sábado, 17 de diciembre de 2016

Carlos Germán Belli

Carlos Germán Belli (Lima, Perú, 15 de septiembre de 1927) es un notable poeta, traductor y periodista peruano de la llamada generación literaria del 50, que ha obtenido importantes premios. Catedrático de la Universidad Mayor de San Marcos. Fue nominado al premio Nobel en el 2007. En el año 2016 fue galardonado con el Premio Nacional de Cultura del Perú
Ha sido galardonado con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2006), el Premio Casa de las Américas de Poesía José Lezama (2009), el Premio Nacional de Poesía (1962), y ha sido propuesto al Premio Cervantes, máximo reconocimiento de las letras hispanas.
En dos ocasiones ha recibido, además, la beca Guggenheim (1969 y 1987).
Entre sus principales libros se encuentran "¡Oh Hada Cibernética!" (1962), "El pie sobre el cuello" (1967), "Sextinas y otros poemas" (1970), "En alabanza al bolo alimenticio" (1979), "Los talleres del tiempo" (1992), "Sextinas, villanelas y baladas" (2007) y "Los versos juntos. Poesía completa" (2008).



No me encuentro en mi salsa:
escucho, palpo, miro
el color de este nuevo domicilio
con perfil de árboles,
con rocío a la mano,
con ríos que atraviesan el umbral
y hacen florecer una grama suave
al borde de mis pies,
con una oreja que me escucha todo,
con unos objetos que se me acercan
para que los use
hasta más allá de mi muerte.

No me encuentro en mi salsa:
veo que ustedes se avergüenzan
de nuestro perfil,
de nuestro pellejo,
de nuestro tamaño
y escucho una voz que me dice:
“esta no es su casa, usted es un salvaje”.




OH HADA CIBERNÉTICA

Oh Hada Cibernética
cuándo harás que los huesos de mis manos
muevan alegremente
para escribir al fin lo que yo desee
a la hora que me venga en gana
y los encajes de mis órganos secretos
tengan facciones sosegadas
en las últimas horas del día
mientras la sangre circule como un bálsamo a lo largo de mi cuerpo



¡OH ALMA MÍA EMPEDRADA…!

¡Oh alma mía empedrada
de millares de carlos resentidos
por no haber conocido el albedrío
de disponer sus días
durante todo el tiempo de la vida;
y ni una sola vez siquiera
poder decirse a sí mismo:
abre la puerta del orbe
y camina como tu quieras,
por el sur o por el norte,
tras tu austro o tras tu cierzo…!





¡OH PADRES, SABEDLO BIEN…!

¡Oh padres, sabedlo bien:
el insecto es intransmutable en hombre,
mas el hombre es transmutable en insecto!,
¿acaso no pensabais, padres míos,
cuando acá en el orbe sin querer matabais
un insecto cualquiera,
que hallábase posado oscuramente
del bosque en el rincón más manso y lejos,
para no ser visto por los humanos
ni en el día ni en la noche,
no pensabais, pues, que pasando el tiempo
algunos de vuestros hijos
volveríanse en mermes insectos,
aun a pesar de vuestros mil esfuerzos
para que todo el tiempo
pesen y midan como los humanos?






EL CRÁNEO, EL ÁRBOL, LOS PLAGIOS

Un cráneo arbolado
o un árbol craneal,
tal es lo que yo quiero,
para poder leer
mil libros a la vez;
un árbol con cráneos
sobre cada rama,
y en el seno hambriento
de cada cráneo romo
un bolo alimenticio
armado de plagios,
mas de plagios ricos.





SEXTINA DEL MEA CULPA

Perdón, papá, mamá, porque mi yerro
cual cuna fue de vuestro ajeno daño,
desde que por primera vez mi seso
entretejió la malla de los hechos,
con las torcidas sogas de la zaga,
donde cautivo yazgo hasta la muerte.

Como globo aerostático en la muerte,
henchida por la bilis de los yerros,
la conciencia saldrá desde la zaga,
y morir cuan cercado por los daños,
del orbe será el más lastimoso hecho,
que suerte no es del ilustrado seso.

Pues son cosas de un aturdido seso
no ser despabilado ni en la muerte,
y en verdad es un inaguantable hecho
que adherida prosiga el alma al yerro,
hasta cuando sumido en crudos daños
el cuerpo pase a polvo en plena zaga.

De los oficios y al amor en zaga,
por designio exclusivo de mi seso,
me dejan así los mortales daños,
aun en el umbral de la propia muerte,
que tal sucede por labrar con yerros
los espesos lingotes de los hechos.

Yo, papá, mamá, vuestros dulces hechos
cuánto agrié por yacer no mas en zaga,
perdido en la floresta de los yerros,
y corridos os fuisteis por mi seso,
entre ascuas de rubores a la muerte,
bajo el largo diluvio de los daños.

Porque el error engrana con el daño,
al errar yo os dañé como feo hecho,
os lanzando cuan presto hacia la muerte,
en tanto inmóvil yazgo siempre en zaga,
al arbitrio del antro de mi seso,
donde nacen los más mortales yerros.

Si mi seso, papá, mamá, en la zaga,
que postrer hecho sea ante la muerte
pagar los daños y lavar los yerros.







A LA NOCHE

Abridme vuestras piernas
y pecho y boca y brazos para siempre,
que aburrido ya estoy
de las ninfas del alba y del crepúsculo,
y reposar las sienes quiero al fin
sobre la Cruz del Sur
de vuestro pubis aún desconocido,
para fortalecerme
con el secreto ardor de los milenios.

Yo os vengo contemplando
de cuando abrí los ojos sin pensarlo,
y no obstante el tiempo ido
en verdad ni siquiera un palmo así
de vuestro cuerpo y alma yo poseo,
que más que los noctámbulos
con creces sí merezco, y lo proclamo,
pues de vos de la mano
asido en firme nudo llegué al orbe.

Entre largos bostezos,
de mi origen me olvido y pesadamente
cual un edificio caigo,
de ciento veinte pisos cada día,
antes de que ceñir pueda los senos
de las oscuridades,
dejando en vil descrédito mi fama
de nocturnal varón,
que fiero caco envidia cuando vela.

Mas antes de morir,
anheloso con vos la boda espero,
¡oh misteriosa ninfa!,
en medio del silencio del planeta,
al pie de la primera encina verde,
en cuyo leño escriba
vuestro nombre y el mío juntamente,
y hasta la aurora fulgida,
como Rubén Darío asaz folgando.




En alabanza del bolo alimenticio

BODA DE LA PLUMA Y LA LETRA

En el gabinete del gran más allá,
apenas llegando trazar de inmediato
la elegante áurea letra codiciada,
aunque como acá nuevamente en vano,
o bien al contrario,
que por ser allá nunca más esquiva.

En el cielo o infierno sea escrita aquella
que desdeñar suele a la pluma negra,
quien en vida acá por más que se empeñe
ni una vez siquiera escribirla puede,
como blanca pluma,
por entre las aguas, los aires y el fuego.

Esa pluma y letra, antípodas ambas
en el horizonte del mundo terreno,
que sumo calígrafo a la áurea guarda
para el venturoso no de búho vástago,
mas de cisne sí,
que con ella ayunte del alba a la noche.

Aunque en más allá y con otra mano,
trazar en los cuatro puntos cardinales
letrica montes, aérea y acuática,
conquistando el mundo de un plumazo solo,
y así poderoso
más que hijo de cisne de la prenda dueño.

Aquella que nunca escribir se pudo
por los crudos duelos de terrena vida,
feliz estamparla en el más allá
con un trazo dulce, suave y aromático,
por siglos y siglos,
y en medio del ocio acá inalcanzable.

Allá en el arcano trazar una letra,
y tal olmo y hiedra con ella enlazarse,
dos esposos nuevos muy frenéticamente,
en la nupcial cámara ya no frigorífica,
y la áurea letra
escribirla al fin con la pluma negra.




EN QUÉ PUNTO DEL FIRMAMENTO…

En qué punto del firmamento o suelo
habitas (interrogo hora tras hora
a las nubes que avanzan por el cielo);

y te busco con el mayor anhelo,
aunque infinita fuera la demora,
por escudriñar todo el cielo y suelo.

Penetro del arcano el denso velo,
aun hurtando los rayos de la aurora,
y en oscuridad dejo por ti el cielo.

Bien vale contratiempos y desvelos
el conocer por fin dónde tú moras,
si en la bóveda arriba o en el suelo.

Y poco importa el riguroso hielo,
ni el fuego del infierno que desdora,
pues mirarte prefigurará el cielo.

Basta con verte cuando duermo o velo,
distante en las antípodas ahora,
que si no te vislumbro acá en el suelo,
seguro se me cerrarán los cielos.





EL DRAGO DE CANARIAS

La calle Domínguez está situada en una lejana ciudad, a orillas del Pacífico, en un barrio cuyas vías han sido curiosamente bautizadas con nombres de artistas antiguos y modernos, e inclusive de la iconoclasta vanguardia del siglo. Seguramente, no hay día que los transeúntes y vecinos del lugar no se preguntarán intrigados con toda razón y aun con cierto aire metafísico: ¿quién es este Domínguez, de dónde viene, por qué esta allí?
Oscar Domínguez –tal su nombre completo- es un pintor oriundo de Tenerife, en las islas Canarias, que vivió en París en los confines extremos de la fantasía, escribiendo delirantes textos, reuniendo los objetos más dispares y explorando las posibilidades del automatismo visual, hasta inventar la llamada calcomanía sin objeto, que le permitió reproducir las imágenes que representan, de alguna manera, la turbulenta formación geológica de su archipiélago natal. A diferencia de los artistas premonitorios que adivinan lo que está todavía invisible pero a punto de ser descubierto, Domínguez en cambio se limita maquinalmente a desandar lo ya andado, volviendo una y otra vez a la misma médula del tiempo.
Según las conjeturas y más allá de los eternos escépticos, en Canarias se concentra literalmente toda la dinastía de la Tierra. Porque se supone que, primeramente, fue sede de los Campos Elíseos, morada postrera de los seres bienaventurados y de los héroes después de muertos; igualmente, recinto de las Hespérides, armoniosas ninfas que habitaban en un jardín lleno de manzanas de oro: y, más aún, lugar donde se desprendió la Atlántida, como un simple gajo de naranja, hasta desaparecer en el inescrutable fondo de los mares. En fin, el fabuloso archipiélago, que abraza siete islas principales, situado a ciento quince kilómetros de Africa, a la altura de la costa meridional de Marruecos, hoy en día es una provincia española de ultramar.
El nombre de Canarias tiene por origen la abundancia de canes que allí existían; sin embargo, lo característico de la zona no es precisamente su fauna sino su flora. Por ello, Domínguez fue apodado El drago de Canarias, por sus amigos visionarios de París. No es otra cosa que identificarlo, en cuerpo y alma, con el árbol típico del archipiélago, miembro de la familia liliácea, alto de doce a catorce metros, de grueso tronco semejante a una serpiente, y una copa ramificada en forma de cresta. En medio de plantas paradisíacas, el enigmático artista se transforma repentinamente en un hombre vegetal, cuyo rostro se aparta de la imagen de Dios, como está concebido el ser humano, y asume las facciones de un retrato híbrido pintado por Arcimboldo, en que el perfil del monarca renacentista parece una cornucopia que rebosa flores, frutos y hojas.
La imaginación de Domínguez se hunde en la prehistoria, exactamente como las raíces del drago, en que ha quedado metamorfoseado. La regresión vertical es a través de la calcomanía inventada por él, similar a un test o un entretenimiento. Así, sencillamente, se produce la recuperación de los pasos perdidos: extiende con un pincel la pintura aguada sobre una hoja de papel liso, y luego aplica una segunda hoja sobre el color fresco, tras lo cual separa las dos hojas: la pintura estrujada se cuaja en imágenes que recuerdan, veladamente, cataclismos antediluvianos, ruinas submarinas, arrecifes engullidos por la voracidad del mar.
Luego de las Hespérides y de los desconocidos habitantes de la Atlántida, los hombres y mujeres guanches –según algunos de origen berebere- se enseñorean de las islas. La empresa de dominarlos fue iniciada en el siglo XV por los españoles, que finalmente se fusionan con ellos. Desde luego, no hay ahora vestigio alguno de las hijas del lucero de la tarde, ni tampoco de aquellos que habitaron alguna vez el continente sumergido, ni casi nada de los guanches, salvo la tentadora hermosura de las muchachas trigueñas, que van v vienen bajo la presencia tutelar del volcán Teide, inconscientes de ser herederas de un pasado maravilloso, y capaces de poder encarnar, en el difícil presente, el delicioso futuro sobrenatural.
Entre tanto, Domínguez ha llegado a convencer a sus amigos visionarios de París, a visitar Tenerife. Entusiasmados zarpan hacia las islas, con el objeto de sopesar, personalmente, las estaciones y los elementos de esta zona sublunar predestinada. En mayo de 1935, llegan al valle de la Orotava, donde se yergue el Teide entre un mar de nubes y fumarolas, pájaros azules y una cambiante flora tropical. Es la recuperación de los pasos perdidos, no a través de la calcomanía sino escalando las faldas del volcán, y experimentando allí la nostalgia de la perdida edad de oro (libre de cuidados, al abrigo de penas y miseria), hasta sentirla de súbito una realidad al alance de la palma de la mano.
El 31 de diciembre de 1959, el pintor hizo una incisión en el tronco del drago, haciendo manar su resina roja, y poniendo de tal modo fin a sus días voluntariamente. En verdad, partió sumido en la mayor de las desazones, no sólo como un apartado hijastro de la isla, sino también corroído por la sensación del fracaso artístico. Seguramente, nunca se imaginó que volvería a reproducirse a través de los árboles y las flores de la calle Domínguez, ubicada en una remota ciudad allá en las antípodas, donde alguien además quiso rendirle un justo homenaje público.



LAS MIGAJUELAS DEL REY SUMERIO

El abreviado mundo de las migas
surge en la mesa al cabo de la cena
como un espejo puntualmente fiel
de las oscuras cosas apartadas,
cuando el rey de Sumeria por hartazgo
ya deja lo que nada le provoca
tras engullir la masa sacrosanta
milenio por milenio brutalmente
desde la luz de la primera aurora;
mas yo recojo raudo
mil trocitos mañana, tarde, noche,
y ceno en el ocaso a cada
rato reparadoras sobras que me mudan
tal si a nacer volviera
ahora satisfecho en cuerpo y alma.

El trigo de los prados de Sumeria,
que inalcanzable ayer entre las nubes,
de improviso hoy tocado por mis dedos
siquiera en la corteza de un mendrugo,
que el varón soberano va olvidando
sin saber que los restos en sí tienen
mayor fruto del florido huerto
trocado por entero en blanca harina,
que a su vez se concentra en una pizca,
oculto punto allí
dentro del alimento apetecido,
la brevedad de la pobre miga
por una gracia de los santos cielos
custodia no es de sobras,
mas de primicias sí (que yo doy fe).

La vergüenza ardiendo entre la cara
por comer tantas pizcas poderosas
dejadas por el comensal sumerio
que a maravilla fueron amasadas
en el centro del más elevado horno,
tan lejos de mi mano y de mi boca;
y aunque restos caídos sobre el suelo
bien dispuestos por dentro y fuera son,
eme así recuerdan la matriz celeste
en donde las primeras
causas quedaron para siempre hechas,
pues estas reflejadas allí están
en cada rico trozo espléndidamente,
que siendo flor de harina
el hambre eterno desde acá me sacia.

He aquí qué de partículas perfectas
sobre el mantel al término del día,
como pétalos en el césped sueltos,
aunque una a una cuan despedazadas
desde inmemorial tiempo sin cesar
por el supremo comensal del reino,
como un león mordiendo noche a noche
la corteza del pan inmaculado,
que al alborear harto queda entonces;
mas yo feliz recojo
de la mesa las sobras desechadas,
que saboreo como las entrañas
del óptimo potaje de la historia,
ayer de mí qué esquivo
y en virtud de los cielos hoy ya no.

El sabor me lo adueño totalmente
del dulce pan jamás probado antes,
y si bien microscópicos pedazos
sin duda migas cuánto robustísimas,
todas ídolo de sabrosa harina
por quien el don del gusto prevalece
desde el primer bocado terrenal,
y no otra cosa sino el gran deseo
de cenar acá v en el más allá;
que delante de mí
veo el recién venido pan sumerio,
cuya especial hechura pasa a ser
hechura de mi bolo alimenticio
cuando saciado yazgo
por estas sobrias sobras que soñé.

Que ni un instante vuelva atrás la vida,
ni menos tú, Canción mía, otra vez
clamando por los restos;
y aunque muy tarde los devore hambriento,
temprano yo diviso
ahora el Edén al comer por fin
migajuela de migajuela. Amén.




EL BUEN MUDAR

El horizonte es tan inescrutable,
y no sé qué se anida tras su línea,
ni dónde empieza ni por dónde acaba,
si abajo cerca del terrenal suelo
a lo largo de una llanura verde,
o allá arriba en el alto cielo azul,
que deseo mudarme
a un punto de la línea horizontal
y a buen recaudo allí
ponerme para siempre por entero,
porque desde la cuna
tal lugar lo he buscado con porfía
más allá de la luz v las tinieblas.

Nunca diviso ni uno de sus límites,
que seguro posee un par de alas
como pájaro o ángel de la guarda,
y se va el horizonte así volando
no sé si a otro término del mundo
o hacia un ángulo del empíreo hermético,
que el lugar codiciado
huidizo e inalcanzable es día a día,
paraje oculto aún,
pero no dejo nunca de buscarlo
hoy despierto o durmiendo,
mañana navegando en el Leteo,
que allí a perpetuidad deseo estar.

Espero que aparezca de repente,
aunque sea un puntito imperceptible,
para enrumbar los pasos ayer ciegos,
donde disfrute la futura edad,
tal nave que de popa a proa arrimase
a tierra firme tras feroz tormenta;
y basta un solo átomo
del remoto paraje aún no visto,
que si lo veo al fin,
en pos de él pronto vuelo, nado y ando,
que a la vez sea tal
la mudanza hacia el escogido sitio,
en el que yo administre todo mi ocio.

Que dada la ocasión de vivir hoy,
en el terrenal mundo todavía,
me encamino animoso sin cautela
a la vivienda natural y segura
no cerca de la humana prisión negra,
y menos de la inoportuna muerte,
pues he aquí la morada:
visible punto en la horizontal línea
para alcanzar ahora
lo que fue escatimado en primavera
en la pasada edad,
que justo premio es hoy el buen mudar,
y rindo eternas gracias que así sea.
17 de diciembre de 1986





Y APENAS TE CONOZCO…

Y apenas te conozco y ya te extraño,
en ti fijando todo el pensamiento,
que tras tus huellas la corteza araño.

Más que un milenio fueron estos años,
en tu espera mirando el firmamento,
y apenas te conozco y ya te extraño.

Pero aguardarte no fue un desengaño,
y no importa si acá aun no te siento,
que tras tus huellas la corteza araño

del orbe ahora impenetrable al daño,
por ti mudado en venturoso asiento,
y apenas te conozco y ya te extraño.

Bien me ha valido ansiarte tanto antaño,
no más palpando como un ciego el viento,
que tras tus huellas la corteza araño.

Poseo al fin del monte el gran tamaño,
y del seso el divino entendimiento,
y apenas te conozco y ya te extraño,
que tras tus huellas la corteza araño.
26 de noviembre de 1981




DESCRIPCIÓN DEL BUEN MUDAR

No es el buen mudar a otro punto allá,
sino rescatar ese o aquel trecho
de la remota edad que en vano fue,
y colocarlo parte a parte ahora
como una senda donde dar principio
al fin la propia vida terrenal
por el sumo deseo
del alma recién renovada toda,
y es el buen mudar hacia lo pasado
que nunca fue oportuno
quedando así pendiente para haberlo
en este mundo por primera vez
hoy como un sol en la mitad del día.

Es la mudanza codiciada tanto
no del viento ni de la nube allá,
ni el movimiento físico de ir
con prisa a aquel próximo paraje,
sino un hecho mayor inverosímil,
que es volver sobre cada paso dado
en años anteriores,
y el feo ayer cambiarlo por completo
colocándolo ahora en el umbral
de la rosada aurora
en que despertar a la vez habiendo
de cada reino natural los bríos
y así seguir en las restantes horas.

La dicha que fue escatimada a fondo
al parecer por leyes misteriosas,
recuperarla plena en este instante
y aunque sea recién vivirla al fin
como un don largamente diferido
tal vez para gozarlo con la ciencia
que la edad acumula,
y la voracidad del que en ayunas
desde la cuna estuvo día a día,
mas siempre figurando
cómo será la dicha en este mundo
a unos cuantos vedada con rigor
y a la vez tantos otros disfrutándola.

Que por el buen mudar de la fortuna
ya se evaporen los resentimientos
acumulados con grosor sin par
estrato sobre estrato en las cavernas
recónditas del alma, y nunca más
en el restante tiempo terrenal
y muy alegremente
como un radiante sol en el ocaso,
o mejor en la medianoche oscura
(que es la existencia acá),
entre el resplandor de contenta alma
y andar a campo traviesa proclamando
que por igual feliz en vida y muerte.

Eso que se difiere no se pierde,
y aun cuando rezagado llega el don,
que al poseerlo ahora a manos llenas
raudamente el pasado se transforma
en un presente de bienaventuranza,
dejando vislumbrar acá el divino
jardín de las delicias;
y valió diferir ayer la dicha
cuando incipiente entonces sin más ciencia,
porque a la sazón era
ante el paso del día indiferente
y sin afán de revolver el tiempo
como es el unir el ayer con el hoy.

Y la mudanza siempre tan solemne,
más cuando sea retornar resuelto
hasta el feudo de los antiguos días
y sacar un pedazo del ayer
e injertarlo en el hoy completamente
y de holganza en holganza disfrutando
un mañana por fin,
pues aunque sea en las postrimerías
de la existencia que pavor desatan,
es el primer estado
de la buena fortuna no gozada,
recobrándola del pasado esquivo,
que habremos gozo ayer, hoy y mañana.





NO ME LA DESPOJEN

No, santos cielos, no me la despojen,
que en uno y otro punto cardinal
la busqué día a día fijamente,
para que fuera eterna dueña mía
desde el mundo mortal al más allá;
y con obstinación
igual imploro ahora
que no me aparten, no, de ella ni un rato,
pues bajo su gobierno como un dios
hallóme desde el día en que la hallé.

No es este un ruego vago como tantos
que se los lleva el viento rápidamente,
mas sí grande y esperanzada súplica
brotada desde el fondo como el monte
que se alza hasta las máximas alturas,
para que de mí sea
más que señora humana,
absoluta presencia dentro y fuera,
onda clara en los mares y los ríos,
sol y luna brillando frente al orbe.

Y qué injusto destino irremediable,
haberla descubierto en lontananza
tras buscarla a porfía dondequiera,
no solo para discutir acá,
sino en el Edén paso a paso juntos;
y de súbito hoy
no mirar mas su cara,
que la mitad del alma se me iría,
olvidado entre el suelo sin corteza
y el firmamento sin celeste bóveda.

No me la arranquen de mi lado nunca,
que si así fuera es como despojarme
el agua, fuego y aire enteramente,
o sumir sin remedio en hambre y sed
hasta el día postrero sobre el suelo,
y el tormento siguiendo
aun en la propia muerte,
que estaría a perpetuidad burlado,
al hallarla y perderla, ¡ay santos cielos!,
como en un abrir y cerrar los ojos.

Este despojo vil tan de repente,
sin duda arrancaríame de cuajo
la carne y alma ahora enriquecidas
al entretejer como gran guirnalda
entrañas con entrañas de mí y de ella;
que ni un rato siquiera
de su lado me aparten,
y si tal cosa fuera finalmente,
la eternidad por siempre perdería
al convertirme en polvo, soplo y nada.
15 de febrero de 1982



BALADA DE LA PANACEA
A la memoria de Eugenio Montejo

En la farmacia en que reina la paternal panacea,
allí justo frente a frente al océano infinito,
por primera vez vislumbro aquella luz que alborea
iluminando el espacio como si fuera aerolito,
donde contemplo con pasmo el impar y laico rito
que forja el medicamento para prolongar la vida,
¡claro está! cerrando antes esta espiritual herida
y después el manantial sanguinolento de fuera,
por lo cual las estaciones me las gozo sin medida
hasta mudar el otoño en la mayor primavera.

Por nacer allí contento cómo suelo gritar ¡ea!
luego de tomar los tónicos que activan el apetito,
embutiendo el seso y vientre con todito lo que sea,
aunque el día postrimero de ciencia y kilos ahito,
que ayer bruto y endeble hoy ciclópeo v erudito,
quien así evita partir en medio de atroz caída,
pues leyendo y engullendo se arregla la despedida
mejor cuando uno alza vuelo a la divinal esfera,
que a cada fórmula química hay que brindarle cabida
hasta mudar el otoño en la mayor primavera.

Los muros de la farmacia fuertes ante la marea
del mar siempre tormentoso y de tamaño inaudito,
y en la medicinal arca incólume la gragea
que saludable convierte el existencial circuito,
reconstituyendo a fondo el físico ser marchito
para que pueda librar la postrera acometida
y darle a la muerte ignota una cortés acogida
como la más agradable e incontenible quimera,
que previamente la mala hora por fin se despida
hasta mudar el otoño en la mayor primavera.

Yo alabo la panacea por paternal tan querida,
y por ser así se torna una cosa socorrida,
por la que inmortal se siente un pobre humano cualquiera,
tal si de acá al más allá resulta una ida y venida
hasta mudar el otoño en la mayor primavera.





EL OLVIDO DE LA NATURALEZA
A Antonio Melis

Perdón, Madre Natura, que el son acompasado
que nace de tus bosques me entre por un oído
y salga por el otro, y cada día siempre
las espaldas te vuelva con el ademán propio
más ensimismado de los seres humanos,
como si fuera inerte el universo mundo,
y el alma mía no.

Perdóname por este continuo olvido injusto
que es por ir sin rodeos hacia el exacto centro
oculto de uno mismo y ni un bledo me importen
tus tesoros que datan desde la inicial luz,
y así atrevidamente aquí en la intimidad
tal viviente o difunto pernoctando a toda hora
en el reino interior.

Enfilando la proa en pos de las entrañas
inexorablemente con puntualidad suma,
y heme aquí descendiendo día y noche sin pausa
mientras que afuera allí cada vez más presente
arriba el firmamento adornado de nubes
y abajo empinándose los árboles con nidos
de aves recién nacidas.

Cuan indiferente he vivido delante
del vecino y vastísimo terrenal escenario,
que ni con el rabillo del ojo lo observé,
y tal glacial talante ras en ras con el fuego
de tanta introspección desde el materno claustro,
por considerar todo el espacio externo
un barro deleznable.

El fiel de la balanza hacia un lado se inclina
merced a un peso de oro y de piedras preciosas,
que esto son los tesoros de la abstraída mente
como si escudriñar lo de adentro no más
es reunir los mayores caudales de la vida,
hasta hacer olvidar cada natural reino,
y aquellos cien mil seres.

Por fin el firme propósito de enmendar el error,
y empiezo a cavilar que en los alrededores
cuando al rayar el alba hay alegres trinos,
y después las palomas tímidas van y vienen,
en tanto que las ramas de los altivos troncos
por unas leves auras de súbito se curvan,
¡he allí también lo psíquico!

Mas qué tarde percibo la evidente verdad
de ser como un intruso al lado de los ríos
o delante del mar o mirando la aurora
u oyendo el quiquiriquí sonoro de los gallos,
que a destiempo descubro tus dones –lo sé bien–
y resignadamente me iré asido de mi alma,
¡ea, Madre Natura!
Semana Santa, en Lima, año 2000




CAVILACIÓN DEL CAMINANTE
A la memoria de Paul W. Borgeson, Jr.

Diariamente camino siempre
por la faz del sublunar mundo
para preservar la salud,
y de preferencia en un parque
donde plantas y animalillos
viven codo con codo en paz;
y por allí feliz discurro
sin reparar que a unos seres,
justo como yo en plena vida,
involuntariamente piso.

Y a la verdad qué bien estoy,
aunque rápido asesinándolos
a quienes acá abajo yacen
a rastras entresuelo y cielo
sin poder esquivar la muerte
que les llega así de improviso
cuando alguien viene en dos zancadas
y con la suela del zapato
sin más ni más así deshace
cada mínimo hijo de Dios.

He aquí la multitud de hormigas
que dan el suspiro postrero
a causa de las mil pisadas
del caminante cotidiano
en homicida convertido,
no queriéndolo, no, sin duda;
mas tales son las circunstancias
eji que un gigante humano mata
al animalillo invisible
e inerme ante el andar ajeno.

Es el más inexplicable hecho,
y por añadidura absurdo,
que alguien por preservarse a fondo
–¡tal como yo cada mañana! –
de un tajo la vida le siegue
a aquel que nunca daña a nadie
ni a los imperceptibles seres;
que el firmamento entonces caiga,
igual que un castillo de naipes,
sobre mí un mal día. Así sea. 




SED Y HAMBRE DE SABER

A Mario Campaña

La sed de saber cómo alienta
las ansias de vivir acá
contra viento y marea firme,
como una nave cuya quilla
avanza por un mar inmenso
de libros vicios y flamante
que el lector sin pausa relee,
empeñado en llevar con él
hacia el más allá misterioso
el seso humano enriquecido.

Pero esta sui géneris sed
con el hambre viene a la par,
y en consecuencia así resulta
el menester más apremiante
cuando el empobrecido espíritu
asume al fin a plenitud
corporal satisfacción,
y cada página leída
muda en apetecible plato,
o en vaso de agua clara y fresca.

Es un lector tan singular
en quien los bríos fisiológicos
de satisfacer hambre y sed
pasan a ser un gran deseo
espiritual irrefrenable,
en pos del avecé divino
para saber a ciencia cierta,
antes de partir de este mundo,
adonde finalmente vamos,
y no un difunto cuan a ciegas.

Justamente un mortal saciado
en cuerpo y alma por igual,
en las mismas postrimerías,
con el tesoro de la grey
portándolo entre ceja y ceja,
y aun en el recóndito vientre;
que incomparable modo de irse
desde acá al más allá invisible,
es colmar al viajero inerte
con la sapiencia, el pan y el agua.



LA FRATERNAL HIJA Y EL FILIAL HERMANO

La hija es también mi hermano exactamente.
al igual que el hermano es también mi hijo,
y así tanto Mariella como Alfonso,
que aquella es mi hija y aquel es mi hermano,
ambos sobrepasando sin demora
lo dispuesto por el destino ayer,
que cambiaron los dos
y por entero cada cual fue más,
tal como nunca ocurre en este mundo,
superando los límites
previstos antes de venir aquí,
que atrás quedaron por su voluntad,
e hija y hermano así centuplicados.

Y hoy que al más allá se me fueron raudos,
tal hecho cómo lo sopeso a fondo:
he aquí pues un mayúsculo vacío,
lo cual ni pizca alguna sospeché,
ya que por duplicado, ¡santos cielos!,
resultan estos lazos familiares;
y cuando ellos no están
sobre el suelo percátome recién
de la magnitud de las dos ausencias,
pues uno y otro son
como el agua que de la sed se aparta,
o el pan del hambre por igual ahora,
(que yo sed y hambre, y ellos agua y pan).

Mi hija, mi hija adorada, ¿dónde estás?,
¿por qué así de repente te me has ido,
dejándonos en tu terrena patria
cuan simétricamente en realidad,
día a día entre el alba y el ocaso,
pero de llanto en llanto al infinito?
Tras tu partida entonces
concluyo que el dolor acá en la tierra
no deforme mas armoniosa cosa
puede ser sorprendiéndonos,
y todo así resulta porque te hallas
en tu “Casa más Lejos” hoy en día,
(que cuando niña hablabas de tal modo).

No eres pez, no eres ave, no eres gamo,
pero sí inmóvil árbol desde siempre,
que semejante fuiste, hermano mío
sin nadar, sin volar, sin andar nunca,
y en cambio pie a pie de tu cuerpo allí
por entre el humus del esquivo suelo,
fijamente en tal punto
hasta las cejas toda tu existencia,
y a pesar de la unión tan entrañable
del mundo fuiste ajeno,
y más allá de allí ni una pulgada
avanzaste en pos de tu sino humano,
que por inmóvil no lo coronaste.

Por la magnitud del amor de ustedes,
inesperadamente cómo crecen
la escasa grey y el alma de uno ávida,
mi fraterna hija, mi filial hermano,
aunque no estén ahora acá en la tierra,
hallóme desde luego enriquecido
con el recuerdo grande
de cada cual que adentro me lo llevo,
hasta tener la idea como nunca
de hallarme juntamente
allá, allá, como ayer acá felices
todos nosotros entre cielo y suelo
con árbol, con cuadrúpedo, con piedra.