martes, 6 de marzo de 2018

Gastón Baquero

Gastón Baquero por Eduardo Margareto
Gastón Baquero (Banes, Cuba, 4 de mayo de 1914-Madrid, 15 de mayo de 1997) fue un importante escritor y poeta cubano del siglo XX, que después de la revolución cubana vivió exiliado en España.
Baquero nació en Banes, pueblo perteneciente a la antigua provincia de Oriente, zona que hoy es parte de la provincia de Holguín. Estudió Agronomía, pero nunca ejerció la profesión: prefirió consagrarse a las actividades literarias y periodísticas.
En los años 40 se vincula con el grupo vanguardista de poetas e intelectuales que toma su nombre de la revista Orígenes (1944-1956), que funda y dirige José Lezama Lima y en la que colaboran, entre otros, Eliseo Diego, Virgilio Piñera y Cintio Vitier. Baquero también colabora en la creación de las revistas literarias Verbum (1937), Espuela de plata (1939-1941) y Clavileño (1942-1944).
La publicación de Poemas, en 1942, al que le sigue el mismo año Saúl sobre su espada, lo colocan de inmediato en el grupo de poetas clave de la literatura cubana. En aquellos años su principal campo de acción es el periodismo, en el que destaca. Llega a ser jefe de redacción del influyente y conservador Diario de la Marina. En la década siguiente obtiene cargos oficiales —se relaciona con la dictadura de Fulgencio Batista— y prácticamente deja de escribir poesía, aunque sus reseñas periodísticas —políticas, culturales y literarias— son recibidas con gran aclamo y solidifican su reputación de intelectual eminente.
"Son los años del hombre ilustre y conservador, del refinado bon vivant que tiene chófer y cargos oficiales, y que continúa llevando su íntima homosexualidad con la discreción que siempre la llevó", escribe Luis Antonio de Villena en Gastón Baquero, magias de verso y cultura.
Contrario a la revolución de Fidel Castro,​ se ve obligado a irse del país.
El exilio convierte a Baquero, que en Cuba era una figura intelectual de poderosa influencia, en un hombre gris y aislado, ignorado por sus contemporáneos españoles y borrado por el gobierno de Castro de la historia intelectual cubana. Pero es en el exilio que Baquero regresa a la poesía. Poemas escritos en España aparece en 1960 y en 1966 se publica Memorial de un testigo, uno de sus libros más aclamados.
En 1988 fue candidato al Premio Príncipe de Asturias de las Letras y en 1992, finalista del Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Poesía por su obra Poemas invisibles. Ese año también recibe el homenaje de la Universidad de Alcalá de Henares y es propuesto para el Premio Reina Sofía.
 De Wikipedia


QUÉ PASA, QUÉ ESTÁ PASANDO,

  A Fina García Marruz

Qué pasa, qué está pasando siempre debajo del jardín
que las rosas acuden sin descanso.
Qué está pasando siempre bajo ese oscuro espejo
donde nada se oculta ni disuelve.
Qué pasa qué está pasando siempre debajo de la sombra
que las rosas perecen y renacen.
Que nunca se desmiente su figura,
que son eternas sombras idénticos recuerdos.
Qué está pasando siempre bajo la tierra oscura
donde la luz levanta rubias alas
y se despliega límpida y sonora.
Qué está pasando siempre bajo el cuerpo secreto de la rosa
que no puede negarse al cielo temporal de los jardines,
que no puede evitar el ser la rosa, precisa voluntad sueño visible.
Qué pasa qué está pasando siempre sobre mi corazón
que me siento doliéndole a la sombra,
estorbándole al aire su perfil y su espacio.
Y nunca accedo a destruir mi nombre
y no aprendo a olvidarme y a morir lentamente sin deseos
como la rosa límpida y sonora que nace de lo oscuro.
Que se inclina hacia el seno impasible de la tierra
confiando en que la luz la está esperando, creandose la luz,
eternamente fija y libertada bajo el cuerpo secreto de la rosa.


PALABRAS ESCRITAS EN LA ARENA POR UN INOCENTE


I
Yo no sé escribir y soy un inocente.
Nunca he sabido para qué sirve la escritura y soy un inocente.
No sé escribir, mi alma no sabe otra cosa que estar viva.
Va y viene entre los hombres respirando y existiendo.
Voy y vengo entre los hombres y represento seriamente el papel que ellos quieren:
Ignorante, orador, astrónomo, jardinero.
E ignoran que en verdad soy solamente un niño.
Un fragmento de polvo llevado y traído hacia la tierra por el peso de su corazón.
El niño olvidado por su padre en el parque.
De quien ignoran que ríe con todo su corazón, pero jamás con los ojos.
Mis ojos piensan y hablan y andan por su cuenta.
Pero yo represento seriamente mi papel y digo:
Buenos días, doctor, el mundo está a sus órdenes, la medida exacta de la tierra
es hoy de seis pies y una pulgada, ¿no es ésta la medida exacta de su cuerpo?
Pero el doctor me dice:
Yo no me llamo Protágoras, pero me llamo Anselmo.
Y usted es un inocente, un idiota inofensivo y útil.
Un niño que ignora totalmente el arte de escribir.
Vuelva a dormirse.


II

Yo soy un inocente y he venido a la orilla del mar,
Del sueño, al sueño, a la verdad, vacío, navegando el sueño.
Un inocente, apenas, inocente de ser inocente, despertando inocente.
Yo no sé escribir, no tengo nociones de lengua persa.
¿Y quién que no sepa el persa puede saber nada?
Sí, señor, flor, amor, puede acaso que sepa historia de la antigüedad.
En la antigüedad está erguido Julio César con Cleopatra en los brazos.
Y César está en los brazos de Alejandro.
Y Alejandro está en los brazos de Aristóteles.
Y Aristóteles está en los brazos de Filipo.
Y Filipo está en los brazos de Ciro.
Y Ciro está en los brazos de Darío.
Y Darío está en los brazos del Helesponto.
Y el Helesponto está en los brazos del Nilo.
Y el Nilo está en la cuna del inocente David.
Y David sonríe y canta en los brazos de las hijas del Rey.
Yo soy un inocente, ciego, de nube en nube, de sombra a sombra levantado.
Veo debajo del cabello a una mujer y debajo de la mujer a una rosa y debajo de la rosa a un insecto.
Voy de alucinación en alucinación como llevado por los pies del tiempo.
Asomado a un espejo está Absalom desnudo y me adelanto a estrecharle la mano.
Estoy muerto en este balcón desde hace cinco minutos lleno de dardos.
Estoy cercado de piedras colgado de un árbol oyendo a David.
Hijo mío Absalom, hijo mío, hijo mío Absalom!
Nunca comprendo nada y ahora comprendo menos que nunca.
Pero tengo la arena del mar, sueño, para escribir el sueño de los dedos.
Y soy tan sólo el niño olvidado inocente durmiéndose en la arena.

III

«Yo soy el más feliz de los infelices».
El que lleva puesto sombrero y nadie lo ve.
El que pronuncia el nombre de Dios y la gente oye:
Vamos al campo a comer golosinas con las aves del campo.
Y vamos al campo aves afuera a burlarnos del tiempo con la más bella bufonada.
Pintando en la arena del campo orillas de un mar dentro del bosque.
Incorporando las biografías de hombres submarinos renacidos en árboles.
Atahlía interrumpe todo esfuerzo gritando hacia los cielos traición, traición!
Nos encogemos de hombros y hablamos con los delfines sobre este grave asunto.
Contestan que se limitan a ser navíos inesperados y tálamos de ruiseñores.
Que lo dejen vivir en todo el mar y en todo el bosque.
Escalando los delfines los árboles y las anémonas.
Comprendo y sigo garabateando en la arena.
Como un niño inocente que hace lo que le dictan desde el cielo.

IV

Bajo la costa atlántica.
A todo lo largo de la costa atlántica escribo con el sueño índice:
Yo no sé.
Llega el sueño del mar, el niño duerme garabateando en la arena,
escucha, tú velarás, tu estarás, tú serás!
«Sí, es Agamenón, es tu rey quien te despierta,
Reconoces la voz que golpea en tus oídos».
¿Por qué vas a despertarle rey de las medusas?
¿Qué vigilas cuando todos duermen y no estás oyendo?
Las cúpulas despiertas. Las interminables escaleras de la memoria.
Oye lo que canta la profunda medianoche:
Reflexiona y tírate en el río.
De la mano del rey tírate en el río.
Nada como un amigo para ser destruido.
Prepárate a morir. Invoca al mar. Mírame partir.
Yo soy tu amigo.
No! Si yo soy tan sólo un niño inocente.
Uno a quien han disfrazado de persona impura.
Uno que ha crecido de súbito a espaldas de su madre.
Pero nada comprendo ni sé, me muevo y hablo
Porque los otros vienen a buscarme, sólo quisiera
Saber con certidumbre lo que pasó en Egipto
Cuando surgió la Esfinge de la arena.
De esta arena en que escribo como un niño
Epitafios, responsos, los nombres más prohibidos.
Escribiendo su nombre y borrándolo luego,
Para que nadie lea, y los peces prosigan inocentes.
Y los niños corran por las playas sin conocer el nombre que me muere.


V

«Qué soy después de todo sino un niño,
Complacido con el sonido de mi propio nombre,
Repitiéndolo sin cesar,
Apartándome de los otros para oírlo,
Sin que me canse nunca?».
Escribo en la arena la palabra horizonte
Y unas mujeres altas vienen a reposar en ella.
Dialogan sonrientes y se esfuman tranquilas.
Yo no puedo seguirlas, el sueño me detiene, ellas van por mis brazos
Buscando el camino tormentoso de mi corazón.
El horizonte guarda los amigos perdidos, las naves naufragadas,
Las puertas de ciudades que existieron cuando existió David.
Yo no comprendo nada, yo soy un inocente.
Pero los dejo irse temblando por el camino de los brazos,
Sangre adentro, centellas silenciosas,
Ahora los escucho platicar por las venas,
Fieles, suntuosamente humildes, vencidos de antemano.
Hablan de las antiguas ciudades, hablan de mujeres esfumadas, gritan y corren apresurados.
Esta mano de un rey me pertenece.
Esta Iglesia es mi casa. Son mis ojos
Quienes la hacen alta y luminosa. Aquel torso
Que sirve de refugio a un bienamado pueblo de palomas
Escapado ha de mí. Han escrito una letra de mi nombre
En las tibias espaldas de aquel árbol. ¿Quién es esta mujer?
La oigo mis verdades. Ella conoce el preciado alimento.
Va inscribiendo mi nombre sobre sepulcros olvidados.
Ella conoce la destreza de amor con que se yergue
Dentro de mí un cuerpo esplendoroso. Ella vive por mí.
¿Cómo responde cuando soy llamado? ¿Cómo alcanza
A su terrible boca el alimento que deparado fuera a mis entrañas?
Ahora comprendo que su cuerpo es el mío.
Yo no termino en mí, en mí comienzo.
También ella soy yo, también se extiende,
Oh muerte, oh muerte, mujer, alma encontrada,
¿Qué vigilas cuando todos duermen?
Oh muerte, feliz inicio, campo de batalla,
Donde las almas solas, puras almas, ya no se mueren nunca,
También se extiende hacia su extraña playa de deseos
Esta frente que en mí es destruida por ardientes deseos de otra frente.
Bajo este murmullo de guerreros por dentro de las venas
Pienso en los tristes rostros de los niños.
Pienso en sus conversaciones infantiles y en que van a morirse.
Y pienso en la injusticia de que no sean niños eternamente.
Y una voz me contesta:
Eres el más inocente de los inocentes.
Apresúrate a morir. Apresúrate a existir. Mañana sabrás todo.
A su oído infantil, a su inercia, a su ensueño,
Bufón, rojo anciano, sabio dominante, le dirás la verdad
Diciendo tus verdades, bufón, anciano dominante, sabio de Dios, alerta.
Mañana sabrás todo. Mañana. Duerme, niño inocente, duerme hasta mañana.
Le mostrarás el polvoriento camino de la muerte, anciano dominante,
Bufón de Dios, poeta.
To-morrow, and to-morrow, and to-morrow,
Creeps in this petty pace from day to day,
To the lasta syllable of recorded time;
And all our yesterdays have lighted fools
The way to dusty death: Out, out, brief candle!
Bufón de Dios, arrójate a las llamas, que el tiempo es el maestro de la muerte.
Y tú no estás, ya nadie te recuerda el cuerpo ni la sombra.
Hoy eres el bufón, que se levanta y ríe, padre de sus ficciones, sabio dominado.
Levántate sobre la última sílaba del tiempo que recordamos, levántate, terrible
y seguro, imponiendo tu sombra a la luz de la vida.

Life’s but a walking shadow, a poor player
That struts and frets his hour upon the stage,
And then is heard no more; it is a tale
Told by an idiot, full of sound and fury,
Signifying nothing.
Mañana sabrás todo.
Vuelve a dormirte.
La vida no es sino una sombra errante,
Un pobre actor que se pavonea y malgasta su hora sobre la escena,
Y al que luego no se le escucha más, la vida es
Un cuento narrado por un idiota, un cuento lleno de sonido y de furia,
Significando nada.
Vuelve a dormirte.

VI

Estoy soñando en la arena las palabras que garabateo en la arena con el sueño
índice:
Amplísimo-amor-de-inencontrable-ninfa-caritativo-muslo-de-sirena.
Éstas son las playas de Burma, con los minaretes de Burma, y las selvas de
Burma.
El marabú, la flor, el heliógrafo del corazón. Los dragones andando de puntillas porque duerme San Jorge.
Soñar y dormir en el sueño de muerte los sueños de la muerte.
Danos tiempo para eso. Danos tiempo. Tú eres quien sueña solamente.

«No. Yo no sueño la vida,
Es la vida la que sueña a mí,
y si el sueño me olvida,
he de olvidarme al cabo que viví».


VII

Andan caminando por las seis de la mañana.
¿Querría usted hacer un poco de silencio?
La tierra se encuentra cansada de existir.
Día tras día moliendo estérilmente con su eje.
Día tras día oyendo a los dioses burlarse de los hombres.
Usted no sabe escucharla, ella rueda y gime.
Usted cree que escucha las campanas y es la tierra quien gime.
Recoja sus manos de inocente sobre la playa.
No escriba. No exista. No piense.
Ame usted si lo desea, ¿a quién le importa nada?
No es a usted a quien aman, compréndalo, renuncie gentilmente.
Piense en las estrellas e invéntese algunas constelaciones.
Hable de todo cuanto quiera pero no diga su nombre verdadero.
No se palpe usted el fantasma que lleva debajo de la piel.
No responda ante el nombre de un sepulcro. Niéguese a morir. Desista. Reconcilie.
No hable de la muerte, no hable del cuerpo, no hable de la belleza.
Para que los barcos anden,
«Para que las piedras puedan moverse y hablar los árboles».
Para corroborar la costumbre un poco antigua de morirse,
Remonten suavemente las amazonas el blanco río de sus cabellos.

VIII

«Yo soy el mentiroso que siempre dice su verdad».
Quien no puede desmentirse ni ser otra cosa que inocente.
Yo soy un niño que recibe por sus ojos la verdad de su inocencia.
Un navegante ciego en busca de su morada, que tropieza en las rocas vivientes del cuerpo
humano, que va y viene hacia la tierra bajo el peso agobiante de su pequeño corazón,
Quien padece su cuerpo como una herejía, y sabe que lo ignora.
Quien suplica un poco más de tiempo para olvidarse.
La mano de su Padre recogiéndolo piadosa en medio del parque.
Sonriendo, sollozando, mintiendo, proclamando su nombre sordamente.
Bufón de Dios, vestido de pecado, sonriendo, gritando bajo la piel, por su fantasma venidero.
Amor hacia las más bellas torres de la tierra.
Amor hacia los cuerpos que son como resplandecientes afirmaciones.
Amor, ciegamente, amor, y la muerte velando y sonriendo en el balcón de los cuerpos más hermosos.
Las manos afirmando y el corazón negando.
Vuelve, vuelve a soñar, inventa las precisas realidades.
Aduéñate del corazón que te desdeña bajo los cielos de Burma.
Sueña donde desees lo que desees. No aceptes. No renuncies. Reconcilia.
Navega majestuoso el corazón que te desdeña.
Sueña e inventa tus dulces imprecisas realidades, escribe su nombre en las
arenas, entrégalo al mar, viaja con él, silente navío desterrado.
Inventa tus precisas realidades y borra su nombre en las arenas.
Mintiendo por mis ojos la dura verdad de mi inocencia.


IX

Estamos en Ceylán a la sombra crujiente de los arrozales.
Hablamos invisiblemente la Emperatriz Faustina,
Juliano el Apóstata y yo.
Niño, dijeron, qué haces tan temprano en Ceylán,
Qué haces en Ceylán si no has muerto todavía.
Y aquí estamos para discutir las palabras del Patriarca Cirilo,
Y hablaremos hebreo, y tú no sabes hebreo?
El emperador Constantino sorbe ensimismado sus refrescos de fresa.
Y oye los vagidos victoriosos del niño occidente.
Desde Alejandría le llegan sueños y entrañas de aves tenebrosas como la herejía.
Pasan Paulino de Tiro y Petrófilo de Shitópolis.
Pasan Narciso de Neronias, Teodoto de Laodicea, el Patriarca Atanasio.
Y el Emperador Constantino acaricia los hombros de un faisán.
Escucha embelesado la ascensión de Occidente.
Y monta un caballo blanquísimo buscando a Arlés.
El primero de Agosto del año trescientos catorce de Cristo.
Sale el Emperador Constantino en busca de Arlés.
Lleva las bendiciones imperiales debajo de su toga,
Y el incienso y el agua en el filo de su espada.
Faustina me prestaba su copa de papel
Y yo bebía del vino que toman los muertos a la hora de dormir.
Pero no conseguían embriagarme
Y de cada palabra que decían sacaba una enseñanza.
El pez vencerá al Arquitecto,
Los hijos son consubstanciales con el padre.
Si descubren un nuevo planeta, habrá conflagraciones, y renunciará a existir el Sínodo de Antioquía.
Y de todo salía una enseñanza.
Estamos en Ceylán a la sombra de los crujientes arrozales.
Mujeres doradas danzan al compás de sus amatistas.
Niños grabados en la flor de amapola danzan briznas de opio.
Y en todo el paraninfo de Ceylán las figuras del sueño testifican:
¿Quién es ese niño que nos escribe en palabra en la arena?
¿Qué sabe él quién lo desata y lanza?
Me prestaba su copa de papel.
El patriarca hablaba desde su estatua de mármol, con su barba natural y voz de adolescente:
Preparáos a morir. La hora está aquí. Vengan.
Continuaba bebiendo el vino de los muertos y fingía dormir.
El patriarca me ponía su manto para cuidarme del sueño.
Y oía su diálogo por debajo del vuelo, la voz enjoyada de Faustina, la voz de la estatua,
el vino de Ceylán, la canción de los pequeños sacrificados en la misa de Ceylán.
¿Quién es ese niño que nos escribe en palabras en la arena?
¿Qué sabe él quien lo desata y lanza?
Una voz contesta desde su garganta de mármol:
Dejadlo dormir, es inocente de todo cuanto hace,
Y sufre su sangre como el martirio de una herejía.
Dormir en la voz helena de Cirilo.
Con las soterradas manos de Faustina.
Dialogando interminablemente Juliano el Apóstata.


X

Echemos algunas gotas de horror sobre la dulzura del mundo.
Mira tu corazón frente a frente, piensa en la terrible belleza y renuncia.
Los ancianos ya tiemblan al soplo de la muerte.
Los ancianos que fueron también la belleza terrible,
Los que turbaron un día las débiles manos de un niño en la arena.
Ellos son los que tiemblan ya ahora al soplo de la muerte.
Piensa en su belleza y piensa en su fealdad.
Aún los seres más bellos conducen un fantasma.
Ellos son los que tiemblan ya ahora al soplo de la muerte.
Escapa, débil niño, a la verdad de tu inocencia.
Y a todos los que se imaginan que no son inocentes
Y adelantándose al proscenio dicen:
Yo sé.

Dejemos vivo para siempre a ese inocente niño.
Porque garabatea insensatamente palabras en la arena.
Y no sabe si sabe o si no sabe.
Y asiste al espectáculo de la belleza como al vivo cuerpo de Dios.
Y dice las palabras que lee sobre los cielos, las palabras que se le ocurren,
a sabiendas de que en Dios tienen sentido.
Y porque asiste al espectáculo de su vida afligidamente.
Porque está en las manos de Dios y no conoce sino el pecado.
Y porque sabe que Dios vendrá a recogerle un día detrás del laberinto.
Buscando al más pequeño de sus hijos perdido olvidado en el parque.
Y porque sabe que Dios es también el horror y el vacío del mundo.
Y la plenitud cristalina del mundo.
Y porque Dios está erguido en el cuerpo luminoso de la verdad como en el cuerpo sombrío de la mentira.
Dejadlo vivo
para siempre.
Y el niño de la arena contesta: ¡Gracias!
Y una voz le responde:
Sea Pablo,
Sea Cefas,
sea el mundo,
sea la vida,
sea la muerte,
sea lo presente,
sea lo por venir,
todo es vuestro:
y vosotros de Cristo,
y Cristo de Dios.

Vuelve a dormirte.
 


OCTUBRE

Octubre está escalando sereno la ventana.
Fugándose a ese ardiente corazón del estío
Desborda silencioso el fruto de su cuerpo.
Vuelve a golpear sin ruido los cristales oscuros
Donde ya nadie asoma su rostro ni su anhelo.
Golpea trérnulos dedos y pecho indiferente,
El inerte perfume que aún guardan las ventanas.
Sus blancas vestimentas desperézanse lentas
En torno a un pez de fuego que retorna al vacío.

Octubre asciende lento la pálida ventana.
Navecillas hialinas le transportan veloces
En los hombros del aire angustioso de Octubre.
Ya están los peregrinos sentados en la niebla
Con sus guantes dorados y barbas escarlatas.
Trinan en la arboleda los adioses solares
Confundiendo la forma en turbias floraciones.
Los árboles recogen surnisos el cabello
Y hasta la mar se tiende sobre el mar de la niebla.

Regresan los ausentes con su pálida música.
Población delicada de errantes girasoles
Acude dialogando sus oros con la niebla.
Todo el espacio inunda sus coros de pisadas
Breves como la tierna vibración del sonido.
Ellos vienen callados, envueltos por la bruma
De su extraña costumbre nacida sobre el cielo.
Son aquellos que han ido a reclinar sus frentes
En las altas columnas de un templo inextingible.

Octubre está escalando sereno la ventana.
Se pierden en la sombra postreros ruiseñores
Que alzaron al verano sus puentes de armonía.
Hacia el sitio en que estuvo la extinta mariposa
Una tímida niña conduce sus deseos.
¿Quiénes son estas sombras más altas que la sombra,
Impenetrables miradas que rodean serenas
El compás presuroso y el canto destruido?
Nada queda en la tierra a no ser la ventana.

Aquí están con el nombre angustioso de Octubre.
La memoria se acerca temblando a la ventana
Y espera a los ausentes que el silencio conduce.
Por todas partes llegan noticias de la muerte.
¿Sabes que ya existe aquel que amó los días
Con una voz más tierna que el llanto de un anciano?
¿ Que ya no existe nunca, que ya más nunca existe?
Soñando geometrías de angélicos recintos,
La memoria rehuye los ausentes de Octubre.

Pueblan los peregrinos los oscuros cristales.
Son ellos, los recuerdos nacidos en la belleza de Octubre.
Ahora sólo aparecen envueltos en sus nieblas
Con sus puros contornos de seres que no existen.
Aquí están sonriendo ante el horror del aire.
Son ellosa los oídos eternos de la muerte
Los que ascienden tranquilos la belleza de Octubre
con vibrantes caricias e inmóviles recuerdos.

¡Qué vuelvan a sus nieblas sin penetrar la sombra!
Un paisaje compuesto de pequeños rosales,
Una tenue sonrisa al paso de los días,
Una señal menuda sobre el pecho del astro,
Y un adiós a estas sombras eternamente idas.
Mas ellos, los ausentes, al borde de este nombre
Infinito y tranquilo que es el nombre de Octubre.
Son ellos los que habitan la pálida ventana:
Nada puede borrarnos su resonante ausencia.

Dialogan girasoles sus oros con la niebla.
Ya están en la memoria, fundidos al olvido
Que existe sin descanso laborando en la sangre.
Yo vuelvo a la ventana a esperar los ausentes.
Son ellos quienes dicen por mí lo que yo ignoro,
La recóndita mano que sostiene a mi vida
Encima de un abismo poblado de vacíos.
Voy a quedarme inmóvil escuchando sus voces
Aún cuando navegue los fuegos del deseo.

Cuán lejos parecen al sentirnos naciendo
Sucesión de existencias liberadas de muerte.
Por el cielo de Octubre cruza un ave sagrada,
Una clara vigilia que destruye al espectro
De todo oculto llanto y ansiedad y agonía.
Ellos están dormidos en el recinto oscuro,
Son la lumbre escondida, la señal destinada
A Inaugurar eternamente su invisible morada.

Y aun despues que transcurra toda la muerte mía,
La belleza de Octubre bañará las ventanas.
Ascensiones serenas hacia el pecho de un astro
Siguiendo peregrinos, produciendo esa música
Tan llena de silencios que este nombre convoca
Como el brazo de un hombre que despide a su amada
Regresare en el aire unido a los ausentes.
Vendremos con Octubre silencioso y solemne
A golpear las ventanas ardientes del verano.



SAÚL SOBRE SU ESPADA

¡Oh rey Saúl vencido de Dios, lejano fundador de la sangre que niega, porque tu nombre es puesto contra el espejo sagrado: y como negador eres visto, tú el desvalido todavía, el dejado muerto con su nieve,y víctima fuiste de lo que murió en tomo tuyo antes que tú, porque eres de los que al morir ya han muerto todo, evoca a la Pitra de Ender, traénosla de nuevo!

1.8.31.
1 Cr. 10

Busca las cenizas de sus hijos
Nubes ya, áspero polvo, vencidos.
La arrogante cabeza de Jonathan llorada por David
Reluciente como una camelia fiera y dulce.
Y Melquisúa su más pequeña estrella
Temblando de amor bajo su paso hasta las bestias
Custodiado de ángeles durante veinte años
Melquisúa primerizo en batalla inerte ahora.

Y el más bello hijo de todos los padres Abinadab
Guerrero desde la cuna grave como un azahar
Abinadab amado de los árboles esposo silencioso
Que entraba en la batalla tenebrosamente sonriente
Y encantaba con su rostro el temblor y el gusto de la muerte.
Busca las cenizas de sus hijos
Detrás de todo cuerpo derribado.
Ya alcanza con la frente el duro cielo de las murallas

Golpéase las sienes con sus nubes
No guerrero ni rey mas padre puro
Resonando en sus huesos un millar de llantos

Gimiendo por todos sus cabellos
E inclinándose paso a paso hacia el rastro de sus hijos
Vuelve sin cesar el torrente de sus brazos
Hacia la negra lluvia de cuerpos enemigos.


Sobre un paisaje resplandecido de muerte
Busca las cenizas de sus hijos.

Compulsando los desconocidos ojos
Las desconocidas figuras de los yacientes que no son más
Separando con todo su cuerpo la borboteante marea de cuerpos

Hasta comenzar a adivinarles en el punto más alto del combate
Donde la batalla canta infernalmente su libertad de sangre
Viéndoles arder desde lejos en hogueras de un fuego inextinguible
Adivinados como estatuas en la ternura del trigo
los hijos enhiestos ayer torres de la más clara porcelana
Nubes ya, áspero polvo, vencidos,

como vivas espadas o ríos inmortales como tres reyes
De un imperio comenzado en el mar empuñando la esfera
Reyes de toda tierra donde florezcan hombres de batalla

como tres danzas o altares
como tres danzas o altares abatidamente arrasados por el polvo
Empapando la tierra con el manar de esa sangre que los alimentaba
cenizas con sólo morírseles los arrogantes cuerpos
Para la seca tierra cenizas de metales más finos que el agua
Oyéndola alegrarse tierra de singular bautizo
Mirando que por todo el planeta va y viene un tenue polvo escarlata
Abrazándose al aire sembrándolo de estatuas bañándolo de música
Y después del aire a la quietud del mundo tres altares o danzas.
Tres danzas entre el perfumado flamear de las estrellas
Como tres danzas o altares abatidamente arrasados por el polvo.

Sobre el triduo de arcos de sus nombres
Busca las cenizas de sus hijos.
Tres frutos de granado henchidos de simiente
Cesándole la muerte la grana de su manto
Sonriendo la muerte como un guerrero eternamente fiel a su rey
Sintiéndola reírse en las bocas cortadas de sus hijos
Vuelto estéril de pronto por la sombra avanza
Destallando las carnes que engendrara
Ciego e igual ante los cuerpos idos pavor del cielo inerte
A despeñado mar o ciudad desnuda de paredes
Pidiendo ya en silencio los cuerpos de sus hijos
Padre hasta olvidar las nieblas del trono y de su pecho
Volviéndose hacia el aire más denso de la tierra

Busca las cenizas de sus hijos.

Reposa Jonathan con la espada aún ardiendo entre las manos
Y es David quien aparece sostenido por su cuello
Y mirándole es el rostro de David el que se mira
Con toda la frente colmada por el llanto del ausente
David después de las montañas como una reposada melodía
Alejado en el reino donde las sombras andan
Y se escucha a David gemir junto al difunto
Amado añorado también por el metal
Rendido Jonathan por una amante espada
Rindiéndose hacia tierra bajo el amor de las espadas
Mientras la sangre llueve durante todo un día
Entregado a la tierra en el inmóvil lecho de los trigos
Y David asomado a la sombra de su cabello
Como el silencio oculto en el trepidar de la batalla
Asomado al balcón inerme de los ojos
Con el cortejo de liras y fúnebres salterios
David en torno de la boca derribada
Apoyándose vibrante sin levantar su voz sólo lamento
Y Saúl contemplándole
Navegando el color y el cuerpo de la tierra
Y el navío humillado de su propio corazón
Que lanza su amor por encima de las nubes
Y sólo entre el silencio navega su amor hacia las nubes
Como el humo blanquísimo de un cuerpo incinerado
Y sobre el hombro del cuerpo derribado aparece la sombra de una mano
Y levanta Saúl el cuerpo destruido
Hacia la furia tranquila de las llamas.

No guerrero ni rey mas padre puro
VoIviéndose hacia el aire más denso de la tierra
Después del blanco humo
De la blanca escritura dada al cielo

Con un labrado puente de eternidades
Vuelve Saúl al campo de batalla.
Buscando las cenizas de sus hijos.


Un címbalo asordado una centella 

 Anunciada en el cielo como un reino
Luces ocultas bajo el párpado espeso de la noche
Con tan sólo el clamor lejano del combate

Busca las cenizas de sus hijos.
En brazos de un guerrero 
En los petrificados brazos de un guerrero

La más pequeña estrella se acomoda.

 Hay un coro de lanzas enlazadas 
 Florecidas de súbito las lanzas
 Como naranjos henchidos de floraciones
Y Saúl contemplándose sin latidos ni labios ni gritos ululantes

 Cuando entre las ramas de ese árbol
 Sin un cuerpo que lanzar hacia el combate
 Cual nueva llama o instrumento de venganza
 Entre las tristes ramas de ese árbol 
 Dormido ya de un sueño inextinguible
 Y Saúl contemplándole
 Arrancándole al pecho del guerrero su más eterno llanto
 Poniéndole a la tierra un sabor de amistad destruida
Un rencor de partir hacia nunca
 Rasgando con los labios el jardín de sus años
 Mientras la sangre llueve durante todo un día
 Con los ojos hundidos en la verde cabeza de su hijo
 Evocando los peces y la gloriosa sonrisa
 Las delicadas torres de sus hombros y el perfil de la danza
 Saúl levanta lentamente el ofertorio de sus brazos
 Y entrega el corazón callado de su estrella
 A la furia tranquila de las Hamas

 Comienza la batalla a disipar su cuerpo
Debajo de las frentes de sus hijos

 Un golpe de asombrada desventura o mar de héroe 
 Hacia otros mundos parte
 La ciudad es la llama del silencio

 Golondrlna a solas en la más remota luna
 Deshecha suavemente de plumas y de duelo
 Bajo el fluir del llanto
 Busca las cenizas de sus hijos.


 Debajo de la muerte henchida de amapolas
 Debajo del sonido del llanto de la muerte
 Debajo aún donde la tierra ignora a los guerreros
 Donde nunca la estrella se detuvo

Un cuerpo un árbol una estación purlslma del año se disuelve
El más bello hijo de todos los padres Abinadab 


 Ábinadab esposo silencioso grave como un azahar
Con el pecho postrado en lo sombrío
Golpeando con su sueño de muerte la desesperación de la muerte

 Vencido al fin devuelto al reino perpetuo de la desesperación
Tiritando y cayendo bajo la playa ilimitada
Ahínadab esposo silencioso de la muerte
 Debajo de los cuerpos yacientes de la esfera

Debajo de las nieblas sollozantes
Debajo del metal cubierto de tinieblas
Solo solemne muerto
Y Saúl contemplándole
Arrancando a sus ojos la postrera desolación.

Sonriendo de pronto libre a solas con su alma
Hundido en las cenizas de sus hijos
Retrocediendo no guerrero ni rey mas padre puro
Muriendo ante su risa los árboles los peces remotos
Los últimos relumbres de la hoguera
Muriendo todo lo tierno y todo lo amoroso ante su risa
Ante el duro disfraz de su llanto
Retrocediendo y mirando y sonriendo
Evocando la gloria tendida del combate
Hundido en las cenizas de sus hijos
Con el cuerpo de oro con la última forma viva de su carne
Abinadab celeste sideral mensajero de la muerte
Y Saúl contemplándole
Irremediablemente huérfano de hijos
Se inclina sonriendo hacia la muerte
Levanta sonriente el cuerpo final de su esperanza
Y lo entrega callado triunfante sonriendo
A la furia tranquila de las llamas.

Vuelve prendido de la muerte
Dialogando de pronto con la muerte
Soñando con su espada
Busca las cenizas de su cuerpo
Nube ya, áspero polvo, vencido.

Un centinela augusto velando a las estrellas
Con el silencio vivo que la muerte mantiene
Con el cuerpo cubierto de heridas luminosas
Firme y sereno velando a las estrellas
Sobre la planicie sembrada de insepultos
Junto a la encarnada tienda del vencido
Con el cuerpo cubierto de heridas luminosas
Ante la noche muerta que finaliza el mundo
Con la espada en sus manos de muerto fidelísimo
Velando despertando en medio de su muerte
Para velar erguido debajo de la estrella
Volviendo de la muerte al escuchar los pasos de su rey
Debajo de la tierra encima de la muerte
Se ve envuelto por la nube gimiente
Por el pecho que pide el calor de la espada
Y el guerrero se vuelve de espaldas al monarca
Niega entregar la muerte niega su espada muerta
Parte silencioso bajo el cielo sombrío.

Busca las cenizas de su cuerpo
Sombra ya, muerto ya, vencido.

Perdido en la llanura oscura de la muerte
Solo solemne muerto
Padre más solitario que todos los muertos

Huérfano de simiente eternamente muerto
Avanza hacia su espada gigantesco y hermoso
Procurando un combate inclinando sus manos de gigante
Hacia la flor tiernísima del sueño.

Acompañado apenas de sí mismo avanza hacia su espada
Con las estrellas creandole faz de moribundo
Iluminando su vuelta hacia la muerte
Las estrellas ávidas de muerte
Levantadas del cielo vigilantes
Guiándole la sombra hasta la espada
Hasta el lecho delgado donde la muerte anchísima se asoma
Donde una estrella sola le espera y le conduce
Nube ya, áspero polvo, vencido,
Sombra ya, muerto ya, vencido,
Hacia el sitio en que nada se devuelve.

Jabes la que él salvara inaugura el incendio de sus cenizas
Jabes ciudad tejida por la espada y el fuego
Ciudad donde la muerte ordena sus legiones
Donde el dolor habita el sitio de las rosas
Donde Saúl un día nació para la lumbre

Golpeando con su pecho el rostro de la luna cuajado de saetas
Donde un humo tranquilo sonoro libertado
Sella la destrucción de cuerpos de reinos de ciudades
Con la furia tranquila de las llamas.



 SONETO A LAS PALOMAS DE MI MADRE

A vosotras, palomas, hoy recuerdo

Decorando el alero de mi casa.
Componéis el paisaje en que me pierdo
para habitar el tiempo que no pasa.

La mas nivea de ustedes se posaba

a cada atardecer sobre un granado
y nevando en lo verde se quedaba
mientras pasase tarde por su lado.

Fuisteis la nieve alada y la ternura.

Lo que ahora sois, oh nieve desleída,
levísimo recuerdo que procura

rescatar por vosotras mi otra vida,

es el pasado intacto en que perdura
el cielo de mi infancia destruida.





SINTIENDO MI FANTASMA VENIDERO

Sintiendo mi fantasma venidero
bajo el disfraz corpóreo en que resido,
nunca acierto a saber si vivo o muero
y si sombra yo soy o cuerpo he sido.

Camino la ciudad, la reconstruyo
día tras día contemplando en vano,
luego vuelvo a perderla, luego huyo
protegiendo mi ensueño con la mano.

Y me tropiezo a mí, me reconozco
lleno de muerte, en sombra construido;
y sé que no soy más, pregunto, y no conozco

otro saber que el no saber, sentido
por el muerto futuro que conduzco
bajo el disfraz corpóreo en que resido.



EL HUÉSPED

René López ha estado esta noche en mi casa
con su nombre vulgar, su sombrero, sus ojos.
Me he puesto a preguntarle de todo lo que pasa

allá donde algún día cesarán los antojos.

El me dice que apenas comprende, que repasa
las memorias del tiempo, los despojos

de unos sueños que fueron prodigados sin tasa
y que apenas si aún puede apartarnos los ojos.

Le ofrezco unas corbatas color de azul celeste
para endulzarle un poco su angustiado mirar;
le aduermo los suspiros, le invito a que demuestre
 

su voluntad de ensueño perdiéndose en el mar...
Y cuando ya imagino que se retira el huésped
se me arroja en los brazos y se pone a llorar.


 


 PRELUDIO PARA UNA MÁSCARA

EL rocío decora los restos de un naufragio
Donde sólo la muerte palpita débilmente.
Los astros ya no agitan sus tiernas cabelleras
Sobre el rostro invisible que decora el rocío.

Sin color se adelanta por la muerte un recuerdo
Que aprisiona en sus alas la forma que mi cuerpo
Tendrá cuando sea el tiempo de que la muerte quede
Enterrada en el rostro que decora el rocío.

Yo no quiero morirme ni mañana ni nunca
Sólo quiero volverme el fruto de otra estrella;
Conocer cómo sueñan los niños de Saturno
Y cómo luce la tierra cubierta de rocío.

Algo visible y cierto me arrastra por el alma
Hasta un balcón vastísimo donde nada aparece;
Allí me quedo inmóvil escuchando que muero;
Presintiendo aquel rostro que decora el rocío.

El árbol que mi sombra levanta cada día
Sediento de los cielos devora sus raíces;
Toca en las puertas blancas del naufragio lejano
Y florece en el rostro que decora el rocío.

Con el sol que solloza por la muerte que un día
Le hará rodar oscuro debajo de la tierra,
De súbito ilumino mi estancia venidera
Donde deslumbra el rostro que decora el rocío.

No soy en este instante sino un cuerpo invitado
Al baile que las formas culminan con la muerte.
Dondequiera que al tiempo disimulo o niego
Surge radiante el rostro que decora el rocío.

Ahora me reconozco como un huésped que llega
A una estación extraña a pasar breves días.
Mi patria se desnuda serena entre las nieblas:
Su extensión es el rostro que decora el rocío.

No importa que la muerte sea una nieve eterna
Que a la forma en el tiempo aprisiona y exige.
Un valle silencioso florece en mi recuerdo,
Y siento que a mi rostro lo decora el rocío.





TESTAMENTO DEL PEZ

Yo, te amo, ciudad,
aunque sólo escucho de ti el lejano rumor,
aunque soy en tu olvido una isla invisible,
porque resuenas y tiemblas y me olvidas,
yo te amo, ciudad.

Yo te amo, ciudad,
cuando la lluvia nace súbita en tu cabeza
amenazando disolverte el rostro numeroso,
cuando hasta el silente cristal en el que resido
las estrellas arrojan su esperanza,
cuando sé que padeces,
cuando tu risa espectral se deshace en mis oídos,
cuando mi piel te arde en la memoria,
cuando recuerdas, niegas, resucitas, pereces,
yo te amo, ciudad.

Yo te amo, ciudad,
cuando desciendes lívida y extática
en el sepulcro breve de la noche,
cuando alzas los párpados fugaces
ante el fervor castísimo,
cuando dejas que el sol se precipite
como un río de abejas silenciosas,
como un rostro inocente de manzana,
como un niño que dice acepto y pone su mejilla.

Yo te amo, ciudad,
porque te veo lejos de la muerte,
porque la muerte pasa y tú la miras
con tus ojos de pez, con tu radiante
rostro de un pez que se presiente libre;
porque la muerte llega y tú la sientes
cómo mueve sus manos invisibles,
cómo arrebata y pide, cómo muerde
y tú, la miras, la oyes sin moverte, la desdeñas,
vistes la muerte de ropajes pétreos,
la vistes de ciudad, la desfiguras
dándole el rostro múltiple que tienes,
vistiéndola de iglesia, de plaza o cementerio,
haciéndola quedarse inmóvil bajo el río,
haciéndola sentirse un puente milenario,
volviéndola de piedra, volviéndola de noche,
volviéndola ciudad enamorada, y la desdeñas,
la vences, la reclinas,
como si fuese un perro disecado,
o el bastón de un difunto,
o las palabras muertas de un difunto.

Yo te amo, ciudad,
porque la muerte nunca te abandona,
porque te sigue el perro de la muerte
y te dejas lamer desde los pies al rostro,
porque la muerte es quien te hace el sueño,
te inventa lo nocturno en sus entrañas,
hace callar los ruidos fingiendo que dormitas,
y tú la ves crecer en tus entrañas,
pasearse en tus jardines con sus ojos color de amapola,
con su boca amorosa, su luz de estrella en los labios,
la escuchas cómo roe y cómo lame,
cómo de pronto te arrebata un hijo,
te arrebata una flor, te destruye un jardin,
y te golpea los ojos y la miras
sacando tu sonrisa indiferente,
dejándola que sueñe con su imperio,
soñándose tu nombre y tu destino.
Pero eres tú, ciudad, color del mundo,
tú eres quien haces que la muerte exista;
la muerte está en tus manos prisionera,
es tus casas de piedra, es tus calles, tu cielo.

Yo soy un pez, un eco de la muerte,
en mi cuerpo la muerte se aproxima
hacia los seres tiernos resonando,
y ahora la siento en mi incorporada,
ante tus ojos, ante tu olvido, ciudad, estoy muriendo,
me estoy volviendo un pez de forma indestructible,
me estoy quedando a solas con mi alma,
siento cómo la muerte me mira fijamente
como ha iniciado un viaje extraño por mi alma
como habita mi estancia más callada
mientras descansas, ciudad, mientras olvidas.

Yo no quiero morir, ciudad, yo soy tu sombra,
yo soy quien vela el trazo de tu sueño,
quien conduce la luz hasta tus puertas,
quien vela tu dormir, quien te despierta,
yo soy un pez, he sido niño y nube,
por tus calles, ciudad, yo fui geranio,
bajo algún cielo fui la dulce lluvia,
luego la nieve pura, limpia lana, sonrisa de mujer,
sombrero, fruta, estrépito, silencio,
la aurora, lo nocturno, lo imposible,
el fruto que madura, el brillo de una espada,
yo soy un pez, ángel he sido,
cielo, paraíso, escala, estruendo,
el salterio, la flauta, la guitarra,
la carne, el esqueleto, la esperanza,
el tambor y la tumba.

Yo te amo, ciudad,
cuando persistes,
cuando la muerte tiene que sentarse
como un gigante ebrio a contemplarte,
porque alzas sin paz en cada. instante,
todo lo que destruye con sus ojos,
porque si un niño muere lo eternizas,
si un ruiseñor perece tú resuenas,
y siempre estás, ciudad, ensimismada,
creándote la eterna semejanza,
desdeñando la muerte,
cortándole el aliento con tu risa,
poniéndola de espalda contra un muro,
inventándote el mar, los cielos, los sonidos,
oponiendo a la muerte tu estructura
de impalpable tejido y de esperanza.

Quisiera ser mañana entre tus calles
una sombra cualquiera, un objeto, una estrella,
navegarte la dura superficie dejando el mar,
dejarlo con su espejo de formas moribundas,
donde nada recuerda tu existencia,
y perderme hacia ti, ciudad amada,
quedándome en tus manos recogido,
eterno pez, ojos eternos,
sintiéndote pasar por mi mirada
y perderme algún día dándome en nube y llanto,
contemplando, ciudad, desde tu cielo único y humilde
tu sombra gigantesca laborando,
en sueño y en vigilia,
en otoño, en invierno,
en medio de la verde primavera,
en la extensión radiante del verano,
en la patria sonora de los frutos,
en las luces del sol, en las sombras viajeras por los muros,
laborando febril contra la muerte
venciéndola, ciudad, renaciendo, ciudad, en cada instante,

en tus peces de oro, tus hijos, tus estrellas.



 

CANCIONES DE AMOR DE SANCHO A TERESA

1
MARIPOSA

Teresa:
traía para tí,
entre las manos,
una mariposa.

Era roja, era azul,
era oriblanca,
era tan linda,
que al verla bajo el sol
esta mañana,
quise que la tuvieras
o al menos la miraras.

Traía para ti,
lleno de contentura
aquella mariposa
que aleteaba en mis manos
como un pajarito.
¡Quería verte la cara
cuando vieras saltar
sobre tu falda
aquella mariposa!

Pero ya junto a tu casa
vi otra mariposa
sola, amarilla, y verde,
parecía estar triste
como un hombre sin novia,
y pensé si sería

la novia de la mía;
y abriendo mis manos
dejé que se escapara
la oriblanca, la azul,
la roja mariposa;
y las dos se volaron,
y juntas fueron a quererse
perdidas por el cielo.

5
CELOS

No quiero que mires
al Illán de Vargas.
Si te da quesillos,
si la miel te lleva,
si los berros frescos
en tu casa deja,
no quiero que mires
al que va diciendo
que tú eres su novia
y yo su burlanza.

Si me das desdenes
por Illán de Vargas,
romperé a puñadas
la cerca de piedras,
y echaré a los aires
a esos pajaritos
que tanto tú quieres:
el sacre de nieve
y el neblí de llama.


No quiero que mires
al Illán de Vargas,
o tendré que irme
de nuevo a las cuevas
¡a purgar desdenes
con ciruelas pasas!



6
LAS ESTRELLAS

¡Cuántas estrellas anoche!
¡Yo las veía tan claras y cercanas
como higos de cristal, como frutillas azules!
Me parecía, Teresa,
que todas las estrellas te miraban
con la misma alegría con que te miran
los ojos de mi alma.

Bocarriba en el campo,
solos la tierra y yo con las estrellasa
yo ponía mis ojos
en el pueblo de ojillos azulosos
que desde arriba podía contemplarte
con tantos ojos como estrellas tiene
el cielo blanco.

¿O serán las estrellas
las orejas del cielo,
por donde arriba oyen
tu cantar cuando hilas

o tu risa en el baile?

¿O serán las estrellas
como un sarpullido
que en la piel del cielo
provoca rasquiñas,

y comezón, y ansias,
y por eso titilan
y brincan las estrellas?




MEMORIAL DE UN TESTIGO

Cuando Juan Sebastián comenzó a escribir la Cantata del café,
yo estaba allí:
llevaba sobre sus hombros, con la punta de los dedos,
el compás de la zarabanda.
Un poco antes,
cuando el siñorino Rafael subió a pintar las cameratas vaticanas
alguien que era yo le alcanzaba un poquito de blanco sonoro
bermejo,
y otras gotas de azul virginal, mezclando y atenuando,
hasta poner entre ambos en la pared el sol parido otra vez,
como el huevo de una gallina alimentada con azul de Metilene.

¿Y quién le sostenía el candelabro a Mozart,
cuando simboliteaba (con la lengua entre los dientecillos de ratón)
los misterios de la Flauta y el dale que dale al Pajarero y a la
Papagina?
¿ Quién, con la otra mano, le tendía un alón de pollo y un vasito
de vino?

Pero si también yo estaba allí, En el Allí de un Espacio escribible con mayúsculas,
en el instante en que el Señor Consejero mojaba la pluma de ganso egandino,
y tras, tras, ponía en la hojita blanca (que yo iba secando con
acedera meticulosamente)
Elegía de Marienbad amén de sus lágrimas.

Y también allí, haciendo el palafrenero
cuando hubo que. tomar de las bridas al caballo del Corso
y echar a correr Waterloo abajo.
Y allí, de prisa, un tantito más lejos,
yo estaba junto a un hombre pomuloso y triste,
feo más bien y no demasiado claro,
quien se levantó como un espantapájaros
en medio de un cementerio,
y se arrancó diciendo:
Four score and seven years ago...

Y era yo además quien, jadeante, venía (un tierno gamo de ébano corre por las orillas de Manajata)
de haber dejado en la puerta de un hombre castamente erótico
como el agua,
llamado Walterio, Walterio Whitman, si no olvido,
una cesta de naranjas y unos repollos moradas para su caldo,
envío secretísimo de una tía suya, cuyo rígido esposo no consentía tratos
con el poco decente gigántón oleroso a colonia...


II

Ya antes en todo tiempo yo había participado mucho,
Estuve presente

(sirviendo copazas de licor, moviendo cortinajes,
entregando almohadones, cierto, pero estuve presente).
en la conversación primera de Cayo Julio con la Reina del Nilo;
una obra de arte, os lo digo, una deliciosa anticipación
del psicoanálisis y de la radioactividad.

La reina llevaba cubierta de velos rojos su túnica amarilla,
y el romano exhíbía en cada uno de sus dedos un topaeio descomunal, homenaje frustrado
a los ojos de la Asombrosa Señora.
¿Quién, quién pudo engañarle a él,
azor tan sagaz, mintiéndole el color de aquellos ojos?

Nosotros en la intimidad la decíamos Ojito de Perdiz y Carita
de Tucán,
pero en público la mencionábamos reverentemente
como Hija del Sol y Señora del Nilo,
y conocíamos el secreto de aquellos ojos,
que se abrían grises con el albor de la mañana,
y verdecían lentamente con el atardecer.


III

Luego bajé a saltos las escaleras del tiempo, o las subí, ¡quién sabe,
para ayudar un día aponerse los rojos calzones al Rey Sol en
persona,

(la música de Lalande nos permitía bailar mientras tráabajábamos)
y fui yo quien en Yuste sirvió su primera sopita de ajos al Rey.
ya tenía la boca sumida, y le daba cierto trabajo masticar el pan,
y entré luego al cementerio para agompañar los restos de Monsieur Blas Pascal,
que se iba solo, efectivamente solo, pues nadie murió con él ni
muere con nadie.
¡Ay las cosas que he visto sírviendo de distracción al hombre y
engañándole sobre su destino!
Un día, dejadme recordar, ví a Fra Angélico descubrir Ia luz de cien mil watios,
y escuché a Schubert en persona, canturreando en su cuarto La
Bella Molinera
,


No sé si antes o después o siempre o nunca, pero yo estaba allí, asomado a todo
y todo se me confunde en la memoria, toda ha sido lo mismo:
un muerto al final, un adiós, unas cenizas revoladas, ¡pero no olvido!,
porque hubo testigos, y habrá testigos, y si no es el hombre
será el cielo quien recuerde siempre
que ha pasado, un rumoroso cortejo!
lleno de vestimentas y sonatas, lleno de esperanzas

y rehuyendo el temor: siempre habrá un testigo que verá
convertirse en columnilla de humo

lo que fue una meditación o una sinfonía y siempre renaciendo.

IV

Yo estuve allí
alcanzándole su roja peluca a Antonio Vivaldi cuando se disponía a cantar el Dixit,
yo estuve allí, afilando los lápices de Mister Isaac Newton,
el de los números como patitas de mosca,
y unas días después fuí el atribulado espectador de aquel médico candoro
que intentaba levantar una muralla entre el ceñudo portaestandarte Cristóbal Rilke
y la muerte que él, dignamente, se había celosamente preparado.

Sobre los hombros de Juan Sebastián,
con la punta de los dedos, yo llevaba el compás de la. zarabanda.
Y no olvido nada,
guardo memoria de cada uno de las trajes de fiesta del Duque de Gandía, pero de éstos,
de estos rojos tulipanes punteaditos de oro, de estos
tulipanes que adornan mi ventana,
ya no sé si me fueron regalados por Cristina de Suecia, o por
Eleanora Duse.



 


RAPSODIA PARA EL BAILE FLAMENCO

Dialogar con la muerte es la hermosa imprudencia
de quienes aprenden a cantar desde la cuna al borde del abismo.
El canto y la danza también pueden ser fervorosos rituales de la desesperanza,
escuelas de lo terrible pobladas de una infancia hipnotizada por los ojos de la madre,
los ojos de una fascinada mujer que a su vez viene rodando por los siglos;
con su encantamiento amarrado a la cintura, y quiere arrojarlo de sí,

con palmas, con gemidos, con arranques de un fuego que prende

otro fuego más hondo, para evitar el imperio de la ceniza en el alma,
y levantar la sangre hasta los rostros de los santos de papel.
La danza puede ser el idioma perdido de unos dioses,
la señal arrojada a la noche desde un faro hundido en el infierno,
la invitación a rugir de protesta y de odio contra el acabamiento humano

la llamada al disfrute de placeres absolutamente baldíos, pero gratos por ello,
la plegaria burlona ante ídolos que perdieron todo su poder,
y son ahora piedrecillas azotadas por la danza.
Este canto que viene de más allá de las entrañas,
este canto aprendido junto al muro de los cementerios,
este canto guardado entre sus vísceras por los errantes hijos de David,
este disfraz del llanto de las sinagogas, que lleva siglos resonando,
este canto hecho de milenios de mendicidad, de pavor y de adulterios,
este lamento que es un río de belleza y de sangre vertida por el amor prohibido,
este canto que es un hombre en fuga, un criminal acorralado,
un violador de niñas a la sombra del nardo, alguien
a quien el destino persigue con sus perros más feroces,
este canto y esta danza, hermanos gemelos de la muerte,
hijos de la calavera, sonidos del bailete que el diablo ensaya todos los días
a las puertas del cielo,
esta danza y este canto, esta belleza golpeadora en el bajo vientre, estas victorias,
elevan al hombre más allá del. glorioso desdén por la muerte, lo mantean
como a un polichinela humanizado por el impuro amor a las hetairas,
y esparcen y derraman la blanca sangre de la fecundación,
y al final lo entregan rendido a la orgullosa posesión del vacío;
esta danza y este canto, estas alucionaciones, estos esqueletos de
carnosas grupas,
estos misteriosos gatos egipcios que saltan entre los brazos en arco y muerden la cintura
de los bailarines, estas agrias flechas de lascivia contra el San Sebastián
que las contempla, este aquelarre ardiendo entre los muslos, y a la postre,
después de los altos himnos paganos de la carne, después del rostro contraído por el
miedo a la muerte, después de la pasión crispada y anhelante, del llanto denunciado
en las tenebrosas guitarras, esta danza y este canto se pierden en el vientre
de la noche, vuelan hacia los recónditos cementerios, y agazapados quedan; este canto
y esta danza, hasta mañana, hasta mañana otra vez, hasta siempre y más siempre, hasta mañana.



 CUANDO LOS NIÑOS HACEN MUÑECOS DE NIEVE

Cuando las niñas hacen un muñeca de nieve,

Ellos no saben que juegan a Dios,
Autorizados por Dios;

Desde el seno de la cellisca sonríe el Señor,
Y aporta nuevos ramos de nieve, más blanca a cada instante,
Para hacer los brazos del ente, las orejas, la frente
De ese muñeco que acaba por erguirse en la vastedad de la nieve.
Igual que un hombre sale de las manos de Dios.


Cuando los niños hacen un muñeco de nieve,
Una vez satisfechos y plenos como el mismo Padre de todas las criaturas.
Lo abandonan gentiles a su nuevo destino
Y queda sorprendido de ser para siempre una sombra arrojada a la nieve,
Aquél a quien los niños dejan como un  centinela perdido en el desierto.




EL GALEÓN

Desde Manila hasta Acapulco
el poderoso galeón venía lleno de perlas,
y traía además el olor de ilang-ilang,
y las diminutas doncellas de placer criadas por Oriente,
y todo el aire de Asia pasando por el tamiz mejicano,
para derramarse un día sobre las severas piedras de Castilla,
como un extraño óleo de tentación y desafío.
Desde Manila hasta Acapulco
el viejo galeón cuidaba su vientre henchido de canela,
y los lienzos de vaporosas sedas para la ropa del rey,
y las garrafas de muy madurada malvasía,
y los alfilerones de oro para la arquitectura difícil del peinado,
el palisandro, la taracea, el primor,
todo venía en el vientre del galeón
hurtándose de continuo a los corsarios golosísimos,
que pretendían adelantarse en lo de poner a los pies del rey suyo
la espuma blanquísima del coco, el arcón de sándalo, el laúd
copiado del ave del paraíso, y la marquetería
rehilada de nácar, como diseñada por Benvenuto en la Florencia medicea.
Desde Manila hasta Acapulco
el galeón saltaba entre mantas de transparentes zafiros,
y a cañonazos, a dentelladas, a blasfemias,
defendía el bosque de sus entrañas, fuese de compotas,
de abanicos, o de caobas,
y avanzaba hacia el sol legendario de los mejicanos como a un altar,
venciendo, escabulléndose, ascendiendo desde el abismo del océano
hasta las playas donde la finísima arena remedaba la trama delicada
de los tejidos que urdían en Filipinas las últimas hadas verdaderas.
Desde Manila hasta Acapulco
el galeón hacía palpable los sueños de Marco Polo.
Parecía saber que allá en la corte lejana esperaba un rey,
un hombre sensual y triste, monarca de un vastísimo imperio,
un rey que no podía dormir pensando en la renovada maravilla del galeón,
y en tanto los tesoros viajaban lentamente por tierras mejicanas,
y llegaban al otro lado del mar para salir en busca de Castilla,
él se serenaba en su palacio quemando redomillas de sándalo,
jícaras de incienso, pañuelos perfumados con ilang-ilang.
Y así, de tiempo en tiempo el Escorial era como un galeón de piedra,
como un navío rescatado de un mar tenebroso, salvado
por la insistencia de la resina, por el aroma tenaz del benjuí y de la canela.
El Escorial era
un galeón construido por el rey un día para viajar,
sin moverse de su rígido taburete, desde Castilla hasta Acapulco,
desde Acapulco hasta Manila, desde Manila hasta el cielo.




BRANDENBURGO 1526

Exquisitas damas brandenburguesas
procuraban dominar la cólera del Barón Humperdansk,
no obstante que conocían la justificación de aquella cólera:
la Baronesa, a la que se tenía por mujer feliz en su castillo rodeado de abetos gigantescos,
se levantó muy al alba, vestida ya de amazona, bebió de pie su taza de Etiopía,
y dijo al palafranero por única despedida:
«cuando llegue el momento dígale al Barón que salí a ver qué cosa es esa del
Nuevo Mundo de que se habla tanto ahora».
El Barón fue informado de su infortunio a la hora exacta
en que cada día autorizaba a sus lacayos a dirigirle la palabra:
apagada la última campanada de las doce, él agitaba desde su cámara secreta
una campanillita de oro que tintineaba por todo el castillo,
y erizaba de pavor los cabellos de la servidumbre.
-«Deme las novedades del día», dijo el Barón al bailío de turno.
El bailío aclaró su garganta, se puso rígido, y desviando sus ojos
de la cara granítica del Barón Humperdansk, dijo de una tirada:
-«Hoy no hay nada más que decir que la señora baronesa partió a las cinco y
treinta de la mañana en su caballo alazán Bucefalito, dejándole dicho
a Vuestra Excelencia que iba al Nuevo Mundo».
El Barón Humperdansk clavó los ojos en el parque de abetos que rodeaba el castillo;
mudo, con el cristal de las lágrimas perforaba el sendero, y seguía más allá,
como persiguiendo el trotar del alazán en las llanuras brandenburguesas,
y avanzaban hasta alcanzar las orillas del océano, donde desplegaba grandes velas
color de azafrán, una barca lista para zarpar con rumbo a las remotas islas,
a aquellas en cuya realidad creían tan sólo los navegantes fieles a Juan de Mandavilla
y los pajes venecianos del perínclito Señor del Tapiz de Oro, llamado Marco Polo.
Adherido como un albatros muerto al ventanal sobre el bosque, el Barón presenciaba extrañas ceremonias.
¡Qué inmenso templo de columnas blancas coronadas de ventalles verdes!
¡Qué calidad de cielo! ¡Y cuántas claridades en las nubes!
¿Será ésta la tierra presentida por los altivos navegantes de la Eskalda,
por los viejos estrelleros del Egipto, por los augures persas?
Deleitoso dibujo nunca visto del sol sobre las hojas, del aire en la piel del espacio.
Todo es allí sustancia de diamante, todo se rompe en luz, todo fulgura.
¿Qué isla es esta de la que a Brandenburgo llegan insólitos aromas,
y rojos chillidos de desconocidos pájaros despiertan los abetos del castillo,
y humaredas de un incienso nuevo suben hasta el alma, y la enardecen?
¿Qué catedral radiante se alza junto a la espuma,
y piérdese feliz por ella la más exquisita dama de Brandenburgo,
reverenciada ahora entre himnos y elásticas danzas como una diosa ofrendada por el mar,
reverenciada por gentes extrañas, jamás vistas en los bosque de Europa?
¿Y quiénes son estos jóvenes guerreros desnudos que cantan sin cesar tan suaves melodías,
y estas doncellas doradas que danzan percutiendo a compás sus tamburines?
¿Qué es este extraño atuendo de sus cabezas, y esta mórbida carne acanelada
de sus sensuales cuerpos, que se adivinan tibias como caricias?
Mira el Barón absorto el ritual de la remota isla hecho a una diosa nueva;
siente que aquellos extraños guerreros la han recibido
como si hubiese caído del cielo después del huracán, el huracán,
que a veces dejaba en las llanuras y sobre el terciopelo de las solemnes ceibas innumerables pajaritos
blancos y a veces, como ahora, ofrecía un ídolo benéfico,
otra diosa que renovaría la fecundidad de las mujeres y de la tierra.
El Barón lloraba silenciosamente, día tras día, en noche y alborada,
y en su habitación entraban las exquisitas damas de Brandenburgo
para escucharle una y otra vez el relato de sus alucinaciones. Hablaba
de ríos absolutamente cristalinos, de rojas mariposas sonoras,
de aves que conversaban con el hombre y reían con él. Hablaba
de maderas perfumadas todo el tiempo, de translúcidos peces voladores, de sirenas,
y describía árboles golpeantes con sus fustes en la techumbre del cielo,
y se le oía runrunear, transportado en su sueño al otro mundo,
cancioncillas que jamás resonaron en los bosques del castillo. Y cantaba:
Senserení, color de agua en la mano,
y sabor de aleluya en bandeja de plata;
Senserení cantando a través del verano,
con su pluma de oro y su pico escarlata.
Tornaba a ensimismarse en su felicísima tristeza, y allí se estaba el Barón de Humperdansk,
pegado al ventanal de las iluminaciones, contemplando el vivir de su esposa
en otro lejano paraíso, rodeada
de adolescentes lascivos, de ídolos hieráticos, de madreperlas y palmeras.
Hasta que un día, de pronto, apagada la última campanada de las doce, cuando
los lacayos entraban para cantar con laúd las novedades del día
(que Lady Mirandolina se había malogrado,
que Piccolino Uccello había escrito un poema),
se oyó gozosa la voz del bailío diciendo:
-«Hay noticias, señor Barón, de que la Baronesa vuelve». Y a seguidas,
crecía en todos los oídos el trotar de un caballo alazán. Y avanzaba veloz,
entre los abetos, la diosa que venía de las islas. Corría feliz hacia el castillo,
aquella que partió para encenderse y renacer en las tierras del Nuevo Mundo.
Entró en la cámara del Barón,
besó la frente del deslumbrado cuchicheando extrañas palabras en sus oídos,
y ceremoniosa fue hasta la ventana de los prodigios lejanos: la Baronesa Humperdansk
llamó junto a sí a las exquisitas damas brandenburguesas y dijo:
«Bendecidme, mujeres de Brandenburgo; mirad mi vientre: traigo del Nuevo Mundo
al sucesor de este castillo».
Y la Baronesa, con suma cortesía,
invitaba a las damas a fumar de unas oscuras hojas que recogió en las islas.
El humo vistió de nubecillas plateadas la cámara del feliz Barón. Ebrio de alegría,
agitaba su campanilla de oro, y pedía que trajesen los vinos de las fiestas
principales. Todos brindaban
por el niño que pronto haría florecer de nuevo los muros del castillo.
Todos bailaban locos de felicidad.
Y extraña cosa en los bosques de Brandenburgo:
todos quedaban castamente desnudos, envueltos por el humo traído de las islas,
y danzaban al son de una música extraña:
una música hecha con tamburines de oro, y palmas, y sahumerios.



LUIGIA POLZELLI MIRA DE SOSLAYO
A SU AMANTE Y SONRÍE
El maestro Josef Haydn recogía sus últimos papeles. El archiduque,
el Teobaldo al que sus enemigos llaman El Giboso, mira
con la crueldad habitual de su sonrisa al sereno maestro.
Él era el príncipe y el otro era su esclavo. «Maestro Haydn,
le decía, prepárame para mañana una pequeña ópera
en la que haya un hombre feliz engañado por su esposa».
Josef Haydn apelaba a su conocida serenidad, y sin sonreír
hacía una reverencia. «Mañana la tendrá Vuestra Alteza. Ahora,
con la venia, debo retirarme. Mi esposa, la que Vuestra Señoría llama
Bellísima Luigia Polzelli, me espera detrás de esas cortinas».
El maestro Haydn salía por el largo corredor del Palacio,
llevando a su esposa férreamente cogida de la mano. Él sabía
que el Archiduque, el maldito Teobaldo de la Giba,
tenía su paraíso en mirar, nada más que en mirar. Haydn
tarareaba su Serenata para Cuerdas, y apretaba el paso:
sentía, sin verlas, las miradas del otro desnudando a su esposa.
Saltaba el Archiduque de cortina en cortina como un sapo
por el largo pasillo, y el maestro, de reojo, veía con amargura
cómo Luigia Polzelli, la amada de su alma, miraba de soslayo,
y sonreía apicaradamente, a ritmo
con el dorado insistir de la Serenata para Cuerdas de su esposo,
el maestro Josef Haydn, nada menos que eso: el Maestro Haydn.



 NOCTURNO LUMINOSO

Music I heard with you was more than music,
and bread I bro/ce with you was more than bread.
CONRAD AIKEN

Como un mapa pintado de violento amarillo sobre una pared gris,
o como una mariposa aparecida de súbito en medio de los niños en el aula, 

inesperadamente así,
cuando es más noche la noche de los ciegos extraviados en el laberinto,
puede aparecer de pronto una figura humana que sea como un cirio dulcemente encendido,

como el sol personal, o como el recuerdo de que hay también estrellas y hermosura,
y algo bello cantando todavía entre las viejas venas de la tierra.
Como un mapa o como una mariposa que se queda adherida en un espejo,
la dulce piel invade e ilumina las praderas oscuras del corazón;
inesperadamente así, como la centella o el árbol florecido,
esa piel luminosa es de pronto el adorno más bello de una vida,
es la respuesta pedida largamente a la impenetrable noche:
una llama de oro, un resplandor que vence a todo abismo,
un misterioso acompañamiento que impide la tristeza.
Como un mapa o como una mariposa así de simple es amar.
¡Adiós a las sombras, a los días abogados de hastío, al girovagar la Nada!
Amar es ver en otra persona el cirio encendido, el sol manuable y personal
que nos toma de la mano como a un ciego perdido entre lo oscuro,
y va iluminandonos por el largo y tormentoso túnel de los días,
cada vez más radiante,
hasta que no vemos nada de lo tenebroso antiguo,
y todo es una música asentada, y un deleite callado,
excepcionalmente feliz y doloroso a un tiempo,

tan niño enajenado que no se atreve a abrir los ojos, ni a pronunciar una palabra,
por miedo a que la luz desaparezca, y ruede a tierra el cirio,
y todo vuelva a ser noche en derredor
                                  la noche interminable de los ciegos.



 GUITARRA

De niño fui llevado al corazón exacto de la India,
quiero decir, a un templo desconocido en el centro mismo de la India,
más lejos todavía de donde alcanza la memoria de los brahmanes,
allí donde los santuarios que no puede pisar el tocado de impureza,
custodiados por blancos cocodrilos, ceremoniosos leopardos, adolescentes ciegos.
Fui introducido furtivamente en el hogar cimero del dios:
protegido por el velo de interminables melodías, de fina llovizna de sonidos,
entre los pliegues del manto de un anciano venerado,
cuya santidad es comparable a la fuerza persuasiva de su magia.
Fui depositado a los pies del dios terrible, no como un desafío,
sino para ver de vencerle la cólera de su corazón,
pues todos sentían piedad de aquel dios poseído de un furor inacabable,
que iba devorando cada día un territorio más de su esperanza.
Y allí quedé, frente a frente de sus terribles ojos asombrados.
Pero el dios devorador de llamas, de claros pensamientos y de bosques,
aquel que se alimentaba con la sangre de sí mismo y quemaba en furor su alma,
vio perdida su fuerza y hubo de perdonar y darse a sí propio la paz,
porque durante todo el tiempo que estuve en el santuario,

tocaba en mi guitarra suaves melodías: aquellas
que le recordaban al dios su propio nacimiento. 
                               Y es que
vuelvo a vivir en el país de la infancia, también un dios descubre 

la inagotable felicidad de colocarse de espaldas al destino.





EL GATO PERSONAL DEL CONDE CLAGLIOSTRO
Tuve un gato llamado Tamerlán.
Se alimentaba solamente con poemas de Emily Dickinson,
y melodías de Schubert.
Viajaba conmigo: en París
le servían inútilmente, en mantelitos de encaje Richelieu,
chocolatinas elaborada para él por Madame Sevigné en persona,
pero él todo lo rechazaba,
con el gesto de un emperador romano
tras una noche de orgía.
Porque él sólo quería masticar,
hoja por hoja, verso por verso,
viejas ediciones de los poemas de Emily Dickinson,
y escuchar incesantemente,
melodías de Schubert.
(Conocimos en Munich, en una pensión alemana,
a Katherine Mansfield, y ella,
que era todo lo delicado del mundo,
tocaba suavemente en su violoncelo, para Tamerlán,
melodías de Schubert).
Tamerlán se alejó del modo más apropiado:
paseábamos por Amsterdam, por el barrio judío de Amsterdam concretamente,
y al pasar ante la más arcaica sinagoga de la ciudad,
Tamerlán se detuvo, me miró con visible resplandor de ternura en sus ojos,
y saltó al interior de aquel oscuro templo.
Desde entonces, todos los años,
envío como presente a la vieja sinagoga de Amsterdan,
un manojo de poemas.
De poemas que fueron llorados, en Amherst, un día,
por la melancólica señorita llamada Emily,
Emily, Tamerlán, Dickinson.



PLEGARIA DEL PADRE AGRADECIDO
 

Gracias te doy, Señor de lo creado,
Porque has dado a mi hija una suave fealdad irremediable.

Gracias te doy, magnánimo padre de los cielos,
Porque sé que esta niña contará con talento y será virtuosa,
(Virtuosa como un beduino en medio del desierto), ¡alabado seas!

Entre los rasgos que definen su fealdad,
Yo adivino las borlas de sus infinitos doctorados.
Será una mujer entregada a la ciencia, al número secreto,
Acaso a la obstetricia o al navegar celeste. ¡Aleluya, aleluya!


Cuando compruebo con ternura su fealdad,
sueño con que un día sea nombrada Premio Nobel.
(Irá del brazo mío ante el rey de los suecos, quien nos dirá sonriendo:
« El premio de la virtud es recompensa suficiente para la mujer honesta»,
Y luego nos dará, por turno, a cada uno, un besito de hueso viejecito

En la puntita de la nariz. ¡Aleluya, cien veces Aleluya!)

Tú has querido, Señor, que belleza y saber sean enemigos,
Tú das talento a la mujer más fea, y más cuanto más.
Venus, lo sé, era ignorante, torpe, bronca y pendenciera,
¡Pero era por eso tan bella como las constelaciones! ¡Aleluya!
Tu infinita pasión por la justicia, Señor de todo lo creado,
Te hace ordenar que nazca con todo hombre una balanza:
Si pones saber quitas hermosura, si agregas virtud robas simpatía,
¡Alabadísimo seas!


Gracias te doy, Señor, porque mi hija
disertará oscuramente sobre Heráclito, leerá a Santo Tomás en chino,
Y en la alta noche, cuando su madre y yo durmamos sin cuidado,
Estará traduciendo obstinadamente a Platón, huyéndole al espejo, sumergida
En libros inmensos y en cálculos de setenta cifras a la memoria,
¡Aleluya, aleluya!
Nadie habrá de invitarla jamás al cinematógrafo, ¡bendito y alabado seas! ,
Ni intentará ninguno averiguar la temperatura de sus muslos, ¡millones de alabanzas!
¡Qué dicha para un padre honrado la hija fea!


Mientras los otros padres
Mecen entre sus brazos, llenos de cólera, niñitos aparecidos por sorpresa,
Niños que nadie esperaba y que nunca se aclarará cómo vinieron,
Mi esposa y yo estaremos tan felices: nuestra hija no parirá jamás, ¡aleluya, aleluya!
Nuestro sueño no sera turbado nunca por el chillido gatuno de los niños.
Y en medio de la noche, cuando salen de puntilla de su casa
Hacia el refugio del amor las doncellas de rostro más hermoso,
Mi hija estará sumida en una profunda disquisición sobre Anaxágoras,
Sólo podrá romper el solemne silencio de la noche un grito de júbilo:

Será cuando ella compruebe que era exacto su cálculo
Sobre el número preciso de cabellos que adornan la cabeza de Gabriel,
El Arcángel perfecto de los números.