jueves, 1 de diciembre de 2016

Cualidades de la oración


CUALIDADES DE LA ORACIÓN
 
    Con humildad 

Y dijo también esta parábola a unos que, presumiendo de justos, despreciaban a los demás:
‘Dos hombres subieron al templo a orar; el uno era fariseo y el otro publicano.
El fariseo, puesto en pie, oraba interiormente: “Oh Dios, yo te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo!’
El publicano, por el contrario, puesto allá lejos, ni aun los ojos osaba levantar al cielo; sino que se daba golpes de pecho, diciendo: “¡Dios mío: ten misericordia de mí que soy un pecador!’
Os aseguro que éste volvió justificado a su casa; mas no el otro: porque todo el que se ensalza, será humillado, y el que se humilla será ensalzado (Lc. 18, 9-14).
La oración del humilde traspasa las nubes y no descansa hasta llegar a Dios, ni se retira hasta que el Altísimo fija en ella su mirada (Ecle. 35, 21).
Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar de pie en las sinagogas y en los cantones de las plazas, para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa.
Tú cuando ores, entra en tu aposento y, cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre que ve en lo escondido, te recompensará (Mt. 6, 5-6).

    Con fe

Le dice el padre: “Maestro, he traído a ti a un hijo mío, poseído de un espíritu que le hace quedar mudo… Muchas veces lo arroja en el agua y en el fuego a fin de acabar con él; pero si puedes algo, socórrenos compadecido de nosotros’
Jesús le dijo: “En cuanto a si puedo, todo es posible al que cree”.
Entonces, el padre del muchacho, levantando la voz, contestó llorando: “Sí creo, Señor; pero ayuda tú mi poca fe…”
Jesús curó al muchacho y todos se maravillaban de las grandezas de Dios.
Luego en casa le preguntaron los discípulos: “¿Por qué motivo nosotros no lo pudimos curar?” Jesús contestó: “Porque tenéis poca fe; pues Yo os aseguro que si tuvierais tanta fe como un granito de mostaza, diríais a ese monte: “Trasládate de aquí allá, y se trasladaría, y nada os sería imposible” (Mt. 17; Mc. 9; Lc. 9). 
Jesús les dijo: “Tened fe en Dios. En verdad, en verdad os digo que si alguno dijere a ese monte: Quítate de ahí y arrójate al mar, no vacilando en su corazón, sino creyendo que cuanto dijere se ha de hacer, así se hará. Por tanto, os aseguro que todas cuantas cosas pidierais en la oración, como tengáis fe de conseguirlas, se os concederán (Mc. 11, 12-24).
Los discípulos, maravillados, se decían: ¡Cómo se ha secado la higuera al instante! Y, respondiendo Jesús, les dijo: “En verdad, en verdad os digo que si tenéis fe y no andáis vacilando, no solamente haréis esto de la higuera, sino que aun cuando digáis a ese monte: Arráncate y arrójate al mar, así se hará. Y todo y cuanto pidáis en la oración, como tengáis fe, lo alcanzaréis (Mt. 21,20-22).
Los discípulos, maravillados, se decían: ¡Cómo se ha secado la higuera al instante! Y, respondiendo Jesús, les dijo: “En verdad, en verdad os digo que si tenéis fe y no andáis vacilando, no solamente haréis esto de la higuera, sino que aun cuando digáis a ese monte: Arráncate y arrójate al mar, así se hará. Y todo cuanto pidáis en la oración, como tengáis fe, lo alcanzaréis (Mt. 21,20-22).
Entonces los Apóstoles, le dijeron al Señor; “¡Auméntanos la fe!”. Y el Señor les dijo: “Si tuviereis fe como un granito de mostaza, podríais decir a ese árbol “Arráncate de raíz y trasládate al mar, y os obedecerá” (Lc. 17, 5-6).
Si alguno tiene falta de sabiduría, pídasela a Dios, que a todos da copiosamente y no zahiere a nadie, y le será concedida.
Pero pídasela con fe, sin sombra de duda; pues quien anda dudando es semejante a la ola del mar alborotada y agitada del viento acá y allá.
Así que un hombre semejante no tiene que pensar que ha de recibir poco ni mucho del Señor (Sant. 1, 5-6).
Jesús la dijo: “¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase como quieres” (Mt. 15, 28).

     Con perseverancia

Sed fervorosos de espíritu aplicándoos al servicio del Señor, alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración (Rm. 12, 11-12).
Estad siempre alegres: Orad sin cesar y dad gracias a Dios en todo, pues esto es los que Dios quiere de vosotros (1 Tes. 5,17-18).
Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, alzando al cielo puras las manos, sin ira y sin altercados (1 Tm. 2, 8).
Orad los unos por los otros para que seáis salvos, porque mucho vale la oración perseverante del justo (Sant. 5, 15).
No os inquietéis por nada, sino que en todo momento, por medio de oraciones y plegarias, presentad a Dios vuestras peticiones acompañadas de acciones de gracias. Y entonces, la paz de Dios que sobrepuja todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús (1 Fil. 4, 6-7).
Movidos por el Espíritu, perseverad en todo tiempo en continuas oraciones y plegarias, velando para ello con todo empeño e intercediendo por todos los santos y también por mí (Efes. 6, 18-19).
Recomiendo, pues, ante todas las cosas, que se hagan súplicas, oraciones, rogativas y acciones de gracias por todos los hombres… Esto es bueno y agradable a Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (I Tm. 2, 1-4).
Perseverad constantemente en la oración, velando en ella y acompañándola de acciones de gracias, rogando al mismo tiempo también por nosotros, para que Dios nos abra la puerta para la palabra, para poder anunciar el misterio de Cristo… (Col. 4, 2-3).
El fin de todo está cerca. Sed, pues, sensatos y sobrios para poder dedicaros a la oración (1 Ped. 4, 7).
Velad, pues, orando en todo tiempo, a fin de merecer evitar todos los males venideros, y podáis comparecer con confianza ante el Hijo del hombre (Lc. 21, 37).
Todos perseveraban unánimes en la oración, con algunas mujeres, con María la Madre de Jesús y con algunos hermanos (Hech. 1, 14). 
Perseveraban en oír las enseñanzas de los Apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en la oración (Hech. 2, 42).
Mientras que Pedro estaba en la cárcel, la Iglesia incesantemente hacía oración a Dios por él… En casa de María Madre de Juan, por sobrenombre Marcos, muchos reunidos se hallaban en oración (Hech. 12,5-12)

El juez malvado

Y les propuso una parábola para inculcarles que es necesario orar siempre y no desfallecer, diciendo:
En cierta ciudad había un juez que, ni temía a Dios, ni respetaba a los hombres.
Había también allí en la ciudad una viuda, la cual solía ir a él, diciendo: “Hazme justicia contra mi adversario”.
Durante mucho tiempo no la hizo caso; pero después, se dijo: “Aunque yo no temo a Dios ni respeto a hombre alguno, sin embargo, para librarme de las molestias de esta viuda, le haré justicia, para que no siga molestándome continuamente’
Ved, añadió el Señor, lo que dijo aquel juez inicuo. Y Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que claman a El día y noche, aun cuando los haga esperar?
Os aseguro que les hará justicia muy prontamente (Lc. 18, 1-8). 

El amigo importuno

También les dijo: “Si alguno de vosotros tuviera un amigo y fuese a su casa a media noche y le dijese: Amigo, préstame tres panes; porque otro amigo mío acaba de llegar de viaje a mi casa, y no tengo nada que darle”.
Aunque aquel desde dentro le responda: “No me molestes, la puerta está ya cerrada y mis hijos también acostados; no puedo levantarme a dártelos”.
Si el otro porfía en llamar, Yo os aseguro que, aunque no se levante a dárselos por razón de su amistad, al menos por librarse de su impertinencia, se levantará y le dará lo que necesite (Lc. 11,5-8).

     Eficacia de la oración

Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.
Porque todo el que pide, recibe; quien busca, halla; y a quien llama, se le abre.
Pues, ¿quién de vosotros es el que, si su hijo le pide pan, le da una piedra?
¿O si le pide un pez, le da una serpiente?
¿O si le pide un huevo, en vez del huevo le da un escorpión?
Pues si vosotros aun siendo malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a los que se las pidan? (Mt. 7, 7-11; Lc. 11, 5-13).
Aún más: Os digo en verdad que, si dos de vosotros conviniereis sobre la tierra en pedir cualquier cosa, os la otorgará mi Padre que está en los cielos (Mt. 18, 19).

Infalibilidad de la oración

En verdad, en verdad os digo que quien cree en mí, ese hará también las obras que Yo hago, y aún mayores; porque me voy al Padre. Y cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, Yo lo haré, a fin de que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, Yo lo haré (Jn. 14, 12-14).
Si permanecéis en Mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que quisiereis y se os concederá (Jn. 15. 7).
En verdad, en verdad os digo que, cuanto pidiereis al Padre, El os lo dará en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo (Jn. 16, 23-24).
Y esta es la confianza que tenemos en El: que cualquier cosa que le pidamos conforme con su voluntad, nos la otorga (1 Jn. 5, 14). 
Pues el que ni a su propio Hijo perdonó, sino que lo entregó Pues el que ni a su propio Hijo perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo después de habérnosle dado a El, dejará de darnos cualquier otra cosa? (Rm. 8, 32).
Dejará de darnos el que invocare el nombre del Señor será salvo (Rm. 10, 12, 13).
Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia y el auxilio de la gracia, para ser socorridos al tiempo oportuno (Heb. 4, 16).

El precepto de la oración

Es necesario orar siempre y no desmayar (Lc. 18, 1),
Velad y orad para que no entréis en tentación. El espíritu es fuerte, pero la carne es débil (Mt. 26, 41-42).
Pedid y recibiréis; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá (Mt.7,7).’
Estad, pues, alerta; velad y orad, ya que no sabéis cuando será el tiempo (Mc. 13, 33).
Velad, pues, orando en todo tiempo, a fin de merecer el evitar todos estos males venideros y poder comparecer con confianza ante el Hijo del hombre (Lc. 21, 36).
Hijo, ¿has pecado? No vuelvas a pecar más, antes bien, haz oración por la culpas pasadas a fin de que te sean perdonadas (Ecle. 21, 1).
Haz oración en la presencia del Señor, y apártate de las ocasiones de caer (Ecle. 17, 22).
Seas, pues, obediente al Señor y preséntale tus súplicas (Sal. 36, 7).
La mies verdaderamente es mucha; pero los obreros muy pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies (Mt. 9, 37-38).
Nada te detenga de orar siempre (Ecle. 18, 22).
Ama a Dios toda tu vida e invócale para que te salve (Ecle. 13, 18).
Sé constante en lo que se te manda, y en la oración al Altísimo (Ecle. 17,24). 

Dios nos perdonará en la medida 
que nosotros perdonemos a los demás

Mas al poneros a orar, si tenéis algo contra alguno, perdonadlo primero, para que vuestro Padre que está en los cielos, os perdone a vosotros vuestros pecados. Pues si vosotros no perdonareis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos, os perdonará vuestras ofensas (Mc. 11, 25-26).
Porque si vosotros perdonáis a otros sus faltas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestros pecados (Mt. 6, 14-15).
No juzguéis y no seréis juzgados; porque con el mismo juicio con que juzgareis habéis de ser juzgados, y con la misma medida con que midiereis, seréis medidos vosotros (Mt. 7, 1-3).
Le llamó el señor y le dijo: “Mal siervo, yo te perdoné a ti toda la deuda porque me lo suplicaste. ¿No era, pues, justo que tú también tuvieses compasión de tu compañero como yo la tuve de ti?’
E irritado el señor le entregó en manos de los verdugos hasta que pagase toda la deuda.
Así, de esta manera se portará mi Padre celestial con vosotros si cada uno no perdonare de corazón a su hermano (Mt. 18, 32-35).
No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados (Lc. 6, 37).
Tratad a los hombres de la misma manera que quisiereis que ellos os tratasen a vosotros (Lc. 6, 31).
Vosotros, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, longanimidad, soportándoos y perdonándoos mutuamente siempre que alguno diere a otro motivo de queja. Como el Señor os perdonó, así también perdonaos vosotros. Pero por encima de os perdono, asi también perdonaos (Col. 3, 12-14).

Dios será igual de generoso con nosotros 
como nosotros lo seamos con los demás

Y les decía: “Prestad atención a lo que os voy a decir: con la misma medida con que midiereis a los demás, se os medirá a vosotros y aun se os añadirá (Mc. 4, 24).
Dad y se os dará; dad abundantemente, y se os echará en el seno una medida buena, apretada, colmada, rebosante; porque con la misma medida con que midiereis a los demás se os medirá a vosotros (Lc. 6, 38).
Lo que os digo es: Que quien escasamente siembra, escasamente recogerá: y quien siembra a manos llenas, a manos llenas recogerá (2 Cor. 9, 6).
No apartes el rostro de ningún pobre, y Dios no lo apartará de ti… Es un buen regalo la limosna en la presencia del Altísimo para todos los que la hacen (Tob. 4, 7-11).
Bienaventurado el que piensa en el necesitado y el pobre; en el día malo Yavé le librará (Sal. 40, 1).
Quien largamente da, largamente recibirá (Prov. 11, 25).
Quien da al pobre, presta a Yavé, y El le dará su recompensa (Prov. 19, 17).
Quien cierra sus oídos al clamor del pobre, el también clamará y no será escuchado (Prov. 21, 13).
El que reparte con el pobre no sufrirá la pobreza; pero el que aparte de él los ojos, tendrá muchas maldiciones (Prov. 28, 27).
No apartes tus ojos del necesitado, ni le des ocasión de que te maldiga; pues si en la amargura de su alma te maldice, el Creador escuchará su oración (Ecle. 4, 5-6).
Vended vuestros bienes y dadlos en limosna; haceos bolsas que no se gastan, un tesoro inagotable en los cielos, donde no roba el ladrón ni destruye la polilla, porque donde tengas el tesoro, allí tendrás el corazón (Lc. 12, 33-34).
No nos cansemos de hacer el bien, que a su tiempo cosecharemos… Mientras tenemos tiempo, hagamos a todos bien (Gal. 6,9-10).

Jesús nos enseña a orar con el ejemplo

Ya, al recibir el bautismo de Juan, “saliendo del agua y puesto en oración, se abrió el cielo y bajó sobre El el Espíritu Santo’ (Lc. 3, 21-22).
Después, lleno del Espíritu Santo dejó el Jordán y, conducido por el Espíritu se fue al desierto donde permaneció cuarenta días entregado a la oración (Lc. 4, 1-2).
Con frecuencia se retiraba al monte para la oración:
Por la mañana, muy temprano, salió fuera a un lugar solitario y hacía allí oración. Pero Simón y los otros discípulos fueron a buscarle, y habiéndole hallado, le dijeron: Todos te andan buscando (Mc. 1, 35-37).
Y es que su fama se extendía cada día más, de manera que los pueblos acudían en tropel a El, para oírle y para ser curados de sus enfermedades; mas no por eso dejaba El de retirarse a la soledad y de hacer allí oración (Lc. 11, 15-16).
En cierta ocasión el Señor obligó a sus discípulos a subir a la barca y a irse a la otra orilla, mientras El despedía a las muchedumbres. Una vez que los despidió, subió a un monte apartado para orar, y, llegada la noche, El permanecía allí solo (Mt. 14, 22-23; Mc. 6, 46).
Otra noche, se retiró a orar en el monte, y se pasó toda la noche haciendo oración a Dios (Lc. 6, 12).
Cuando la transfiguración, tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y subió a un monte a orar (Lc. 6, 28).
Y sucedió un día que, habiéndose retirado a hacer oración, teniendo consigo a sus discípulos, les pregunta: ¿Quién dicen las gentes que soy Yo? (Lc. 9, 18).
Salió, pues, y se fue según costumbre, hacia el monte de los Olivos. Asimismo le siguieron sus discípulos, y al llegar, les dijo: orad para que no caigáis en la tentación. Y, apartándose de ellos como la distancia de un tiro de piedra, puesto de rodillas, hacía allí oración (Lc. 22, 39-41).
Un día, estando Jesús orando en cierto lugar, acabada la oración, le dice uno de sus discípulos: “Señor, enséñanos a orar como enseñó también Juan a sus discípulos” (Lc. 11,1).

Modelo de oración

Y Jesús les respondió: Cuando os pongáis a orar, oraréis así:
Padre nuestro que estás en el cielo,
Santificado sea tu nombre;
Venga a nosotros tu reino;
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. 

Danos hoy nuestro pan de cada día;
Perdona nuestras ofensas,
Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación,
Y líbranos del mal.

Porque si perdonáis a otros sus faltas, también a vosotros os las perdonará vuestro Padre.
Pero si vosotros no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras faltas (Mt. 6, 9-13; Lc. 11, 2-4).


La oración en secreto

Cuando oráis no debéis ser como los hipócritas, que de propósito se ponen a orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para que los vean los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa.
Tú, al contrario cuando vayas a orar, entra en tu habitación y, cerrada la puerta, ora a tu Padre en secreto, y tu padre que ve en lo secreto, te recompensará.
En la oración no afectéis hablar mucho, como hacen los gentiles que se imaginan haber de ser oídos a fuerza de palabras. No queráis imitarlos, que bien sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de pedírselo (Mt. 6, 5-8).

La oración en público

Y Jesús los instruía, diciendo: ¿Por ventura no está escrito: “Mi casa será llamada casa de oración por todas las gentes?” (Mc. 11,17).
Si dos de vosotros se unieren entre sí sobre la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, le será concedido por mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres se hallen congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos (Mt. 18; Mc. 11),

Velad y orad

Estad, pues, alerta; velad y orad ya que no sabéis cuando será el tiempo.
A la manera que un hombre, que saliendo a un viaje largo, dejó su casa y señaló a cada uno de sus criados lo que debía hacer, y mandó al portero que velase.
Velad, pues, porque no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa; si a la tarde, a la media noche, al canto del gallo o al amanecer. No sea que viniendo de repente, os encuentre dormidos. En fin, lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad (Mc. 13, 33-37).
Velad, pues, orando en todo tiempo, a fin de merecer el evitar todos estos males venideros y comparecer con confianza ante el Hijo del hombre (Lc. 21, 36).

La oración del Huerto

Acabada la cena, salió Jesús con los discípulos, según costumbre, hasta el huerto de los Olivos para orar.
Entonces llegó Jesús con los discípulos al huerto de Getsemaní, y, en llegando al lugar, les dijo: “Orad para no entrar en tentación”. Quedaos aquí mientras Yo me voy a orar allí… Y llevándose consigo a Pedro, Santiago y Juan, comenzó a atemorizarse y angustiarse.
Y les dijo:”¡Mi alma siente una tristeza mortal! Quedaos aquí y velad”. Y apartándose de ellos la distancia de un tiro de piedra, y velad”. Y apartándose de ellos la distancia de un tiro de piedra, se puso de rodillas y oraba, diciendo: “¡Padre, si quieres aparta de mí este cáliz; pero no se haga lo que Yo quiero, sino lo que quieras tu…!
Y decía: “íAbba!”, Padre: Todas las cosas te son posibles.  Aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya; no como Yo quiero, sino como tú quieres”.
Volviendo donde los discípulos, los encuentra, y dice a Pedro: “¿De modo que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación. El espíritu es fuerte, pero la carne es débil’
De nuevo por segunda vez se alejó y oró, diciendo: “¡Padre mío, si esto no puede pasar sin que Yo lo beba, que se haga tu voluntad”.
Y volviendo de nuevo los encontró durmiendo, porque sus ojos estaban cargados de sueño.
Dejándolos, se alejó de nuevo, y oró por tercera vez, diciendo nuevamente las mismas palabras. Y entrando en agonía, oraba con mayor intensidad, y un sudor de gotas de sangre le goteaban hasta el suelo… (Mt. 26, 30-46; Mc. 14, 26-42; Lc. 22, 39-46; Jn. 18, 1-26).
Ofreciendo plegarias y súplicas, con gran clamor y lágrimas a Aquel que podía salvarle de la muerte, fue oído, en virtud de su piedad filial (Heb. 5, 7).

El Espíritu Santo ora con nosotros

Y asimismo, también el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque nosotros no sabemos lo que hemos de pedir como conviene; pero el Espíritu está intercediendo Él mismo por nosotros con gemidos inenarrables; mas Aquel que escudriña los corazones, sabe cuál es el sentir del Espíritu, porque éste intercede por los santos conforme con la voluntad de Dios (Rm. 8, 26-27).

Jesús defiende la contemplación de María

Yendo de camino entró en una aldea, y una mujer de nombre Marta, le recibió en su casa.
Tenía ésta una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Marta andaba afanada en los muchos quehaceres del servicio, y acercándose al Señor, le dijo: “¡Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola el servicio? Dile, pues, que me ayude’
Respondió el Señor y le dijo: “¡Marta, Marta!: tú te afanas e inquietas por muchas cosas, y una sola es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no le será quitada” (Lc. 10, 38-42). 

Oraciones a Jesús en el Evangelio

Oración de la Virgen en las bodas de Cana: “No tienen vino” (Jn. 2,3).
Oración de la samaritana: “Señor, dame de esa agua para que no tenga más sed ni tenga que venir aquí a sacarla” (Jn. 4, 15).
Oración del leproso: Se le acercó un leproso, y postrándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “¡Señor, si Tú quieres puedes limpiarme!” El, tendiendo la mano, lo tocó y dijo: “Quiero, queda limpio”, y al punto fue curado. (Mt. 8, 2-3; Mc. 1, 40-41; Lc. 5, 12-13).
Oración del Centurión: Al entrar en Cafarnaún le salió al encuentro un centurión y le rogaba, diciendo: “Señor, mi criado está en casa, postrado, paralítico, y sufre terriblemente”.
Le dice Jesús: “Yo iré y le curaré”. Pero el centurión replicó diciendo: “Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo; pero mándalo con tu palabra, y mi criado quedará curado. Porque también yo, que soy un subordinado, tengo soldados a mis órdenes, y digo a uno “Ve” y él va; y a otro: “Ven” y viene; y a mi criado: “Haz esto”, y lo hace”.
Jesús, admirado, dijo a los que le seguían: “En verdad os digo que ni en Israel he hallado tanta fe”. (Mt. 8, 5-13; Lc. 7, 2-10).
Oración de dos ciegos: Le seguían gritando: “hijo de David, ten compasión de nosotros”. Al llegar a casa Jesús les dijo: “¿Creéis que puedo hacer lo que me pedís?” Le contestaron: “Sí, Señor”. Entonces Jesús, tocándoles los ojos les dijo: “Hágase como creéis’ Y se les abrieron los ojos (Mt. 9, 27-29).
Oración del padre del lunático: Un hombre se acercó y arrodiliándose delante He Fl. Le suplicaba, diciendo: “¡Maestro, te ruego mires a mi hijo porque es el único que tengo, y tiene un espíritu que apoderándose de él de repente se pone a dar alaridos, y tirándole por tierra le hace echar espumarajos y rechina los dientes… Muchas veces lo arroja al agua y al fuego para acabar con él; pero si puedes algo, compadécete de nosotros.
Jesús le dijo: *Que si puedo, todo es posible al que cree”.
Entonces el padre, llorando, dijo: “¡Creo, pero socorre mi falta de fe!”… Jesús, curando al niño, se lo devolvió a su padre (Mt. 17, 14-21; Mc. 9, 14-28; Lc. 9, 37-43).
Oración de las hermanas de Lázaro: “¡Señor, el que amas está enfermo!” (Jn. 11,3).
Oración de diez leprosos: Acercándose a cierta distancia, le gritaron: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” Al verlos les dijo El: “Id a presentaros a los sacerdotes” Y mientras iban quedaron limpios (Lc. 17, 13-14). 
Oración de Bartimeo: Cuando se acercaban a Jericó, un ciego que estaba pidiendo limosna junto al camino, oyendo que pasaba mucha gente, preguntó quiénes eran, y le dijeron que se acercaba Jesús el Nazareno.
Al enterarse, empezó a gritar, diciendo: “Jesús, Hijo de David, apiádate de mí!
Los que iban delante lo reprendían para que se callase, pero él gritaba cada vez más fuerte: “¡Hijo de David, apiádate de mí!
Los que iban delante lo reprendían para que se callase, pero él gritaba cada vez más fuerte: “¡Hijo de David, apiádate de mí!
Jesús se detuvo y ordenó que se lo trajesen; y cuando estaba cerca le preguntó: “¿Qué quieres que te haga?”. El contestó: ¡Señor, haz que yo vea!
Jesús le dijo: “Ve, que tu fe te ha curado” (Mc. 10, 46-52; Lc. 18,35-43).
Oración del buen ladrón: Le decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino!’
El le contestó: “En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23, 42-43).
Oración de los discípulos de Emaus: “Quédate con nosotros, porque es tarde y el día ya ha declinado” (Lc. 24, 29).
Oración de Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn. 20, 28).

La oración de los Apóstoles

Los doce (Apóstoles), convocando la asamblea de los discípulos, dijeron: “No es justo que nosotros descuidemos la palabra de Dios para atender a las mesas. Por tanto, elegid, pues, de entre vosotros a siete varones de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, a los cuales entreguemos este cargo. Y con esto podremos nosotros emplearnos enteramente en la oración y en la predicación de la palabra” (Hech. 6, 3-4).

La oración de los primeros cristianos

Y luego que entraron, subieron al cenáculo, donde tenían su morada: Pedro, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo, Simón de Zelote y Judas de Santiago. Y todos ellos perseveraban unánimes en la oración, con las mujeres y con María la madre de Jesús (Hech. 1, 13-14).
Mientras que Pedro estaba en la cárcel, la Iglesia incesantemente hacía oración a Dios por él (Hech. 12, 5). En casa de María, madre de Juan, por sobrenombre Marcos, muchos reunidos se hallaban en oración (Hech. 12, 12).
Los que aceptaron su doctrina, fueron bautizados, y en aquel día se agregaron a la Iglesia cerca de tres mil personas. Todos ellos perseveraban en las enseñanzas de los Apóstoles, en la unión fraterna, en la fracción del pan (o eucaristía), y en la oración (Hech. 2, 41-42).
Los Hechos nos dan un resumen de las vidas de Pedro y Pablo, a los cuales vemos con frecuencia en oración:
Subían un día Pedro y Juan al templo, a la oración de la hora nona (Hech. 3, 1).
Subió Pedro a lo alto de la casa a la terraza, cerca de la hora sexta, a hacer oración (Hech. 10,9). A eso de media noche (en la cárcel) Pablo y Silas en oración cantaban himnos al Señor (Hech. 16, 25).
‘En todo os he dado ejemplo —les dice Pablo— de cómo hay que trabajar para sostener a los débiles, acordándonos de las palabras del Señor Jesús que dijo: “Más dichoso es dar que recibir”. Dicho esto, se puso de rodillas e hizo oración con todos ellos (Hech. 20, 35-36).
Y dijo Pedro… Estando yo en la ciudad de Joppe en oración, cuando tuve en éxtasis una visión… (Hech. 21,5).
Sucedió entonces que yendo nosotros a la oración, nos salió al encuentro una muchacha poseída de un espíritu pitónico… (Hech. 16, 16).
Son muchos los textos en que podemos ver a los Apóstoles en oración, y aun quizá son más los casos en los que ofrecen o solicitan continuas oraciones:
No ceso de dar gracias a Dios por vosotros, teniéndoos presentes en mis oraciones (Ef. 1, 16).
Sin cesar damos gracias a Dios por todos vosotros, haciendo continuamente memoria vuestra en nuestras oraciones(l Tes. 1,2).
Sin cesar hago memoria de ti en mis oraciones noche y día (2Tm. 1,3).
Doy gracias a Dios, acordándome de ti en mis oraciones (Fl. 4).
En esta esperanza oramos también sin cesar por vosotros, para que nuestro Dios os haga dignos del estado al que os ha llamado, y con su poder lleve a buen término toda aspiración al bien y toda obra de fe (2 Tes. 1, 11).
Yo doy gracias a Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre con gozo por vosotros en todas mis oraciones (Fil. 1,4). 
Estoy pidiendo siempre en mis oraciones que, si es su voluntad, me obra finalmente el camino favorable para ir a veros (Rm. 1, 10).
Entre tanto, hermanos, os suplico por nuestro Señor Jesucristo y por la caridad del Espíritu Santo, que me ayudéis con las oraciones que hagáis a Dios por mí (Rm. 15, 30).
Espero que por vuestras oraciones os he de ser restituido (Fl. 22).
Confiamos que (Dios) nos librará de los peligros, ayudándonos vosotros también con vuestras oraciones, a fin de que muchos den gracias (a Dios) del beneficio que gozamos para bien de muchas personas (2 Cor. 1, 10-11).
Entretanto, hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada como lo es entre vosotros (2 Tes. 3, 1).

Comentario sobre la infalibilidad de la oración

Nuestro Señor Jesucristo ha sido categórico y rotundo en sus afirmaciones:
Pedid, y se os dará; Buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; quien busca, encuentra, y al que llama, se le abre (Mt. 7, 7; Lc. 11,9-19).
Las palabras del Señor no pueden ser más claras y precisas; la promesa es rotunda y concluyente, donde no caben ambigüedades, equívocos, ni existen palabras de doble sentido. Si Cristo dice que “todo el que pide, recibe” así tiene que ser, y no puede haber posibilidad de que sea de otra manera.
Ahora bien: nosotros estamos cansados de pedir a Dios cosas que no nos concede. ¿Cómo, pues, podremos compaginar la indudable infalibilidad de las promesas de Jesucristo con nuestra experiencia? ¿Cómo podremos creer con firmeza que Dios da siempre al que le pide, cuando sabemos por experiencia que por más que reguemos nunca obtenemos nada?
He aquí cómo responde a este problema el Santo Pontífice Pío XII: “Dios, ni miente, ni puede mentir; lo que ha prometido, lo mantendrá; lo que ha dicho lo hará. Elevad la mente, queridos hijos e hijas, y escuchad lo que enseña el gran doctor Santo Tomás de Aquino cuando explica por qué las oraciones no son siempre acogidas por Dios como nosotros deseamos: “Dios oye los deseos de la criatura racional en cuanto desea el bien. Pero ocurre acaso que lo que se pide no es un bien verdadero, sino aparente, y hasta puede ser un verdadero mal. Por eso tal oración no puede ser oída de Dios (en su sentido literal), porque está escrito: Pedís y no recibís porque pedís mal (Sat. 4, 3).
Vosotros buscáis y pedís un bien, tal como os lo parece a vosotros; pero Dios ve mucho más allá y os da ciertamente lo que deseáis, que casi nunca es lo que imagináis” (24-641).

¿Qué quiere decir eso de que Dios os da siempre lo que deseáis, y que no es lo que imagináis?

Esto quiere decir que Dios, cuando oramos, nos da siempre un bien. Un bien que casi nunca es el que pedimos, sino el que realmente pidiéramos si supiéramos lo que nos conviene como lo sabe Dios.

Si nosotros cuando oramos dijéramos a Dios: “Señor, tú que sabes lo que necesito, socórreme según mis necesidades; Tú que sabes lo que me conviene, compadécete de mí y ayúdame”. En este caso Dios siempre nos daría lo que le pedimos. Pero si le pedimos cosas concretas, que a nosotros nos parecen buenas y quizá no nos conviene, Dios, en vez de darnos lo que le pedimos, como buen Padre, nos da lo que más nos conviene, que es precisamente lo que implícitamente le estamos pidiendo.
Consideremos que nuestra oración tiene dos significados: uno es lo que explícitamente pedimos, y otro es lo que implícitamente deseamos. Explícitamente pedimos lo que a nuestro entender nos parece mejor; pero implícitamente deseamos lo que realmente nos sea mejor; y esto segundo es lo que Dios nos concede.
Recordemos algunas de las promesas más explícitas y rotundas a favor de la oración:
Invocadme y recurrir a mí; suplicadme y os escucharé; me buscaréis y me hallaréis. Pues si me buscareis de corazón, me dejaré encontrar de vosotros (Jr. 29, 12-14).

Invócame en el día de la tribulación y Yo te libraré (Sal. 49, 15).

Todo cuanto pidiereis en la oración, creed que lo recibiréis, y se os dará (Mc. 11, 24).

Cualquier cosa que pidáis en mi nombre Yo lo haré (Jn. 14, 14).

Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido (Jn. 16, 24).

En verdad, en verdad os digo: Cuanto pidiereis al Padre, os lo dará en mi nombre (Jn. 16, 23).
Comentando este último versículo algunos autores como San Agustín, nos aseguran que, la repetición de esta palabra: “en verdad, en verdad”, no es ya una simple promesa, sino un verdadero juramento a favor de la oración.
Por tanto, aquí podríamos insinuar aquel texto de San Pablo:
Por lo cual, queriendo Dios mostrar solemnemente a los herederos de las promesas, la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento, a fin de que por dos cosas inmutables, en lo que es imposible que Dios mienta, tengamos firme consuelo los que nos hemos refugiado en aferrarnos en la propuesta esperanza (Heb. 6, 17-18).
Jesucristo se molestó mucho contra los que no le creían, y les dijo: 
“¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis sufrir mi palabra.
Vosotros sois hijos del diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. El fue homicida desde el principio, y no permaneció en la verdad, porque la verdad no estaba en él. Cuando dice mentiras, habla de lo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira…
Pero a Mi, que os digo la verdad, ¿no me creéis? ¿Quién de vosotros podrá acusarme de pecado? Pues entonces, si os digo la verdad ¿por qué no me creéis”?
Y concluyó diciendo: “El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; por eso no me escucháis, porque no sois de Dios”. (Jn. 8, 43-47).
Por eso decía Bosuet: “Después de afirmaciones tan rotundas, dudar del éxito de la oración, ¿no es tratar de embustero al mismo Jesucristo? 
Confiemos, pues, plenamente en Dios y, llenos de júbilo, digamos con el Profeta: 
Pronto está el Señor para todos los que le invocan; para cuantos le invocan de veras. Condescenderá con la voluntad de los que le temen, oirá benigno sus peticiones y los salvará (Sal. 144, 18-19).
Antes que clamen ya los oirá; estarán aún con la palabra en la boca y les otorgará su petición (Is. 65, 24).
En cuanto invoques su auxilio, El se compadecerá de ti; al momento que oyere la voz de tu clamor, te responderá benigno (Is. 30, 19).
El Señor tiene puestos sus ojos sobre los justos, y atentos sus oídos a las oraciones que le hacen (Sal. 34, 15).
Ninguno jamás esperó en el Señor y quedó defraudado. ¿Quién jamás le invocó que haya sido despreciado? (Ecle. 2, 11-12). 

LA ORACIÓN EN LA SAGRADA ESCRITURA 
Y EN LOS SANTOS PADRES 
CODESAL

Serie Grandes Maestros nº 10
APOSTOLADO MARIANO
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