domingo, 1 de enero de 2017

Rosalía de Castro


Rosalía de Castro(Santiago de Compostela, 24 de febrero de 1837-Padrón, 15 de julio de 1885). En su partida de nacimiento figura como «hija de padres incógnitos», puntualizándose, sin embargo, que «va sin número por no haber pasado a la Inclusa». Fue una poetisa y novelista española que escribió tanto en gallego como castellano. Considerada en la actualidad como una escritora indispensable en el panorama literario del siglo XIX, representa junto con Eduardo Pondal y Curros Enríquez una de las figuras emblemáticas del Rexurdimento gallego, no solo por su aportación literaria en general y por el hecho de que sus Cantares gallegos sean entendidos como la primera gran obra de la literatura gallega contemporánea, sino por el proceso de sacralización al que fue sometida y que acabó por convertirla en encarnación y símbolo del pueblo gallego. Además, es considerada junto con Gustavo Adolfo Bécquer la precursora de la poesía española moderna.
De Wikipedia

 En la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes 
hay información completa sobre esta escritora:
 www.cervantesvirtual.com

 I


   ¡Cuán tristes pasan los días!...



¡cuán breves... cuán largos son!...



Cómo van unos despacio,



y otros con paso veloz...



Mas siempre cual vaga sombra



atropellándose en pos,



ninguno de cuantos fueron,



un débil rastro dejó.




    ¡Cuán negras las nubes pasan,



cuán turbio se ha vuelto el sol!



¡Era un tiempo tan hermoso!...



Mas ese tiempo pasó.



Hoy, como pálida luna



ni da vida ni calor,



ni presta aliento a las flores,



ni alegría al corazón.




    ¡Cuán triste se ha vuelto el mundo!



¡Ah!, por do quiera que voy



sólo amarguras contemplo,



que infunden negro pavor,



sólo llantos y gemidos



que no encuentran compasión...



¡Qué triste se ha vuelto el mundo!



¡Qué triste le encuentro yo!...




II


    ¡Ay, qué profunda tristeza!



¡Ay, qué terrible dolor!



¡Tendida en la negra caja



sin movimiento y sin voz,



pálida como la cera



que sus restos alumbró,



yo he visto a la pobrecita



madre de mi corazón!




    Ya desde entonces no tuve



quien me prestase calor,



que el fuego que ella encendía



aterido se apagó.



Ya no tuve desde entonces



una cariñosa voz



que me dijese: ¡hija mía,



yo soy la que te parió!




    ¡Ay, qué profunda tristeza!



¡Ay, qué terrible dolor!...



¡Ella ha muerto y yo estoy viva!



¡Ella ha muerto y vivo yo!



Mas, ¡ay!, pájaro sin nido,



poco lo alumbrará el sol,



¡y era el pecho de mi madre



nido de mi corazón!










Ya pasó la estación de los calores,


y lleno el rostro de áspera fiereza,



sobre los restos de las mustias flores,



asoma el crudo invierno su cabeza.





    Por el azul del claro firmamento



tiende sus alas de color sombrío,



cual en torno de un casto pensamiento



sus alas tiende un pensamiento impío.




    Y gime el bosque y el torrente brama,



y la hoja seca, en lodo convertida,



dale llorosa al céfiro a quien ama



la postrera, doliente despedida.


 


Mas... ¿qué estridente y mágico alarido


la ronca voz de la tormenta trae?



Triste... vago... constante y dolorido,



cual fuego ardiente, en mis entrañas cae.





    Cae, y ahuyenta de mi lecho el sueño...



¡Ah! ¿Cómo he de dormir...? locura fuera,



fuera locura y temerario empeño



que con gemidos tales me durmiera.




    ¡Ah! ¿Cómo he de dormir? ese lamento,



ese grito de angustia que percibo,



esa expresión de amargo sufrimiento



no pertenece al mundo en que yo vivo.


  



De gemidos quejumbrosos,
de suspiros lastimeros,
vago suena en el espacio
melancólico concierto...
Son las campanas que tocan...
¡Tocan por los que murieron!
Plañidero el metal vibra,
las regiones recorriendo
de los valles solitarios,
de los tristes cementerios,
y también allá en la hondura
de las almas sin consuelo.
¡Vasto páramo es la mía,
como abrasado desierto,
como mar que no se acaba,
y en ella un sepulcro tengo
más profundo que un abismo,
más ancho que el firmamento,
y al eco de las campanas
que en él se va repitiendo,
los esqueletos se rompen,
de mis pálidos recuerdos!
¿Será cierto que pasaron,
y para siempre murieron?
¿Es verdad que cuanto toco,
cuanto miro y cuanto quiero
todo ilusión me parece,
todo me parece un cuento?...
Y que tuve un tiempo madre
y que ora ya no la tengo...
También un sueño parece,
¡pero qué terrible sueño!

 

Dos palomas


   Dos palomas yo vi que se encontraron



cruzando los espacios



y al resbalar sus alas se tocaron...




    Cual por magia tal vez, al roce leve



las dos se estremecieron,



y un dulce encanto, indefinible y breve,



en sus almas sintieron.




    Y torciendo su marcha en un momento



al contemplarse solas,



se mecieron alegres en el viento



como un cisne en las olas.




    Juntáronse y volaron



unidas tiernamente,



y un mundo nuevo a su placer buscaron



y otro más puro ambiente.




    Y le hallaron al fin, y el nido hicieron



en blanda cama de azucena y rosas,



y en ella se adurmieron



con las libres y blancas mariposas.




    Y al despertar sus picos se juntaron,



y en la aurora luciente



sus caricias de amor se retrataron



como sombra riente.




    Y en nubes de oro y de zafir bogaban



cual ondulante nave



en la tranquila mar, y se arrullaban



cual céfiro süave.




    Juntas las dos al declinar del día



cansadas se posaban,



y aun los besos el aura recogía



que en sus picos jugaban.





  Dios vos garde, miña vella,



gárdevos Santa Mariña,



que abofé sos falangueira,



falangueira e ben cumprida.




   -Meniña, por ben falada



ningunha se perdería:



Cóllense antre os paxariños



aqueles que mellor trían;



morre afogado antre as pallas



o pitiño que non chía.




   -Pois si vós foras pitiño,



dígovos, mina velliña,



que dese mal non morreras,



que chiar ben chiarías.




   -¡Ai! ¡Que, si non, de min fora,



miña filla, miña filla!



Sin agarimo no mundo



desde que nasín orfiña,



de porta en porta pedindo



tiven que pasar a vida.



E cando a vida se pasa



cal vida de pelegrina,



que busca pelegrinando



o pan de tódolos días,



de cote en lares alleos,



de cote en estrañas vilas,



hai que deprender estonces



por non morrer, coitadiña,



ó pé dun valo tumbada



e de todos esquencida,



o chío dos paxariños,



o recramo das pombiñas,



o ben falar que comprase,



a homildá mansa que obriga.




   -¡Moito sabés, miña vella,



moito de sabiduría!



¡Quen poidera correr mundo



por ser como vós sabida!



Que anque traballos se pasen



aló polas lonxes vilas,



tamén ¡que cousas se saben!,



tamén ¡que cousas se miran!




   -Máis val que n'as mires nunca,



que estonces te perderías:



¡O que ó sol mirar precura



logo quedará sin vista!




   -Dirés verdá, miña vella,



mais craras as vosas niñas



emprestouvos hastra agora



groriosa Santa Lucía.




   -Moita devozón lle teño,



¡miña santiña bendita!,



mais non sempre as niñas craras



son proba de craras vistas.



Moitas en vin como a augua



que corre antre as penas frías



gorgorexando de paso,



sereniña, sereniña,



que ante tiniebras pousaban,



que ante tiniebras vivían,



nas tiniebras dos pecados



que son as máis escondidas.




   -Si de pecados falades,



é pan que onde queira espiga,



en tódalas partes crese,



en todas partes se cría;



mais uns son cor de veneno,



outros de sangre runxida,



outros, como a noite negros,



medran cas lurpias dañinas



que os paren entre ouro e seda,



arrolados pola envidia,



mantidos pola luxuria,



mimados pola cobiza.




   -«Quen ben está, ben estea».



Déixate estar, miña filla,



nin precures correr mundo,



nin tampouco lonxes vilas,



que o mundo dá malos pagos



a quen lle dá prendas finas,



e nas vilas mal fixeras



que aquí facer non farías,



que anque ese pan balorento



en todas partes espiga,



nunhas apoucado crese,



noutras medra que adimira.




   -Falás como un abogado,



e calquera pensaría



que deprendestes nos libros



tan váreas palabrerías,



todiñas tan ben faladas,



todiñas tan entendidas;



e tal medo me puñeches



que xa de aquí non saíra



sin levar santos-escritos



e medalliñas benditas



nun lado do meu xustillo,



xunto dunha negra figa,



que me librasen das meigas



e máis das lurpias dañinas.




   -Que te libren de ti mesma,



pídelle a Dios, rapariga,



que somos nós para nós



as lurpias máis enemigas.



Mais xa vén a noite vindo



co seu manto de estreliñas;



xa recolleron o gando



que pastaba na cortiña;



xa lonxe as campanas tocan,



tocan as Ave-Marías;



cada conexo ó seu tobo,



lixeiro, lixeiro tira,



que é mal compañeiro a noite



si a compañeiro se obriga.



Mais, ¡ai!, que eu non teño tobo



nin burata conocida,



nin tellado que me cruba



dos ventos da noite fría.



¡Que vida a dos probes, nena!



¡Que vida! ¡Que amarga vida!



Mais Noso Señor foi probe,



¡que esto de alivio nos sirva!




   -Amén, miña vella, amén;



mais, polas almas benditas,



hoxe dormirés nun leito



feito de palliña triga,



xunta do lar que vos quente



ca borralliña encendida,



e comerés un caldiño



con patacas e nabizas.




   -¡Bendito sea Dios, bendito!



¡Bendita a Virxe María



que con tanto ben me acode



por unha man compasiva!



O Señor che dé fortuna



con moitos anos de vida;



¡vólvanseche as tellas de ouro,



as pedras de prata fina,



e cada gran seu diamante



che se volva cada día!



I agora, miña rapaza,



porque un pouco te adivirtas



bailando cas compañeiras



que garulan na cociña,



heiche de contar historias,



heiche de cantar copriñas,



heiche de tocar as cunchas,



miña carrapucheiriña.


 

Miña Santiña,


miña Santasa,



miña cariña



de calabasa.



Hei de emprestarvos



os meus pendentes,



hei de emprestarvos



o meu collar;



hei de emprestarcho,



cara bonita,



si me deprendes



a puntear.





    -Costureiriña



comprimenteira,



sacha no campo,



malla na eira,



   lava no río,



vai apañar



toxinos secos



antre o pinar.



   Así a meniña



traballadora



os punteados



deprende ora.




   -Miña Santiña,



mal me quixere



quen me aconsella



que tal fixere.



   Mans de señora,



mans fidalgueiras



teñen todiñas



as costureiras;



   boca de reina,



corpo de dama,



cómprelle a seda,



foxen da lama.




   -¡Ai, rapaciña!



Ti te-lo teo:



¡Seda as que dormen



antre o centeo!



   ¡Fuxir da lama



quen naceu nela!



Dios cho perdone,



probre Manuela.



   Lama con honra



non mancha nada,



nin seda limpa



honra emporcada.




   -Santa, Santasa,



non sos comprida,



decindo cousas



que fan ferida.



   Falaime solo



das muiñeiras,



daquelas voltas



revirandeiras,



   daqueles puntos



que fan agora,



de afora adentro,



de adentro afora.




   -Costureiriña



do carballal,



colle unha agulla,



colle un dedal;



cose os buratos



dese ten cós,



que andar rachada



non manda Dios.



   Cose, meniña,



tantos furados



i ora non penses



nos punteados.




   -Miña Santasa,



miña Santiña,



nin teño agulla,



nin teño liña,



   nin dedal teño,



que aló na feira



rouboumo un majo



da faltriqueira,



   decindo: «As perdas



dos descoidados



fan o lotiño



dos apañados».




   -¡Costureiriña



que a majos trata!



Alma de cobre,



collar de prata,



   mocidá rindo,



vellez chorando...



Anda, meniña,



coida do gando.



   Coida das herbas



de teu herbal:



terás agulla,



terás dedal.




   -Deixade as herbas,



que o que eu quería



era ir cal todas



á romería.



   ¡I alí con aire



dar cada volta!



Os ollos baixos,



a perna solta.



   Pés lixeiriños,



corpo direito;



¡pero, Santiña...,



non lle dou xeito!



   Non vos metades



pedricadora;



bailadoriña



facéme agora.



   Vós dende arriba



andá correndo;



facede os puntos,



i eu adeprendo.



   Andá que peno



polos penares...



Mirá que o pido



chorando a mares.




   -¡Ai da meniña!



¡Ai da que chora!



¡Ai, porque quere



ser bailadora!



   Que cando durma



no camposanto,



os enemigos



faránlle espanto,



   bailando enriba



das herbas mudas,



ó son da negra



gaita de Xudas.



   I aquel corpiño



que noutros días



tanto truara



nas romerías,



   ó son dos ventos



máis desatados



rolará logo



cos condenados.



   Costureiriña,



n'hei de ser, n'hei,



quen che deprenda



tan mala lei.




   -¡Ai, que Santasa!



¡Ai, que Santona!



Ollos de meiga,



cara de mona,



   pór n'hei de pórche



os meus pendentes,



pór n'hei de pórche



o meu collar,



   xa que non queres,



xa que non sabes



adeprenderme



a puntear.




ORILLAS DEL SAR

I
A través del follaje perenne
Que oír deja rumores extraños,
Y entre un mar de ondulante verdura,
Amorosa mansión de los pájaros,
Desde mis ventanas veo
El templo que quise tanto. 

El templo que tanto quise…
Pues no sé decir ya si le quiero,
Que en el rudo vaivén que sin tregua
Se agitan mis pensamientos,
Dudo si el rencor adusto
Vive unido al amor en mi pecho. 

II
Otra vez, tras la lucha que rinde
Y la incertidumbre amarga
Del viajero que errante no sabe
Dónde dormirá mañana,
En sus lares primitivos
Halla un breve descanso mi alma. 

Algo tiene este blando reposo
De sombrío y de halagüeño,
Cual lo tiene en la noche callada
De un ser amado el recuerdo,
Que de negras traiciones y dichas
Inmensas nos habla a un tiempo. 

Ya no lloro… y no obstante agobiado
Y afligido mi espíritu, apenas
De su cárcel estrecha y sombría
Osa dejar las tinieblas
Para bañarse en las ondas
De luz, que el espacio llenan. 

Cual si en suelo extranjero me hallase,
Tímida y hosca contemplo
Desde lejos los bosques y alturas
Y los floridos senderos
Donde en cada rincón me aguardaba
La esperanza sonriendo. 

III
Oigo el toque sonoro que entonces
A mi lecho a llamarme venía
Con sus ecos, que el alba anunciaban,
Mientras cual dulce caricia
Un rayo de sol dorado
Alumbraba mi estancia tranquila,
Puro el aire, la luz sonrosada,
¡Qué despertar tan dichoso!
Yo veía entre nubes de incienso
Visiones con alas de oro
Que llevaban la venda celeste
De la fe sobre sus ojos… 

Ese sol es el mismo, mas ellas
No acuden a mi conjuro;
Y a través del espacio y las nubes,
Y del agua en los limbos confusos,
Y del aire en la azul transparencia
¡Ay!, ya en vano las llamo y las busco 

Blanca y desierta, la vía
Entre los frondosos setos
Y los bosques y arroyos que bordan
Sus orillas, con grato misterio
Atraerme parece y brindarme
A que siga su línea sin término. 

Bajemos pues, que el camino
Antiguo nos saldrá al paso,
Aunque triste, escabroso y desierto,
Y cual nosotros cambiado,
Una visión de armiño, una ilusión querida,
Un suspiro de amor. 

De tus suaves rumores la acorde consonancia,
Ya para el alma yerta, tornóse bronca y dura
A impulsos de dolor;
Secáronse tus flores de virginal fragancia,
Perdió su azul tu cielo, el campo su frescura,
El alba su candor. 

La nieve de los años, de la tristeza el hielo
Constante, al alma niegan toda ilusión amada,
Todo dulce consuelo,
Sólo los desengaños preñados de temores
Y de la duda el frío
Avivan los dolores que siente el pecho mío,
Y ahondando mi herida
Me destierran del cielo, donde las fuentes brotan
Eternas de la vida. 

VI
¡Oh tierra, antes y ahora, siempre fecunda y bella!
Viendo cuan triste brilla nuestra fatal estrella,
Del Sar cabe la orilla,
Al acabarme siento la sed devoradora
Y jamás apagada que ahoga el sentimiento,
Y el hambre de justicia que abate y anchada
Cuando nuestros clamores los arrebata el viento
De tempestad airada. 

Ya en vano el tibio rayo de la naciente aurora
Tras del Miranda altivo,
Valles y cumbres dora con su resplandor vivo;
En vano llega mayo de sol y aromas lleno,
Con su frente de niño de rosas coronada
Y con su luz serena:
En mi pecho ve juntos el odio y el cariño,
Mezcla de gloria y pena,
Mi sien por la corona del mártir agobiada
Y para siempre frío y agotado mi seno.
 
VII
Ya que de la esperanza para la vida mía
Triste y descolorido ha llegado el ocaso,
A mi morada oscura, desmantelada y fría
Tornemos paso a paso,
Porque con su alegría no aumente mi amargura
La blanca luz del día.
 
Contenta el negro nido busca el ave agorera,
Bien reposa la fiera en el antro escondido,
En su sepulcro el muerto, el triste en el olvido
Y mi alma en su desierto. 




SEDIENTAS las arenas en la playa
Sienten del sol los besos abrasados,
Y no lejos, las ondas siempre frescas
Ruedan pausadamente murmurando.
Pobres arenas de mi suerte imagen:
No sé lo que me pasa al contemplaros,
Pues como yo sufrís, secas y mudas,
El suplicio sin término de Tántalo.


Pero ¿quién sabe?... Acaso luzca un día
En que, salvando misteriosos límites,
Avance el mar y hasta vosotras llegue
A apagar vuestra sed inextinguible.
¡Y quién sabe también si tras de tantos
Siglos de ansias y anhelos imposibles,
Saciará al fin su sed el alma ardiente
Donde beben su amor los serafines! 





Del antiguo camino a lo largo,
Ya un pinar, ya una fuente aparece,
Que brotando en la peña musgosa
Con estrépito al valle desciende
Y brillando del sol a los rayos
Entre un mar de verdura se pierde,
Dividiéndose en limpios arroyos
Que dan vida a las flores silvestres
Y en el Sar se confunden: el río
Que cual niño que plácido duerme,
Reflejando el azul de los cielos
Lento corre en la sombra a esconderse.
No lejos, en soto profundo de robles
En donde el silencio sus alas extiende
Y da abrigo a los genios propicios,
A nuestras viviendas y asilos campestres,
Siempre allí, cuando evoco mis sombras,
O las llamo, respóndenme y vienen.




Ya duermen en su tumba las pasiones
El sueño de la nada;
¿Es, pues, locura del doliente espíritu
O gusano que llevo en mis entrañas? 
Yo sólo sé que es un placer que duele,
Que es un dolor que atormentado halaga,
Llama que de la vida se alimenta
Mas sin la cual la vida se apagara.




Creyó que era eterno tu reino en el alma,
Y creyó tu esencia esencia inmortal,
Mas si sólo eres nube que pasa,
Ilusiones que vienen y van,
Rumores del onda que rueda y que muere
Y nace de nuevo y vuelve a rodar,
Todo es sueño, y mentira en la tierra,
¡No existes, verdad! 





¡JAMÁS lo olvidaré!... De asombro llena
Al escucharlo, el alma refugióse
En sí misma y dudó… pero al fin, cuando
La amarga realidad, desnuda y triste,
Ante ella se abrió paso, en luto envuelta,
Presenció silenciosa la catástrofe
Cual contempló Jerusalén sus muros
Para siempre entre el polvo sepultados.
¡Profanación sin nombre! Donde quiera
Que el alma humana, inteligente, rinde
Culto a lo grande, a lo pasado culto,
Esas selvas agrestes, esos bosques
Seculares y hermosos, cuyo espeso
Ramaje, abrigo y cariñosa sombra
Dieron a nuestros padres, fueron siempre
De predilecto amor lugares santos
Que todos respetaron.
                    ¡No! En los viejos
Robledales umbrosos, que hacen grata
La más yerma región, y de los siglos
Guardan grabada la imborrable huella
Que en ellos han dejado, ¡nunca, nunca!
Con su acerado filo osada pudo
El hacha penetrar, ni con certero
Y rudo golpe derribar en tierra,
Cual en campo enemigo, el árbol fuerte
De larga historia y de nudosas ramas,
Que es orgullo del suelo que le cría
Con savia vigorosa, y monumento
Que en solo un día nos levanta el hombre,
Pues es obra que Dios al tiempo encarga
Y a la madre inmortal naturaleza,
Artista incomparable.
                                   Y sin embargo…
Nada allí quedó en pie. Los arrogantes
Cedros de nuestro Líbano, los altos
Gigantescos castaños seculares
Regalo de los ojos, los robustos
Y centenarios robles, cuyos troncos
De arrugas llenos, monstruos semejaban
De ceño adusto y de mirada torva,
Que hacen pensar en ignorados mundos;
Las encinas vetustas, bajo cuyas
Ramas vagaron en silencio tantos
Tercos impenitentes soñadores…
¡Todo por tierra y asolado todo!
Ya ni abrigo, ni sombra, ni frescura;
Los pájaros huidos y espantados
Al ver deshecha su morada, el viento
Gimiendo desabrido como gime
En las desiertas lomas donde sólo
Áridos riscos a su paso encuentra;
Los narcisos y blancas margaritas
Que apiñadas brillaban entre el musgo
Cual brillan las estrellas en la altura,
Los lirios perfumados, las violetas,
Los miosotis, azules como el cielo,
Y que bordando la ribera undosa
Recordábanle al triste enamorado
Que de las aguas se sentaba al borde
Arrastrando el arado, la amarilla
Mies con afán sembráramos
                         —Mezquinos
Aún más que torpes son— prorrumpirían
Los fieros hijos del jardín de España
Con rudo enojo levantando el grito.

Mas nosotros si talan nuestro bosques
Que cuentan siglos,… ¡quedan ya tan pocos!,
Y ajena voluntad su imperio ejerce
En lo que es nuestro, cosas de la vida
Nos parecen, quizás, vanas y fútiles
Que a nadie ofenden ni a ninguno importan
Si no es al que las hace, a soñadores
Que sólo entienden de llorar sin tregua
Por los vivos y muertos… y aun acaso
Por las hermosas selvas que sin duelo
Indiferente el leñador destruye.

Pero qué,… alguno exclamará indignado
Al oír mis lamentos. —¿Por ventura
La inmensa torre del reloj se ha hundido
Y no hay quien señale nuestras horas
Soñolientas y tardas como el eco
Bronco de su campana formidable?
¿O en mis haciendas penetrando acaso
Osado criminal, ha puesto fuego
A las extensas eras? ¿Por qué gime
Así importuna esa mujer?
                              Yo inclino
La frente al suelo y contristada exclamo
Con el Mártir del Gólgota… perdónales,
Señor, porque no saben lo que dicen,
Mas, ¡oh Señor!, a consentir no vuelvas
Que de la helada indiferencia el soplo
Apague la protesta en nuestros labios,
Que es el silencioso hermano de la muerte
Y yo no quiero que mi patria muera,
Sino que como Lázaro, ¡Dios bueno!,
Resucite a la vida que ha perdido,
Y con voz alta, que a la gloria llegue,
Le diga al mundo que Galicia existe,
Tan llena de valor cual tú has hecho,
Tan grande y tan feliz cuanto es hermosa.
 



MIS HIJOS

EN su cárcel de espinos y rosas
Cantan y juegan mis pobres niños,
Hermosos seres desde la cuna
Por la desgracia ya perseguidos.

En su cárcel se duermen soñando
Cuan bello es el mundo cruel que no vieron,
Cuan ancha la tierra, cuan hondos los mares,
Cuan grande el espacio, qué breve su huerto.

Y le envidian las alas al pájaro
Que traspone las cumbres y valles,
Le dicen: —¿Qué has visto allá lejos
Golondrina que cruzas los aires?

Y despiertan soñando, y dormidos
Soñando se quedan
Que ya son la nube flotante que pasa,
O ya son el ave ligera que vuela
Tan lejos, tan lejos del nido, cual ellos
De su cárcel ir lejos quisieran.

—¡Todos parten!, exclaman. —¡Tan sólo,
Tan sólo nosotros nos quedamos siempre!
¿Por qué quedar, madre, por qué no llevarnos
Donde hay otro cielo, otro aire, otras gentes?
Yo en tanto bañados mis ojos, les miro
Y guardo silencio pensando: —En la tierra
¿Adonde llevaros, mis pobres cautivos,
Que no hayan de ataros las mismas cadenas?
Del hombre, enemigo del hombre, no puede
Libraros, mis ángeles, la egida materna.





YA no mana la fuente, se agotó el manantial;
Ya el viajero allí nunca va su sed a apagar.
 
Ya no brota la yerba, ni florece el narciso,
Ni en los aires esparcen su fragancia los lirios.
 
Sólo el cauce arenoso de la seca corriente
Le recuerda al sediento el horror de la muerte.
 
¡Mas no importa! A lo lejos otro arroyo murmura
Donde humildes violetas el espacio perfuman.
 
Y de un sauce el ramaje, al mirarse en las ondas
Tiende en torno del agua su fresquísima sombra.
 
El sediento viajero que el camino atraviesa
Humedece los labios en la linfa serena 

Del arroyo que el árbol con sus ramas sombrea,
Y dichoso se olvida de la fuente ya seca. 






Cenicientas las aguas, los desnudos
Árboles y los montes cenicientos,
Parda la bruma que los vela y pardas
Las nubes que atraviesan por el cielo;
Triste, en la tierra, el color gris domina,
¡El color de los viejos!

De cuando en cuando de la lluvia el sordo
Rumor suena, y el viento
Al pasar por el bosque
Silba o finge lamentos
Tan extraños, tan hondos, tan dolientes
Que parece que llaman por los muertos.

Seguido del mastín, que helado tiembla,
El labrador envuelto
En su capa de juncos cruza el monte;
El campo está desierto,
Y tan sólo en los charcos que negrean
Del ancho prado entre el verdor intenso
Posa el vuelo la blanca gaviota
Mientras graznan los cuervos.

Yo desde mi ventana,
Que azotan los airados elementos,
Regocijada y pensativa escucho
El discorde concierto
Simpático a mi alma…
Mil y mil veces bien venido seas,
Mi sombrío y adusto compañero.
¿No eres acaso el precursor dichoso
Del tibio mayo y del abril risueño?
¡Ah, si el invierno triste de la vida
Como tú de las flores y los céfiros
También precursor fuera de la hermosa
Y eterna primavera de mis sueños!!...

 



I
ERA la última noche,
La noche de las tristes despedidas,
Y apenas si una lágrima empañaba
Sus serenas pupilas.
Como el criado que deja
Al amo que le hostiga,
Arreglando su hatillo murmuraba
Casi con la emoción de la alegría:

—¡Llorar! ¿Por qué? Fortuna es que podamos
Abandonar nuestras humildes tierras;
El duro pan que nos negó la patria,
Por más que los extraños nos maltraten,
No ha de faltarnos en la patria ajena.

Y los hijos contentos se sonríen,
Y la esposa, aunque triste, se consuela
Con la firme esperanza
De que el que parte ha de volver por ella.
Pensar que han de partir, ése es el sueño
Que da fuerza en su angustia a los que quedan;
¡Cuánto en ti pueden padecer, oh patria,
Si ya tus hijos sin dolor te dejan!

II
Como a impulsos de lenta
Enfermedad, hoy cien, y cien mañana
Hasta perder la cuenta,
Racimo tras racimo se desgrana.
Palomas que la zorra y el milano
A ahuyentar van, del palomar nativo
Parten con el afán del fugitivo,
Y parten quizá en vano.

Pues al posar el fatigado vuelo
Acaso en el confín de otra llanura,
Ven agostarse el fruto que madura
Y el águila cerniéndose en el cielo. 




Nada me importa, blanca o negra mariposa,
Que dichas anunciándome o malhadadas nuevas,
En torno de mi lámpara o de mi frente en torno
Os agitéis inquietas.

La venturosa copa de placer para siempre
Rota a mis pies está,
Y la del dolor llena,… ¡llena hasta desbordarse!,
Ni penas ni amarguras pueden caber ya más.


Nos dicen que se adoran la aurora y el crepúsculo,
Mas entre el sol que nace y el que triste declina
Medió siempre el abismo que media entre la cuna
Y el sepulcro en la vida.

Pero llegará un tiempo quizás, cuando los siglos
No se cuenten y el mundo por siempre haya pasado,
En el que nunca tomen tras de la noche el alba
Ni se hunda entre las sombras del sol el tibio rayo.

Si de lo eterno entonces en el mar infinito
Todo aquello que ha sido ha de vivir más tarde,
Acaso alba y crepúsculo, si en lo inmenso se encuentran,
En uno se confundan para no separarse.

Para no separarse… ¡Ilusión bienhechora
De inmortal esperanza, cual las que el hombre inventa!
¿Mas quién sabe si en tanto hacia su fin caminan,
Como el hombre los astros con ser eternos sueñan?





LA CANCIÓN QUE OYÓ EN SUEÑOS EL VIEJO


A la luz de esa aurora primaveral, tu pecho
Vuelve a agitarse ansioso de glorias y de amor.
¡Loco!,… corre a esconderte en el asilo oscuro
Donde ya no penetra la viva luz del sol.

Aquí tu sangre torna a circular activa,
Y tus pasiones tornan a rejuvenecer,…
Huye hacia el antro en donde aguarda resignada,
Por la infalible muerte la implacable vejez.

Sonrisa en labio enjuto, hiela y repele a un tiempo;
Flores sobre un cadáver, causan al alma espanto:
Ni flores, ni sonrisas, ni sol de primavera
Busques cuando tu vida llegó triste a su ocaso.

I
Su ciega y loca fantasía corrió arrastrada por el vértigo,
Tal como arrastra las arenas el huracán en el desierto.

Y cual halcón que cae herido en la laguna pestilente,
Cayó en el cieno de la vida, rotas las alas para siempre.

Mas aun sin alas cree o sueña que cruza el aire, los
espacios,
Y aun entre el lodo se ve limpio cual de la nieve el copo
blanco.

II
No maldigáis del que ya ebrio corre a beber con nuevo
afán;
Su eterna sed es quien le lleva hacia la fuente
abrasadora.
Cuanto más bebe a beber más.

No murmuréis del que rendido ya bajo el peso de la vida
Quiere vivir y aun quiere amar.
La sed del beodo es insaciable, y la del alma lo es aún
más.

III
Cuando todos los velos se han descorrido
Y ya no hay nada oculto para los ojos,
Ni ninguna hermosura nos causa antojos,
Ni recordar sabemos que hemos querido,
Aún en lo más profundo del pecho helado,
Como entre las cenizas la chispa ardiente,
Con sus puras sonrisas de adolescente
Vive oculto el fantasma del bien soñado.


I
EN los ecos del órgano, o en el rumor del viento,
En el fulgor de un astro o en la gota de lluvia,
Te adivinaba en todo y en todo te buscaba
Sin encontrarte nunca.

Quizá después te ha hallado, te ha hallado y te ha
perdido
Otra vez, de la vida en la batalla ruda,
Ya que sigue buscándote y te adivina en todo
Sin encontrarte nunca.

Pero sabe que existes y no eres vano sueño,
Hermosura sin nombre, pero perfecta y única;
Por eso vive triste, porque te busca siempre
Sin encontrarte nunca.

II
Yo no sé lo que busco eternamente
En la tierra, en el aire y en el cielo,
Yo no sé lo que busco, pero es algo
Que perdí no sé cuándo y que no encuentro,
Aun cuando sueñe que invisible habita
En todo cuanto toco y cuanto veo.

Felicidad, no he de volver a hallarte
En la tierra, en el aire, ni en el cielo
¡Aun cuando sé que existes
Y no eres vano sueño!

 


DICEN que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
                  De mí murmuran y exclaman:
                                                      Ahí va loca soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
Con la eterna primavera de la vida que se apaga
Y la perenne frescura de los campos y las almas,
Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

 



IV
Y mi voz, entre el concierto de las graves sinfonías,
De las risas lisonjeras y las locas alegrías,
Se alzó robusta y sonora con la inspiración ardiente
Que enciende en el alma altiva del entusiasmo la llama,
Y hace creer al que espera y hace esperar al que ama
Que hay un cielo en donde vive el amor eternamente.
Del labio amargado un día por lo acerbo de los males,
Como de fuente abundosa fluyó la miel a raudales,
Vertiéndose en copas de oro que mi mano orló de rosas,
Y bajo de los espléndidos y ricos artesonados
En los palacios inmensos y los salones dorados,
Fui como flor en quien beben perfumes las mariposas.
Los aplausos resonaban con estruendo en torno mío,
Como el vendaval resuena cuando se desborda el río
Por la lóbrega encañada que adusto el pinar sombrea;
Genio supremo y sublime del porvenir me aclamaron,
Y trofeos y coronas a mis plantas arrojaron
Como a los pies del guerrero vencedor en la pelea. 


VIÉNDOME perseguido por la alondra
Que en su rápido vuelo
Arrebatarme quiso en su piquillo
Para dar alimento a sus polluelos,

Yo, diminuto insecto de alas de oro,
Refugio hallé en el cáliz de una rosa,
Y allí viví dichoso desde el alba
Hasta la nueva aurora.


Mas aunque era tan fresca y perfumada 

La rosa como yo, no encontró abrigo
Contra el viento que alzándose en el bosque
Arrastróla en revuelto torbellino.

Y rodamos los dos en fango envueltos
Para ya nunca levantarse, ella;
Y yo para llorar eternamente
Mi amor primero y mi ilusión postrera. 



LA palabra y la idea,… hay un abismo
Entre ambas cosas, orador sublime:
Si es que supiste amar, di, cuando amaste,
¿No es verdad, no es verdad que enmudeciste?
Cuando has aborrecido, ¿no has guardado
silencioso la hiél de tus rencores,
En lo más hondo y escondido, y negro
Que hallar puede en sí un hombre?
Un beso, una mirada,
Suavísimo lenguaje de los cielos,
Un puñal afilado, un golpe aleve
Expresivo lenguaje del infierno.
Mas la palabra en vano
Cuando el odio o el amor llenan la vida
Al convulsivo labio balbuciente
Se agolpa y precipita,
¡Qué ha de decir!, desventurada y muda;
De tan hondos, tan íntimos secretos,
La lengua humana, torpe, no traduce
El velado misterio.
Palpita el corazón enfermo y triste,
Languidece el espíritu, he aquí todo:
Después se rompe el frágil
Vaso, y la esencia elévase a lo ignoto.

 



LAS CAMPANAS


Yo las amo, yo las oigo
Cual oigo el rumor del viento,
El murmurar de la fuente
O el balido del cordero.

Como los pájaros, ellas,
Tan pronto asoma en los cielos
El primer rayo del alba,
Le saludan con sus ecos.

Y en sus notas que van repitiéndose
Por los llanos y los cerros,
Hay algo de candoroso,
De apacible y de halagüeño.

Si por siempre enmudecieran,
¡Qué tristeza en el aire y en el cielo!
¡Qué silencio en las iglesias!
¡Qué extrañeza entre los muertos!


*             *             *             *

EN la altura los cuervos graznaban,
Los deudos gemían en torno del muerto,
Y las ondas airadas mezclaban
Sus bramidos al triste concierto.

Algo había de irónico y rudo
En los ecos de tal sinfonía,
Algo negro, fantástico y mudo
Que del alma las cuerdas hería.

Bien pronto cesaron los fúnebres cantos,
Esparcióse la turba curiosa,
Acabaron gemidos y llantos
Y dejaron al muerto en su fosa.


Tan sólo a lo lejos, rasgando la bruma,
Del negro estandarte las orlas flotaron,
Como flota en el aire la pluma
Que al ave nocturna los vientos robaron.




Una cuerda tirante guarda mi seno
Que al menor viento lanza siempre un gemido,
Mas no repite nunca más que un sonido
Monótono, vibrante, profundo y lleno.


Fue ayer y es hoy y siempre
Al abrir mi ventana
Veo en oriente amanecer la aurora,
Después de hundirse el sol en lontananza.
Van tantos años de esto,
Que cuando a muerto tocan,


Yo no sé si es pecado, pero digo:
¡Qué dichoso es el muerto, o qué dichosa!



AÚN otra amarga gota en el mar sin orillas
Donde lo grande pasa deprisa y lo pequeño
Desaparece o se hunde, como piedra arrojada
De las aguas profundas al estancado légamo.


Vicio, pasión, o acaso enfermedad del alma,
Débil a caer vuelve siempre en la tentación,
Y escribe como escriben las olas en la arena,
El viento en la laguna y en la neblina el sol.

Mas nunca nos asombra que trine o cante el ave,
Ni que eterna repita sus murmullos el agua;
Canta, pues, ¡oh poeta!, canta, que no eres menos
Que el ave y el arroyo que armonioso se arrastra.






Era apacible el día
Y templado el ambiente,
Y llovía, llovía
Callada y mansamente;
Y mientras silenciosa
Lloraba yo y gemía,
Mi niño, tierna rosa,
Durmiendo se moría.
Al huir de este mundo, 
¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, 
¡qué borrasca en la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto
Antes que empiece a corromperse… ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
Bien pronto en los terrones removidos
Verde y pujante crecerá la yerba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
Torbo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!...
Jamás el que descansa en el sepulcro
Ha de tomar a amaros ni a ofenderos.

¡Jamás! ¿Es verdad que todo
Para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
Ni puede tener fin la inmensidad.

Tú te fuiste por siempre: mas mi alma
Te espera aún con amoroso afán,
Y vendrás o iré yo, bien de mi vida,
Allí donde nos hemos de encontrar.
Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
Que no morirá jamás,
Y que Dios, porque es justo y porque es bueno,
A desunir ya nunca volverá.
En el cielo, en la tierra, en lo insondable
Yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
Ni puede tener fin la inmensidad.

Mas… es verdad, ha partido
Para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
De un día en este mundo terrenal,
En donde nace, vive y al fin muere
Cual todo nace, vive y muere acá.





TIEMBLAN LAS HOJAS, Y MI ALMA TIEMBLA,…


I
Tiemblan las hojas, y mi alma tiembla,…
Pasó el verano…,
Y para el pobre corazón mío
Unos tras otros, ¡pasaron tantos!

Cuando en las noches tristes y largas
Que están llegando
Brille la luna, ¡cuántos sepulcros
Que antes no ha visto verá a su paso!

Cuando entre nubes hasta mi lecho
Llegue su rayo,
¡Cuan tristemente los yermos fríos
De mi alma sola no irá alumbrando!



II
¡Pobre alma sola!, no te entristezcas,
Deja que pasen, deja que lleguen
La primavera y el triste otoño,
Ora el estío y ora las nieves;

Que no tan solo para ti corren
Horas y meses:
Todo contigo, seres y mundos,
De prisa marchan, todo envejece;

Que hoy, mañana, antes y ahora,
Los mismos siempre,
Hombres y frutos, plantas y flores,
Vienen y vanse, nacen y mueren.


Cuando te apene lo que atrás dejas
Recuerda siempre
Que es más dichoso quien de la vida
Mayor espacio corrido tiene.





No va solo el que llora,
No os sequéis, ¡por piedad!, lágrimas mías;
Basta un pesar del alma,
Jamás, jamás le bastará una dicha.
Juguete del Destino, artista humilde,
Rodé triste y perdida;
Pero conmigo lo llevaba todo:
Llevaba mi dolor por compañía.




Tan sólo dudas y terrores siento,
Divino Cristo, si de Ti me aparto;
Mas cuando hacia la cruz vuelvo los ojos
Me resigno a seguir con mi calvario.
Y alzando al cielo la mirada ansiosa
Busco a tu Padre en el espacio inmenso
Como el piloto en la tormenta busca
La luz del faro que le guíe al puerto.