ningún significado la naturaleza ni el nombre de la enfermedad física. La enfermedad del cuerpo, en sí misma, no es otra cosa más que el resultado de la desarmonía entre el alma y el espíritu. Representa sólo un síntoma de la verdadera causa y, dado que la misma causa se manifiesta de manera diferente casi en cada uno de nosotros, debemos intentar apartar la causa, desapareciendo automáticamente las consecuencias, cualesquiera que éstas fueran.

Esto lo podemos entender todavía mejor de manos del suicidio. El suicidio no ocurre por sí mismo. Algunas personas se cuelgan desde una gran altura; otros toman veneno, pero detrás de cualquier manifestación del suicidio se esconde la desesperación. Si podemos ayudar a esas personas que piensan en el suicidio a superar su desesperación y a que encuentren alguien o algo por lo que vivir, entonces están curadas para largo plazo. Si lo único que hacemos es retirarles el veneno, entonces únicamente los habremos salvado temporalmente. Más tarde intentarán, de nuevo y en cualquier momento, suicidarse. También el miedo tiene diferentes efectos según las personas. Algunas se quedan blancas, otras se ponen rojas, algunas se vuelven histéricas y, de nuevo, otras se enmudecen. Si logramos explicarles lo que es el miedo y les mostramos que son suficientemente fuertes para poder superar y enfrentarse a todo, entonces no habrá nada que pueda asustarlas. El niño no volverá a tener miedo de esa sombra en la pared cuando se le dé una ve la y se le muestre cómo se originan esas sombras que bailan en la pared.

Durante demasiado tiempo hemos culpado a los agentes patógenos, resistentes a la alimentación y los hemos considerado como las causas de las enfermedades. Pero algunos de nosotros somos inmunes a epidemias de gripe, otras aman ese frescor que trae el viento frío, y otros muchos pueden comer queso y tomarse por la noche un café solo sin ponerse enfermos.

Nada en la naturaleza nos puede dañar si somos felices y armónicos, ya que precisamente para todo lo contrario está ahí la Naturaleza: para nuestro beneficio y disfrute. Sólo cuando permitimos que la duda y la depresión, la indecisión o el miedo crezca en nosotros, somos susceptibles ante las influencias externas. Por lo tanto, la verdadera causa que se esconde tras la enfermedad es el estado del paciente y no su constitución física.

Cada enfermedad, sea todo lo grave que se quiera, puede ser curada siempre que se recupere la felicidad del paciente y éste desarrolle el deseo de retomar la obra de su vida. Con frecuencia se necesita para ello una transformación mínima en su estilo de vida, cualquier idea fija insignificante que le hace intolerante frente a los demás, cualquier responsabilidad falsa que le esclaviza cuando podría hacer algo bueno. Existen siete maravillosos estadios en la curación de la enfermedad y son los siguientes:
Paz. Esperanza. Alegría. Confianza. Certeza. Sabiduría. Amor.

Capítulo 10. Para que nosotros mismos seamos libres, debemos dar libertad a los demás. 

La meta última de la humanidad es la perfección, y para alcanzar ese estado el hombre debe aprender a caminar ileso por entre las diferentes experiencias de la vida. Debe enfrentarse a todos los obstáculos y tentaciones sin permitir ser apartado de su camino. Si lo consigue, se verá libre de todas las dificultades, injusticias y padecimientos de la vida. Esa persona ha almacenado en su alma el amor perfecto, la sabiduría, el valor, la tolerancia y la comprensión que son el resultado de saber y ver todo, ya que el maestro perfecto es aquel que ha vivido todas las experiencias.

Nosotros podemos hacer de ese viaje por la vida una breve y satisfactoria experiencia cuando re conocemos que la libertad de servidumbre sólo se consigue si damos libertad a los demás. Seremos libres cuando demos libertad a los demás, ya que sólo podemos aprender a través de nuestro buen ejemplo, es decir, dando libertad a todas aquellas personas que tienen que ver con nosotros. Cuando demos libertad a cada ser vivo y a todos los que están a nuestro alrededor, entonces seremos nosotros libres. Si comprobamos que no intentamos controlar o manejar la vida del otro hasta en el más mínimo detalle, entonces nos daremos cuenta de que la intromisión ha desaparecido de nuestras vidas, porque son precisamente aquellas personas a las que tenemos maniatadas las que nos esclavizan. Érase una vez un hombre que estaba tan aferrado a sus propiedades que no pudo aceptar un regalo de Dios.

Nos podemos liberar fácilmente del dominio de los otros concediéndoles, primero, una libertad total y, segundo, negándonos suavemente a permitir ser dominados por ellos. Lord Nelson fue muy sabio cuando en una ocasión miró a través del telescopio con su ojo ciego. Sin obligación, sin oposición, sin odio y sin enemistad. Nuestros contrincantes son nuestros amigos, hacen que el juego merezca la pena, y al final del mismo todos deberíamos darnos la mano.

No sería lógico esperar que los otros hagan lo que queremos. Sus ideas son correctas, y aunque sus caminos discurran en una dirección diferente al nuestro, nuestra meta es la misma al final del camino. Comprobamos que no hacemos justicia a nuestros deseos si forzamos a los otros a que tengan los mismos.

Nos podemos comparar con una revista que es distribuida en los diferentes países del mundo: se dirigen a Asia, otras a Canadá, algunas otras a Australia y luego regresan al mismo puerto. ¿Por qué seguir entonces al barco que va al Canadá si queremos dirigirnos a Australia? Eso representa únicamente un retraso innecesario.

Aquí puede suceder de nuevo que no reconozcamos la pequeñez que nos tiene presos. Las cosas que nosotros queremos capturar son aquellas que nos capturan a nosotros. Eso puede ser una casa, un jardín, un mueble, etc. Incluso ellos tienen su derecho a la libertad. Las posesiones terrenales son finalmente perecederas, despiertan el miedo y la preocupación, porque nosotros en nuestro interior somos conscientes de su inevitable pérdida final. Estas cosas están ahí para que las disfrutemos, admiremos y las agotemos totalmente, pero no para que consigan un significado tan grande como para convertirse en cadenas.

Si damos libertad a todos y a todo lo que nos rodea, comprobaremos que seremos mucho más ricos en amor y propiedades que nunca anteriormente, ya que el amor que da libertad es el gran amor que une todavía más.

Capítulo 11. Sanación. 

Desde tiempos inmemoriales, la Humanidad ha reconocido que nuestro Creador, en su amor, ha hecho crecer hierbas en las praderas que nos permiten sanar, así como cereales y frutas para nuestro alimento.

Los astrólogos que han investigado las estrellas, y los homeópatas que han estudiado las plantas han buscado desde siempre el remedio que nos ayude a mantener nuestra salud y nuestra alegría de vivir.

Para encontrar el remedio que nos pueda ayudar, debemos encontrar primero la meta de nuestra vida, el objetivo al que aspiramos, y entender las dificultades de nuestra vida. A estas dificultades las denominamos errores o debilidades, pero no queremos dejarnos intranquilizar por ellas, ya que no son otra cosa más que la prueba de que estamos realizando grandes cosas. Nuestros errores deberían ser nuestros estimulantes, porque eso significa que tenemos grandes objetivos.

Debemos adivinar qué batallas podemos soportar y a qué enemigo intentamos vencer especialmente, entonces podemos recoger agradecidamente la planta que es apropiada para ayudarnos a vencer. Deberíamos aceptar esas plantas de la naturaleza como una riqueza medicinal, como el regalo divino de nuestro Creador para ayudarnos con nuestras dificultades.

Durante la verdadera curación no desaparece ningún pensamiento de la enfermedad. Lo que se tiene en consideración es el estado espiritual, sólo el problema espiritual. Lo que importa es dónde no nos hallamos en armonía con el plan divino. Esta desarmonía con nuestro yo espiritual puede provocar cientos de diferentes debilidades en nuestro cuerpo, ya que, al fin y al cabo, nuestro cuerpo lo que hace es reproducir el estado de nuestro espíritu, pero ¿qué papel juega? Si volvemos a poner en orden nuestro espíritu , entonces el cuerpo también sanará rápidamente. Resulta tal y como Cristo nos enseñó: “¿Qué es más fácil de decir que tus pecados te son perdonados, o levántate y anda?” Por eso queremos volver a dejar claro que nuestra enfermedad corporal no juega ningún papel. Es el estado de nuestro espíritu, y sólo eso, lo que importa. Ignoran do completamente la enfermedad que padecemos, debemos por ello sólo tener en cuenta a cuál de los siguientes tipos de personalidad pertenecemos.

Si se tuvieran dudas a la hora de elegir el remedio apropiado para cada uno, nos ayudaría si nos preguntásemos qué virtudes admiramos más en los otros o que defectos de las otras personas nos causan un rechazo más enérgico, ya que esos defectos que precisamente queremos eliminar en nosotros son los que más odiamos en las otras personas. De esta manera nos vemos incitados a eliminarlos en nosotros mismos.

Todos nosotros somos sanadores y, con nuestro amor y compasión, estamos en circunstancias para ayudar a aquellas personas que realmente quieren sanar. Busque el conflicto espiritual del paciente que se esconde tras la enfermedad, déle el remedio que le ayudará a superar ese defecto y todas las esperanzas y estímulos que le pueda entregar, y la fuerza curativa en él hará el resto.

Capítulo 12. Los remedios. 

ACHICORIA Timidez/Amor. 

¿Pertenece usted a ese grupo de personas que añoran servir al mundo? ¿A ese grupo que desea ardientemente dirigirse hacia los hombres con los brazos abiertos y bendecirlos? ¿A esas personas que quieren ayudar y consolar a los otros pero que, por algún motivo, se ven impedidas por las circunstancias o por otras personas? ¿Se da cuenta de que es dominado por unas pocas personas en lugar de servir a muchas otras, de tal manera que sus posibilidades de dar tanto de sí, tal y como usted desea, se ven muy limitadas? ¿Alcanza usted esa fase crítica cuando se da cuenta de que todas las personas cuentan con usted pero ninguno de manera especialmente fuerte?
En este caso, la maravillosa y azul achicoria que crece en los campos de cereales le ayudará a alcanzar su libertad, la libertad que tan necesaria es para todos nosotros antes de poder servir al mundo.

MÍMULO Miedo/Compasión. 

¿Pertenece usted a ese grupo de personas que son miedosas? ¿Pertenece a aquellos que tienen miedo de la gente o de las circunstancias de la vida? ¿Es de esos que van por la vida valientemente pero que, sin embargo, el miedo les quita la alegría de vivir? ¿Tienen miedo de cosas que jamás ocurren; de personas que, en realidad, no tienen ningún poder sobre usted; del futuro y de lo que él traerá consigo; miedo de caer enfermo o de perder la alegría; miedo de los convencionalismos o de otros cientos de cosas?
¿Desea luchar por su libertad pero, sin embargo, no tiene el valor de liberarse de las cadenas? Si ése es el caso, el mímulo que crece en las orillas de los ríos cristalinos le devolverá la libertad de amar su vida y usted aprenderá a tener el sentimiento de compasión más tierno para con las otras personas.

AGRIMONIA Intranquilidad/Paz. 

¿Es usted de aquellos que sufren perturbación de sentimientos, de aquellos cuya alma no encuentra la paz pero que, sin embargo, se abanderan como la víctima del mundo ocultando su tormento a sus semejantes, y que ríen, sonríen y hacen chistes ayudando a las otras personas a sentirse alegres mientras usted mismo padece? ¿Quiere combatir sus preocupaciones tomando alcohol y drogas para ser capaz de afrontar las difíciles pruebas de su vida? ¿Cree que en la vida necesita algo que le estimule para poder seguir adelante?
Si ese es el caso, la maravillosa agrimonia que crece en los bordes de los caminos y en las praderas, con sus flores con forma de torre de iglesia y sus semillas acampanadas, le aportará la paz y el entendimiento. La lección de esta planta reside en el hecho de que hace que usted sea capaz de conservar la paz en presencia de todas las pruebas y dificultades con las que se encontrará en la vida, hasta que ya nadie sea capaz de poder apartarle de esa paz.

SCLERANTHUS Indecisión/Estabilidad. 

¿Pertenece usted a ese grupo de personas a las que le resulta difícil tomar decisiones, formarse una opinión de algo cuando en usted mismo aparecen pensamientos contradictorios que le impiden decidirse por un camino? ¿Es capaz esa indecisión de bloquearle el camino y retrasar sus progresos? ¿A veces le parece correcta una cosa y, un momento después, otra distinta?
Si ése es el caso, usted debe aprender a actuar espontáneamente en circunstancias desafiantes, a desarrollar una opinión correcta y permanecer fiel a ella. En esas circunstancias ayuda ese pequeño y verde ovillo de un año que crece en los campos de cereal.

CLEMÁTIDE Indiferencia/Bondad. 

¿Es usted una de esas personas que creen que la vida no es particularmente interesante; de ese grupo que, al levantarse, desean no tener que enfrentarse de nuevo a otro día más; de aquellos que creen que la vida es tan difícil, tan dura y tan amarga que no hay nada que merezca la pena y piensan que podrían volver a dormirse, ya que no compensa el esfuerzo de hacer un intento? ¿Tienen sus ojos esa mirada que denota que usted no pertenece a este mundo, que todavía está en sus sueños y que encuentran sus sueños mucho más hermosos que la vida misma? ¿Están a menudo sus pensamientos con otra persona que ya ha abandonado este mundo? Si usted tiene ese sentimiento, aprenda a “mantenerse cuando no exista en usted nada más aparte de la voluntad que le ordena resistir” Con eso ha alcanzado una gran victoria.
La maravillosa planta, que adorna nuestros setos ahí donde el suelo está desnudo, la clemátide, cuyas semillas, que recuerdan a plumas, sólo desean ser arrastradas por el viento para así poder renacer de nuevo en cualquier sitio le ayudará a re encontrarse con la realidad, a enfrentarse con su vida, a encontrar su trabajo y le devolverá la alegría a su vida.

CENTAURA Debilidad/Fuerza. 

¿Es usted de esas personas que es utilizada por todo el mundo porque posee ese buen corazón que le impide decir que no a cualquier cosa? ¿Cede con tal de mantener la paz, en lugar de hacer lo que considera correcto porque, simplemente, no quiere luchar? ¿Pertenece usted a ese grupo de personas que tienen buenas intenciones pero que son pasivamente utilizadas, en lugar de elegir activamente su trabajo? Aquellos que han sido utilizados habrán recorrido un gran trecho del camino del servicio al prójimo una vez que hayan podido comprender que deben ser un poco más positivos en su vida.
La centaura, que crece en nuestras praderas, le ayudará a encontrar su verdadero yo, de tal manera que usted pueda actuar con iniciativa y positivamente en lugar de dejarse utilizar desde una actitud pasiva.

GENCIANA Duda/Entendimiento. 

¿Pertenece usted a ese grupo de personas con grandes ideales que tienen la esperanza de hacer algo bueno? ¿Es usted de aquellos que se desilusionan si no consiguen alcanzar rápidamente su meta? ¿Si logra su objetivo, es presa de un estado de ánimo eufórico, mientras que cuando aparecen dificultades se deprimen rápidamente?
Si ése es el caso, entonces la pequeña y amarga genciana, que crece en las praderas de nuestras colinas, le ayudará a permanecer fiel a su objetivo y a ser optimista, aun cuando las cosas se pongan difíciles. Esta planta le mantendrá siempre animado y le ayudará a tomar conciencia de que no existen fallos cuando se hace lo mejor que se puede, lo que también siempre parece ser el resultado más obvio.

VERBENA Entusiasmo exagerado/Tolerancia. 

¿Está usted en ese grupo que es presa de un entusiasmo exacerbado? ¿A esas personas que añoran llevar a cabo algo maravilloso y que desean hacer todo en un momento? ¿Le resulta difícil elaborar pacientemente su plan porque quiere tener rápidamente los resultados en sus manos? ¿Comprueba que su entusiasmo conduce a que, se comporte de una manera rígida con otras personas? ¿Quiere que los otros vean las cosas igual que las ve usted? ¿Intenta imponer a los otros su propia opinión y se muestra impaciente cuando no le obedecen?
Si ése es el caso, usted tiene en su poder el convertirse al mismo tiempo en una personalidad dirigente y en un maestro para los otros. La verbena, esa pequeña planta con florecillas malvas que crece en los setos, le ayudará a conseguir esas cualidades que usted necesita. Ella le otorgará bondad para con sus semejantes y tolerancia frente a las opiniones de los otros. Le permitirá tomar conciencia de que los grandes objetivos de la vida se alcanzan suave y tranquilamente, sin tensión ni estrés

IMPACIENCIA Impaciencia/Perdón. 

¿Pertenece usted a esas personas que, en lo más profundo de sí mismos, saben que tienen una tendencia hacia la crueldad? ¿Cuándo lucha y se siente importunado y molestado, le resulta difícil no enfadarse? ¿Permanece en usted el deseo de utilizar la fuerza para imponer su opinión a otros? ¿Es impaciente, consiguiendo esa a veces que Usted se convierta en una persona cruel? ¿Tiene su personalidad rasgos de un inquisidor?
Si ése fuera el caso, aspire a lograr la bondad y el perdón, y esa pequeña flor de color malva, esa balsámica portadora de glándulas que crece en las orillas de los ríos de la región del Valais, le traerá la bendición ayudandole durante su camino.

CERATOSTIGMA  Ignorancia/Sabiduría.

¿Es usted de aquellos que tienen la sensación de sentirse sabios? ¿De aquellos que opinan que podrían ser un dirigente o un filósofo de sus semejantes? ¿Opina que en usted mismo reside el poder de aconsejar a sus semejantes cuando éstos tienen dificultades, de poder suavizar su preocupación y de poderles ayudar siempre en sus problemas? ¿Si embargo, y a causa de una falta de confianza en sí mismo, no se encuentra en situación de lograrlo, quizás porque atiende demasiado a la voz de los demás y presta mucha atención a los convencionalismos del mundo? ¿Se da cuenta de que es precisamente esa falta de confianza en sí mismos, esa ignorancia sobre su propia sabiduría y su propia persona, lo que le conduce a la tentación de seguir de manera excesivamente rígida los consejos de los demás?
En ese caso, la ceratostigma le ayudará a encontrar su individualidad, su personalidad, liberándose de influencias externas, lo que le pondrá en situación de utilizar su enorme sabiduría para el bienestar de la humanidad.

HELIÁNTEMO Temor/Valor. 

¿Pertenece usted a ese grupo de personas que viven en una continua y profunda desesperación y temor? ¿Pertenece a aquellos que creen no poder soportar más? ¿A los que temen lo que ocurrirá: la muerte, el suicidio, la locura o cualquier terrible enfermedad? ¿O, quizás, tiene miedo de confrontarse con la desesperanza de las circunstancias de la vida material?
Si eso es así, aprenda a permanecer fuerte y a luchar por su libertad aun en circunstancias de grandes dificultades. La maravillosa, pequeña y amarilla flor del heliántemo le proporcionará el valor para alcanzar su objetivo.

VIOLETA DE AGUA Padecimiento/Alegría.

¿Se encuentra usted entre esas grandes almas que se esfuerza por servir a sus semejantes valientemente y sin protestar; que se afanan por llevar su padecimiento tranquilamente y sin resignarse que no admiten que su pesar influya en su trabajo diario? ¿Ha sufrido pérdidas importantes o ha vivido tiempos difíciles y, sin embargo, ha continuado viviendo tranquilamente? Si eso es así, entonces esa maravillosa flor acuática que se mueve libremente por la superficie de nuestros claros ríos le ayudará a percibir que, a través de su padecimiento, ha depurado y desarrollado un gran ideal que le ayudará a servir a sus semejantes aun cuando le hiera a usted mismo, a aprender a estar solo en este mundo y a lograr la gran alegría de la completa libertad, haciendo por ello un acabado servicio a la Humanidad. Y sólo con que eso se haga por una vez realidad, ya no supone sacrificio alguno, sino la maravillosa alegría de ayudar bajo todas las circunstancias. Además, esta pequeña planta le ayudará a comprender que todo lo que usted siempre ha considerado como cruel y triste sirve, en realidad, al bienestar de aquellos que usted compadece
Todos nosotros podemos hacernos con el valor necesario y conservar un corazón valiente ya que Dios nos ha puesto en este mundo para un objetivo aún mayor.

Él quiere que sepamos que somos sus hijos y que reconozcamos nuestra propia divinidad. Él desea que seamos perfectos, sanos y felices. Él pretende que sepamos que, a través de su amor, podemos conseguir todo, y nos recuerda que cuando lo olvidamos, entonces padecemos y pasamos a ser infelices. Él quiere que la vida de cada uno de nosotros esté llena de alegría, salud y un completo amor y servicio al prójimo, tal y como Cristo nos enseño: “Mi yugo y mi carga son ligeros”.

Estos remedios pueden ser elaborados por productores homeopáticos. También uno mismo los puede elaborar siguiendo los pasos que se describen a continuación: 

- Coja una fuente de cristal no muy honda y llénela con agua de río o, preferentemente, de una fuente. Introduzca suficientes flores de la planta deseada, de manera que la superficie esté cubierta. Deje la fuente bajo el sol el tiempo necesario hasta que las flores comiencen a marchitarse. Saque cuidadosamente las flores y reparta el agua en botellas, mezclándola con la misma cantidad de coñac para su conservación.
- Una sola gota es suficiente para preparar 0,2 litros (200 ml), con agua (dilución en agua de la solución stock o madre de arriba), de la que se tomarán las dosis necesarias utilizando como medida una cucharilla.
- La dosis debería ser medida en la forma que el paciente considere necesaria; para casos agudos tomar cada hora; en casos crónicos, tres o cuatro veces al día, hasta que se perciba una mejora y el paciente pueda prescindir del remedio.
- Y no olvidemos que siempre debemos agradecer a Dios que haya hecho crecer todas esas plantas medicinales para nuestra curación.

*******




LOS DOCE GRANDES REMEDIOS Y ALGUNOS EJEMPLOS DE SU USO Y PRESCRIPCIÓN 
(Febrero 1933). 

Los doce remedios con los que he trabajado en los últimos cinco años han revelado éxitos curativos tan prodigiosos y logrado curar tantas enfermedades de las denominadas incurables, incluso en casos en los que ha fracasado el tratamiento homeopático, que me preocupa explicar su aplicación de la forma más sencilla posible, de manera que incluso un laico en la materia pueda aplicarlos. Los remedios nunca desencadenan por sí mismos reacciones fuertes, ya que jamás provocan daños, independientemente de las cantidades en que se ingieran; y tampoco se producen efectos negativos cuando se administra el remedio correcto sí se consigue un efecto curativo
Ninguna de las plantas de las que he extraído estos remedios es venenosa. Todas son benefactoras; por eso no hay que tener ningún miedo a utilizarlas. 


El principio es el siguiente: hay doce estados espirituales, y cada uno de esos estados se corresponde con una planta curativa. Da lo mismo si la enfermedad es extremadamente grave o si se trata sólo de un ligero resfriado; el hecho de que dure unas cuantas horas o muchos años no juega ningún papel. Lo único decisivo para la selección del remedio adecuado es el estado espiritual. 


Los estados espirituales y los remedios correspondientes son los siguientes


1. En casos de emergencia, de gran peligro, ante el terror, el miedo o las depresiones, así como en todos los casos de emergencia en que la situación parece desesperada, administrese heliantemo. 


2. Para el miedo que no sea tan fuerte como el terror, administrese mímulo. 


3. Cuando el paciente esté intranquilo, medroso y atormentado, dele agrimonia.

 
4. Cuando el paciente esté indeciso, cuando nada parezca lo adecuado, cuando parece que unas veces necesita una cosa y otras la otra, déle scleranthus. 


5. Si el paciente está soñoliento, obnubilado, desganado, ausente, indiferente, y no hace ningún esfuerzo por recuperar la salud, no mostrando la menor alegría por la vida, e incluso en determinados casos anhelando la muerte, adminístrese clemátide. 


6. Para la autocompasión, cuando el paciente se siente maltratado y tiene la sensación de no merecer su padecimiento, admini
strese achicoria. 
7. El paciente al que le gustaría hacer tonterías, que no tiene la suficiente confianza en sí mismo para decidirse y escucha por ello el consejo de cualquiera, que prueba cualquier tratamiento posible que le proponen, necesita ceratostigma. 

8. Aquel paciente que está desalentado, que tiene éxito pero que siempre ve únicamente el la do negativo de las cosas y está deprimido, necesita genciana. 


9. Las voluntades fuertes que son difíciles de tratar porque siempre saben todo mejor y actúan según sus propias ideas, necesitan verbena. 


10. Para dolores fuertes, para el impulso de sanar lo más deprisa posible y para la impaciencia con los congéneres, administrese impaciencia. 


11. A los pacientes tranquilos y valientes, que no se quejan nunca, que no quieren intranquilizar a los demás por su enfermedad e intentan recuperar la salud por sus propias fuerzas, puede ayudarles la violeta de agua. 


12. A aquellos que están débiles, pálidos y sin vigor, que se sienten totalmente agotados y cansados, puede ayudarles la centaura. 


Los remedios se dosifican de la siguiente manera: 

 
tómense dos o tres gotas de la farmacia de remedios y échense en un frasquito de boticario normal, rellénese con agua, agítese bien y adminístrese el remedio en cucharaditas de té hasta la dosis requerida. En casos muy graves, cada cuarto de hora; en casos graves, cada hora, y en casos normales, tres o cuatro veces al día. En casos de pérdida de la conciencia, pueden humedecerse los labios del paciente con el remedio.
Si el estado del paciente mejora, con frecuencia es necesario cambiar de remedio, al igual que cambia su estado espiritual. En algunos casos pueden llegar a ser necesarias hasta media docena de diferentes plantas curativas. 


Tomemos un ejemplo: Un hombre de 35 años lleva cinco semanas afectado de reumatismo fuerte. Cuando lo examiné por primera vez, casi todas las articulaciones de su cuerpo estaban inflamadas e hinchadas. Sufría grandes dolores y tenía un gran miedo. El paciente estaba muy enfermo y parecía estar cercano al límite en que no podría soportar el dolor.
En las primeras veinte horas ingirió agrimonia cada hora, hasta que se apreció una notable mejoría y desaparecieron el dolor y la inflamación en todas las articulaciones, excepto en una articulación del hombro. El paciente se tranquilizó y su preocupación fue mucho menor. Continuó tomando agrimonia seis horas más hasta que pudo conciliar el sueño durante 4 horas seguidas. Cuando despertó, los dolores habían cesado. La siguiente etapa estuvo caracterizada por el miedo, miedo de que retornase el dolor, miedo de moverse para evitar que los dolores se instalasen de nuevo en sus articulaciones. En este estadio se prescribió mímulo, y al día siguiente el paciente pudo incorporarse, vestirse y afeitarse solo. A pesar del éxito curativo, el paciente se sentía sin ánimo y derrotado. Tomó genciana, y al tercer día volvía a estar completamente recuperado, yendo al cine y a la cantina del pueblo.
En otros casos sólo se necesita un único remedio, como en el ejemplo siguiente: A una joven de 18 años se le habían extirpado seis meses antes algunos quistes de gran tamaño en la glándula tiroides. Los quistes se regeneraron, y se le explicó que tenía que esperar hasta que fueran lo suficientemente grandes para operar de nuevo. Se trataba de una mujer delicada y menuda del tipo soñador, que no se preocupaba demasiado de su estado. Le prescribí clemátide, 3 veces al día durante una semana, con lo que los quistes desaparecieron completamente, y hasta la fecha, tres meses después, no existe ningún indicio de que se hayan regenerado, no siendo necesario seguir tomando el remedio.
Una paciente sufría reumatismo agudo desde hacía dos años. Durante ese tiempo estuvo constantemente ingresada en clínicas. Cuando la examiné por primera vez, tenía las manos rígidas y grandes dolores, los tobillos eran de un tamaño doble del normal y la paciente apenas podía andar. Además, tenía dolores en los hombros, en la nuca y en la espalda. La paciente era una mujer marcadamente afable, tranquila y valiente, que había soportado su enfermedad con una admirable paciencia y valentía. En este caso, lo más indicado era a todas luces la violeta de agua, y la paciente estuvo tomando el remedio durante 2 semanas, tiempo durante el cual pudo constatarse una lenta mejoría. Después, vino una gran fase de ligera autocompasión, que pudo superarse utilizando achicoria. Al cabo de 4 semanas, la paciente podía andar dos millas pero se sentía cada vez más insegura, por lo que se prescribió esclerantus. Más tarde, siguió una fase de ligera impaciencia, en la que deseaba poder volver a hacer todo lo que hacía antes, por lo que resultaba indicada la impaciencia. Al cabo de 8 semanas, la paciente era capaz de andar 4 millas y utilizar normalmente sus manos. Ya no tenía dolores y, excepción hecha de una insignificante rigidez e hinchazón del tobillo derecho, se hallaba completamente curada.
Una paciente de unos 40 años sufrió durante tres semanas dolores poco localizados en el vientre. Las glándulas situadas en la región inguinal, bajo las axilas y en la nuca, se habían hinchado rápidamente. El reconocimiento registró una fuerte hinchazón de las glándulas del vientre, y el análisis de sangre indicó una leucemia linfática aguda. Naturalmente, el pronóstico era extremadamente grave. La paciente se daba cuenta de que tenía una enfermedad maligna. Le entró el pánico y secretamente pensó que lo más sencillo sería cometer un suicidio. Estuvo tomando heliántemo unos días, lo que hizo que remitieran los dolores del vientre y la inflamación de las glándulas. Acto seguido cambió la postura vital de la paciente y la mejoría le dio nuevos ánimos. El miedo a la muerte había desaparecido, si bien secretamente temía que su estado era demasiado bueno para ser cierto, de ahí que estuviera 2 semanas tomando mímulo. Posteriormente, el estado de la paciente fue normal, y desde hace seis meses vuelve a sentirse completamente restablecida.
Un campesino sufría parálisis cervical que hacía que llevara la cabeza siempre inclinada hacia delante. Además, tenía debilitados los músculos oculares y los de la boca. Como era un hombre marcadamente voluntarioso, continuó asistiendo a su trabajo como de costumbre, negándose durante meses a someterse a un tratamiento. La verbena produjo su total curación en aproximadamente dos semanas.
Una paciente de unos 40 años sufrió asma en su infancia. Todos los inviernos se veía obligada a guardar cama aproximadamente 4 meses. Le habían puesto ya una cantidad increíble de inyecciones de adrenalina y se había sometido a todos los tratamientos de asma imaginables, sin conseguir una mejoría. Como muchos asmáticos, sufría la tos ferina y otras enfermedades de las vías respiratorias. Su enfermedad era un terrible tormento. La reconocí en diciembre de 1930 por primera vez, y a finales de enero de 1931 la enfermedad se había curado totalmente con ayuda de la agrimonia. El invierno de 1933 sufrió una ligera recaída, que pudo controlarse fácilmente. La paciente no tuvo que guardar cama. Desde entonces no se ha constatado ningún otro indicio de la enfermedad.


SOIS VÍCTIMAS DE VOSOTROS MISMOS 
(Conferencia en Southport, febrero de 1931). 


Para mí no resulta fácil dar este discurso delante de vosotros. Sois una sociedad de médicos, y yo os hablo también como médico. Pero la medicina de la que hoy quiero hablar aquí está tan lejos del parecer ortodoxo de hoy en día, que hace que este discurso apenas tenga nada que ver con la práctica actual, con la clínica privada o con la planta de un hospital tal y como actualmente las conocemos. 

Si ustedes, como seguidores de Hahnemann, no se hubieran adelantado mucho a la medicina ortodoxa de los últimos 200 años de aquellos que todavía predican las enseñanzas de Galeno, tendría un miedo rotundo a hablar sobre este tema. 
Pero las enseñanzas de su gran maestro y de sus seguidores han arrojado tanta luz sobre la naturaleza de la enfermedad, allanando el camino hacia la curación correcta, de tal manera que estoy seguro de que ustedes están preparados para avanzar conmigo un tramo de ese camino y saber aún más de la magnificencia de la salud total y de la verdadera naturaleza de la enfermedad y curación. 
La inspiración de Hahnemann hizo que la humanidad pudiera ver la luz en la oscuridad del materialismo cuando el hombre había llegado ya tan lejos que consideraba a la enfermedad como un problema puramente material que únicamente debía ser solucionado y curado con medios materiales. 

Al igual que Paracelso, él sabía que la enfermedad no podría existir si nuestro espíritu y nuestra inteligencia estuvieran en armonía. Fue por esto por lo que se puso en busca de remedios que pudieran sanar nuestro espíritu, trayéndonos así paz y salud. 
Hahnemann realizó un gran progreso y nos hizo avanzar un gran tramo de nuestro camino. Pero, para su trabajo, disponía únicamente del tiempo que puede dar de sí una vida y, por eso, ahora nos toca a nosotros retomar sus investigaciones en el punto en el que las dejó. Tenemos que continuar su trabajo sobre la curación absoluta, cuyos fundamentos ya había creado y cuya obra había comenzado de forma tan digna. 
El homeópata ya ha dejado de lado una gran parte de los aspectos innecesarios y de poca importancia de la medicina ortodoxa, pero aún tiene que avanzar más. Sé que ustedes quieren mirar hacia delante, ya que ni el saber del pasado ni el del presente son suficientes para aquel que busca la verdad. 
Paracelso y Hahnemann nos enseñan a no prestar excesiva atención a los detalles de la enfermedad, sino a tratar a la personalidad, al hombre que lleva dentro, en el convencimiento de que la enfermedad desaparece cuando nuestro ser espiritual y mental se encuentran en armonía. Este grandioso fundamento es la enseñanza fundamental que debe ser continuada. 
Lo siguiente que percibió Hahnemann fue cómo producir esa armonía, y pudo comprobar que la forma de actuar de las drogas y remedios de la antigua escuela, así como los elementos y plantas que él escogía, podía invertirse a través de una potenciación, de tal manera que la misma sustancia que ocasionaba envenenamientos y síntomas de enfermedad podía sanar esos males si era utilizada en una cantidad minúscula y preparada según un método especial. 
De ahí formuló el principio: Igual con igual se cura. Además, esto es un principio fundamental de la vida que él nos ha cedido para que continuemos con la construcción del templo cuyos planes le habían sido revelados. 

Si proseguimos la consecución de estos pensamientos, la primera y significativa conclusión a la que llegamos es la verdad sobre el hecho de que la enfermedad misma es eso que igual con igual se cura, ya que la enfermedad no es otra cosa que la consecuencia de una forma de actuar errónea. La enfermedad es el resultado natural de la desarmonía entre nuestro cuerpo y nuestra alma; es ese ,igual con igual se cura, porque es la enfermedad misma la que detiene e impide que nuestro comportamiento erróneo llegue demasiado lejos. Al mismo tiempo, la enfermedad es una lección que nos enseña a corregir nuestro camino y a armonizar nuestra vida con la órdenes de nuestra alma. 

La enfermedad es la consecuencia de una manera equivocada de pensar y de un comportamiento erróneo, y desaparecerá cuando esa forma de actuar y esos pensamientos sean puestos de nuevo en orden. Cuando está aprendida la lección del dolor, del padecimiento y del pesar, entonces la existencia de la enfermedad carece de sentido y desaparece automáticamente. 

Eso es lo que Hahnemann quería decir con su frase igual con igual se cura. 
Recorramos juntos todavía un trozo más del camino.
Una nueva y maravillosa perspectiva se abre frente a nosotros, y vemos que la curación verdadera se puede alcanzar, pero no apartando lo equivocado a través de lo equivocado, sino sustituyendo lo equivocado por lo correcto. Lo bueno sustituye a lo malo la luz a la oscuridad. 

Aquí se llega a comprender que ya no podemos seguir por más tiempo combatiendo la enfermedad con la enfermedad. Ya no podemos hacer frente a la enfermedad con los productos de la enfermedad. Ya no intentamos apartar las enfermedades con sustancias que las pueden ocasionar. Todo lo contrario, resaltamos la virtud opuesta que subsanará el error. 
La farmacopea del futuro inminente deberían contemplar únicamente aquellos remedios que tienen el poder de sacar lo bueno, mientras que deberían ser eliminados todos aquellos remedios cuya única cualidad es la de oponerse a lo malo. 
Es cierto que el odio puede ser vencido por un odio aún mayor, pero sólo podrá ser sanado por el amor. La crueldad puede ser evitada a través de una crueldad aún mayor, pero sólo podrá ser apartada si se desarrolla la compasión. En presencia de un miedo aún mayor, se puede perder y olvidar e propio miedo, pero la verdadera curación del miedo es el valor total. 
Y por este motivo, todos nosotros, los que pertenecemos a esta escuela de medicina, debemos concentrar nuestra atención sobre esos remedios maravillosos que Dios ha puesto en la naturaleza para que los utilicemos en nuestra curación, y entre los cuales se encuentran las beneficiosas y sobresalientes plantas medicinales. 
Claramente, en esencia es erróneo cuando se dice que igual con igual se cura. Aunque la idea de la verdad que tenía Hahnemann era correcta, sin embargo, la expresó de manera incompleta. Lo igual puede fortalecer a lo igual; lo igual puede apartar a lo igual, pero en el verdadero sentido de a curación, lo igual no puede sanar a lo igual. 
Cuando se escuchan las enseñanzas de Krishna, Buda o de Cristo, encontramos que ellas encierran perennemente el principio de que lo bueno vence a lo malo. Cristo nos enseñó a hacer frente a lo malvado, a amar a nuestros enemigos y a perdonar a aquellos que nos persiguen. Ahí no aparece ninguna curación en el sentido de que lo igual sana a lo igual. Por eso, en la verdadera sanación, así como en el desarrollo espiritual, siempre debemos aspirar a alcanzar lo bueno para expulsar lo malo; a lograr el amor para vencer al odio; a crear la luz para acabar con la oscuridad. Es por este motivo por el que debemos evitar cualquier sustancia nociva, cualquier producto perjudicial, y usar, por el contrario, todo aquello que haga bien y sea beneficioso. 


Sin ningún género de dudas, Hahnemann, se esforzó por transformar, a través de su método de la potenciación, lo erróneo en correcto, lo venenoso en virtud, pero resulta mucha más fácil emplear directamente los remedios que benefician y que hacen el bien.
La sanación está por encima de todas las cosas materiales y de cualquier ley. Es de origen divino y, por eso, no puede estar sujeta a cualesquiera de nuestros convencionalismos o a los patrones normales. Por consiguiente debemos elevar nuestros ideales, nuestros pensamientos y objetivos a maravillosas y sublimes dimensiones que nos han sido mostradas y enseñadas por los grandes maestros. 
¿No piensan por un momento que todo esto nos aparta de la obra de Hahnemann? Todo lo contrario, él indicó las grandes leyes fundamentales, las bases, pero él tuvo sólo una vida, y si hubiera continuado con su obra habría llegado, sin lugar a dudas, a los mismos resultados. Nosotros continuamos ahora con su obra y se la cederemos al siguiente estadio natural de desarrollo. 
Ahora queremos reflexionar sobre el hecho de por qué la medicina debe modificarse de manera inevitable. La ciencia de los anteriores 200 años ha considerado siempre a la enfermedad como un factor material que puede ser apartado a través de medios naturales. Por supuesto, todo esto es rotundamente falso. 
La enfermedad del cuerpo, tal y como nosotros la conocemos, es un resultado, un producto final, un estadio final de algo mucho más profundo. El origen de la enfermedad no se encuentra a nivel físico, sino, más bien, a nivel espiritual. La enfermedad es, en un 100%, el resultado de un conflicto entre nuestro yo espiritual y nuestro yo perecedero. Siempre que estos dos se encuentren en mutua armonía, nos encontramos totalmente sanos. Ahora bien, cuando ya no existe esa compenetración, tiene entonces como consecuencia lo que conocemos como enfermedad. 
La enfermedad es únicamente un correctivo. No es ni un castigo ni una crueldad, pero es el medio que emplea nuestra alma para indicarnos nuestros errores, impedir que cometamos fallos aún mayores y para evitar que se produzcan otros males, conduciéndonos de vuelta al camino de la verdad y de la luz, del que nunca deberíamos habernos apartado. 
En realidad, la enfermedad está al servicio de nuestro bienestar y hacer el bien, aunque deberíamos evitarla con que sólo tuviéramos el entendimiento correcto junto con el deseo de hacer lo que se considera correcto. 
Cualesquiera de los errores que siempre cometemos se muestran en nosotros mismos y ocasionan –según la naturaleza del error– desgracia, ausencia de bienestar o padecimiento. El objetivo reside en hacernos conscientes del efecto perjudicial de una actitud equivocada o de una forma errónea de pensar. Al producirse en nuestro caso resultados semejantes, se nos muestra cómo podemos causar aflicción a otras personas, infringiendo de esta manera la grandiosa y divina ley del amor y de la unidad. 
Para la comprensión del médico, la enfermedad misma indica el tipo de conflicto. Quizá se pueda ver todo esto más claro al ilustrarlo con ejemplos, para acercarles a la idea de que da igual la enfermedad que se padezca, el caso es que ésta aparece porque no reina el equilibrio entre la persona y la divinidad existente en esa persona. 
El dolor es la consecuencia de la crueldad, que ocasiona dolor en los otros, ya sea espiritual o corporal. Pero podrán estar seguros de que descubrirán en su propia persona una ruda forma de proceder o un pensamiento cruel cuando se analicen a sí mismos en los momentos en que padezcan dolor. Aparten de ustedes estas tendencias crueles y desaparecerá el dolor. 
Cuando alguna de sus articulaciones o algunos de sus miembros se encuentre agarrotado, podrán estar seguros de que esa misma rigidez está presente en sus espíritus, de que se encuentran aferrados a cualquier idea, principio o convencionalismo con el que deben romper. Si padece asma o tienen alguna dificultad a la hora de respirar, de alguna manera le están robando el aire a otra persona. Si sienten que se ahogan, es porque no tienen el valor suficiente para hacer lo correcto. Cuando se sienten débiles, entonces es porque están permitiendo que alguien impida a su fuerza vital penetrar en sus cuerpos. Incluso la parte del cuerpo afectada hace referencia a la naturaleza del error: la mano significa una forma errónea de actuar; el pie, que se comete un error al ayudar a los otros; el cerebro indica una falta de control; el corazón hace referencia a una carencia, exceso o a un comportamiento falso en el amor; el ojo muestra una falsa percepción y señala el hecho de que no se quiere ver la verdad cuando uno tiene que enfrentarse a ella. Igualmente, se puede profundizar en el motivo y la naturaleza de una enfermedad como una lección que el paciente debe aprender y su necesaria corrección. 
Permítame echar una breve ojeada al hospital del futuro. 
Será un oasis de paz, de esperanza y de alegría. No habrá lugar para las prisas y el ruido. No existirá ninguno de esos terribles aparatos y máquinas que hoy en día se utilizan. No se olerá a productos desinfectantes ni a anestesias. No aparecerá nada que recuerde a la enfermedad y al padecimiento. Los pacientes no serán continuamente molestados para tomarles la temperatura. No existirán reconocimientos diarios con estetoscopios y otros aparatos de exploración para grabar en el ánimo del paciente la naturaleza de su enfermedad. No habrá lugar para esas continuas tomas de tensión para transmitir al paciente la sensación de que su corazón palpita demasiado rápido. No aparecerán ninguna de estas cosas, porque todo ello dificultad la atmósfera de paz y tranquilidad que tan necesaria es al paciente para facilitar su pronta recuperación. Tampoco habrá ya necesidad de laboratorios, porque el análisis microscópico de los detalles, no tendrá ninguna importancia cuando se haya comprendido que es el paciente el que debe ser tratado y no la enfermedad. 
El objetivo de todas esas instituciones será el producir una atmósfera de paz, de esperanza, de alegría y de confianza. Todo lo que se haga será para que el paciente sea estimulado, a olvidar su enfermedad y a que aspire a su recuperación, corrigiendo al mismo tiempo cada uno de los fallos existentes en su naturaleza, y para que entienda la lección que debe de aprender. 
Todo será maravilloso y hermoso en el hospital del futuro, de tal forma que el paciente busque la manera de salir de ese lugar no sólo para liberarse de su enfermedad, sino también para desarrollar el deseo de llevar una vida en la que exista una mayor armonía con las órdenes de su alma de lo que ha existido hasta ahora. 
El hospital se convertirá en la madre de los enfermos. El hospital los tomará en sus brazos, los tranquilizará y consolará, proporcionándoles al mismo tiempo esperanza, confianza y valor para superar sus dificultades. 
El médico del mañana reconocerá que él, por sí mismo, no posee ningún poder para sanar al otro, sino que le fueron dados los conocimientos de cómo guiar a sus pacientes y lograr que la fuerza curativa sea canalizada a través de él para, de esta manera, liberar a los enfermos de sus padecimientos. Todo esto lo recibe el médico cuando dedica su vida al servicio de sus semejantes, al estudio de la naturaleza humana, de tal forma que pueda comprender parcialmente el sentido de esta naturaleza, y tiene un deseo de todo corazón de liberar a los hombres de sus padecimientos y de dar todo por ayudar a los enfermos. Entonces, su poder y capacidad de ayudar crecerá de forma directamente proporcional según la intensidad de su deseo y de su disponibilidad a servir. El médico comprenderá que la salud, al igual que la vida, depende única y exclusivamente de Dios, y sólo de él. Comprenderá también que los remedios que emplea sólo son remedios dentro del plan divino que contribuyen a conducir al afectado de nuevo hacia el camino de la ley divina. 
El médico del mañana no tendrá interés en la patología o en la anatomía patológica, ya que él investiga la salud. Para él no juega ningún papel el hecho de que, por ejemplo, la disnea sea producida o no por el bacilo de la tuberculosis, por el estreptococo o por cualquier otro microorganismo. Pero, por el contrario, será marcadamente importante para él el saber por qué el paciente al respirar tiene que padecer semejantes dificultades. Es insignificante el saber que parte del corazón es la que está dañada y, por contra, es tremendamente importante descubrir de qué manera el paciente ha desarrollado de manera equivocada su amor. Los rayos X ya no serán utilizados para examinar una articulación artrítica, sino que más bien se investigará la personalidad de paciente para descubrir dónde se encuentra el agarrotamiento en su alma. 
Los diagnósticos de las enfermedades ya no serán dependientes de los síntomas y muestras corporales, sino de la capacidad del paciente de corregir sus errores y de poder volver a estar en armonía con su vida espiritual. 
La formación del médico, englobará un profundo estudio de la naturaleza humana que conducirá a una gran percepción de lo puro y perfecto, a la comprensión del estado divino del ser humano, así como al conocimiento de cómo se puede ayudar a aquellos que padecen, de manera que su relación con su yo espiritual vuelva a ser armónica y en su personalidad se restablezca de nuevo la salud y la concordia. 
El médico del futuro estará en condiciones de poder averiguar el conflicto existente en la vida del paciente que ha ocasionado la enfermedad o desarmonía entre el cuerpo y el alma. Esto le permitirá darle al paciente el consejo que para él es el adecuado y tratarlo. 
El médico también tendrá que estudiar la naturaleza y sus leyes, estará familiarizado con las fuerzas curativas de la naturaleza de tal forma que pueda utilizar estos conocimientos para el beneficio del paciente. 
El tratamiento del mañana despertará, en esencia, cuatro cualidades en el paciente: 
1. Paz. 

2. Esperanza 

3. Alegría 

4. Confianza 

Todo el ambiente que le rodee, así como la atención, así como la atención que se le preste al paciente, estarán al servicio de ese objetivo. Al englobar al paciente en una atmósfera de salud y de luz, se apoyará su recuperación. Al mismo tiempo, los errores del paciente han sido diagnosticados, se ha conseguido que él los vea claros y ahora obtiene apoyo y ánimo para poder superarlos. 
Además, le serán suministrados los remedios maravillosos que han sido bendecidos por Dios con fuerzas curativas para abrir en él los canales que captan la luz del alma, de manera que la fuerza curativa penetre e invada al paciente. 
La manera de actuar de estos remedios consiste en elevar nuestras vibraciones y en abrir nuestros canales para que nuestro yo espiritual pueda sentir, en invadir nuestra naturaleza con la virtudes que necesitamos y en subsanar los errores que en nosotros ocasionan daños. Estos remedios son capaces, al igual que una música maravillosa o que todas esas magníficas cosas que nos inspiran, de elevar nuestra naturaleza y de acercarnos a nuestra alma, y, precisamente a través de esta forma de actuar, nos traen consigo paz y nos liberan de nuestros padecimientos. 
No sanan atacando la enfermedad, sino invadiendo nuestro cuerpo con las maravillosas corrientes de nuestra naturaleza ya más elevada, en cuya presencia cada enfermedad se funde como la nieve bajo los rayos del sol. 
Finalmente, estos remedios cambian la actitud del paciente frente a la salud y la enfermedad. 
Se debe acabar para siempre con el pensamiento de que se puede comprar el alivio de una enfermedad con oro o plata. La salud tiene, como la vida, un origen divino, y sólo puede ser alcanzada a través del empleo de medios divinos. Dinero, lujo o viajes pueden hacer que, de puertas para afuera, parezca que podemos comprar una mejora de nuestro estado corporal, pero todas estas cosas nunca nos podrán proporcionar la verdadera salud. 
El paciente del mañana entenderá que él, y solamente él, podrá liberarse de su padecimiento, aunque pueda recibir consejo y ayuda por parte de otras personas cualificadas que le apoyan en su esfuerzo. La salud, por tanto, existe cuando podemos hablar de armonía entre el alma, el espíritu y el cuerpo. Esta armonía es condición indispensable antes de que se pueda producir la curación. 
En el futuro, uno ya no se sentirá jamás orgulloso de estar enfermo. ¡Todo lo contrario! La gente se avergonzará tanto de su enfermedad como se deberían avergonzar de un asesinato. 
Ahora, quisiera aclararles cuáles son los dos estados del espíritu que, en nuestro país, provocan más enfermedades que cualquier otra causa. Estos son los grandes errores de nuestra civilización: la codicia y la falsa idolatría. 
La enfermedad nos ha sido otorgada a modo de correctivo. Ella es la consecuencia de nuestra manera errónea de proceder y de pensar. Sí, no obstante, podemos corregir nuestros errores y vivir en armonía con el plan divino, entonces la enfermedad nunca más nos buscará. 
En nuestra civilización, la codicia eclipsa todo. Tenemos ansias de bienestar, de posición social, de una elevada situación profesional, de honra mundial, de bienestar y popularidad. No obstante, esta ambición es inofensiva en comparación con otro tipo de apetencias. 
Lo peor de todo es la ambición de poseer a otra persona. Es cierto que este aspecto está tan extendido entre nosotros que lo consideramos correcto y adecuado. Sin embargo, esto no atenúa su aspecto negativo, ya que el querer poseer o influir sobre otros individuos o personalidades significa la usurpación del poder de nuestro Creador. 
¿Cuántas personas podría encontrar entre sus amigos o familiares que sean realmente libres? ¿Cuántas no están ligadas o se ven influenciadas o dominadas por otras personas? ¿Cuántas de ellas podrían afirmar cada día, cada mes, cada año, que únicamente obedecen los dictados de su alma y que le son indiferentes las influencias de otras personas? 
Y, sin embargo, cada uno de nosotros es un alma libre que solamente debe responder ante Dios de sus acciones y, también de sus pensamientos. 
Quizá la lección más grande de la vida es la de aprender a tener libertad. Libertad respecto a las circunstancias que nos rodean, frente a nuestro ambiente cotidiano, frente a otras personalidades y frente a nosotros mismos, ya que en tanto no seamos libres no podremos estar en situación de darnos totalmente y de servir a nuestros semejantes. 
Analicemos ahora si somos víctimas de una enfermedad o cualquier otra dificultad, si nos vemos rodeados de personas o de amigos que nos molestan, si vivimos con personas que nos dominan y nos ordenan, que se inmiscuyen en nuestros planes o que impiden nuestro desarrollo. Nosotros mismos somos los responsables de ello. El motivo de todo esto es que, dentro de nosotros, existe una tendencia que obstaculiza la libertad del otro, o bien nos falta el valor de reafirmarnos en nuestra propia individualidad y re reivindicar nuestro derecho a nacer. 
En el momento en el que hayamos dado una completa libertad a todos nuestros semejantes, cuando ya no sintamos el deseo de unir otras personas a nosotros y de limitarlas, cuando nuestro único pensamiento consista en dar y no en tomar, entonces, en ese momento, seremos verdaderamente libres. Nuestras ataduras caerán y romperemos las cadenas y, por primera vez en nuestra vida, sabremos de la extraordinaria alegría que proporciona la libertad absoluta. Liberados de todas las limitaciones humanas, serviremos diligentemente y llenos de alegría sólo a nuestro más elevado yo. 
El ansia de poder se ha desarrollado tanto en el mundo occidental, que hace necesaria la aparición de graves enfermedades antes de que la persona afectada pueda reconocer su equivocación y corregir su comportamiento. Y, según la intención con la que dominemos a nuestros semejantes, debemos de padecer en tanto que lo que nos hayamos atribuido no le competa al ser humano. 
La libertad completa es nuestro derecho de nacimiento, y solamente la podemos alcanzar cuando le concedamos esa libertad a cada alma viva que se nos cruce en nuestro camino, puesto que, en verdad, recogemos lo que sembramos, tal y como dice el dicho: El que no siembra no recoge. 
Al igual que irrumpimos en la vida de otra persona, ya sea joven o mayor, eso debe de tener repercusiones en nosotros. Cuando limitamos sus actividades, de alguna manera podemos comprobar que nuestro cuerpo se ve también limitado por una especie de rigidez. Sí, además, les proporcionamos dolor y padecimiento, entonces debemos estar preparados para padecer lo mismo hasta que nos hayamos enmendado. Y no existe ninguna enfermedad, ni siquiera una ten grave, que no sea necesaria para examinar nuestras actuaciones y modificar nuestro comportamiento. 
Aquellos de ustedes que padezcan bajo el dominio de otras personas, pueden adquirir un nuevo valor, ya que eso significa que se ha logrado un paso más en su desarrollo, en el que se le imparte la lección de cómo volver a recuperar su libertad. Y, exactamente, el dolor y padecimiento que se soporta es la lección que les permitirá poder corregir sus propias equivocaciones. Y, tan pronto como hayan reconocido estos errores y los hayan corregido, desaparecerán las dificultades. 
Para poder llevar esto a cabo, se deben practicar grandes bondades. No se puede, jamás, herir a otra persona a través de un pensamiento, una palabra o un hecho. Pensemos que todas las personas trabajan en su propia liberación, yendo por la vida aprendiendo las lecciones que les son necesarias para la perfección de su propia alma. Esto lo deben hacer para ellos mismos. Deben tener sus propias experiencias, reconocer las trampas de la vida y, a través de sus propias fuerzas, encontrar el camino que conduce a la cumbre. Lo más maravilloso que podemos hacer, ahora que poseemos un poco más de conocimiento y experiencia que nuestros jóvenes, es conducirlos suavemente. Si nos prestan atención, estupendo. En caso contrario, debemos esperar hasta que hayan tenido otras experiencias que deben hacerles conscientes de sus emociones y, entonces, quizás se dirijan de nuevo a nosotros. 
Deberíamos aspirar a ser útiles de manera bondadosa, tranquila y paciente, a movernos entre nuestros semejantes como un soplo de viento o un rayo de sol. Tendríamos que estar siempre preparados para ayudar cuando nos lo pidan, pero nunca debemos imponerles nuestros puntos de vista. 
Y ahora quisiera hablar sobre otro gran impedimento que se interpone a la salud y que hoy en día está muy extendido. Se trata de uno de los mayores impedimentos con los que se encuentra los médicos en su esfuerzo por sanar al paciente. Es un impedimento que es una forma de divinización, Cristo dijo: “No se puede servir al mismo tiempo a Dios y al dinero”, y, sin embargo, el dinero es una de las piedras con que tropezamos más a menudo. Hubo una vez un glorioso y magnífico ángel, que se le apareció a San Juan, cayendo éste de rodillas presa de la admiración a la vez que le adoraba, pero el ángel le dijo: “No debes arrodillarte ante mí, ya que soy tu siervo y el siervo de tu hermano. Adoremos a Dios” Y, sin embargo, hoy en día miles de personas no adoran a Dios, ni siquiera a un poderoso ángel, sino a un semejante. Les puedo asegurar que una de las mayores dificultades que debemos superar es el endiosamiento de un mortal. 
Qué habitual es la frase: “Debo preguntar a mi padre, a mi hermana, a mi marido... “ ¡Qué tragedia! Imaginarse que un alma humana que lleva adelante su evolución divina deba pararse para pedir permiso a un semejante. ¿A quién cree que debe agradecer su origen, su vida? ¿A un semejante o a su creador? 
Debemos comprender que únicamente debemos responder ante Dios de nuestros pensamientos y de nuestras actuaciones. Y que, de hecho, se trata de una falsa idolatría el dejarse influenciar por los otros mortales, el seguir sus deseos o el tener en cuenta sus necesidades. La penalización es muy grave, nos ata, nos lanza a la cárcel y limita nuestra vida. Y eso debe ser así porque no nos merecemos otra cosas si obedecemos las órdenes de otros semejantes sabiendo que todo nuestro yo sólo debería conocer una orden y ésa es la de nuestro Creador, que nos ha regalado nuestra vida y nuestra comprensión. 
Pueden estar seguros de que la persona que se siente obligada con su mujer, con su hijo o con un amigo, es un idólatra que sirve al dinero y no a Dios. 
Recordemos las palabras de Cristo: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?, lo que significa que cada uno de nosotros, seamos lo pequeño e insignificante que queramos, está aquí para servir enteramente a nuestros semejantes, a la humanidad y al mundo, y nunca, ni siquiera durante el más breve momento, debe seguir las órdenes de otra persona cuando éstas contravengan de cualquier manera los motivos que reconocemos como las órdenes de nuestra alma. 
Sean el capitán de sus almas, el maestro de sus destinos (lo que significa que, sin prestar ningún tipo de resistencia, se dejen dominar y guiar por la divinidad que existe en ustedes a través de otra persona o de una circunstancia), vivan siempre en armonía con las leyes de Dios y sean sólo responsables ante Dios, que nos ha regalado nuestra vida. 
Quisiera desviar todavía su atención hacia otro punto. Piensen siempre en la orden que Cristo dio a sus discípulos: “No os opongáis a lo negativo.” La enfermedad y los errores no se vencen a través de la lucha, sino al sustituirlos por lo bueno. La oscuridad desaparece con la luz y no con más oscuridad; el odio lo hace con el amor, la crueldad con la compasión y la enfermedad con la salud. 
Nuestro objetivo reside únicamente en reconocer nuestros errores y en esforzarnos por desarrollar la virtud que se le opone, de tal forma que el error desaparece al igual que la nieve se funde bajo el sol. No luchen contra sus preocupaciones. No batallen con sus errores y debilidades, es mucho mejor que los olviden y se concentren en el desarrollo de las virtudes necesarias. 
Resumiendo. Podemos reconocer la importancia que, en el futuro, tendrá la homeopatía en la superación de enfermedades. Ahora, cuando hemos comprendido que la enfermedad en sí significa Igual con Igual se cura, que nosotros mismos somos los culpables de la enfermedad, que ésta aparece para corregir nuestros errores, representando en última instancia un bien para nosotros, y que podemos evitarla si aprendemos las lecciones necesarias y corregimos esos errores antes que sean necesarias otras lecciones del dolor aún más difíciles. Esto es la consecución natural de la magnífica obra de Hahnemann. La consecución lógica de este pensamiento se le hizo patente a él conduciéndonos un paso más adelante hacia una comprensión completa de la enfermedad y la salud, y ése es el estadio en el que superamos el vacío existente entre lo que él nos ha legado y el ocaso del día, cuando la humanidad haya hecho semejante progreso, pudiendo así recibir directamente la grandeza de la sanación divina. 
Aquel médico juicioso que escoja esmeradamente sus remedios de las beneficiosas plantas de la naturaleza, estará en situación de ayudar a sus pacientes, de abrir los canales que posibilitan una mayor unidad entre cuerpo y alma, desarrollando, por lo tanto, las virtudes que son necesarias para subsanar los errores. Esto proporciona a la humanidad la esperanza de una verdadera salud en conexión con progresos espirituales. 
Para los pacientes, es necesario que estén preparados para confrontarse con la realidad de que la enfermedad es, única y exclusivamente fruto de sus propios errores, al igual que el precio del pecado es la muerte. Deben desear corregir esos errores, llevar una vida mejor y más plena de sentido, y reconocer que la sanación, depende únicamente de sus propios esfuerzos, aunque puedan ir al médico para que les ayude y guíe. 
La salud ya no se puede conseguir con dinero, igual que un niño no puede comprar su educación. No hay ninguna suma de dinero capaz de enseñar a un niño a escribir. Él lo debe aprender bajo la dirección de un profesor experimentado, y exactamente igual es el comportamiento de la salud. 
Existen dos grandes mandamientos: Ama a Dios y a tus semejantes. Queremos desarrollar nuestra individualidad de forma que consigamos una completa libertad para servir al divinidad en nosotros mismos y, únicamente, a esa divinidad. Y deseamos darle a todos los otros una completa libertad y servirles de la manera en que esté en nuestro poder según las leyes de nuestra alma. Y la capacidad de servir a nuestros semejantes aumenta al hacerse cada vez mayor nuestra propia libertad. 
Por este motivo, debemos enfrentarnos al hecho de que nosotros mismos, exclusivamente, somos los responsables de nuestra enfermedad, y de que el único tratamiento reside en corregir nuestros errores. Toda verdadera curación aspira a representar para el paciente un apoyo para armonizar su alma, su espíritu y su cuerpo. Eso solamente lo puede llevar a cabo él mismo, aunque el consejo y la ayuda de una persona experimentada puedan representar una gran ayuda en todo ello. 
Tal y como Hahnemann expuso, toda sanación que no haya procedido del interior perjudica. Toda recuperación aparente del cuerpo, conseguida a través de métodos materiales o por la actuación de otra persona, que no cuente con la ayuda propia del paciente, puede aportar seguramente cierto alivio corporal, pero dañará nuestro más elevado yo, ya que la lección no ha sido aprendida ni los errores subsanados. Cuando se piensa en las numerosas curaciones artificiales y superficiales que se llevan a cabo hoy día con la ayuda del dinero y de métodos médicos equivocados: son métodos falsos porque simplemente acallan los síntomas proporcionando un alivio aparente sin haber eliminado las verdaderas causas. 
La sanación debe proceder de nuestro propio interior al reconocer nuestros errores, corregirlos y conseguir que nuestra vida esté en armonía con el plan divino. Y dado que nuestro Creador, en su bondad, nos ha proporcionado ciertas plantas medicinales bendecidas por él que nos deben ayudar a lograr nuestra victoria, queremos buscar estas plantas y utilizarlas tan bien como nos sea posible, para así ascender la montaña de nuestra evolución hasta que llegue el día en el que hayamos alcanzado la cima de la perfección. 
Hahnemann había reconocido la verdad de que Igual con Igual se sana, que en realidad significa que la enfermedad cura a la manera equivocada de proceder, que la verdadera sanación no es otra cosa que un nivel más alto, y que el amor y todos sus atributos expulsan a lo equivocado. 
él reconoció que en la verdadera sanación no debe ser utilizado nada que retire al paciente su propia responsabilidad, sino que sólo deben ser empleados aquellos remedios que le ayuden a superar sus propios errores. 
Ahora sabemos que ciertos remedios en la farmacopea homeopática tienen el poder de superar nuestras vacilaciones, dotando, por lo tanto, de una mayor armonía a nuestro cuerpo y a nuestra alma y sanando a través de la armonía alcanzada de esta manera. 
Finalmente, es nuestra labor depurar la farmacopea, así como añadirle nuevos remedios, hasta que sólo contenga aquellos que son beneficiosos y conmovedores. 


*********
Material extraído de:
http://www.salud.bioetica.org/california.htm


Flores de California

A partir de la década del 70, la Flower Essence Society estudió una serie de flores, denominadas “Flores de California” que conservan el espíritu y la filosofía de la terapia floral de Bach, pero que tiene la particularidad de haber incorporado algunas con efectos muy adecuados a los problemas más comunes del presente, como ser el estrés tan habitual en las grandes ciudades, las disfunciones sexuales, el envejecimiento, las adicciones, etc. Además, las Flores de California se combinan perfectamente con las flores de Bach para determinados problemas, potenciando aún más sus efectos positivos.
 
Las 72 esencias básicas y sus aplicaciones primarias:

 
Aloe Vera: cansancio
Arnica: golpes.
Basil: castidad y culpas
Blackberry: pasividad
Black-Eyed Susan: represión
Bleeding Heart: identificación simbiótica
Borage: tristeza
Buttercup: desvalorización
Calendula: comunicación deficiente
California Pitcher Plant: Desequilibrios
California Poppy: ambición.
California Wild Rose: desgano.
Cayenne: aburrimiento.
Chamomile: ansiedad.
Chaparral: estrés.
Corn: desubicación.
Dandelion: cansancio.
Deer Brush: confusión, disociación.
Dill: estrés cotidiano.
Dogwood: trauma.
Filaree: detallismo.
Forget me not: preocupación por trascender.
Fuchsia: control de sentimientos.
Garlic: temores
Golden Ear Drops: recuerdos dolorosos.
Goldenrod: personalidad indefinida.
Hound's Tongue: materialismo
Indian Pink: confusión.
Iris: insatisfacción.
Larkspur: rigidez.
Lavander: extrema sensibilidad.
Lotus: equilibrante.
Madia: distracción.
Mallow: retraimiento.
Manzanita: repulsión.
Mariposa Lily (Azucena): nutrición. 

Morning Glory (Ipomoea violacea): autodestrucción.
Mountain Pennyroyal: actitudes negativas.
Mountain Pride: pesimismo.
Mugwort (Artemisa): tensión extrema.
Mullein (Verbasco): traiciones.
Nasturtium (Berro): agotamiento mental.
Oregon Grape: desconfianza.
Penstemon: desafío.
Peppermint: pasividad mental.
Pink Monkeyflower: temor.
Pink Yarrow: sensibilidad
Pomegranate (Granada) : femeneidad conflictiva.
Quince: rigidez y poder.
Rabbitbrush: minuciosidad.
Sagebrush: transformación.
Saguaro: poder y autoridad.
Saint John's Wort: miedo.
Scarlet Monkeyflower: rabia.
Scotch Broom: total pesimismo.
Self Heal: Autocuración
Shasta Daisy: confusión.
Shooting Star: dificultad de inserción.
Star Thistle: posesividad.
Star Tulip: miedo a expresión femenina.
Sticky Monkeyflower: problemas sexuales.
Sunflower: masculinidad.
Sweet Pea: aislamiento social.
Tansy: dudas.
Tiger Lily: femineidad.
Trillium: envidia.
Trumpet Vine: conflictos de expresión verbal.
Violet: timidez
Yarrow: debilidad de carácter.
Yerba Santa: melancolía.
Zinnia: rigidez expresiva.






LA PROBLEMÁTICA DE LA ENFERMEDAD CRÓNICA.

(Conferencia pronunciada en el Congreso Homeopático Internacional de 1927)

En las más antiguas tradiciones de la historia de la medicina encontramos ya la prueba de que, consciente o inconscientemente, se conocía lo que hoy distinguimos como intoxicación intestinal, algo de lo que dan fe los remedios y medicamentos utilizados por los primeros médicos, remedios de los que una gran parte tenían un efecto purgante y estimulante de las secreciones biliares, con lo que provocaban la limpieza del intestino. En los siglos de ejercicio de la ciencia médica se han ido experimentando los más diversos métodos siempre por razones parecidas, e incluso hoy día gran parte del moderno tratamiento se basa en dietas y medicamentos especiales, el incluso la cirugía se sustenta en ideas similares.

El conducto digestivo tiene que tener a la fuerza una gran importancia. Su superficie es mayor que la superficie epitelial de nuestro cuerpo. Además, está capacitado para absorber líquidos, una facultad que nuestra piel no posee en la misma medida. Ustedes pueden bañarse en cianuro potásico sin enfermar por ello. Sin embargo, la más mínima cantidad de cianuro potásico en el estómago podría ser letal. Ustedes podrían bañarse en aguas infectadas por las bacterias del tifus y de la difteria, o por otro tipo de bacterias, sin sufrir daños, pero si una cantidad microscópicamente pequeña de estos gérmenes alcanzaran la boca, las consecuencias podrían ser muy graves, e incluso mortales.

El contenido del tracto intestinal es el medio en el que vivimos y del que obtenemos nuestros líquidos y nuestro alimento. Es similar al agua en que vive la ameba unicelular. Es de una importancia capital que se halle limpio y que contenga las sustancias necesarias para la vida, y además no puede contener ninguna sustancia que al ser absorbida pudiera producir daños al organismo por no haber mecanismo de defensa contra ella.

Es un auténtico misterio de la naturaleza el hecho de que sea capaz de eliminar los contenidos intestinales más variados, algo que se desprende del hecho de que se ha demostrado la capacidad de adaptación de todas las razas. Pensemos por un momento en los diferentes hábitos alimenticios que hay en cada país. Piensen en la cantidad de composiciones diferentes que puede tener el quimo intestinal como consecuencia de las diferencias de alimentación. Y a pesar de todo, las razas sobreviven. Hasta ahora el castigo por una mala alimentación no es la muerte, sino la enfermedad; no la extinción del hombre, sino su degeneración.

Lo más probable es que la raza humana viviera originariamente de alimento crudo, de frutas y alimentos de los trópicos, y el conducto digestivo humano se desarrolló para poder procesar ese alimento. Pero los descendientes de aquella raza emigraron a zonas climáticas más frías, y muchas son las naciones que viven casi exclusivamente de alimentos cocinados, algo que modifica completamente el contenido del intestino: pero la raza sobrevive. No obstante, la humanidad no se sustrae del todo al castigo. Padece cientos de enfermedades, sufre un estado de salud debilitado y la pérdida de vitalidad física.

Es bastante improbable que el hombre pueda retornar alguna vez a un estado primigenio, y aun cuando esto sucediera, en último término no nos afecta. Nos interesamos por los miles de millones de hombres de nuestro siglo y del futuro cercano que quieren vivir como nosotros lo hacemos ahora y que claman a voz en grito por la salud y por verse libres de sus padecimientos. Debemos rendir justicia a las necesidades actuales en lugar de cruzarnos de brazos esperando un futuro ideal. Cuando una raza vive de una alimentación contra–natural, el contenido intestinal se modifica tanto química como física o bacteriológicamente. Todos estos factores juegan su papel, pero en las personas con las que tenemos que tratar, la alteración bacteriológica es la más decisiva.

Mientras en nuestra dieta tomemos fruta, ensaladas y otros alimentos crudos, los factores químicos y físicos pueden mantenerse dentro de límites normales mediante una alimentación que no se diferencie demasiado de la alimentación de la civilización. De esta forma, dentro de los límites de los hábitos alimenticios que son incompatibles con las posibilidades que ofrecen las economías domésticas y los restaurantes públicos, pueden evitarse modificaciones extremas del estado físico y químico normal. Soy de la opinión de que es posible comer diariamente en restaurantes y seleccionar los platos de tal forma que el intestino se mantenga limpio dentro de límites razonables, sin necesidad de que rechacemos unos platos por nuestros prejuicios o prestemos demasiada consideración a otros. Pero aunque esto sea posible, no se deduce de ello que este hábito alimenticio sea suficiente para curar la enfermedad.

Ése puede ser el caso en contadas situaciones, pero, tratándose de infecciones crónicas o agudas, a la larga el elemento bacteriano se opone a la mejoría del contenido intestinal, por lo que hay que aplicar otros métodos para acelerar el proceso de curación. De ahí que la infección bacteriana tenga mucha mayor importancia que un estado química o físicamente anormal del intestino, ya que es mucho más difícil de tratar.

¿Tienen ahora clara la diferencia que existe entre el contenido del intestino grueso de una persona que se alimenta de dieta cruda y el de otra que se nutre de alimentos cocidos?

En este último caso, que es el que nos encontramos en el hombre civilizado, el contenido intestinal tiene olor pútrido, color oscuro y es alcalino. Contiene muchos productos de descomposición, y el contenido intestinal se compone de bacilos coli, estreptococos y organismos esporíferos. Compárenlo con un hombre sano que se alimente de dieta cruda.

El contenido del intestino grueso es en ese caso inodoro y ácido. Está libre de productos de descomposición, y su contenido bacteriano se compone de bacterias lácticas y algunos bacilos coli.

Para cualquiera que esté familiarizado con este hecho es suficiente razón para reflexionar seriamente.

En muchos casos puede lograrse la curación incluso sin llegar a cambiar una alimentación poco natural, si bien no voy a negar que la combinación conseguiría mejores y más duraderos resultados.

Respecto a una alimentación sana, tiene una gran importancia el hecho de que, satisfaciendo las necesidades del cuerpo, nos preocupemos de que la reacción del intestino grueso se realice en medio ligeramente ácido, en lugar del medio alcalino habitual en la civilización occidental. El ácido está relacionado con el crecimiento del bacilo de la fermentación del ácido láctico, y este organismo necesita a su vez hidratos de carbono para poder multiplicarse. El almidón normal se transforma en azúcar bastante antes de alcanzar el intestino grueso, pero la avena cruda, o, mejor aún, las nueces molidas, son excepcionales para dotar al cuerpo de un almidón que apenas se transforma en azúcar en el tracto superior del intestino.

No creo que se haya demostrado que el grupo de bacterias del que trata la presente conferencia sea la causa de la enfermedad. Pero afirmo que estas bacterias de las que estoy hablando están presentes en todos los pacientes, que se hallan ligadas a la enfermedad crónica, y que utilizando los remedios que obtenemos de estas bacterias tenemos un arma eficacísima para luchar contra todo tipo de enfermedad crónica.

Quisiera dirigir ahora mi atención sobre la consideración que se les da a estos organismos cuando se detectan, organismos que son un indicio de enfermedad potencial o ya existente y que se presentan en la gran mayoría de nuestros semejantes. Podemos preguntar: ¿Por qué no es siempre posible demostrar la enfermedad si estas bacterias son tan perjudiciales? La respuesta es que su virulencia no se manifiesta de forma inmediata, y que las personas que tienen buena salud pueden estar expuestas a estas sustancias nocivas durante años sin sentir ningún malestar evidente. Pero a medida que aumenta la edad y baja es estrés físico permanente de tener que rechazar estos organismos u otras circunstancias que conduzcan al brote de la enfermedad, se hacen patentes las repercusiones dañinas, e instantáneamente se debilitan las defensas corporales contra dichos gérmenes, manifestándose la enfermedad. La razón de todo ello es que normalmente el hundimiento de las defensas no se produce antes de la mediana edad, cuando empuja la siguiente generación, y cuando la resistencia contra estos organismos no tiene una fuerza especialmente activa, pues es frecuente comprobar que la naturaleza, si bien es muy cuidadosa en todo, a menudo se despreocupa cuando se trata de una vida aislada. De manera similar, el largo período de incubación de la tuberculosis llevó a la creencia mantenida durante muchos años de que no era una enfermedad contagiosa.

Los gérmenes de los que estoy hablando son bacterias gram–negativas del grupo coli del tifus. Lo importante de todo ello es que no están capacitadas para producir la fermentación del ácido láctico, lo que las diferencia del bacilo coli.

No son patógenas en el sentido habitual del término, como los agentes patógenos del tifus o la disentería, y en el pasado se les solía considerar poco importantes. No son exactamente idénticos, pero están muy emparentados con estos organismos y pertenecen a su mismo grupo.

Probablemente su número sea inconmensurablemente elevado, tal vez infinito. Es posible estudiar cientos de estos gérmenes sin encontrar dos especies idénticas.

No obstante, podemos clasificarlos en grupos, aunque esto represente una clasificación un tanto grosera, dado que cada grupo incluye una multitud interminable de sub–especies que se diferencian entre sí por detalles minúsculos.

A tal efecto, estas bacterias que no fermentan el ácido láctico se clasifican en los seis grupos siguientes:

Disentería Gaertner
Faecalis alcaligenes Morgan
Proteus Colis mutable

Se agrupan en función de su capacidad de producir la fermentación de diferentes clases de azúcares, para lo cual se han utilizado pocas clases para mantener lo más reducido posible el número de grupos. Cuando se utiliza una vacuna autógena carece de importancia para el tratamiento definir con precisión el organismo, y el organismo polivalente se extiende por un amplio espectro que contiene muchos representantes de cada subgrupo. Por lo tanto, se trata de bacterias que la mayoría de las veces se consideran inofensivas, pero que en realidad son un síntoma de una enfermedad crónica, y, cuando se utilizan correctamente, un remedio contra la misma.

La prueba clínica de su poder curativo es demasiado convincente para dejar paso a la duda, algo sobre lo que volveré enseguida, pero en los laboratorios se van acumulando las pruebas de carácter no clínico que confirman la relación existente entre estos organismos y la enfermedad.

Examinando a diario las heces de un paciente, y registrando en una tabla los porcentajes de organismos existentes, puede establecerse la relación existente entre su estado de salud y la cantidad de bacterias encontradas.

Con el tal porcentaje me refiero a la relación entre el número de organismos anormales que no fermentan la lactosa y el número de bacilos coli presentes. Hablando en términos generales, se considera normal que sólo existan bacterias coli, pero estas bacterias anormales pueden encontrarse en cualquier porcentaje (desde 1 a 100%) en las colonias.

Por la variación que sufre la cantidad de estos gérmenes durante el tratamiento, puede determinarse hasta cierto grado la probable reacción del paciente.

Existe una regla nemotécnica que dice que los organismos encontrados en cada paciente no modifican su especie. Es decir, el grupo Gaertner no parece transformarse en gérmenes del Morgan o del grupo Proteus.

Cuando se examinan a diario las deposiciones de un paciente y se registra el porcentaje existente de bacterias anormales, se podrá constatar que éste no permanece inalterable, sino que aparecen fluctuaciones cíclicas. Puede ser que en un momento determinado no se hallen presentes y que luego aparezcan de improviso y se multipliquen a toda velocidad para volver a disminuir su presencia hasta desaparecer por completo. Los intervalos en los que no hay gérmenes presentes, la duración de la fase positiva en la que se encuentran presentes y el porcentaje máximo que alcanzan varía de un paciente a otro, pero el estado clínico del paciente mantiene cierta relación con la curva de organismos existentes.

Sin embrago, esta relación no se ha investigado aún lo suficiente para poder realizar afirmaciones concretas, ya que existen varios tipos de curva. Pero puedo asegurarles que existe una determinada relación entre el estado de salud y el porcentaje de bacterias, y valga como ejemplo el sobrecogedor resultado que se produce después de una terapia de vacunación, cuando una breve fase negativa se ve seguida de una fase positiva más elevada y larga, algo que ocurre con frecuencia en los pacientes. Hablando en general, podemos decir que en los casos en los que no se produce ninguna alteración del estado normal o una alteración muy pequeña tampoco se produce una reacción tan positiva.

En este terreno aún queda mucho por hacer, y la investigación futura nos deparará fecundos resultados.

Resulta sorprendente la extraordinaria velocidad con que puede modificarse el contenido bacteriano del intestino. Después de que los resultados del análisis de las heces fecales fueran negativos durante semanas, los bacilos anormales pueden alcanzar el 100% al cabo de sólo 36 horas.

Todavía no sabemos cómo se produce este fenómeno. Aún debe investigarse minuciosamente si estos organismos destruyen las bacterias coli normales, si las bacterias coli sufren mutaciones o si es una alteración del medio intestinal del paciente la que provoca la transformación, pero cuando el problema esté resuelto habremos dado un paso muy importante hacia la compresión de la causa de la enfermedad.

Pero sea cual sea la explicación, lo que está demostrado es que la cantidad de estas bacterias presentes en el intestino del paciente está directamente relacionada, desde el punto de vista médico, con su estado de salud en diferentes fases.

Otra característica peculiar es la estabilidad de un determinado bacilo del intestino de un determinado paciente, algo que ya he mencionado antes. Independientemente de la frecuencia con que sea examinado el paciente y de cuál sea su estado de salud, se encuentra durante años el mismo tipo de bacteria. Además, es bastante raro encontrar más de un tipo de bacteria en el mismo paciente, aunque puede ocurrir en un pequeño porcentaje.

Hay determinados síntomas que se presentan con mayor frecuencia en un tipo de bacteria que en otro, y no es improbable que cuando se emprendan ulteriores investigaciones se detecte una estrecha relación entre determinados síntomas morbosos y especies concretas de estos organismos.

Poco importa que estos organismos sean la causa o la consecuencia: se hallan ligados a la enfermedad crónica, y nosotros podemos sacar gran provecho de las vacunas que se obtienen a partir de ellos. Esto es algo que en los últimos 12 años se ha demostrado de forma concluyente.

Anteriormente me he referido al hecho de que la prueba médica de la importancia de este método de tratamiento es suficiente para no dejar resquicio a la duda. Hay que matizar esta afirmación.

Son miles y miles los pacientes que han sido tratados con este método por un número considerable de médicos, tanto con inyecciones subcutáneas como con remedios potenciados. En el 80% de los pacientes se produjo una mejoría, en otros se produjo una ligera mejoría, en la gran mayoría se constató un alivio concreto, y junto a una ingente cantidad de resultados excelentes hubo un 10% que prácticamente rozaba el milagro.

No emito esta afirmación sin contar con años de experiencia e investigación y después de haber observado a miles de pacientes. Y sin olvidar la cooperación de las observaciones y experiencias de médicos de toda Gran Bretaña que confirmarán esta conclusión.

Los pacientes pueden ser tratados con vacunas de estos organismos inyectadas por vía subcutánea, como ha venido practicándose durante años. Es algo que ya no nos ocupa, pero que quisiera traer a colación el libro Chronic Disease, del que podrán extraer nuevos detalles.

Llegados a este punto, quisiera recalcar que con los medios potenciados de organismos muertos podrán obtenerse mejores resultados, y no soy el único que lo piensa.

Estos remedios se llevan usando desde hace unos 7 años, y desde hace 3 han sido utilizados con frecuencia tanto por los homeópatas como por los alópatas. Hay alópatas que han abandonado completamente la aguja.

Existen dos tipos de estas potencias: autógenas y polivalentes. Quisiera explicar este punto. Un medio autógeno significa que se potencia el bacilo de un determinado paciente y que al paciente se le trata con ese mismo medio.

Un medio polivalente significa que se extraen organismos de cientos de pacientes, que después se mezclan y potencian. Ya les he hablado en otras ocasiones de este método de elaboración, cuando había un nosoda del que valía la pena ocuparse con más detenimiento.

El remedio autógeno se utiliza sólo con el paciente del que se han extraído las bacterias, o posiblemente con un paciente que padece una infección idéntica. La polivalente, por el contrario, se fabrica con el fin de tratar al mayor número de pacientes posible.

Para calibrar la utilidad relativa de ambos remedios necesitamos aún mucha experiencia antes de que podamos sacar conclusiones concretas; pero éste es un punto sin importancia, ya que aunque el remedio autógeno muestre un mayor porcentaje de buenos resultados, el polivalente tiene tanto éxito que la homeopatía tendrá que tomarlo en consideración como nosoda complementario, y los resultados serán satisfactorios par todo el que se ocupe del tema (puedo decirlo con total confianza); y aun en el caso de que el remedio no resultara tener éxito, al menos sería un aliciente para intentarlo con el remedio autógeno. Por lo tanto, de esta comparación recogeremos suficiente experiencia para poder sacar conclusiones.

En la actualidad se está investigando ese punto, pero aún pasará tiempo hasta que se puedan hacer afirmaciones concretas Se tiene la esperanza de que, con ayuda de diferentes pruebas, pueda asegurarse cuál será la mejor forma de administración para cada paciente: la polivalente, la autógena o incluso una mezcla de dos o tres grupos de bacterias.

Para que esta conferencia resulte completa, es necesario que llame su atención sobre los detalles precisos de fabricación del medicamento, de manera que cualquier bacteriólogo competente pueda elaborar esas potencias.

Después de un período de incubación de 16 horas se toman muestras de heces. Tras ese período de incubación, los organismos se multiplican en forma de colonias rojas o blancas. Cuando producen la fermentación del ácido láctico mediante la producción de ácido, el ácido reacciona al rojo neutro del medio, con lo que se forma una colonia roja. Si el ácido láctico no fermenta, no se produce ácido, no se produce reacción alguna con el rojo neutro y las colonias son blancas. De ahí que, después del período de incubación las únicas colonias que tienen interés son las blancas.

De las colonias blancas se sacan cultivos, de los cuales se eliminan los pigmentados, y al cabo de 15 horas se producen las reacciones de los azúcares, a partir de las que se pueden clasificar los organismos. Un cultivo se rellena con 2 cc. de agua destilada, se sella y se calienta 30 minutos a 60º C, de forma que se destruyen las bacterias. El líquido se mezcla con lactosa en una proporción de 1:9 gramos o 1:99 gramos de lactosa. Esto produce la primera potencia decimal o centesimal dependiendo de la cantidad de lactosa que se utilice.

Otras potencias se obtienen mezclando en la proporción 1:6 ó 1:12, mezclando una parte de la sustancia original con 6 ó 12 partes de la dilución.

Es necesario prestar un cuidado muy especial en la esterilización de los aparatos, que deben someterse a calor seco de una temperatura mínima de 140º C durante 15 minutos, que es más efectivo que el vapor o el calor húmedo.

Los nosodas polivalentes se elaboran mezclando cultivos procedentes de cientos de pacientes, con los que se llena una botella estéril y después se repite todo el proceso de la potenciación ya descrito.

Yo entiendo que este nosoda no contradice en nada las leyes de Hahnemann. Como remedio considero que tiene un espectro más amplio que cualquier otro medicamento conocido.

Este nosoda es un eslabón que une la alopatía y la homeopatía. Fue descubierto por un representante de la alopatía, y se comprobó que puede armonizarse con los principios homeopáticos.

Les presento estos nosodas como un remedio que merece ser incluido en su farmacopea. Es especialmente útil como remedio fundamental en casos que no reaccionan ante medicamentos normales o para los que no existe ningún remedio indicado, si bien no tiene por qué limitarse a estos casos.

Respecto a este remedio hay mucho por hacer todavía. En este momento se están realizando experimentos para averiguar si los organismos son la causa o el efecto del estado de salud del paciente.

El nosoda que les presento hoy se ha ensayado tanto en América como en Alemania, y en Alemania lo ha utilizado un número de alópatas considerablemente mayor que de homeópatas. Algunos alópatas que han tenido durante años buenos éxitos con la inyección subcutánea, se han pasado de la aguja a la dilución.

Creo que la correcta aplicación de este nosoda radica en considerarlo un remedio fundamental. No pongo en duda que los mejores resultados se obtengan cuando a la administración del nosoda le sigue un tratamiento homeopático en el que se traten los síntomas con el remedio correspondiente.

El nosoda puede suprimir en mayor o menor medida las causas efectivas y profundas de la enfermedad. Por decirlo de alguna forma, limpia al paciente hasta que se presenta un síntoma concreto, a raíz del cual puede encontrarse el igual adecuado, y el paciente reacciona mucho mejor al medicamento adecuado. Por excelentes que puedan ser los resultados alcanzados por los alópatas, este nosoda debería tener un éxito aún mayor si fuera utilizado por un homeópata.

Me gustaría sugerirles que hicieran un experimento con los nosodas, aplicándolo en casos en los que haya fracasado otro tratamiento y en aquellos en los que no exista ningún indicio claro del remedio. Estoy convencido de que bastará que prueben el nosoda una sola vez para comprobar lo valioso que resulta.

No me he ocupado con más detalle del remedio autógeno porque sé que estarán más abiertos a aceptar como nosoda el remedio polivalente. Cuando se administran vacunas por vía subcutánea es casi imprescindible utilizar una sustancia autógena para obtener buenos resultados. En este caso el 95% de los pacientes reaccionan mucho mejor a su propia vacuna, y sólo aproximadamente el 5% reacciona de forma más clara a la sustancia polivalente. Pero en el caso de esta dilución, aún es demasiado pronto para realizar una afirmación semejante, y por eso en muchos casos tengo la tendencia a valorar más el éxito de la sustancia que el de la autógena, ya que si mayoritariamente el éxito de ambas es igual de bueno, probablemente siempre existirán determinados pacientes que sólo reaccionarán a un nosoda que se haya obtenido de su propio organismo.

El nosoda, el remedio obtenido de la sustancia original de la enfermedad, precedió a la bacteriología y a la vacuna. Pero la relación entre ambas es evidente. Como pionero de la utilización médica de la enfermedad para curar la enfermedad, les ofrezco un remedio que en mi opinión se revela eficaz en la más causal de todas las enfermedades, concretamente en la intoxicación intestinal que ya profetizó y bautizó el genial Hahnemann. Al pensar que puedo explicar con más claridad que él, la naturaleza de esta enfermedad, no le arrebato ni un ápice su gloria; más bien creo estar continuando su obra, rindiéndole el tributo que hubiera deseado.


**********