sábado, 17 de marzo de 2018

Arcadio Ortega, Poesía.

 Arcadio Ortega Muñoz, español nacido en Granada el 28 de agosto de 1938. Cofundador de la colección literaria Aldebarán y primer Presidente de la Academia de Buenas Letras de Granada, entre 2002 y 2008. Obtuvo los premios “Virgen del Carmen” de poesía en 1975 por su libro "Cuando la mar se vuelve fría", otorgado por la Presidencia del Gobierno, el "García Lorca" de la Universidad de Granada en 1981 por su libro "A nuestros poetas muertos" y el "Almería" de la Caja de Ahorros de Almería en 1978 por su novela "Viento del Sur". Es Presidente de Honor de la citada Academia y Medalla de Oro al Mérito por la ciudad de Granada en 2009 concedida por el Ayuntamiento de Granada.
Tras su traslado a Granada, continúa desarrollando su labor creadora tanto en el dominio de la poesía como de la novela y el periodismo literario. Publica "A nuestros poetas muertos" (1982), "El fondo del espejo" (1991), Granada: "Crónica de un desguace" (1997) y "Ocaso en Granada" (2000). Estos libros fueron recogidos, adelanto de sus poesías completas, en Áncora del tiempo (Poesía, 1970-2000) (2004). Con posterioridad, han visto la luz tres libros poéticos "Existir en las horas" (2005), "La hora del té" (2007) y "Estelas en la mar" (2015). Su producción novelística comienza con la publicación de "Evasión de capital" (1979), cuya historia se centra en el periodo de la transición política en España; y continúa con "Viento del sur" (1979), novela que su historia en los pescadores de bajura; en "Candidato Independiente" (1993), indaga en la toma de conciencia política; en dos de sus novelas, "El Hijo del Presidente" (1998) y "Los juguetes del yuppi" (2001), se introduce en el mundo financiero. A estas novelas seguirán "El retorno de las rosas" (2002), novela poética, "El silencio de Laura" (2003), "El testamento" (2007), "Ayer cumplí 89 años" (2009). " Los tres lectores de Paula" (2013) y "Acosos de mujer" (2014). En su labor ensayística sobresale "Andaluces con paisaje" (2003).
 Biografía tomada de:
https://www.notedlife.com/es/biografiasyvidas/Arcadio-Ortega-Mu%C3%B1oz-biografia

Yo sé lo que es plantar
un beso en una esquina,
un jazmín en el cielo
y un sueño en el mar nuestro.
Y sé que poco crecen.

HOY

Hoy quince de marzo de un año en primavera
me pongo a hacer balance.
Tengo una historia inédita de sueños inconclusos.
Un futuro-presente vulgar y conocido.
Un ramillete alegre de lirios en los ojos.
Unos hijos que cantan y un sabor a cansancio.
Tengo el contorno preso de tabúes y mitos.
Y un peso azul celeste me corta y me limita.
Tengo un ansia dormida, perenne, inmaculada.
Y una mujer que existe reclinada en mi hombro.
Tengo la boca llena de sol y pensamientos.
El vacío me ocupa la altura de mi cuerpo.

Tengo las manos grandes, desiertas de preguntas.
Y una brisa de Dios me golpea en la espalda.

Tengo solo la mueca de mis treinta esperanzas
en un día cualquiera cuando hago balance.




PRIMICIA

Cuando eras un gesto ya te amaba.
Después vino el saludo y la presencia.
Y comencé a existir en tu existencia
como siempre soñé que te soñaba.

Un sol de peces tibios te doraba
despertando en azul mi somnolencia.
Era un mundo de frutos en potencia
lo que el alba mecía y recordaba.

Fuiste cierta de mí, de mí primero.
Y dormida la luz quedó tendida
ofreciendo un abrazo eternizado.

Ha crecido de rosas un reguero.
Y allí mi soledad, presencia huida,
se fundió con el surco de tu arado.





CONSTANTES

Ayer pensé:
Que nunca serías mía.
Que el sol está allá arriba; que es inmenso.
Que hay flores que no tienen luz en la pupila.
Que un poeta no es más que un llanto errante.
Ayer pensé..
¡Qué hijo más travieso si quisieras!
Hoy pienso:
Que el sol brilla lo justo.
Que las flores han sido siempre flores.
Que tú, ya siempre serás mía.
Que Dios es Dios, sin darle ni una vuelta.
Y que mi hijo estará loco, porque será poeta.
Mañana pensará:
Que el sol es aún pequeño.
Que las flores se mueren en otoño.
Que se hace muy poco en poco tiempo.
Que a Dios no hay quién lo entienda.
Mañana pensaré...
Que mi hijo no debió ser poeta.




ORACIÓN

A ti mi Dios que en el primer instante
me diste la inquietud como bandera.
A ti que rubio trigo de tu era
me engendraste de azul, eterno andante.


A ti mi Dios —mi luz—— que en el semblante
me ofrendaste la mueca más austera.
A ti que a la simiente de mi espera
removiste la tierra por delante.


A ti mi Dios eterno eternamente.
Mi principio y mi luz al fin nacida.
Mi esperanza en elipse proyectada.


A ti mi Dios, mi guía omnipresente,
nacido en la mañana de mi vida.
A ti mi Dios, la voz siempre esperada.





Antes de que se cierre la espita de mis versos,
yo te canto y te canto, por si luego ya es tarde.

Después de tantos años recostando pasiones
al donaire halagüeño del amor primerizo,
yo quiero aquí decirte, en el altar de Venus,
lo profundo que lloro cada verso perdido.

Después de que los hijos nos crecen ya al recuerdo
y que el tálamo sufre la quejumbre del grito,
yo quiero remozarte, como una voz primera,
la pasión desatada de unos labios furtivos.

Después de que la dicha nos rellenó los huecos,
exprimiendo la bilis y ahogando el olvido,
yo quiero acuchillarte, como un alud de fuego,
grabándote en la entraña el hierro de mi sino.

Después de que el futuro, arrebujado y pobre,
lo vencimos a golpes de espuelas y de abismos,
yo quiero acariciarte mordaz en tu memoria,
el día que desatamos la fiebre de los hijos.

Después de tanta vida, cantinela del tiempo,
inmolada y madura, tatuando el destino,
yo quiero confesarte, como si Dios lo oyera,
el juramento firme de un amor infinito.

Por eso cuando el verso me fluye como un río,
manso de sol y orillas, salpicando el paisaje,
y diez chopos me faltan para volver al mar,
yo te canto y te canto, por si luego ya es tarde.







                                       II
DE LA ESTIRPE DE ADÁN
                    «quien habla solo, espera hablar a Dios un día.»
                                                          ANTONIO MACHADO

Yo vengo de la estirpe de Adán, la mas preclara.
Tengo la casta alegre, orgullo de mi sino.
Mi rosa de papel, la que impaciente busco,
tiene diez primaveras formándole los picos.
Se me ha roto en la mano, guirnalda de cristales,
el sueño de una noche apalancada a un quicio.
Me he bebido mis fuentes, crisol, surco, cimiento,
mientras el Viento alzaba las faldas al vacío.
Voy alegre o borracho, jornalero de esperas,
de casa a mi trabajo, de la cuna al olvido.
La maldición —mi quiebro— de tanto acuchillarme
me construye violenta las vértebras del grito.
Del árbol de Adán soy —¡qué buen escudo!—. Miro
cómo el tiempo me pasa podando mis recuerdos,
cómo crece mi noche y cómo estoy conmigo.
Hablo solo, a retazos, me paro, aprieto y cojo
mil nortes y esperanzas, los beso y agavillo.
Llevo mucha nostalgia empapando mi vista.
La casta tengo agreste, bordón de veinte siglos.





EL VACÍO

Inmensa soledad
la que en bandadas,
subiendo en vertical o yendo en cauce,
se destroza 
—mugiente, mansa y tibia-
contra el acantilado de la muerte.

Como una tempestad,
como un arroyo,
como un rayo ancestral que se desboca,
como el quicio entreabierto
de la duda,
como si se doblara el pulso por un beso
partido en multitud de perspectivas,
horrorizado al fin de tanta altura
—despeñado, ruin, enloquecido—
se me impregna de soledad la vista
cuando miro mis manos
siempre yertas.

Por eso necesito
que en la esquina
se me doble el cansancio en un recuerdo
y en la boca me crezca un prado virgen
y las voces
me rompan la impotencia.

Cuando no es solo el paso
que se estira
—atrevido y tenaz—
siempre adelante
camino de un sinfín de pensamientos,
sino que arde volcánica
mi duda
y hasta los pies se me salpica
—inerte—
tanta ansiedad de luz,
tanta esperanza,
tanta amasada soledad primera...

 


ESTOY AQUÍ

Vengo de no saber —quizá ni vengo

para ocupar un hueco solamente
en el viento que ronda por mi frente
aventando los sueños que no tengo.

El presente que vivo, y del que obtengo
solo el tibio murmullo de su fuente
para saciarme en paz, es la corriente
que por mucho que clamo no detengo.

Solo vivo el futuro con que añoro
y el pasado deforme presentido
para poder morirme a cada paso.

El presente lo aguanto con decoro
quizá porque presiento que se ha ido
antes que me libere de su brazo.



TRISTE DE DIOS          
A josé Luis Tejada 
       leyendo su Razón de Ser

Tú denuncias. Yo canto
con la cabeza al cuerpo pegada bajo el ala.
Y una horrible blasfemia me sutura.
Triste de Dios y al margen de los hombres
agavillo tristezas a destajo.
Voy cansado de casa a mi trabajo
y a veces me despierto soñando en el espejo.

Tú denuncias las cosas que son para saberlas.
Un reguero de noes salpica mi costado
y un fracaso continuo perfila mi presente.
Astillado de esperas inconclusas
me emborracho de besos, por si acaso.
Me he buscado un asilo para medir verdades
y tocar con dulzura este poco de viento.

Tú denuncias las cosas. Y te empinas. Y gritas.
Yo a veces canto, ebrio de tierra húmeda,
para saber que fuimos; y que estamos.
Y que al final de todo,
cuando el cielo parezca una enorme denuncia,
volveremos a tierra, hendidos de promesas,
para mirando a Dios, presentar la factura.



ESTÁTICO

Podría decir 

—llamando a gritos
que estoy aquí
rompiendo piedras,
destrozando los prados
con la vista.
                                                      III


  «Te debo aquella sangre, la primera,
 este niño, aquel verso y ese llanto.»
  JOSÉ LUIS TEJADA

A CÁDIAR QUE TE VIÓ NACER

Con los ojos de uva de tus vides
y el calor de tu trigo en la cintura,
nació —luz de tu vientre— la flor de plenitud
que había de ser mía.

Alborada de peces en tus crestas.
Rubio sentir en la mañana clara.
Fue remerino y luna el canto de tus tajos
para dormir su sueño.

Un alud se quebró de luces tibias
recortando el exceso de mi dicha.
Trino alegre de escarcha en azul persiguiendo
su fugaz perspectiva.

Mi amor naciendo como un canto virgen:
Surtidor de perennes primaveras.
Tu nieve dio la savia para formar las sombras
de sus cálidos senos.

Hay un hueco en la lista de mis nombres
en recuerdo del día en que cantaste.




EL POETA PIDE LA ALEGRÍA DE SU AMADA 
«Alégrate corazón
aunque sea por la tarde.
Corazón que no se alegra
es que tiene mala sangre.»
Canción popular
Abre esos ojos -tan míos-
y tiñe delirio el viento,
que te traigo a los oídos
canciones de lino tierno.

Da vuelo a tus labios rojos
para que se eclipse el tiempo
y puedan surcar palomas
la luz de tu pensamiento.

Suelta tu risa salobre
y desmelena tu pelo
que me está subiendo el vino
de las vides de tu cuerpo.

Salpica de amor la casa,
que las cales y el alero
estrenan un blanco virgen
cuando tú cantas por dentro.

Alégrate corazón
—que si tú ríes, yo sueño

 aunque sea por la tarde
—y solo dure un momento.

 
Solamente la carne.
Dejadme que retoce tanta vida.
Dejad que me prolongue por el cuerpo.
Borrachera de senos,
premoniciones de la fruta;
ojos de vidrio
que recorren el cuerpo como lava.
Dejad que se me aturda la existencia.
Quiero vivir el cuerpo solamente,
abrazarme a la carne,
morir si es necesario en su locura,
Olvidar que existir es ir tarado,
caminando a la fuerza,
a contra-todo.

Yo me quedo, a la sombra,
a la derecha,
por el camino abierto de la ingle
Yo me libero así;
Seguid vosotros.
Olvidar que hubo un día que yo costaba.

Yo me quedo
en el puerto del hombre,
en el tronco del árbol

en que Eva
ofreció este placer de estar nacida.





«En último término el amor de hombre y mujer y el amor
divino, por el gusto de eternidad y de muerte que otorgan
al goce, son las dos únicos amores que logran elevar
el alma hasta el ápice de su forma esencial,»

SALVADOR DE MADARIAGA

Morir. Y no de amor
sino de gozo.
Acabar en el tálamo
la vida.

Dejar
que ese sudor seco, anhelante,
vaya enfriando el cuerpo y recupere
el vuelo de los ángeles,
La calma, antes de despertar
del paroxismo que el espasmo
produjo por las venas,

Sentir
la eterna sensación
de lo divino;
alcanzar las regiones
seráficas
en busca del placer
sensorial de los ángeles;
vivir la soñadora elipse.
del borde del amor
que se desploma
desde el cenit sublime
de los iris.

Volver...
para empezar
el viaje sin mácula
del sueño de los cuerpos.






El mundo es un dolor
que no nos duele.
Gira la esfera en llanto y en azul
y es imposible
quedarse con un grito. Todo lleva
su vértigo de paz. 
                  Alguien,
una mano de Dios, el brillo de sus ojos,
ese dedo ordenante de la estampa,
le va poniendo freno.
Y hay un momento exacto
en que las aguas le recortan la piel
a un continente.
En ocre y plenitud se torna el magma
dejando que los ríos le surjan
del centro de la tierra. 
               Y al borde Oeste
de su Sur
se acrece. Y toman los latidos
su esplendor informal.
Y por los poros
empiezan a nacernos los espasmos
de vida.
               Y aquí, 
en este punto exacto
que no admiten los mapas,
donde la historia —dicen—
no recoge la historia,
ya nos llega el dolor y el grito
y la presencia
de ese mundo que rueda en su desgana,
lamiendo los contornos sempiternos
donde duerme la mar.





VIII

EL faro siega
y corta;
deslumbra y se retira;
aparece
y destella;
se brinca sobre el mar
                               y peina
los azogues violetas de las olas.
El faro guiña
su perfil ancestral
de antiguas sinrazones.
No descansan los muertos
al pico de su hombría -en su soberbia-
bajo el acantilado que mantiene
el secreto
de los últimos hombres
que se tragó la mar.
El faro
lleva un ritmo
                           constante y homicida en su vaivén.





Y el tiempo
se cambió su medida por naufragios
olvidó que el reloj
lo ajustan los gobiernos
y no admitió ni fiestas ni domingos.
           Doce muertos
es mucho digerir
para cincuenta casas.
Y hay un luto en las puertas
y en las noches
y en las sábanas blancas
que bordaron, cantando,
para empapar la fiebre de un marido.
Y hay un luto,
que cierra las ventanas;
que cruza por los rostros ahuyentando
sonrisas;
que deja a la penumbra el fuego en los hogares
cuando al cabo les llega la hora
de la mesa.
          Viene
como un fantasma, la ola
de un siniestro, un esputo de llanto  acuchílla los cuerpos y las casas
y pone el pan de trigo en cuarentana
y lo desgana.
 

Al pico de las rocas
se quedaron los cuerpos;
            y allí
la mar
desbrava, se retoza
y salpica de espumas
las flores que le arrojan,
antes de bostezar.




Y si os nombro, Tomás, Juana, Santiago,
Paco el de la Melchora, es porque quiero
pagaros tanto olvido, lo primero,
y repartir  versos-pan que hoy hago.

 El mar, sin vuestras vidas, sería halago
de peces de colores, pero es fiero
si miro para atrás. Y mi año cero
 fue aquel sesenta que bebí de un trago.

Os debo catorce años. Y ya es hora
de vomitar la bilis que me traje
de redes, mosto, pan, peces  penas...

Os debo mi palabra... Creo que es hora
de que se rompa en flor tanto coraje
como brotó en las madres de mis venas.




ORIGEN
Al fin queda el recuerdo
de frente y de perfil.
Jugando entre la sombra
y el espejo.
                 I

Me injertaron vacío
por las venas;
por los cauces estrechos de los genes
que circulan voraces
por mi cuerpo; por los círculos blancos;
por la savia.
Diría
que incluso en los calostros
de la sangre
me engendraron vacío.
Un huracán de ausencias
se me expandió violento,
taladrando las células, mordiendo
las ideas, trastocando los cauces
fluyentes de la risa, haciendo
que naciera,
por debajo del gesto,
un maná de tristeza
sin apenas sentido.
Es roja bermellón
y está caliente,
No transporta las lágrimas
del grito; ni conforma
coágulos de espera.
Mi interior es así.
No presenta

—lo he visto al microscopio-
las estrías fulgentes de la vida.
No nací
para ser un hombre el uso,
un donante de sangre
——lo contrario——.
No nací, desperté,
es mi tara.
Hoy pregunto por qué
y no hay remedio.
Han cerrado los puestos de periódicos.

                 II

Depende mucho, pienso, de la suerte.
De la puerta de arriba o más abajo,
donde vino a nacer esta existencia
que hoy me forma la risa y condiciona
mi presente concreto.
El mundo se plantó
imperfecto y maduro,
hecho a cincel y llanto;
empañando vidrieras
que manaban
galácticas lechadas
de paz; sombras chinescas,
grotescamente tristes,
se alzaban guadañosas

impidiendo la risa, la palabra y el gesto.
No hice
——no pude hacer, confieso-
más que tener un sueño entre tinieblas
y otear las paredes de este mundo
que a especie de corsé
             o cámara de gas,
me dejaba en los límites exactos
en que todo parece que descansa
talándome las ramas que salían
por encima del bloque;
ajustándome bien a la medida
del hombre de la calle;
permitiéndome solo
los compases, binarios y aburridos,
de un corazón estándar para el tiempo.


Así sufrí el proceso establecido,
cuadriculé la forma de mi vida,
le busqué una razón a mi existencia
y me cosí al horario del trabajo.
Hice un alto al ver que era imposible
y pensé en formar una familia.
 

Quise romper a tiempo los axiomas
volcando en funeral toda la historia,
para volver, sangrando,
a los campos perdidos de mi infancia,
aquella que en secreto mantenía
en medio de mi ser
y que lloraba
cuando iba camino de la escuela.
                
              III

No nace el hombre libre.
              Es un ser
que ya tiene su sitio y su futuro
antes de que se sienta en libertad.
 

Está todo perfectamente urdido.
Queda así, el resquicio de estar solo,

de pensar en un vuelco,
              un cataclismo
que destroce brutal las estructuras;
algo que nos devuelva,
              despedidos,
a una primera edad.
              Quedan los sueños,
oprimidos también,
porque el cerebro tuvo

vallas y cercas y alambradas,
y fue perdiendo,
              guerra a guerra,
la posibilidad de su esplendor.
Quedan solo parcelas para el llanto,
para el tedio común,
para ser ciudadanos de la calle
con gestos y posturas
que permitan cubrir, esta es la norma,
la costumbre de tanto aburrimiento.
               
                 IV

Tengo que rebelarme a solas
pidiendo un día de valor,
una salida
para tanta frontera yugulante,

que el nombre no ha podido
controlar en sus límites.
            Una isla
que no admitan los mapas más exactos.
Un lugar frente al sol,
            un cielo limpio,
el contorno perfecto en que los ángeles
arropen con su paz
la libertad del hombre
            que nació para ser.
Pero acabo la noche y visto mi corbata,
aprieto el ceño y marcho a mi trabajo,
le sonrío a la gente y repaso la prensa,
valoro en su verdad
            mi nada
y hasta vuelvo contento.

Ya ha pasado
la hora en que soñaba
con barcos, rosas, besos, deserciones;
los días de la angustia
cuando tanto esperaba
               y esperaba.
Porque todo se queda como un río
que deshace su cuerpo entre las manos,
sin dejarnos la húmeda presencia
de un restallar de escarcha por los dedos.
Ha pasado el rosario de presencias,
de esperas impacientes, anhelantes.
               Estoy feliz
de que el tifón de presunciones
me ha dejado desnudamente puro,
de un grupo incandescente de esperanza,

Tengo la voz, la madurez, el tiempo
y un vacío conocido por las manos.
Un vacío que sabe a biblioteca,
a espliego, a sinrazones,
a mesa de camilla, a sol sin tasa,
a un juego de niñez en los almiares.
Mi vacío
—cómo si no, si fueron estas manos,
estas arrugas tempranas de mi frente
las que dieron razones a su ser-.
Un vacío
                  tan mío
repito, digo y clamo,
—siendo ultraje la lesa desmesura,
la imposible ascensión de su soberbia—,
que permite aventar, esa es su savia,
los nortes inmaduros que nacieran;
ahuyentando
——después de haber talado la esperanza y el viento——
la inmensa crueldad de lo desconocido,
todo aquello que el sueño va avivando;
dejándome feliz, como ahora estoy,
cuando no tengo nada
                 y su presencia
me abraza y me protege contra todo.



               V

Había hecho una torre con las manos
a golpes de futuros y de esperas.
Un silencio que no tenía fronteras
y se desparramaba por mis vanos.


Era un sopor azul, como de humanos
despojos de los bosques; de lumbreras
de paz en el yacer de las laderas,
cuando cantan los hielos más tempranos.


Oía cada noche aquel cuclillo
que Morris West afirma que en Oriente
oyen aún los hijos de los dioses.


Yo tenía ese cielo y el cuclillo
y nada más. Un tajo, de repente,
taló mis rosas, ahuyentó mis voces.
                VI

Número: veintitrés millones
cuatrocientos setenta mil
seiscientos veintinueve.
              En la foto,
ojos de estar cansado.
No puse el grupo de la sangre
para no contagiar
             el carné
con mi pena.


Ay, los techos inhóspitos
de pensiones estrechas.
Escaleras gastadas
             de viajantes y hetairas.



 
Aquí la soledad es algo nuevo.
Un pedazo de espera presentida,
un rescoldo a la vuelta de mi herida
y una sombra de paz en donde bebo.

Una ilusión por encontrar el cebo
donde el silencio al fin me dé la vida
y al filo de la luz, se muera y pida
un ángulo de paz tibio y longevo.

Un rincón vespertino en que las sombras
del sol mugiente y frío, perseguido,
derrame su presencia mientras canta.

Un hueco nada más, en donde nombras
las cosas, soledad, siempre a mi oído,
mientras la voz se eriza en mi garganta.



Año de duda y sed.
Se me quedó en el pecho
como queda un trallazo.
                          La soledad
me sembraba piquetes en las tapias,

me salía gritando por las copas de vino,
apretando su nudo a mi coraje
en el instante mismo en que abría los. ojos.
                          Así
me fue minando el llanto,
de bruces me tiró contra la calle,
aniquiló mis ansias,
                  una a una:
no fue posible mantener banderas.
La vida no perdona tanta vida.
Hay que pagar al César su tributo;
apretarse los machos
                  y seguir sonriendo;
y mirar, sin zozobra,
                  al espejo que escupe
veinte años de un hombre.


La nada me asaltó
                 sin la tregua del sueño,
sin ver la ventolera de mi vida.
Y fui cayendo al pozo de la ciudad
que un día,
se me ofreció propicia para hacer mi pasado.
El odio a aquel presente se abalanzó
a mi cara,
                me fue crucificando
a golpes de saliva
y me quedé desnudo, desnudo de palabras,
desnudo de mi gesto, sordamente desnudo.



Falta una línea
aquella noche fría
en que amaba el suicidio,
ni los dias que estuve
                al borde de la clínica.
pero sé que fue allí
                donde inventó mi vida,
donde alcé mi futuro y parí mi esperanza.
En el último quicio,
cruzado ya el dintel,
nacieron presurosas mis palabras
de amor.
Demandaba de Dios una promesa,
una hilera de arcángeles,
mil noches sonriendo,
las manos de las novias de los hombres del mundo.
                                            Allí.
debajo de, aquel cielo,

sucio de sol,
cansino—,
desplazado de tanto transeúnte,
en la circuncisión del pueblo,
me sentí un hombre,
                              de pronto,
                              de repente,
como se eriza el sexo: una tarde en la escuela.
Aquel día cumplí
                                          muchos años antiguos,.
ignoro
si me nació en la frente una arruga temprana,
pero encendí un pitillo
y aún recuerdo, perplejo, el humo de su llanto.
 



EPÍLOGO
«y este instante, del que no puedo
salir, que me encierra y me limita
por todos lados, este instante del
que estoy hecho, será un sueño borroso.»
JEAN-PAUL SARTRE

Hay como una pátina,
una pequeña oxidación,
un algo herrumbroso que recubre,
una tara apenas perceptible,
la sensación del moho,
el abandono.

Hay como muescas. mellas, erosiones,
un poso de cansancio
apenas impalpable,
pero viejo y marchito;
como una débil ciénaga dormida,
casi petrificada, pero humana,
sin apenas latido; algo que se quedó
ocupando un lugar, sirviendo
de tamiz.
Hay como si un vaho muy profundo
cubriera los espejos;
como el verdín que flota en los estanques;
apenas casi nada. Pero hay.
Hay un algo que atora los caminos,
que impide la pureza de la risa,
que ha puesto en cuarentena la esperanza,
que no admite más cauce que el recuerdo.
Algo que al amor le pone dique, que permite la paz pero no ceja
de poner barricadas. Algo
que viola en los cerebros la virginal pureza
del instante.


Es el tiempo,
la forma cancerosa de la muerte.

 



 MI VIDA ES SOLO ESO

En el sancta santorum donde vivo mis días,
donde escribo mis versos y recuerdo tu ausencia.
En la zanja que abro entre el mundo y mi sombra
para soñar tu vuelta y negarme tu huida.
En el tiempo que queda en la espera, a la noche,
que desbrozo en mil rosas y me espino y me sangre.
En el hueco que dejo por si llega tu beso
y me encuentra dormido sin el gesto propicio.
En esas cosas tontas en que paso las tardes,
ordenando los libros y regando las plantas.
En el llanto que a veces se me anuda en la boca
y me impide la risa que me obliga la gente.
En la cama que bordan jilguerillos de seda
y me alberga sin canto, sin calor y sin nada.
En los muebles que tienen una sombra de tiempo
durmiendo porcelanas en su último baile.
En esta persuasiva cancioncilla de moda
que repite y repite tu piel y tu sonrisa.
En todas estas cosas que te escribo y te digo,
en todas estas cosas me estoy aquí matando.





 

TE TENGO QUE DECIR...

Tengo la voz en trance de estar mudo
por no poder decirte que te quiero.
Que te quiero en pasión y que no quiero
dejar de recordarte lo que pudo
ser esta vida aquí. Y se hace un nudo
brutal en mi garganta y como fiero
se avanza mi sudor, dejando un pero...
Pero que en el final siempre me escudo.



 AMOR, AMANTE, AMADA

Arráncate mi amor, alza ese vuelo
de mieses y de orquídeas. Despereza
tu paz. Crece tus senos. Ponte espesa
que está cruzando un ángel por el cielo.

Acúdeme mi amor, con ese velo
que yo desgarro a dientes, que no cesa
de ofrecerme la luz y la tibieza
de esa lumbre tenaz que canta en celo.

Acércate mi amor, deja que roce
la pulpa de tu ser en la espesura
de ese tacto sutil de tu alborada.

Ven hasta aquí voraz, quiero que goce
la loca plenitud de tu figura,
mientras rimo tu amor, amante, amada.



PRIMER BESO

Olías a limpia, a muérdago, a placeta.
Un beso vergonzoso entre las cañas
dio claridad de lirio a tus pestañas
y en el gesto la luz de una pirueta.


La mano entrelazada, tibia y prieta,
ocultaba la dicha. Y en cucañas
de esperas y futuros, tú y extrañas
vírgenes dabais luz a mi veleta.


Domingo era de Pascua. La mañana
se doblaba en campanas mañaneras
alborotando el río y la comarca.


A jazmines, a poco y a manzana
los labios me sabían. Al fin eras
la brisa desatada de mi barca.




PERCEPCIÓN


Llego
y me aturdo,
recorro cada hueco de esta casa
intentando abrazar, por entre el viento.
las formas
que dejaste tal vez en tu partida;
buscando aquel olor, a carne y besos,
que es imposible, digo, que se pierda;
mirando en los divanes
por si quizás aún queda
la forma que tú hollaste con tu cuerpo;
bebo en el borde de las copas
esperando encontrar tu labio ardiente,
ese que de besarme está reseco;
piso, con gesto de silencio,
por si aún vibra
el eco de tu voz en el pasillo;
y me abrazo a las cosas
que tuvieron la dicha de sentirte,
de existir sobre ti,
por si puede mi pulso
palpar la sensación de tu latido.

Persisto,
                por si estalla el milagro
y encuentro en este hogar, donde dejaste,
para que yo viviera la espera con más ansia,
el regusto a tus besos,
la brisa de tu voz, casi perdida,
un olor a salobre, la pasión de tus dedos
y esa forma en el viento cantando tu figura.




TE TENGO QUE DECIR...

Tengo la voz en trance de estar mudo
por no poder decirte que te quiero.
Que te quiero en pasión y que no quiero
dejar de recordarte lo que pudo


ser esta vida aquí. Y se hace un nudo
brutal en mi garganta y como fiero
se avanza mi sudor, dejando un pero...
Pero que en el final siempre me escudo.


Tengo la voz en trance, y mi coraje
erecto, y en dolor, y en aspaviento;
y en espera, y en llanto y en tristura.


Tengo todo mi ser presto al viaje
que destronque de un rayo ese lamento
que separó de mí tu donosura.






EL INFINITO CABE EN UN ESPEJO

Qué difícil decir: no está en la casa.
La ausencia está llenando los silencios
que han formado los huecos
que dejaras.

Imposible pensar
que en este instante
no se corra la puerta y se derrame
esa risa sin mácula de siempre.
No puedo comprender que este presente
lo conformen los noes 

de tantas cosas                    
que adquirieron fatal su desmesura.
Pero llega ese gesto tan sabido
en el puro infinito del espejo
y aparece otra vez con su frescura
el cromado perfecto del retrato.
Es entonces igual que si estuvieras,
que las veces que dices: te comprendo.

Pero existe una arruga imperceptible
alterando los ocres de la frente.
Y es ahora,                                  
después de tantos años,
cuando noto que estás como expectante.
Esa arruga no estaba aquella tarde
en que vino tu vida sobre el lienzo.

Ya no puedo decir, no está en la casa.
Ha volado a otros campos, pero vuelve.

Porque estás, justo ahí,

frente a mis ojos,
preguntando las cosas que no hago.
Y me pierdo en el fondo del espejo,
en el hueco suicida de su abismo,
que me fuerza a sumirme inusitado
en ingrávidos planos sin frontera.

Este espejo me sabe a violaciones
de espacios, de presente y de palabra.
Es el mismo, ya ves,
que aquella tarde
repetía incansable tu alegría,
tamizando de luces los reflejos
del moaré oriental de carnavales.

Pero ahora tu labio está propicio;
lo presiento carnoso, tibio y terso.
No me atrevo a mirar ni de reojo.
Me apresuro a acercarme por si cambia,
por si adquiere la línea del disgusto.
Y me llego hasta él
y te me rindo    
Pero beso tan solo un vidrio húmedo.




JORGE GUILLÉN COMPONE

Redondo está el reloj en la hermosura
soberbia del crisol del mediodía.
Media muerte en su luz. La melodía
vibra las doce en punto en su ternura.

Llega el verso por fin, con esa altura
de cantos y de rosas que abriría
sus trinos por la sangre, en una vía
de humana plenitud en la espesura.

Pero suena su gong y todo queda
estático en la paz. La estancia azul
es un suplicio de orden inviolable.

Por entre los visillos —tibia y seda-
una raya de sol deja su tul
sobre la última rima, ya intocable.




A MIGUEL HERNÁNDEZ

Te quiero recordar con nervio y casta,
miliciano de guerra y de cuchillo;
te quiero recordar con un hatillo
de versos y esperanzas; y ese asta

de toro imperdonable, que en la vasta
miseria de mi España, hincó su brillo
en tu canto inmortal —-el más sencillo-
brindándote en la muerte más nefasta.

Te quiero recordar, aquí y ahora,
a tantos años, tantos, con tristura,
aunque falten los ecos delos cantos.

porque España te debe tu apostura
y los poetas, la fuerza de tu aurora
que germinó en la luz de tantos, tantos.




TARDE DEL 36: 
A FEDERICO LO TIENE LA JUSTICIA

Sale Manuel de Falla. Caballero
quizá no de este día que no vale
una moneda un hombre. Pero sale
a la calle. Bastón, lazo y sombrero.

Sale alto, altivo y altanero,
a rogar al poder que no se tale
al sol. Pero no sirve que lo avale
su prestigio, su amor, ni su dinero.

El maestro se vuelve, sube y calla;
esa noche no cena, ni dormita,
ni resuenan las notas de su canto.

Han cercado la mar con una valla
de ortigas de fusil. Desde la ermita
San Miguel escuchó la luz del llanto.


 


REGRESO A LA NADA

Yo quise regresar
por ver si aún era posible,
si la sombra dejó la huella de mi paso;
si se quedó prendida el áurea de energía
que aseguran;
los instantes, los mínimos momentos
que me dieran la fe
de que un día,
            tampoco tan lejano,
yo estuve allí apoyado en el zaguán
que era entonces mi casa;
sentado sobre el borde de piedra de la acera;
absorto allá en Ia esquina
viendo pasar mayores;
jugando a las canicas en los hoyos;
retrepado al portón,
a la espera de niños que formaran pandilla.

Yo quise regresar,
esperando poder decir,
     aquí,
            aquí
                 y en esta puerta.
estuve ya una vez y me recuerdo
jugando tan feliz,
tan en mi salsa,
porque en ese portal, sobre su tranco,
descansaba la infancia
viviendo la tragedia ——ya para siempre impresa
de El Guerrero y su amor, Ana María.

Yo regresé,
         buscaba,
aun sabiendo que no sería posible,
encontrar otra vez,
               reencontrarme
en los quicios, las jambas, las paredes.
espiando el cruce de unas trenzas,
la hora de jugar a las preguntas,
el espacio de la lima y del trompo,
el juego del pañuelo,
       la flor,
             las cuatro esquinas.

Ahora me recuerdo más solo todavía.
No hubo niños.
           la calle estaba igual
pero desierta. En las paredes
no se leían los nombres de las niñas.
ni corazones torpes llorando por su flecha,
ni nadie en los insultos
Apenas vislumbré el traje de un chaval
tendido en un balcón.
Pero el cruce de calles,
las esquinas doradas de tanta ensoñación
de mis calles estrechas,
sin tránsito de coches,
estaban como siempre, ausentes,
manteniendo las casas con rigor,
pero más tristes.

Yo quise regresar
           por si aún quedaba
una brizna de ayer, algún instante,
una sombra siquiera
recordando lo que quedó de mí,
pero no estaba.
Lo comprendí en seguida.
Tampoco,
         me dije,
necesité gritar que me morí hace tiempo,
porque ya lo sabía
           desde siempre.



 SOLO A VECES

Hay días en que se pierde,
no se encuentra,
la alegría sencilla del estar,
la fe insinuada de soñar esperarte,
la esperanza transida de recordar el día
que nunca fue lejano.
Aquel que en apariencia tan solo fue una fecha,
un día tan sencillo
como la dicha urgente que cabe en la mirada
si se contempla el mar lamiendo las arenas,
el amor prematuro perpetuado en beso,
la vida cotidiana asida del levante
que levanta las faldas inocentes y puras.
Hay días,
apenas unos pocos cada invierno,
en que todo presenta su lado de nostalgia,
ese crespón grisáceo que imprime en el semblante
la desazón en drama
de volver en milagro los sueños que no fueron,
todo lo que la brisa interpuso a la vista,
lo que quedó flotando.
Días
que quedaron sirviendo de tamiz,
especie de telón donde se alzó la farsa

en ese afán que tanto lo mueve y lo trastoca,
que conoce tan bien el hombre que espera cercano a los cristales
viendo el campo y los montes,
los tejados de escarcha y las tapias de adobe,
sin posar la mirada en el verso que escribe,
sin pronunciar apenas el nombre que fue ella.
Hay días
que centran en el gesto
una carga que oprime los contornos
como si se perdiera el norte entre las sombras
del espejo tenaz que nos refleja
el paisaje de sueños que acabó siendo un hombre

Días que no es posible ajarlos en su lugar del calendario,
en la página que añoran su fugaz libertad,
porque tienen su pálpito,
                                       su pena,
como si en cada instante les vibrara el último latido,
reflejos del espectro de ese yo de sí mismo
que ncunzm mansamente con su toda ternura;
como si les culata despacio, muy despacio,
empupando los sueños vividos impacientes al borde de la dicha,
a la espera del día de la dicha,
en la puerta entreabierta del hogar de la dicha,
el íntimo rincón cruzado ya su umbral.

Es hoy un día de esos.
Las nubes encapotan en grises los tejados
y perfilan siluetas de viejos campanarios
que a veces despabilan las almas con sus toques.
Cae con mansedumbre una lluvia suave,
una lluvia que empapa los campos y los hombres,
que abrillanta las losas de mármol de los patios
y se escucha en las aguas de los aliviaderos,
haciendo que estos días con lentitud de llanto,
la tarde se desplome a morir levemente
desde la amanecida.

Hace frío de invierno
y es duro sustracrsc a intentar abrazarte,
mientras palpo que fue posible hablar
como siempre quisimos escuchamos,
como nos reclamamos urgidos y devotos,
en silencio,
como debió ser siempre sin estudiar los gestos,
sin medir las miradas,
sin zozobras
                  ni dudas.

Días como este
que aunque ya no es posible intentarlo otra vez,
pueda vivir en ellos la vida tantas veces.

 


OCASO EN GRANADA

A veces la mañana despereza
como si acaso fuese
el primigenio día de acluesta anunciación
en que la dicha
—sentir simple del hoy—
encuentra en plenitud el acomodo
de paz y de recuerdo
de dúctil situación de estar conmigo
de abrazar en la vista
este sepia tapiz donde se acrece
lo que escanció inconsciente la lucha por la vida
mientras surge templado
mágico
el géiser del amor que brota y se rebrota
desparrama y eclipsa
—puede que menos fuerte cada vez,
cada instante-
la sombra que expandida urge de un horizonte
donde muera en sosiego
la luz de plenitud que me aturde y abrasa
en los breves segundos que eriza y se presagian
ideas de otros tiempos que fueron
inmortales
—si cabe, y me permiten la frase limitada—
que me dejan amables el bosque despejado
el jardín ofrecido
el beso con su halo de paz y plenilunio
aunque no corresponda a brisa establecida
ni despierte osadías
por este surco en paz que cruzo y multiplico
que canto y desperezo
mientras pruebo
y compruebo
que arguyo la memoria en los años perdidos
en los tantos olvidos que tuve y rememoro
al abrir la ventana
cuando mueren los rojos besando las montañas
es violeta el silencio que se esparce en la nieve
y Granada es un eco de blanca perspectiva
en el tibio fluir
que se apaga en los muros de las tantas callejas
que suben permanentes
donde juegan cantando
esas niñas que pierden los lazos de sus trenzas
mientras yo aquí en paneles
extiendo la nostalgia de unos años que fueron
sueño urgente
esperanza
buscar el aposento para tanta palabra nacida imperdonable
en silencios buscados de esta ciudad
en que fui
aventurero triste varado en dique seco
constructor de futuros
pero impasible siempre para hacer el pasado
ni tampoco borrarlo
hasta alcanzar palabras por nunca pronunciadas
que evocan transitivas
que no nací aquel día en que era tan solo
el nombre ensimismado que ahora me acompaña
que tuvo su presencia
aunque no la abrazara hasta este hoy que llega
engarzado al retorno
haciéndome vivir otros tiempos que vuelven
en este día de invierno en que escribo y constato
que el vino tiene aroma y delicia y resaca
los faroles se encienden en penumbra ascendente
y el queso rezumado en aceite y esencias brilla sobre la mesa
donde tú estás distante aunque alcance la mano
mientras suenan campanas convocándome a rezo
a poética antigua
por los tantos latidos del ocaso continuo
que es vivir en Granada por siempre y por los siglos.



 
COMO OTRO DÍA MÁS

Hoy es un día gris,
un día de estos
en que puedo escribir
ese verso tan triste que no encuentra salida
que se atora y se enquista brutal en la garganta
impidiendo la risa, el gesto
y la palabra acuosa y sencilla
que puede ser amor o quizá esperanza,
acaso desespero,
antes de que se eclipse este manso surgir
que muere en el cansancio
de una vida que estuvo hallada en la ternura
que soñó con praderas,
con mares, y con risas,
sin que apenas un gesto le salve del naufragio
que son, los míos y yo,
nosotros, que diría
en esta hora incierta en que ya no comprendo
si debo propiciar el ensalmo suicida de cada día triste,
ensimismarme en llanto
o sonreír
forzando la quimera que no encuentra la máscara
por más que hoy lo intente
queriendo destrenzar ese cauce indeleble
que lleva al ostracismo,
a salir a la calle para buscar un aire ajeno y sorpresivo
o volver somnoliento
sabiendo que es silencio lo que espera y aguarda
detrás de cada gesto con que vivo y me viven.
los que siempre querría abrazarlos sin tasa,
llevarlos en el pecho con pasión de tatuaje
igual que cuando estaban jugando con mi pelo
si los tenía alzados,

subidos a los brazos,
y que fueron creciendo hasta asir su estatura
y fundirse en distancia y

en contraste,
en visita,
sin que apenas pregunten
ni sepan
ni contesten siquiera
si este paisaje que era pulpa y futuro
se va quedando yermo, parámetro sin norte,
por más que yo me esfuerce en volcar un amor
que no tiene acogida
porque nadie lo mira discurrir entre abrojos
ni baja hasta su orilla a sentir la cadencia,
el latido y el juego
de esas aguas tranquilas que manan temblorosas
y que esperan un beso de nardo y siempreviva
para seguir muriendo
camino de la mar,
que es el destino; dicen.





ÚLTIMA PETICIÓN

Si al fin me muero pronto —quiero decir ahora
 
no pienses que me aflija ni, al menos, me molestes.
Tan solo es el tributo de buscar en silencio,
con suerte y conseguido, la ausencia de temblores,
los tumores malignos, y ese mal que pregonan
y nominan alzheimer.
Tengo cerrado el tiempo; los cinco bijos que crecen
y a veces me cuestionan; cuatro nietos: que juegan
y ríen inocentes mientras miro las sombras
que surgen en eclipse; las casas que me habitan
donde leo y medito cada día más horas,
cada día más lento; dos vertientes muy claras
jalonando mi historia; el tiempo de la empresa
—el pan de cada día—- y la etapa de libros consumada y completa; y una mujer que vive
recostada a este hombro, ya mucho, largo tiempo,
y que eres tú: lo sabes.


Por eso, si hoy llegara, ya mañana, por tanto
se dijera en voz alta, puede afirmarse, quiero,
que es justo, lo merezco por cumplir cada año

de estos sesenta y seis que llevo ya vividos
y que aspiro dejarlos sin sombra ni alifafes,
como un poeta noble, completo, y en mi sitio,
sin que sepa a cansancio mi marcha y despedida.

Ruego que no haya frases, ni funeral, ni esquela.
Discretamente humano, quiero morir sabiendo
que el futuro que resta lo doy como limosna
por marchar en silencio hasta Abraham, su seno,
a la penumbra, al limbo, si es que allí queda un hueco
para albergar mi nombre, que es lo poco que queda
si es que al fin queda algo de lo poco que he sido.

 






AUTOPSIA

Cuando se haga la autopsia,
al fin,
entre breves crujidos de estertores y espasmos,
chirriándome las pieles y amorfos los sentidos,
desgajados los nervios y los músculos rotos,—cuero sanguinolento y seco, y olvidado-
entonces que rebusquen entre tanto despojo
lo que sí es importante de la carne entreabierta,
y alguien pueda decir,
sin nada de sorpresa:
se ve que fue un hombre de buenas intenciones,

de esperanza y silencio,
se aprecia por sus vísceras
sin apenas esfuerzo.

Que lo lacre el forense y lo sepan mis hijos.
Después puede arrojarse el cuerpo a la basura.