martes, 4 de abril de 2017

Manuel Álvarez Ortega


MANUEL ALVAREZ ORTEGA   (1941 -  2001)

Nace el 1 de abril de 1923 en Córdoba. Estudia en la Facultad de Veterinaria de Córdoba. Desde 1951 es veterinario por oposición de la Academia de Sanidad Militar en Madrid, plaza a la que renunció en 1972 con el paso a la situación de “Servicios Civiles” como comandante veterinario para dedicarse por entero a la literatura. Murió el día 15 de junio de 2014, a los 91 años de edad.
2001. Propuesta de premio Nobel por la Universidad St. Gallen.

2007. Medalla de Oro de Andalucía, por la Junta de Andalucía. 
De wikipedia
 
 Manuel Álvarez Ortega atraviesa la segunda mitad del siglo XX como un vate visionario cuya voz destapa la caja de los truenos y abre la cancela de los mitos y las profecías, desparramada en largos versículos y cláusulas prosarias de entonación salmódica. En sus distintas actualizaciones simbólicas, la muerte se enseñorea de su poesía como una presencia pertinaz, alrededor de la cual se construye un canto de sonidos negros al desmantelamiento y a la desintegración.
De: 
Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
http://www.cervantesvirtual.com/portales/manuel_alvarez_ortega/


LA HUELLA DE LAS COSAS (1941-1948)


HUIDA

El llano se estremece bajo el peso indolente de las horas
y entre sus flores marchitas se desenreda una tristeza. 
Los naranjos, el jazmín, los ricinos, las dalias junto al pozo,
parece que nunca existieron, son como un delgado hilo de niebla
que se dilata por los incoloros días del octubre sombrío.

La mañana no tiene fin: desde la muralla sólo llega el silencio
y, a veces, cuando llueve, el lamento indolente del agua,
el mugido de algún lejano establo que se desvanece en la alameda
o los vagos gritos de algún pastor perdido entre los valles.
 
Pero yo oigo una desconocida voz que señala el perfil de una muerte,
siento como una sombra errante que se apacigua en mis sienes,
y, si salgo al jardín, si contemplo las polvorientas ventanas de la casa
o acerco mi frente a sus cristales y veo sus habitaciones vacías,
percibo como si un amargo sabor se desprendiera de mi cuerpo.
Y el recuerdo viene a mí entonces como un dardo de sombra
y me convierte en un torrente de sueños que va llenando el espacio.
Y es la cal poblada de telarañas o los cuadros olvidados en los rincones
quienes dicen, con complacencia, que todo en el mundo es triste huida
y que el corazón, cuando cae, el dolor lo destruye para siempre.


Pero no quiero creer que la vida sea sólo una maraña que se trenza a ciegas
y que un día llega entre polvo y ceniza la muerte y nos cierra de un soplo los ojos
y nos agria la voz en la garganta. Y no quiero creerlo
porque cuando me detengo junto a los viejos muros de la casa
me acuerdo de sus queridos seres, los siento junto a mi rostro y creo
que viven, están ahí, su vida es el nombre fiel que descansa en el recuerdo.




ESPERA


La ribera estaba desierta
y los delgados álamos se desnudaban en la otra orilla del río.
Agua abajo,
con la tierra que vino arrastrándose desde la negra montaña,
la tarde naufragaba oscuramente. 

Las grises casas del campo a lo lejos lentamente morían
en medio de un silencio empañado por los ladridos de los perros
y por el puente cruzaban lentamente las nubes y entre las aguas de la acequia
palidecían las vagas luces del molino. 

Y de pronto, alzados los ojos al mar borrascoso del cielo, una voz
dejó caer su lluvia en paz: «¿Qué haces, oh Dios, con las almas que te llevas?»,
y el dolor se hizo un frío silencio alejándose por el campo
y el día una planicie de soledad. 

Yo decía: «Hermosa es la vida», y nada hablaba, Dios era
lo mismo que una sombra muerta, una música rota, en el sueño,
sólo se oía el golpe de la lluvia, un astro entre el ramaje 
o la tristeza que lloraba sus horas perdidas en el corazón. 

Ah, ya sé que ese día yace lejos,
que el amor era entonces como un fuego que me traspasaba en silencio.
Pero nunca olvidaré que la ribera estaba desierta y que yo solo esperaba
en la oscura soledad.


LLANTO DEL OLMO SOLITARIO 

Dime tú, tarde de otoño, ¿qué manos encendieron tu pálido horizonte
que no quisieron olvidar la luz que ardía en este corazón mío?
¿Quién limpia la infinita claridad de este cielo sin fondo donde las nubes esconden a las errantes estrellas que iluminaban mi vida? 
Yo he visto, oh tarde, la oscura fuente donde el hombre cura las llagas de su tristeza,
pero al acercarme yo la tierra anegó de súbito sus límpidas aguas.
Sobre mi cuerpo duerme la esperanza su sueño de amor ante el olvido.
¿Llegaré al final de mis días y sólo he de ver tu resplandor que agoniza?

Oh tierra, yo soy tal el vino amargo que se desborda en un vaso,
un río de savia prisionero entre amarilla carcoma y negras paredes.
¿Por qué no me bebes de un trago y, consumida la aridez de mi gesto,
rompes el cristal que me niega para que él solo, en silencio, bajo sombra, se pudra?


ÉGLOGA DE UN TIEMPO PERDIDO (1 949 – 1 950) 

¿HASTA DÓNDE LA MUERTE, LA VOZ DE AQUELLOS DÍAS…? 

¿Hasta dónde la muerte, la voz de aquellos días,
la súplica que el tiempo a solas levantaba
entre las cosas heridas de tanta fría ausencia,
de tanto amargo llanto como tu boca hizo? 

¿Será ya siempre así: la vida naciendo al exilio
en cada instante, conjuro su propia anunciación,
mientras alza, torpe, sus manos hasta un rostro
que no sabe sino del maleficio y la tristeza? 

¿Será así eternamente: volver a ese pálido mundo
donde la soledad quema, en medio del desaliento,
recuerdos como ríos, lágrimas nocturnas, deseos
bajo la doliente pesadumbre de su cuerpo? 

¿Será llorar oscuramente bajo la helada lluvia
que sepulta su lejano y antiguo universo, caer
sobre un fuego indolente o deshacerse en desdicha
sobre el humo que queda de su callado paso? 

¿Hasta cuándo este heroico huir solitario, preso
de las redes de un amor que calcinó el verano,
a rastras de la noche sin fin y sin embargo fiel
a la leve anunciación de su adorable tránsito? 

¿Viviré ya siempre así: embriagado y vencido
por todo lo que fuimos en aquel celeste reino,
mientras bebo la amarga eternidad de la sombra
junto a un cuerpo que al tocarlo se desvanece? 

¿Hasta dónde llegar entonces si por este abismo
de visible impureza, de voces rotas y castigo,
la desolación crece como un mar de violencia
complaciente, demencial vencedora de mi cuerpo? 



CLAMOR DE TODO ESPACIO  (1950)


OIGO TU SILENCIO
Oigo tu silencio, oh pálido septiembre, en la rumorosa umbría,
a orillas del cañaveral desierto de estrellas y agua deslizada:
tu silencio esculpido en el aire que envenena la escarcha,
errante como un ácido amor entre la ceniza de un cruel corazón. 

Oigo tu silencio, tu creciente sombra transfundida en un vaho de hojarasca,
tu temblor oculto en la virgen corola de una flor desolada;
tu silencio sin luna, tu eterna adolescencia hecha muerte,
tu sagrada dulzura sumergida sin gloria en un vaso de ramas. 

Oigo tu silencio: se te abre una herida lentísima en la honda garganta.
¿Quién nace en tu arena y trae en sus manos tanta fervorosa alegría?
Oh septiembre materno: no quieras que ilumine tu trémulo nocturno con palabras.
En ti se cierra mi pulso de amante: a tus pies ya no soy más que mísera arcilla.


HOMBRE DE OTRO TIEMPO (1950)

CON DESPIADADA MANO A IBAS DESNUDANDO LA TIERRA

Con despiadada mano ibas desnudando la tierra,
abriendo largos surcos de llanto por el viento,
cayendo fríamente sobre cuerpos que exhalaban su nostalgia
encima de un mundo corrompido. Corrías
cara al cielo apasionado bebiendo la vida,
tu sonrisa manchada por el polen de los amargos rostros,
tu cintura derrumbándose bajo el aire
como sombra borrada por el día 
Ni un momento tu voz te delataba. Tal el musgo
volcado indiferente en la piedra arañada por los siglos,
así crecías: ávidamente, triste, horrible
buscador de gargantas en la noche, quieta orilla
sembrada de cuerpos que no olvidan y barcas
que se pudren al solemne murmullo de la mar. 
Oh, quisiera recordar tu antigua boca. Recordarte
bajo el arco sombrío del otoño, tu carne taladrada
por la lluvia y el frío mineral de los sollozos.
Recordarte vencido al fondo de este tiempo,
desgarrada tu frente, tu cintura cruzada
por el tacto suave de otros labios. 
Pero huyes de este reino que alza su negrura
encima de la muerte que te ciñe, y no basta
tu cabeza corroída de gritos, tu lengua
enredada en la oscura desnudez de la memoria,
ni tampoco tu piel rozada por el amargo liquen
que los insectos remueven con sus alas, esa arena
que hunde tu semblante en la bruma invadida por la muerte. 
Ah, mira, mira el Tiempo roto bajo nubes
de recuerdos y almas que sufrieron la ruina,
el castigo silencioso de perderse sin dorar su palabra de ternura.
Mira el sol y esta sangrante rama que hiere con su filo
el largo mediodía, la corriente y el árbol todo abierto,
el fiel escombro que azota un viejo hogar
suavemente destrozado por la niebla 
Cuerpo, cuerpo mío, conozco tu herida, el cauce
que asoma su encendida sangre por los terribles ojos
de noviembre, la palabra inagotable y el secreto
de ser sólo un vientre mordido de deseos. Conozco
tu saliva perezosa, el frío despojo que desplazas
en cada movimiento, esa larga senda
que arrastra el pálido reflejo de aquel dios
que fuiste un vago día, esa concha sumisa que denuncia
la mano desolada que la arroja. 
Mas no quiero encadenarme a tu destino. Lo sabes.
Amo mientras muero y contemplo tu gris vida
rodando oscuramente por todos los caminos,
ululando angustiosa por ríos y bosques, creciendo
como una savia virgen por las venas más hondas
de todos los cadáveres que aún viven.
No quiero encadenarme a tu destino, ni sembrar en tu carne
esa memoria que los años en pan mohoso transforman,
esa fuente inagotable que murmura por qué viejos barbechos va la muerte
sembrando su semilla y el castigo de ser sólo delirio
de algo que no ha sido. 
Ya sé: ;qué importa a tu boca este maduro tiempo?
¿qué importa a tu mano este frío cuchillo que clava mientras llama?
Giras, y a tu giro la noche vierte su ponzoña,
el derramado jugo con que ciega los ojos más frenéticos que miran.
Caes, y a tu caída lucen los amantes el tacto cruel de su belleza,
la cifra que mide sus cinturas en un abrazo esculpido bajo mármol.
Pero dime, ¿quién puede ya olvidar esa garganta
que un día pregonaba eterno amor sobre la tierra?
¿quién puede ya romper ese círculo que la bruma protege
donde yaces tú, signo de una inaccesible hora,
polvo solemne que la yedra con su verdor corroe? 
Te amaba igual que a un dios —lo sabes—, un dios
que libera de pronto su vana liturgia
pero queda para siempre asido al suelo que le vence.
Amaba tu alegría caída bajo el fuego inagotable,
el rumor de tu sien olvidándose entre túnicas sangrantes,
esa agua incorrupta que mojaba tus muslos
a través de los días y las hojas cayendo.
Amaba tu tierra y la sombra de tu tierra,
tu amor y el pulso de mi frente en tu desnudo seno.
Pero mi amor murió en la noche. Cayó a tus pies. Tú reías…
Tímidos perros alargaban sus ladridos por el valle
y un gran sollozo venía tras las luces lejanas y los montes.
Las mujeres odiaban en el vaho encadenado de la alcoba
y el vino corría por mesas y bocas incendiando diabólico las sienes y el sexo. 
¿A quién llaman —decías— los muertos entre la lluvia? 
Fue en la noche, cuando el alma se despoja de su poso diario,
cuando el silencio tiene sonidos de tristeza y el mar
no sueña nunca morir junto a las playas.
En la noche sombría, cuando los quietos muros
chorrean su salitre y los adolescentes pálidos se entregan
en el césped atormentado de los parques.
En la noche: tú venías orillando las luces de los prohibidos barrios
quebrando el lívido soliloquio de sus muertos,
cortando la negra maraña que tejen los hambrientos
en las sucias estancias sembradas de chiquillos.
Venías arrastrando tu pobreza, tu infalible miseria adivinada,
confundiendo tu lodo a mis pasos perdidos
a través de farolas sombrías y callejas exangües.

Pero te conocí, oh, te conocí sin embargo. Aún oigo
el latido de tu ala desgarrándose en mi nuca,
el ronco farol que encendía mi sangre por tu cuerpo,
 las funerales barcas que arrastrabas por los hondos arrecifes
de tu boca, la somnolienta arcilla que dejabas al cruzar lenta
la misma zanja donde yo me estremecía.
Te conocí: siempre llamas lo mismo: un leve roce
que esconde un cruel castigo, una fácil caricia que deja
larga llaga, un fiel crujido que rompe toda inhabitada carne.

Ah cuánta misericordia te mereces, cuánto perdón
para ti que fermentas un día y otro, inalterable,
en este deformado mar de dolientes cabezas
atrayendo los más duros dientes de un destino.
Cuánta misericordia te mereces, cuánto perdón.
Mas huiré de ti. Siempre. No quiero compartir tu rostro, tierra ya,
el polvo de tus miserables labios rotos, tu sombra
derramada en sal a lo largo de este desierto
que cubre día a día de cadáveres los cielos.
Mírate, mírate caído, dios, demonio, hombre. Oh, mira
con qué cruel insistencia arrastras tu espléndido designio.

Nunca, nunca más tu leve sombra. Óyeme, solitario
hombre de otro tiempo. Nunca más tu sombra
ni el jugo envenenado de tu historia.
Vuelca pues tu leyenda alrededor de otro mundo,
abre las grises venas donde tanto bebiste
esa fulgida luz que los años desolados te niegan.
Nunca más tu sombra, tu efímera pisada,
ni el crujiente sollozo que tu boca derrumba.
Por última vez me inclino hacia tu lecho para olvidarme
al fin de tu callada muerte con la oscura inocencia
de aquel niño que ocupaba tu voz, tu tierna arena
cuando tú le inundabas de tu vida…


EN LAS TARDES AZULES DE DICIEMBRE 

En las tardes azules de diciembre te veo alzándote por el Sur
si miro a Córdoba sumergida en el valle. Siento entonces tu cuerpo
acercarse a través del espacio desde la tierra dorada de tu playa,
oigo tu respiración suave, la queja de las olas golpeando las barcas. 
Hacia allá quiero volver un día, tocar el secreto de ese país
arrinconado entre nubes errantes y muros carcomidos, caminar
bajo la lluvia ardiente de ese trópico y bañarme en la luz
de ese inmenso desierto que la muerte crucifica en vano.

Hallaré tu cabeza coronada por el agua marina. Y a ella, conmigo,
entregaré el rumor de estas torres de Córdoba. Mi boca
explicará a tu boca este crepúsculo del Sur. Tú llorarás,
y el universo en mí se hará sombra al conocer la dicha secreta de esas lágrimas.


NO QUISIERA SENTIR ESTE CORAZÓN QUE SE ABRE

No quisiera sentir este corazón que se abre como un mar en la tierra,
esta rama que los insectos corroen con su polvillo silencioso,
cuando el mundo despierta tras la lluvia que empaña una muerte
y el alma es como un astro que olvida la fiel tristeza de un día. 
A esa boca que llora en la tarde, yo quisiera retener con mi boca.
Oír su amarga música interrogando a las más bellas cosas.
Abrazar ese recóndito río que ensancha su secreto tras las lágrimas
como un vano triunfo que el ocaso, en su huida, desentierra.
¿Quién sabe qué oscuro viento recorre la orilla de tu noche
ni qué cálido signo graba en silencio los labios que te apresan? 
Óyeme: olvidar quisiera ese conjuro que crece bajo tu llanto
y huir de mí mismo v de tu sombra a través del tiempo y sus heridas.  
Más yaceré a tus pies, amor. Y si alguien volviera con tu tristeza,
como un doliente cadáver que las aguas en la costa golpean,
así, una vez y otra, como un cadáver, sé que mi deseo caería
golpeando su piel sobre la huella de tu piel entre las algas. 

TENEBRAE (1951)

XVIII
Frente al mar de septiembre cegaba el mediodía. Tú eras un cuerpo de alquitrán acariciado por las olas. Alguien hablaba de no sé qué país perdido. El mundo se hizo de pronto llanto en nuestra boca.
Sobre la broza de la playa las aves marinas decapitaban el recuerdo. Por el aire ardiente una voz oscura su soledad derramaba. Las algas dejaban en nuestra piel su muerta escoria. El día se apagó.
¿Qué queda de esa hora? Golpea el mar la tierra. El cielo esconde su ebria luz. Sólo la huella de nuestros pasos se ha borrado, no la mano dócil que nos aleja, como dos sombras heridas en medio de la eternidad.




EXILIO (1952 – 1953)
CEMENTERIO MARINO

Hasta aquí el tiempo con sus lluvias.
Y el salmo de la piedra batido por el mar.
La rama desgajada y la colina
abierta tristemente al mundo de los astros.
Un corazón de hierba comido por el polvo
tal un barrio de muertos que la luna custodia.

¡Oh viajero! He aquí la historia de unos días
lamidos cara a cara por un pueblo
de impúdicos mendigos y mujeres
que han hecho de su sexo una mortaja.
Aquí el mármol que custodia los muslos
del duro adolescente caído en el asfalto,
la fiel garganta del guerrero
nal de odio talado por el viento,
la rubia trenza y su perfume
gritando desolado por la costa,
los tristes senos de una niña
podridos sin el tacto suave del amante. 
¡Cementerio marino, desolado recinto!
Una espiga de sombra quiero llevar cantando,
repasando la arena que guarda tu codicia.
Alzar el vago remo que perdura
las grises llamaradas del deseo
y el hastío. Modular tu torso de cañizo,
la bóveda de hormigas y yerbajos
y el árbol tatuado por la lluvia
que en tu muro se acuesta. 
No me pidas que aleje tu miseria,
el golpear solemne de las nubes,
el llanto de tus cruces derrumbadas
bajo el ardiente óxido del día.
No quiero tu pasión desordenada,
la costumbre viciosa o el castigo
de fluir callado como un río
por todos los rincones de la muerte.
Yo busco el rito de tu infancia,
la entrega que perdura tras el tiempo,
la despierta mansión que arrebata
suave la sangre de tus hijos,
el silbido del mar en la ladera
que baña irremediable tus escombros.

Dame labios de sal, agua entre ramas,
que mi corazón beba tu dicha
junto a la lapa roída y el ciempiés.
Y en apacible noche, a tu sombra,
cederá su jugo mi pasión más turbia,
exilio de una amarga entrega
hace meses comida por tu tierra.
Pon tu palabra en mi boca,
oh demonio de mi mundo,
 y hazla una desierta playa
que cruja con mi mismo escalofrío. 
No. No digas adiós a tus violentos hijos.
Aquí me condeno. Ya lo sabes.
pues donde los muertos juegan
en desolada espera con los muertos
ningún dios pondrá allí la sombra
gangrenada de su pecho, su río.
Y así el que llegue caminará ya herido
suplicando al sol su caldeado fruto,
su gloria, y esa libertad como un deseo
rodando por la lengua victoriosa.


UNA CANCIÓN EN LA MADRUGADA

Viene de madrugada,
brilla el cielo en el húmedo cristal de la alcoba,
viene envuelta en una leve niebla
a través de las calles
todavía en sombra. 
Entra por la ventana, apacigua
las cosas familiares,
y, con inocencia, entre el sueño, es como una mano
que configurara el nuevo día.

Azul es el silencio.
Duerme el pueblo bajo la paz
de sus tejados. Mas de pronto, en el aire cálido,
la canción queda en suspenso y la tierra
parece va desierta.

¿Quién canta? ¿De qué terrestre
paraíso nace esa voz,
ese hilo de tristeza que nos convoca
con sus alas?

Viene de madrugada, es la confesión
secreta de alguien —un oscuro río—
que pasa, recuerda un amor perdido, un tiempo
no lejano, la vida entera en su exilio
santiguada. 
Sin embargo, al otro lado del día,
otra sombra oye también esa voz,
deja escapar sus lágrimas.
Se une —por una eternidad— a la tristeza del alba
iniciada,
y como un cuerpo que presiente su culpa
en una oscuridad inversa,
hermanado a la pena de una boca ausente que canta,
así abre su herida
a la herida que de otro amor hicieran los años.


INVENCIÓN DE LA MUERTE (1960 -1961)

Como un río fugaz, un ala negra, tu muerte nacerá.
Y en torno a los muros de la casa, la última noche
encenderá sus funerales astros con triste resonancia.
Vivirán en la sombra cuerpos que son sólo leyenda,
caerán de las hojas los nombres que a solas adorabas,
las aves llorarán tu nostalgia bajo la rota luna,
y entre los sórdidos suburbios de humo y miseria.
Junto a los negros mercados, entre el ala del fuego,
Una nube de mendigos se extenderá por la tierra
en memoria del llanto que en sus labios sembraste.

¿Quién oirá el cauce de tu sangre entre los mármoles?
Tierra tu cuerpo, el golpe de los años dejará su polvo
crecer por el mundo como un cerrado mar de luto,
la savia que bebió tu amor en tanto hermoso día
derramará su sueño de alquitrán y pacífica ternura
por encima de las letras que proclamaron tu historia.
Inventarán un mundo de hierros muertos y cuchillos
en torno a tu memoria, construirán llorando un nuevo reino
con los fríos despojos que el tiempo sembró en tu boca.
Y un coro de demonios, igual que una marea oscura,
verterá sus voces de seminal magisterio en tu lecho,
junto al barro que queda de tanto amor sacrificado.

Oh cuerpo ardido en el sur, cuerpo abrasado en el delirio
de una libertad por la mano de los años maltratada:
tu corazón de arcilla se derrama en una fría lluvia
sobre un pueblo de anónimos insectos, tu voz de sombra
se descompone en una música de tablas y sordos alaridos.
Y en el fondo del tiempo un largo aguacero moja tu sueno
de una luz envenenada por una paz de hormigas y cristales.

¿Quién podría salvarte de ese reino tan duramente golpeado
por el odio? ¿Quién sabría descender a ese imperio
de rojas luminarias, cruzar la frontera que separa tus días
en ese país sembrado de tan leves e injustos despojos?
¿Cómo llegar hasta ese puerto donde la negra araña
teje sus redes con tan pacientes hilos, volver
después de tantos siglos acumulados por las lágrimas
con una brasa de amor, una sílaba heroica, una bandera
arrancada al llanto que en tu desesperación se desenvuelve?

Madre de dura niebla: oigo el terco golpe de tus aguas
correr por el fondo subterráneo del amor destruido,
veo nacer tu hoguera de calcinantes alas entre la broza
de un tropel de asesinados sueños, toco tu música herida
bajo una turba de harapos y sollozos, bebo tu corazón
que en el delgado silencio, a orillas de la noche,
con lianas y alfileres desesperadamente te sostiene.
Pero ¿qué gracia cumpliría el dulce oficio de entregarte
a ese laberinto de metálicos escombros y horas muertas?

Al borde de tu universo aproximo mis labios, oh madre,
quiero llorar un salmo de sangre penetrante en tu ría,
contemplar de lejos tus ruinas de sogas y lonas descompuestas
por el hábito seguro del hambre y la injusticia. Quiero
extraer el jugo amargo de los días en tu mundo encendido,
conocer la fábula anticipada de tanta boca ardiente
como pone su huella en ese barrio tuyo de centenarios huesos.
Quiero vivir rodeado de intemporales rostros y recorrer,
recorrer las calles de ese cielo donde unos reyes blasfemos
con acidas lágrimas, desesperados, un día te coronaron.



EL TIEMPO Y SU OSCURA VENGANZA

Con doliente ternura el tiempo apoya su boca en la casa, deja resbalar
su aceite oscuro, habla como un río lleno de sustanciales flores,
como una nube nocturna que unifica mucha pasión, mucha esperanza muerta
entre el olvidado coro de antiguos moradores.

A veces nace un llanto subterráneo de los lechos, pregona el día
Su soledad por los vacíos comedores, las terrazas se llenan
De una palpitante ceniza, y la lluvia, a solas, juega entre el polvo
Que abandonó en los patios un otoño sin frutos, torrencial y amarillo.

Pero también despierta la nostalgia su música de escombros y papeles,
hilo a hilo va tramando el asombro su idioma indescifrado
a través de trapos con calor de otros años y cabezas queridas:
aue derrama sus lágrimas sobre un amor apenas conocido.

Torpe reino, patria de negras alas: un astro ciego cruza tu oscuridad
de sangre planetaria, de luna en luna el amor deja caer sus ramas
sobre tu corazón de tierra enardecida, y el llanto, como una sal nupcial,
moja tu herida y se alimenta de los siglos que fueron para ti una venganza.



EL HUMO DE LOS AÑOS

Quiero, con amor reconocido, tocar la piedra hasta el delirio,
hacer de este pueblo que antaño iluminaste un nuevo reino,
desterrar las lágrimas que coronan tu pasada leyenda
entre libros, flores, hilos, pequeñas cosas como muerte:
el polvo de una edad que olvida en la marea su entrega,
tanto amor como la vida prolongándose en nuestro cuerpo hizo.

Aquí quiero escribir: noche, tierra mía, madre, patria , sola.
Llorar en tu ventana de sal dulce y lluvia mortuoria, abrir
el fuego de mi piel salpicada de lutos a tu sueño, tocar
la gloria de tu escombro coronando el invierno, la resina
de un martirio que ha ido dejando sus sílabas ardientes
sobre mi corazón traspasado de marina pesadumbre.

Pero quién podría devolver a esta ribera el humo de los años
que en torno a tu estatura se congregaron para amarte?
;Quién abriría tus ventanales mojados de luz triste y sombra,
cuando el invierno llora entre hogueras v pájaros ciegos
la total destrucción de un patrimonio que fecundó con sangre
la delgada, oscura, multiplicada anatomía de tu sexo combatiente?

Diosa de adorable cintura, germinal tierra: quiero mi muerte
plantar en tu ladera, navegar por tu arteria de amor sostenido,
crear mi territorio de nostalgia y llanto planetario a solas,
renacer a otro mundo en tu noche de eterno manantial fundido:
quiero tener mis manos mojadas en la tristeza de tu cuerpo
y cantar en ese suelo de vida paralela con tu boca bajo la mía. 



Mis ojos se abandonan al templo del mar,
tú emerges de la arena —cabellos, algas
en el zócalo de las olas—

¿Cómo sabría
decir que eres tú esa malherida columna
rescatada al pasado, cierta diosa antigua
entrevista bajo el incendiado plumaje
del verano?

Ah, grandes temores me suceden
cuando vago por la costa del sur. Toco
el cielo, digo adiós, no soy.

Vida marina.
¿qué puede exaltar tu poderoso fuego
si la muerte abre su ala sobre el mundo
y el olvido configura su eternidad
en la púrpura apagada de otro espacio?




Quiere vivir de nuevo un día, la hora
que pudo ser testigo del amor que no fue
—el tiempo que hizo de su carne un río
De dicha o desesperación—.

Pero la sombra
toca el alma cuando llega la noche
y el llanto quema los ojos y la ceniza
se adormece en la boca.

Y así, celeste
ausencia, persigue ahora la imagen
de otro cuerpo, se entrega a la ventura
de un encuentro que sólo la muerte,
en otro paraíso, puede establecer.




NO NACE DE LA MUERTE ESTA SOMBRA, ESTE SONIDO

No nace de la muerte esta sombra, este sonido,
nace del amor, del territorio que la nostalgia
enciende con su pasión violenta, de unas manos
que inventaron su calor en torno a unos seres
que allí vivieron la feliz aventura, el sueño
de un corazón acostumbrado a soportar el peso
de una miseria total, extrañamente combatida.

Por aquí, digo, cruzaba, con sangre descompuesta,
el odio intemporal, se cubría de letras fíeles
un mármol hecho para otro cuerpo, el polvo
condensaba su estrellada alegría bajo la noche,
y tú, errante entre la luna, verano arriba,
soplabas tu inocente delirio al son de los días,
mientras las aguas del tiempo te olvidaban
y el recuerdo abría sus canales en tu garganta
con el frío cuchillo de su voz deshabitada.

Pero ahí estás, no vives, oyes caer la lluvia
como un lento sollozo, navegas en esa ciudad
de puertas cerradas y luces interiores, sola
esperas consumir tu pan y tu destino, mientras
lejos pasa la vida desmenuzando historias,
entregas corporales, pasiones desconocidas:
la deuda de una edad que en tu carne proclamó
una aventura que los labios nunca denunciaron.




MÁS ALLÁ DE ESTE PUENTE

Más allá de este puente —¿qué es el río ahí, juncos descompuestos, cama de liebres, orillas apenas vegetales?—, el altísimo torreón, las almenas melladas, la ciudad sin puertas.

Si te volvieras, sólo cárcel sería —látigos, horcas, epidemias, y las rodillas en el suelo por un edicto oficial: «Quemado sea el reo, pues niega a Dios»—, nidal del odio. 

Nunca sabrás qué lenguas fueron cortadas en el recinto, la sangre que se derramó, las vírgenes que fueron inmolarlas.

Y sin embargo estas piedras, mudos testigos, tabernáculo de la injusticia, eternamente lo dicen.



UNA EDAD PERSEGUIDA POR LA LLUVIA

Donde duerme el día
los líquenes del alba
nacen.

Bajé a la ladera, y entre los ácidos
frutos que el sol acuchillaba,
explorando el sonido
desprendido en la roca,
puse mis manos en el resplandor de la bruma,
bebí el salitre pálido del invierno
y, cielo caído,
la nada oscureció la mansión donde el olvido
reina.

De pájaros y superficie se cubren
los cielos. Un húmedo sabor medita
entre las piedras.
Y en el agua que oscila y se arrodilla
en la playa, ardiente meridiano,
la cara enlutada del tiempo se desdibuja
entre la broza y sus peces
taciturnos.

¿Hacia dónde el hilo del ocaso
se enreda buscando la salida
del astro que nos salve? Boca en peligro,
como un gusano comido por la sombra,
subí al corazón del puerto, lleno
de impermeables y tristeza,
me acerqué al recinto
donde tu cuerpo espera de su viaje nocturno,
me arrodillé en la piedra
y dejé el carbón de mi boca
en tus letras
impreso.

No volveré. Pasarán las horas
entre surcos y sequías, y ahí te quedarás,
ave sola, pico esculpido,
cortina de la muerte,
recordando una edad perseguida por la lluvia.



CUANDO ALGUIEN EXPLICA LA RUEDA

Cuando alguien explica la rueda dentada que hace juego con el péndulo, por muy fiel que sea la confidencia, siempre hay un perro que hace la suma de los crímenes que parasitan el mundo.

Los que pasan una frontera saben que pronto los emblemas se transforman en divinidades persuasorias, es obligado recibir a los recaudadores de sangre, acoger con ternura los seductores himnos que dan relieve a la geografía y al sobresalto.

Pero cuando la fiebre intercambia con los astros sus lúcidas maquinaciones, ante los simbólicos monolitos a las enfermedades carcelarias, los personajes del relato, saliendo de sus cloacas perentorias, entonan la salve de los ajusticiados.

Siempre hay una alegría contenida en la pócima que nos consagra a la fosa eternidad.




PERO UN CUERPO TAMPOCO ES UN ASTRO

Pero un cuerpo tampoco es un astro que flocula al azar: los que aman conocen su delirante traslación, creen en los rasgos de su inflorescencia temporal, aunque se nieguen a los valses que se encienden y se apagan cuando en el lecho se despierta un complejo de culpabilidad.

Sin embargo nadie sabe que un cuerpo es sólo un precario aposento sin entrada ni salida, un estero en donde el hastío se desenvuelve con comodidad, un signo que se hace transparente, mientras no llegue el alba y la penumbra se desvanezca y el mundo acalle en sus mareas su propia expiación.

Oh, sólo los sonámbulos de siempre saben que un cuerpo es un astro que pende de una cuerda en un callejón oscuro, que los días están circundados de un negro hilo acusador, que la muerte es un relato obsceno escrito con nada sobre papel de luto. 


DESHABITADO POR LA FIEBRE, IGUAL QUE UNA HABITACIÓN (1971)

Deshabitado por la fiebre, igual que una habitación oscura por donde viaja el olvido y los gestos de una antigua heredad dejaron sus manchas purpúreas en los muros, ahora que es otoño y los astros no se atreven a penetrar hasta el lecho, configurando la distancia, midiendo las lágrimas con el desvelo de otras noches más expuestas al peligro, como un ataúd vacío, el espejo se desvanece entre los hilos de la sombra y las lámparas cierran la puerta al dolor con la misma seguridad con que una boca pone su sello de muerte en una imagen que acaba de entregar su resplandor al sueño.

Paseando sus cirios por el crucero, abierta la procesión por el acólito mayor, ave revestida con el sayal del engaño, el maniquí flota, se desliza por las cerraduras, abre los postigos de la mansión donde la reina exhibe el tatuaje de sus senos, y al frente, bajo los cobertores de la impudicia, el sexo inscribe su círculo de angustia en otro planisferio, se da a una confusión de mártires y bajo la piel, paciente, espera.

Una oración tan sólo basta para que los justos vuelvan a su sitio, para que los cánticos se hagan de nuevo propiedad de los dioses ocultos, y así, antes de que el adiós del pertiguero comience su rito y la luz cambie el sonido de sus metales por la espadería del desengaño, el diminuto verme que siembra la discordia entre piedras húmedas, esqueletos conversos y el turno riguroso de valses que adelantan sus dolientes abismos, delante de los torsos que esperan una vez más, sin conocerse, volverán a ser de nuevo las sórdidas arañas que siempre, desde el primer día, se devoraron en su virginidad.



LA CASA SOMETIDA AL CLAMOR DE LA MAREA

La casa sometida al clamor
de la marea, las ventanas
bajo la humareda de aves que lloran por la costa,
la galería de retratos
que el salitre de los muros conjuga con tapices de luto
y viejos candelabros,

el amarillo aceite de los santos
con los ritos familiares,
los retablos de una estación envenenada por la sombra,
el vaho de los salones
negando con desdén los agravios de otra edad, los gestos
de un auditorio que se fue con el polvo de los años,

la letanía de ofrendas
ante el altar de unos dioses que la madera marchita,
los rostros de una pasión
entre túnicas y salterios,
vírgenes de boca sin aliento herederas de un verano de humo,
mercenarias de un sexo errante
por los sombríos dormitorios,

las máscaras de la desdicha
vagando sus traiciones por los lechos desiertos,
la esfinge de harapos vestida
por el insomnio, el gorgojo
de la costumbre santiaguado por un horario de maldiciones
y cicatrices,

la existencia bebida como un daño,
el olvido, la pobreza, el maleficio o la enfermedad, oh, todo,
todo pasa por este firmamento rural
cuando la vejez en vano se perpetúa
entre las reliquias de un milagro obsceno, la liturgia
de una nostalgia que seduce
romo un beso de cianuro o un cáncer.




MANTIA FIDELIS 975 – 1 976)
ABRAZADOS EN LA OSCURIDAD DE LA NOCHE

Abrazados en la oscuridad de la noche,
como dos larvas que bajan por el éxodo y el escalofrío,
semillas de un llanto mortuorio,
así viajamos, trapos en desuso, cadáveres de humo, por el túnel
del sexo, el abismo último,
la ceremonia de sangre virginal confinada en su circo.

¿Adónde vamos, vendaval de delirio,
todo lágrimas y amplexaciones, como
dos nubes que se dilatan bajo la fúnebre extensión de la penumbra,
murciélagos de algodón, abiertos
al tatuaje de los dientes y su constelación difunta?

¿Qué nos queda luego
de esta oscura posesión,
plato de desaliento, sino una dulce galaxia de silbidos memorables,
expuestos a desleales olvidos,
alacranes caídos por la gracia de una anunciación letal
bajo la húmeda luz de la lámpara?

Aquí yacen nuestros cuerpos,
una procesión de cartílagos, una minuciosa investidura para la muerte.
Guarda entonces tu adversidad
para otro milagro más duradero,
envuelve tu sexo, ángel comido por sus alas, para el día final,
cuando en medio de otro desierto

todo mi sexo se haga un vuelo
de langostas voraces, y, boca
insaciable que llega hasta tu entraña, cuchillo que busca la sombra de tu seno,
sordo relámpago en un ocaso
de ciegas hormigas o sierpes,
con otra sangre más leal te fecunde.




LLEGAR DE MÁS ALLÁ DEL ESPEJO

Llegar de más allá del espejo,
ahora que una oscura dinastía cede tu rostro cuando hacia la nada te vuelves,
y apresar en el vuelo de otra pupila
la esfinge que en el mal se adormece,
;te concede el privilegio de nacer en tan bastardo lugar, ser origen
de un cuerpo acuchillado en un cubil
de anónimos suicidas?

Unidas las cabezas bajo el fuego
de la posesión, conjura el aire
más allá del andén que anuncia tu sexo de alud descompuesto,
¿basta tal semejanza de medalla antigua,
el lecho que hacia un eclipse se alarga,  
para que el hielo de las bocas se haga ceniza entre las sábanas
y el escalofrío, harapo temporal,
teja su alucinante corona
de oprobio y seducción?

Pasan las sombras como semillas
que se niegan a su fecundación,
el agua del día entrega su linaje a un nidal de lúgubres arañas,
y, tal un súbito resplandor, cortada
la habitación en dos meridianos
de sueño, así cumples el ritual de tu entrega, pródiga madre,
antes de que las horas te hagan
un nuevo féretro v en él, sola, insondable peregrina del polvo,
eternamente seas un nuevo infierno.




ESCRITO EN EL SUR (1977 – 1978)
UN AÑO HA PUESTO SU MANO SOBRE MI

Un año ha puesto su mano
sobre mí. ¿Cómo
me defenderé?

Pudieran regresar los días
que se salvaron de su ejecución.
Sabría esperar. Se mueve
una lóbrega luz por la casa. La tristeza
se arrincona entre los muebles.
En vano vaga la herrumbre como una iguana
que olvida su respiración
en una jungla de recuerdos.

Enfermedad, ola
gregaria, nada se salva. Más allá
de la cosecha de la carne, en la edad que madura
para la guadaña, está el perfume
último del remordimiento, la negación que agita
su caudal de fracaso y engendra
una rama que a la nueva savia
se entrega.

Un año ha puesto su mano
sobre mí. ¿Cómo
me defenderé?

Inmenso paraíso infernal, ciudad
muerta, amigos clandestinos
que aún conserváis vuestra delirante imagen,
¡qué insalvable el cielo
de esta epifanía de marzo!, ¡con qué estremecimiento
se desmigaja la lámina malpintada
de una vida!

Cerca está la frontera, el rosado
patíbulo. ¿Habitaré ya siempre
tan malsano hotel?

Sólo un ladrido de perros,                         
un sudor de gencianas
y una cruz de sombras
ponen hoy en mi boca la hora de los miles de muertos
que en mi cuerpo
solemnemente
callan.



TEMPLO DE LA MORTALIDAD (1979- 1980)
¿ES ACASO EL TIEMPO EL TRÁNSITO…?

¿Es acaso el tiempo
el tránsito de dos edades que no conoceremos,
la despedida de una fábula
en torno a un injusto sacrificio, la ciega
incertidumbre de una subasta
sin remedio?

¿Vendemos nuestra existencia
en algún mercado errante, una feria
intemporal —y no lo sabemos—, o es una lonja
de clamores y maleficios
lejos del inventario de la divinidad,
derrota o cobardía?

¿Por qué dudosa gloria
cambiaremos nuestra breve encarnación,
mal amasada la vejez, cedido
nuestro humano monopolio al traficante
de vicios, torpes necesidades,
desprendidos al fin de enemigos fervientes
y propiedades vanas?

¿Pasaremos todos unidos
por la misma puerta, héroes
de un crepúsculo común, una misma voz oscura
a lo largo de los mismos corredores,
un gesto único bajo el resplandor
de un único día?

¿Qué nuevo desencanto
nos poseerá, ante qué guarida,
mal urdido el perdón, pediremos
nuestro pan eterno, el calor o la palabra,
sonámbulos o mendigos
por la inmensidad de un devastado
desierto?

Esto hay más allá de la tentación:
una plaga de soledad, un andamiaje
de toscas vanidades, ávidos deseos
que nos conducen a un naufragio de polvo
o ceniza.




LITURGIA (1981)
XI

He aquí que se cierra, como un color sombrío, el tiempo que fuera claro testimonio de tu ser.

Mas, como si fuera tuya, la tierra cede a tu paso su respiración, luna de humo, piedra calcinada.

Nadie habita el lugar: donde el aire se incendia, abierta herida, sólo yace el sonido de tu oscuridad.




GESTA (1982 – 1983)
NO PUDIERON LOS AÑOS HACER UNA FRONTERA

No pudieron los años
hacer una frontera
de tu gracia:

queda la sombra al otro lado
del tiempo, un súbito sueño
se abre a la noche, en donde te expones
—noticia de un antiguo viaje
o una nueva profanación—, leve costura, adiós
entre dos luces.

El insomnio, tal un cazador
furtivo en un páramo desierto,
al encuentro de tu edad, ¿qué anuncio simula
de tan torpe andadura? ¿Cómo
se libra de sus peligros, antiguos lutos,
odios clandestinos?

Todo adverso encuentro
es una resurrección, pues nadie sabe
a qué distancia el tiempo entrega su estirpe
irreversible al mal, el fulgor
que en su insolencia declina.

Sólo la carne.
invadida la memoria de engaño,
conoce con qué desesperanza un antiguo amor
en su propia resignación
se extermina.

Sin embargo, conocido el fraude
de semejante pasión, puesto
que esta visitación no es de ningún reino,
antes de que te niegues
a ninguna otra vida, en el instante impreciso
en que placer y dolor intercambian
sus puñales,

¿en qué eternidad, vanos héroes,
se harán solidarios
nuestros cuerpos?



LAS HORAS SE DESHACEN EN LA ARENA

Las horas se deshacen
en la arena. El mar
es como un cuerpo de humo.

¿Qué esperas,
memoria convocada por las sombras
de este verano infernal?

Largo es el día
sin amor. Pero la noche
teje su pesadumbre, y, en torno a la casa,
donde hubo gratitud
sólo el olvido escribe su maledicencia,
baldía majestad.

¿Adónde nos conduces,
desdicha, ciega nave,
si la eternidad nos niega y en el osario
sólo aguarda la ceniza, huésped
de un maleficio mayor?

Héroes propicios
a enfermedades y castigos, rostros
de sal, ¿hallaremos la senda que nos lleve
al país de la verdad?

¿O seremos la lepra
de un delirio anticipado, la voz
del sufrimiento en su última residencia,
el hoyo que nos acoja o nos consagre
a otro inmerecido amor?




VULNERABLE DOMINIO (1985 – 1986) 

LLEGAN DESDE UNA PLANTACIÓN DE INSOMNIO

Llegan desde una plantación
de insomnio y veneno,
todavía descompuestos por la sombra que hizo de sus cuerpos una heredad desierta,
dóciles al vuelo de las arañas
en sus telas nocturnas.

Desentierran largos hilos
de llanto, el arenal de sus voces manchado por la broza del levante,
el saco de su hedor orando
por habitaciones y galerías, como murciélagos de otro mundo,
como lepra obscena.

Desde mucha distancia
el granizo o la escarcha describen su larga procesión,
y el escombro que a su paso dejan,
por la desgracia santificado, se eleva sobre un cielo de azufre,
un pantano en donde el sol mortal
los envuelve en sus redes.

Se acercarán, las bocas
cruzadas por el terror,
y, midiendo su separación, lo que no tiene fin a tal hora, insomnes
o bordeando el sueño,
el ojo que los contempla escribirá lo que siempre esperó:
El mildium secó sus vidas,
toda la semilla se hizo sal.

Al final irán de puerta en puerta por lo oscuro, hasta alcanzar la noche,
y, llenos de confianza
y oraciones, asegurarán
que su cabalgata está allí para proclamar nuestro descanso
en otro espacio.

Y así, esparciendo en el aire
sus pañuelos de luto,
como líquenes que bajan por pendientes de humo, sembrarán
la lava de su cortejo,
y hacia ella iremos,
y, pidiendo justicia, inclinaremos nuestra cabeza hasta sus plantas,
una landa de víboras,
después que nuestro cuerpo ceda a sus profecías, victima
tan malsana lealtad. 


ADORMECIDO EN LA MAREA 
NO RESPLANDECE LA MAÑANA 

Adormecido en la marea,
¿qué abisal náufrago 
intercambia la fria corona del destierro 
con la última araña 
del verano? 

En el palacio de sombra, dominio 
del tiempo, mientras el sueño 
se somete solo a una noche de infortunio, 
entre las velas mortecinas 
y el desaliento, la libertad se decapita 
como una flor de humo. 

Sin embargo, ajena 
al dolor, antes de que la luz 
entregue sus vieja espadas a los espejos 
y el llanto, escudero de una ruinosa paz, 
escriba la hora exacta 
de la posesión, 

¿cómo puede la inocencia, 
disfrazada de aurora en el lecho, 
hacer de su virginidad tardía un holocausto, 
la indolente ceniza que le salve 
de un mayor infortunio? 



NO RESPLANDECE LA MAÑANA




No resplandece la mañana 

si el verano toca tu corazón de mariposa 
diurna, si el mar 
desconoce la sima del deseo 
en su ebriedad 
oculto. 

Acógete entonces al juicio del día, 

y, antes de que el olvido 
sea un conjuro en los cuerpos, 
haz de esta visitación una larga alegoría 
de máscaras sin edad 
y rostros en desuso. 

Ventana al Sur, fosa 

en el aire, cuando 
la eternidad no es sino una contemplación 
y el amor una aventura venial 
que se perpetúa 
en la nada, 

¿vale negarse al sortilegio 

de ser polvo para la muerte 
y, larva en su cubil de penumbra, 
hacer de su presencia la desierta heredad 
que nos salve o nos condene 
a otro presentimiento?
 



¿QUIÉN OLVIDA LA MAÑANA...?

¿Quién olvida la mañana de este aniversario?

El mar oculta su voz en el acantilado, la niebla se hace difunta luz sobre el arenal, donde el día, sediento, completa sus muertas aves.

Volviera, hidra de llanto, y la tierra sería un paraí­so desierto, la paz de un rostro que vive su eternidad de piedra.

Mas, al otro lado del tiempo, ¿sabe nadie si hay una rosa de ónice en su lugar o si una boca convoca a otra boca en ese vegetal reino?

¿Cómo conocer si el polvo, santiguado por el triun­fo, en su altar complacido, relata una fábula que coro­na la pleamar?

En tal encuentro, ¿quién dejará en su piel la sal de tan injusta cólera? ¿Qué sobrevivirá en la frontera del mal? ¿Qué se hará día en tan oscura heredad?

El cuerpo se sucede entre la ceniza de las estacio­nes. El tiempo pasa. Quedan ruinas.