domingo, 3 de abril de 2016

Manuel Altolaguirre

(Málaga, 1905 - Burgos, 1959). 
Poeta español. La fundación en colaboración con Emilio Prados de la revista Litoral y de otras importantes publicaciones de la Generación del 27 (Poesía, Héroe, 1916, Caballo Verde para la Poesía) lo acreditan como una figura destacada de ese privilegiado momento de la cultura española. Los diversos títulos de su poesía recopilada tras su muerte en Poesías completas (1960) dan cuenta de su carácter intimista cercano a la canción, neorromántico, emotivo y algo surrealista.

"La poesía -afirmaba Altolaguirre en 1951-, tanto si es exterior como si es profunda, es mi principal fuente de conocimiento. Me muestra el mundo y con ella aprendo a conocerme a mí mismo. Por eso el poeta no tiene nada nuevo que decir. La poesía nos revela aquello que ya sabíamos y habíamos olvidado. Sirve para rescatar el tiempo, para levantarnos la moral, para tener el alma completa, en vez de fugaces momentos de vida. En ella experimentamos más la muerte que el sueño, y nos liberamos de lo contingente, de lo efímero. Ella nos hace unánimes y comunicativos".

Extraído de:  
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/altolaguirre.htm 


MANANTIAL Y OCASO

Ojo, no por su forma,
sí por estar a llanto sometido.
Por ceja, espeso verde enmarañado,
liso y pendiente campo por mejilla.
Las casas dan al viento sus senderos,
mientras, para cortar la flor del valle,
clavándose los rayos inferiores
baja a la tierra el sol, aureolado.
Cuando se oculte entre las yerbas altas,
las blancas ropas que tendió en sus rayos
la guapa lavandera de la aurora,
en vidrios paralelos
deshiladas caerán.
Carne dulce del árbol,
el viento de piel rosa 
con la mano sostiene
La noche —negro médico—
le toma el pulso al río
y despide a la tarde,
que se va para América,
leyendo en la cubierta
en su gran trasatlántico.



CAMPO

( Cinco pétalos tiene
la flor que él ama:
la camisa de lino,
el refajo de lana,
el vestido de seda,
el delantal, la capa.)
Aquel árbol de la cumbre
tiene las bridas del viento;
la capa de su jinete
pinta de celeste al cielo
y el agua del río se aleja
acariciando reflejos.
El pastor trenza su honda
con fibras de esparto nuevo,
mientras el rebaño va
dejando desnudo el suelo.
Ella en el barranco rojo
sus ramas rubias dio al viento.
Las miradas del pastor
oblicuamente crecieron.
Ella en el barranco rojo
y él en el perfil del cerro.



TARDE

El horizonte tiene
insectos y fragatas;
su piel de pez de río,
con sus cinco colores,
empalizada pone
al mar Mediterráneo,
con sus encajes borra
las pisadas gemelas
que dejas en la playa.
Algas del viento son
las cañas litorales,
cuyo sonido se une
al de las caracolas.
Como habichuela abierta
mostrando su semilla,
la jábega te enseña
sus fuertes remadores.
Si sus trenzas crecieran
rubias y horizontales,
qué buen faro serías
sobre el peñón del Cuervo,
cuando, enlutado el mundo
por la muerte del día,
el capitán del barco
una luz necesite.
Acariciando arenas
con tus pies y tu sombra,
esperas al marino
que, en bandeja con remos,
el mar ha de ofrecerte,
sin saber que tu amante
vive ya en otro mundo,
gozando la luz verde
del fondo de los mares.



ROMANCE

Arrastrando por la arena,
como cola de mi luto,
a mi sombra prisionera,
triste y solitario voy
y vengo por las riberas,
recordando y olvidando
la causa de mi tristeza.
¡La ciudad que más quería
la he perdido en una guerra!
Ya no veré nunca más
las dos torres de su iglesia,
ni los caminos sin sombra
de sus brazos y sus piernas.
¡La ciudad que más quería
la he perdido en una guerra!



6

Se agrandaban las puertas. Yo gigante
con el recuerdo de mi olvido dentro
atravesaba las estancias
golpeando las paredes sordas.

¡Qué collar interior en mi garganta
de palabras en germen, de lamentos
que no podían salir, que se estorbaban
en su gran muchedumbre!

¡Cuánto tiempo de olvido incomprensible!
Siempre ella en su ventana.
Su ventana entre dos nubes
-una y ella- siempre.
Y yo distante, agigantado, loco,
con el recuerdo de mi olvido dentro,
pesándome en el alma,
agarrándose, hundiéndome,
en un espeso mar de cielos grises.


I

Las lágrimas y besos
son burbujas
que ascienden desde el alma.
Es mi cariño
menos pesado que la sangre,
más leve que el espíritu,
el que se desvanece sin palabras.
Es lluvia efervescente
para regar los cielos,
hasta el aire más alto,
hasta lo azul del día.
Mi beso allá se abre,
arriba, con tus ojos.
Pero me llega el barro a la cintura
y siento los metales de las minas
en las hondas raíces de mi nombre.
El amor me engrandece,
hace pequeño el mundo,
hace que te conozca,
me hace saber quién soy.
 
De VIDA POÉTICA 1933


3

El cielo de tu tacto
amarillo, cubría
el oculto jardín
de pasión y de música.
Altas yedras de sangre
abrazaban tus huesos.
La caricia del alma
brisa en temblor— movía
todo lo que tú eras.
¡Qué crepúsculo bello
de rubor y cansancio
era tu piel!. Estabas
como un astro sin brillo
recibiendo del sol
la luz de tu contorno
Sólo bajo tus pies era de noche.



4

Yo estoy aquí. Pero existe, también
un aire paralelo a mi figura
un horizonte igual a mi contorno,
Que me agranda en los ámbitos.
Orgullosa mi frente guarda entonces
el altivo silencio de las nubes.
Te guarda a ti también, ángel visible
que atraviesas mi ensueño.
Estás dentro de mí aunque te vean
los anhelantes ojos de mi alma.
Dentro estás de mi vida estando fuera
porque cubre tu cuerpo un horizonte
de amor igual a mi contorno,
un aire paralelo a mi figura.



LA VOZ CRUEL 1934

I

Alzan la voz cruel
quienes no vieron el paisaje,
los que empujaron por el declive pedregoso
la carne ajena,
los que debieron ser almas de todos
y se arrancaban de ellos mismos
cuerpos parásitos
para despeñarlos.
Mil muertos de sus vidas brotaban,
mil muertos solitarios
que miraban desde el suelo
durante el último viaje
la colosal estatua a la injusticia.
No eran muertos,
eran oprimidos,
seres aplastados,
ramas cortadas de un amante o de un padre,
seres conducidos por un deseo imposible,
topos del vicio
que no hallarán la luz
por sus turbias y blandas galerías.
Alzan la voz cruel
quienes no vieron este paisaje,
los que triunfaron
por la paz interior de sus mentiras.
¡Oh mundo desigual!
Mis ojos vean
el dolor, la maldad:
la verdad humana.



2

Profeta de mis fines no dudaba
del mundo que pintó mi fantasía
en los grandes desiertos invisibles.
Reconcentrado y penetrante, solo,
mudo, predestinado, esclarecido,
mi aislamiento profundo, mi hondo centro,
mi sueño errante y soledad hundida,
se dilataban por lo inexistente,
hasta que vacilé cuando la duda
oscureció por dentro mi ceguera.
Un tacto oscuro entre mi ser y el mundo,
entre las dos tinieblas, definía
una ignorada juventud ardiente.
Encuéntrame en la noche. Estoy perdido.
Sin fe, sin sol, en paramo sediento.



4

El silencio eres tú.
Pleno como lo oscuro,
incalculable,
como una gran llanura
desierta, desolada,
sin palmeras de música,
sin flores, sin palabras.
Para mi oído atento
eres noche profunda
sin auroras posibles.
No oiré la luz del día,
porque tu orgullo terco,
rubio y alto, lo impide.
El silencio eres tú:
cuerpo de piedra.




LO INVISIBLE 1935

3

Para no morirme
perseguí mi alma
que se iba contigo
por una ciudad
soñada, invisible.
Yo la iba siguiendo
sin que tu supieras
que mi cuerpo iba
tan sólo por ella,
para no morirse.
Tú me ibas siguiendo,
tu alma quería
tirar de tu cuerno.
Para no morirse
lo seguía tu alma.
De ti solamente
me quería tu cuerpo.


6

No sé si llevas el sol
en ese cielo de llanto
que sobrepasa a tus ojos,
o si el sol está distante
sobre los aires más finos
de tu profunda mirada.
Tu mirada nada mira;
tiene un dolor tan lejano
que ahora está relacionada
con cosas de otro nivel,
con flores, luces, aromas,
de un firmamento más alto
último jardín de Dios.



9

Hoy quisiera ser ciego
y recorrer el mundo
pensando que eres tú.
En esta noche estás inacabable,
y no te ven mis ojos.
No sé cómo terminas
ni hasta dónde,
qué miembros nuevos se te agregan,
si piensas con tu frente,
si con el mar me quieres,
¿te acordarás de mí
con los astros distantes?
en caricias me baño.
Formas nuevas y tuyas
líquidas a mi cuerpo
se ciñen como el aire.
¿Eres tú? ¿Son los pliegues
de tu aliento que cuelga
largo, para envolverme?
¿Eres tú, traspasada,
cóncava para mí,
morada mía,
sangrando una invisible calentura?
Ciego de amor, oscuro,
¿dónde estoy?
Tú estás aquí,
en los altos pensamientos.
Mis pensamientos
pueden llover sobre los campos,
pueden ensombrecer a las ciudades.
Eres sol de mi cielo,
vestida estás conmigo,
te desnudas de mí,
devoras con tu fuego.
Por pequeña que sea una distancia
se puede dividir.
Eres profunda.
Dentro y fuera te quiero,
siendo ardor,
siendo luz,
siendo memoria,
siendo recuerdo,
con toda mi alma
con todos los montes,
con el enorme peso
del mundo donde vives.


Poema del agua
[1927]

I
Vetas. Rocas. Sonidos caminantes.
Suelo y techo rozando sus dos planos.
Encajadas las formas. Locas venas.
Con negros antifaces los colores.
Grupo blando. Las raíces bebedoras.
Muros siempre. Cimientos. La prehistoria.
Todavía más sonidos caminantes.
¡Qué sumergida oscuridad tan dura!
Para el encuentro el tacto. Filtraciones.
¡Oh las respiraciones contenidas!
Opresos miembros. Manantial. Herida.
Cita del agua. Luz. Diamante puro.
Cola del monte. Lengua de cristales.
Cal. Verde prado. Azul del cielo.

II

Árbol tendido, transparente, el río
sus ramas ascendentes, descendiendo,
al monte, eleva, de los manantiales.
Grises riberas: suavidad de pluma
en las pulimentadas arenas húmedas;
o ya asperezas en las apretadas
cañas bañistas, verdes, paralelas;
pantanosos, con huellas de animales
fieros en fuga:
rojos terrenos.

Las nubes, recortadas, suspendidas,
islas del aire, blancas, miniaturas
de plantas florecidas, altas, cobijan.
Azules derramados. Coincidiendo
los claros horizontes y los confines
oscuros de la noche, en la que hundida
media tierra sin quilla se adormece.
Rumor de espuma. Calma. Lentas brisas.

VII

Sobre coral y baile de sirenas
las manos transparentes de los ríos,
apretaban sus peces resbalosos
ágilmente veloces en sus fugas.
Ágilmente veloces en sus fugas.
De los rayos del sol, se hunden apenas
reflejos consiguiendo en los azules
nudillos encrespados y movibles.
Antes pulseras verdes en los brazos.
Ahora se alternan de oro los anillos.
… Y algas profundas por los blandos dedos
sumergidos, peinadas suavemente.



POEMAS DE LAS ISLAS INVITADAS

Mi corazón dio golpes en la oscura
puerta interior y se me fue la vida
hacia dentro, hacia ayer, hasta sentirse
encerrada de nuevo en la semilla
del Sembrador de sueños.

No vi su rostro ni conozco el prado
en donde es flor el mundo en que vivimos,
entre otros astros, flores desprendidas
de las frondas del tiempo: sueño, nada.

Día llegará en que Dios, para su gloria,
me hará volver -¡qué breve es el camino!
y entonces sí será verdad mi canto. 


ÁRBOL DE LA VIDA

Voy buscando los ojos de una torre
hecha de pensamientos muy oscuros
pues quiero darle fronda de miradas
a la columna altiva de mis sueños.

La quieren derribar vientos de duda,
la asedian nubes que le son coronas,
como césped le besa el pie mi fuego.

Dentro me elevo sin que nunca acabe
de escalar por su médula esa cima
en donde he de gozar de una presencia 10
por la que crece, se dilata y sube
este confuso y vertical anhelo.

A veces dudo si hallará sus flores
tanto secreto humor aprisionado:
linfa que quiere pétalos no puede
entre cortezas conformarse muda.



Bajo el azul derramará verdores
tan obstinada aspiración de cielo
y a cada canto de ave en la espesura
responderá una estrella con su brillo.

Aves, lunas, manzanas y luceros
llenarán de sonrisas los cristales
de las cintas del agua que en el prado
murmuran y equivocan sus caminos.

La sierpe abrazará de nuevo el tronco,
hombre y mujer se sentirán desnudos,
ángeles guardarán con sus espadas
los dinteles de luz y otra vez fuera
amargo llanto para los mortales.




Oigo en sueños palabras defensoras
del daño que a mi vida sigo haciéndole,
mi vida que tal vez no sea tan mala
como me dicen mis remordimientos.

No es maternal la voz eme me defiende
ni es infantil la voz de mi conciencia;
es el amor el campo de esas voces,
las de mi confesión v tu consuelo.

La voz que me defiende es de unos labios
que me han besado mucho. ¡Quién pudiera
besarlos y olvidarme de mi vida
para poder seguir viviendo!




Somos el polen de la tierra,
oscura flor del firmamento,
el viento de la muerte nos arrastra
por los grises jardines de un ensueño.
Nuestra ausencia es tan sólo
errático vagar entre luceros.
¿Qué nueva flor, en frente de qué mundo,
nuevo narciso de tu pensamiento,
resucitada gloría ha de ofrecerte,
ante la clara prisa de un espejo?
¿Qué forma soñarás para tu alma?
;Cómo reconocerte si te encuentro?




POEMAS DE AMOR

Vivo despacio sin ti,
sin ti mis horas son largas,
debo a tu ausencia una vida
que no sé con qué llenarla.

Lentamente, como yedra
que no veo crecer, avanza
el tiempo sin ti cubriendo
inquietudes y esperanzas.

Para que mueran sus flores
todo un otoño hace falta,
otoño que nunca llega,
horas que el viento no arrastra.




Lo que sobra de mí cuando tu imagen
quema mi corazón apasionado
es un confín de espejo sin memoria,
de espejo blando, sin oficio, ciego,
libre de eco y de luz ya que tan sólo
para sentir tu forma tengo vida:
pequeña tú como el dolor humano
y grande yo sin ti, desconocido,
oscuro o claro, no lo sé, no estoy,
delante como tú de quien me quiera. 
Es mejor repetirte que no es nada
lo que sobra de mí cuando tu imagen
quema mi corazón apasionado.




Contigo, cristal claro
y con mi carne negra,
aires blancos y negros,
apretamos la tierra,
baio tu cuerpo en día
bajo el mío en eterna
y desolada noche.
El sol te transparenta
e ilumina los campos
que bajo ti se encuentran;
pero mi cuerpo opaco
a toda luz se niega.
Nuestro amor prisionero
está como la tierra:
bajo tu cuerpo, en día,
bajo el mío, en tinieblas.



Tu fortaleza hermosa
es mi debilidad.
Por ti me muero.
Vencido estoy por ti,
mas mi derrota,
mi ternura,
mi traspasado corazón se eleva
hasta ti, protegiéndote.
Aunque estás victoriosa
y yo vencido,
soy yo quien te defiende
contra mí, contra ti, contra los otros.
Lo visible es tu cuerpo,
la armoniosa y desnuda
claridad dominante;
lo invisible, la endeble
e infinita ternura del vencido;
pero este blando ambiente,
este tierno calor que te rodea,
amortigua los golpes,
contiene las ofensas,
logra aislarte del vicio.




Yo estoy aquí. Pero existe también
un aire paralelo a mi figura,
un horizonte igual a mi contorno,
que me agranda en los ámbitos.
Orgullosa mi frente guarda entonces
el altivo silencio de las nubes.
Te guarda a ti también, ángel visible
que atraviesa mi ensueño.
Estás dentro de mí aunque te vean
los anhelantes ojos de mi alma.
Dentro estás de mi vida estando fuera
porque cubre tu cuerpo un horizonte
de amor igual a mi contorno,
un aire paralelo a mi figura.



SOLEDADES JUNTAS
A Rafael E Muñoz

LAS NUBES

Oh libertad errante, soñadora,
desnuda de verdor, libre de venas,
arboleda del mar, fugaces nubes,
si en lluvia el desengaño te convierte
la forma de mi copa podrá darte
una pequeña sensación de cielo.

Vuelve a la tierra, oh mar, vuelve a la vida,
a las cadenas de los largos ríos,
a las prisiones de los hondos lagos,
vuelve afilada a penetrar mil veces
angostos laberintos vegetales.

Oh Libertad, tus puertas son heridas.
No las quieras abrir, sigue encerrada
en la sedienta piel o te sostenga
el inclinado cauce del torrente.

Todo sueño que es nube se deshace.
Vuelva a brillar el sol pues la blancura
de esa ilusión de libertad celeste
es tan sólo una sombra hecha jirones.
No sueñe más el agua y tenga vida
en la savia o la sangre, tenga sólo
en mí su libertad, libre en mis lágrimas.




EL HÉROE
A Rafael Heliodoro Valle

Se destacó mostrando
la prisión de su vida.
Barros rotos dejaban
en libertad su luz,
pero en la grieta honda
el fuego encarcelado
calor daba a sus ojos
y ardores a su espada.
¡Qué círculos de miedo
cercaban su osadía!
Su caballo pisaba
los despojos mortales
y surcaba su frente
una turba de espíritus.
Su panorama era
una ciudad de cárceles
abatiendo sus muros
y una prisa de ruegos
flamante, esclarecida,
llamando en el crepúsculo
para entrar en el cielo.
Al encontrarse aislarlo
entre aquellas ruinas
era el solo edificio
no abatido. Su alma
se asomaba a las claras
y lucientes heridas,
con envidia mirando,
derribados, los muertos.
Y su edificio vivo,
su prisión pensativa,
victoriosa y sangrante,
orgullosa, se erguía.

En aquella morada:
un quejido apagado,
una oculta miseria,
un temblor sin motivo.
El moribundo alzaba
suplicante los ojos.
La pobre llama viva
se resistía a salir.
El héroe sin ternura
la avivó muerte dándole.
La carne quedó fría.
El aire más poblado.
El héroe con mayores
impulsos de morir.

Revestido de fiebre,
de ardor, de valentía,
sobresaliendo en él
el aura del espíritu,
con destellos de arcángel
buscaba al enemigo.
La paz de la llanura
y el sol le entristecían.
Quería una vida nueva
y no seguir soñando
junto a montes y ríos,
frente al mar insondable.

Las luces ya se iban,
la oscuridad quedaba
igualando en negruras
los objetos del mundo.
Y su materia fúnebre,
invisible en la noche,
quedó deshabitada,
más tarde destruida,
abonando la tierra,
floreciendo en los árboles,
navegando en los ríos.




NOCHE HUMANA
A María Luisa Gómez Mena
y Mario Carreña

Como de una semilla nace un bosque
de mi pequeño corazón hundido
creció una selva de dolor y llanto.
Humo y clamor oscurecían el cielo
que se alejaba de mi triste fronda
cuando negó la tierra a mis raíces
linfas para el verdor oscurecido.
¿Cómo pudo secarse una esperanza
hasta su queja dar con tanto fuego?

La pequeñez de mi secreta herida
me hace llorar aún más que la hermosura
del incendio que de ella se dilata.




Aguas sin suerte, solteras
despreciadas de los trigos,
canosas ya por la espuma
de las riberas del río,
¿qué infancia de nube airosa
recordáis? Habéis perdido
la niñez en cielos altos
y ahora andáis largo camino
hacia la mar que es la gloria
del agua, su paraíso.
¡Qué vejez la del torrente!
¡Qué angustioso torbellino!
No calmáis la sed de nadie,
ni seréis para Narciso
espejos. Vais a la muerte,
aguas finales del río.




LA LENTA LIBERTAD
A Antonio Castro Leal

A UN OLMO

¡Qué lenta libertad vas conquistando
con un silencio lleno de verdores!
Apenas si se nota en ti la vida
y nada hay muerto en ti, olmo gigante.
Tus hojas tan pequeñas me enternecen,
te aniñan, te disculpan
de los brutales troncos de tus ramas.
Las hojas que resbalan por tu rostro
parecen el espejo de mi llanto,
parecen las palabras cariñosas
que me sabrías decir si fueras hombre.
¡Quién como tú pudiera ser tan libre,
con esa libertad lenta y tranquila
con la que así te vas formando!
Tú permaneces, pero te renuevas,
estás arraigado, pero creces,
y conquistas el cielo sin derrota
dueño de tu comienzo y de tus fines.
Si yo tuviera comunicaciones
con las duras raíces ancestrales,
si mis antepasados retorcidos
me retuvieran firmes desde el suelo,
si mis hijos, mis versos y las aves,
brotaran de mis brazos extendidos,
como un hermano tuyo me sintiera.
Olmo, dios vegetal, bajo tu sombra,
bajo el rico verdor de tus ideas,
amo tu libertad que lentamente
sobrepasa los duros horizontes
y me quejo de mí, tan engañado,
andando suelto para golpearme
contra muros de cárcel y misterio.
Las tinieblas son duras para el hombre.




Dama de noche, estrellada
oscuridad de los ciegos.
Piso tu sombra de luna
y el borde de tu perfume
derramado en el paseo.
Dama de noche, estrellada
oscuridad de los ciegos.



UN DÍA
A Manuel Rodríguez Lozano

LA NOCHE

Desfilaron las sombras
de los que me quisieron.
Era una sola sombra
repetida mil veces.
Un ángel sombrío, solo,
como un Amor sin flechas,
anclas, ni fuego.
Había vivido en todos
los cuerpos ya en ruinas
que me quisieron antes,
los que se desconcharon
y en lugar de esqueletos
dejaron en la tierra
una sombra, las sombras
que enturbian mis recuerdos,
un luto permanente;
muchedumbre de sombras
que hacen negra la noche,
mi tristeza, mi vida.
Esta oscuridad es sólo
una turba de ángeles negros,
de custodios vacantes,
de soledades juntas,
de silencios unidos.
Es el pavor caliente.
Son las almas viudas
de sus cuerpos adúlteros.
Despeinados los fuegos
opacos del infierno,
sus greñas carbonizan
y ocultan cuanto tocan.
No hay alba que mitigue
este castigo denso,
esta espesa tiniebla,
esta muerte profunda.




CREPÚSCULO

¡Ven, que quiero desnudarme!
Ya se fue la luz y tengo
cansancio de estos vestidos.
¡Quítame el traje! Que crean
que he muerto, porque desnudo
mientras me velan el sueño
descanso toda la noche;
porque mañana temprano
desnudo de mi desnudo
iré a bañarme en un río
mientras mi traje con traje
lo guardarán para siempre.
Ven, muerte, que soy un niño
y quiero que me desnuden,
que se fue la luz y tengo
cansancio de estos vestidos.



LAS ISLAS INVITADAS
A Emilio Prados

¡Qué golpe aquel de aldaba,
sobre el ébano frío de la noche!
Se desclavaron las estrellas frágiles.
Todos los prisioneros percibimos
el descoserse de la cerradura.
¿Por quién? ¿Adónde?
El sol su página plisada
entró por la rendija oblicuamente,
iluminando el polvo.

Descorrió su cortina el elegido,
y penetró en los ámbitos sonoros
del Triángulo y la espuma.

Nos dejó la burbuja de su ausencia
y la conversación de sus elogios.



A Xavier Villaurrutia

El tiempo es una llanura
y mi memoria un caballo,
jinete suyo yo voy
a oscuras por ese campo
sin detenerme en recuerdos
fugaces como relámpagos.
Mi caminar por el tiempo
tan sólo tiene un descanso
en el año de tu muerte
-isla de luto y de llanto-.
Plaza de mármoles fríos
y luna yerta. Me paro
deteniendo mi memoria
desbocada con espanto.
Junto al ciprés de tu sueño
Para verte descabalgo.
No son recuerdos, que es vida
Y verdadero el diálogo
Que contigo tengo, madre,
Cuando aquí nos encontramos.




Aguas sin suerte, solteras
despreciadas de los trigos,
canosas ya por la espuma
de las riberas del río,
¿qué infancia de nube airosa
Recordáis? Habéis perdido
La niñez en cielos altos
Y ahora andáis largo camino
Hacia la mar que es la gloria
Del agua, su paraíso.
¡Qué vejez la del torrente!
¡Qué angustioso torbellino!
No calmáis la sed de nadie,
ni seréis para Narciso
espejos. Vais a la muerte,
aguas finales del río.

La lenta libertad [1936] 
A Concha

RECUERDO 

La tierra te devuelve a mí. 
Si tú no hubieras muerto, 
ni las aguas sin venas, 
ni las frutas con piel, 
ni los volcanes, 
en su frescor, sabor y fuego, 
me darían tu presencia. 
Me sería indiferente 
este globo erizado 
que expulsa de su entraña 
las vidas y los árboles, 
para que lo rodeen 
de color y ternura. 
La tierra sabe bien 
que el sol y las estrellas 
son miradas de seres que no existen. 
Sólo creo en ti, planeta donde muero, 
donde murió quien siempre me acompaña. 
 
*  *  *


LA POESÍA

No hay ningún paso,
ni atraviesa nadie
los dinteles de luz y de colores,
cuando la rosa se abre,
porque invisibles son los paraísos
donde invisibles aves
los cantos melodiosos del silencio
a oscuras dan al aire,
más allá de la flor, adonde nunca
alma vestida puede presentarse,
donde se rinde el cuerpo a la belleza
en un vacío entrañable.
 


Mis ojos grandes, pegados
al aire, son los del cielo.
Miran profundos, me miran
me están mirando por dentro.

Yo pensativo, sin ojos,
con los párpados abiertos,
tanto dolor disimulo
como desgracias enseño.

El aire me está mirando
y llora en mi oscuro cuerpo;
su llanto se entierra en carne;
va por mi sangre y mis huesos,
se hace barro y raíces busca
en las que brotar del suelo.

Mis ojos grandes, pegados
al aire, son los del cielo.
En la memoria del aire
estarán mis sufrimientos.


ELEGÍA A FEDERICO GARCÍA LORCA

Me olvido de vivir si te recuerdo,
me reconozco polvo de la tierra
y te incorporo a mí como lo hace
la parte más cercana de tu tumba.
Esa tierra insensible que suplanta
el amoroso afán de tus amigos
no me puede impedir que yo la imite
confundiendo mi llanto y tu recuerdo.
La muerte perfiló toda tu historia.
Acabada tu vida permanece
con todos sus contornos dibujados:
no hay puerta que te lleve a lo futuro.
En donde te quedaste ha florecido
el árbol de tus nombres, de tu gloria,
en una incalculable primavera.
Tus nombres como flores nos reciten
tu juventud sin fin, eternamente.
La muerte es perfección, acabamiento.
Sólo los muertos pueden ser nombrados.
Los que vivimos no tenemos nombre.

Mi cuerpo se agiganta endurecido
al recibir el eco de tu fama
que resuena entre abismos colosales
y hecho roca firmísima me añado
al elegiaco coro de los montes.
Precipicio seré, que así responda
devolviendo la flecha de tu nombre
al trágico recinto de la muerte.
Los míticos honderos de tu gloria
tiran las piedras de tu nombre al mundo
y el lago de la vida abre sus ojos
con párpados de vidrio interminables:
no hay montaña, no hay cielo, no hay llanura,
que en círculos o en ángulos no agrande
el eco de tu nombre esclarecido.

No es dolor fraternal, no es pena humana,
es parte mi pesar del sentimiento
que hace de las estrellas pensativas

Te escribo estas palabras separado
del cotidiano sueño de mi vida,
desde un astro lejano en donde sufro
tu irreparable pérdida llorando.



POEMA FINAL
A Rubén Romero
Las ausencias,
los grandes huecos,
el enorme vacío dibujado
por los recuerdos insistentes.
Todo está aquí
como cenizas de un gran fuego.
Y dudo de mi vida,
temo ser un rescoldo
entre tantas miserias
que ni siquiera existen.
Mi soledad
en esta luz de espanto
es un nuevo fantasma
sin materia,
es un simple contorno
sin un mínimo alambre
o esqueleto.
Todo
Nada existe.
Las míseras ruinas
de una triste memoria
que se pierde
están ante mi vida sin futuro.
Dice una voz remota
que borra el panorama
con su niebla:
«Nunca más. Nunca más.»



ROSARIO

Bajo cinco cielos,
bajo cinco puentes,
pasa el agua lenta,
repetida, verde.
Manantial de carne,
de alma, de piedra,
de fervor, de espumas,
dentro de la iglesia.

Ámbitos: Misterios.
Los místenos: puentes.
Y el agua del rezo
repetida, verde.
Y una llama inmóvil
exterior, de piedra,
dura contra el aire:
Torre de la iglesia.
Desembocadura
¡Dios en todas partes!
Sobre este océano
la Virgen del Carmen. 





MODESTO



Un hilo sobre el mapa
clavado como sangre sobre el hule,
un hilo rojo, torpe, equivocado,
empequeñece el horizonte roto
de nuestra guerra que es un río.
Hay en el mapa muchos alfileres,
unos puntales finos como espinas
en los que se sostiene, se atiranta,
esa línea de fuego que ahora pulso.
No es que yo quiera hacer un instrumento
con esta diminuta geografía;
arpas, liras mejores, son posibles
en otra soledad menos sangrienta.
En tal hilo de fuego, sangre y plomo,
en tal hebra de llanto y valentía,
está tu voluntad, firme, de plata,
como una dura espina, como un clavo.
Estoy pensando en ti sin conocerte,
tu nombre pertenece a ese racimo
de nombres legendarios que uno teme
encontrar cada día entre los muertos.
Deja que sueñe, amigo, camarada;
quiero tener derecho a bendecirte.
Después de todo sólo soy poeta
y mis flores se llaman vaticinios.
Llegará la ocasión en que las bocas
de los sepulcros v de las trincheras
cierren sus labios para siempre mudos
en un beso de paz interminable.
Entonces tú, Modesto, camarada,
verás partir de ti como de un nido
la juventud de tu valiente tropa,
que por el mar, el campo, las ciudades,
repetirá tu nombre generoso.
Yo me alegro contigo, te prometo
que veremos la luz de la victoria.



Mi soledad ¡inmensa! La conozco
por las grandes distancias que recorren
mis palabras en fuga, mis lamentos,
sin encontrar a nadie. Nada. Nadie.
Desde mi centro, broto como un árbol
la infinita enramada que se extiende
sin encontrar a nadie. ¡Siempre solo!
Ahora bajo la sombra de mis gritos
veo acercarse la blancura alta,
la alta sonrisa, ¡la belleza!
Y mi alma deja el tronco que sostiene
la espesa red frondosa de dolores
y entre las flores de un idilio juega,
juega v se olvida del verdor nublado.
¡Bajo la fresca sombra de mis gritos!




LLANTO POR «MANOLETE»


Llegan de Sierra Morena

a la plaza de Linares

para ver a «Manolete»
los mineros de Arrayanes.
Suben de la oscura tierra
para que a la tierra baje,
a minas de plata y gloria,
quien fue de acero en su arte.
Un anillo gris, de plomo,
forma el público. La tarde
cenicienta se oscurece
por los grises olivares.
«Manolete», todo alma,
caballero de diamante,
luce sus últimas luces
en la plaza de Linares.
¡Qué espada como su espada,
orgullo de los arcángeles!
¡Qué revuelo como el vuelo
de su capote en el aire,
ala que tiene la muerte
como fin de su viaje!
;Qué gran torero, torero,
torero, torero grande
el de la triste figura,
tan triste como elegante!
Todas las plazas de toros
colgadas de las ciudades
serán coronas de luto
que tu memoria acompañen.
Un público de gardenias
y pensamientos rebase
las barreras y tendidos
donde florecieron antes
tanto clavel carmesí
y tanta rosa fragante.
Murió el torero de España.
Su muerte cruzó los mares.
Lágrimas de España y México
llueven en sus funerales.






Vuelvo la vista, bajo la mirada
desde el alto final de mi camino,
y desde el valle al monte que domino,
me persigue tu amor, cinta encrespada;

un río de amor, una corriente airada,
cuyo cauce refleja cristalino,
gota a gota, mi sed, y en remolino,
la vida que por ti llevo arrastrada.

Si tal corriente empuja así mi vida,
si sus espumas se alzan contra el cielo,
si testimonio dan de mi quebranto,

que de nuevo en tus aguas vea la herida
de mi profundo y amoroso vuelo,
que su cristal se empañe con mi llanto.



EL AIRE


El aire, dios del tacto, que no deja

de acariciar hasta las más ocultas
reconditeces del jardín dormido,
alisando en la sombra duros troncos
como en el sol los tallos de la yerba, 5
arriba, todo azul, tiene otro oficio:
el congregar los blancos corazones,
nubes que del amor serán vencidas.
Nubes y lluvias, corazón y llanto,
en la frente del cielo son fugaces
pues toda elevación llorando muere
y deshechas en lágrimas, a espejo
de una verde ilusión son condenados,
a ser laguna o desatado río,
hasta que el aire ciegue con su brisa 15
la mirada del agua transparente
y enturbie su cristal defensa dándole.






POEMA

No sé si existe la Tierra
ni si círculo en su sangre;
no sé si Dios es un alma
que está encerrada en el aire
bajo una piel que contiene
músculos de vendavales;
no sé si el cielo es redondo
o si es un rostro que hace
signos de amor a la luna
que gira lenta y suave;
no sé si es borde la nada
de luceros incansables;
sólo sé que en mis entrañas
hay lunas, soles, pesares,
estrellas y pensamientos,
tan sólo sé que en mi sangre
hay mil mundos que se mueven
ansiosos de desangrarse.



COMO UN GRUESO PERFUME


Como un grueso perfume

se agrandaba opulento
rozando con sus bordes
interiores del alma,
y luego, al alejarse
en las paredes íntimas,
abandonó consciente
—señal, vestigio, huella—
la fina piel suavísima
de su último contorno.


Hueco de olor, el cuarto

perfil de aroma ofrece
a pesquisas de olfato:
señal, vestigio, huella,
del tránsito de un libro.




ALMA

Se levantó sin despertarme.
Andaba lenta, aplastándose tanto,
hasta pasar bajo imposibles
sitios huecos,
o estirándose fina como un ala,
atravesando puertas entreabiertas.
No tenía vista,
pero salvaba los obstáculos
con previsora maestría.
Ni tacto,
pero evitaba las esquinas
sin recibir un golpe.
Sin recibir un golpe.
pero cuando el portazo aquel,
sobresaltada,
corriendo vino a mí,
en mí escondiéndose,
y despertando en mí
su cuerpo.


VETE


Mi sueño no tiene sitio

para que vivas. No hay sitio.
Todo es sueño. Te hundirías.
Vete a vivir a otra parte,
tú que estás viva. Si fueran
como hierro o como piedra
mis pensamientos, te quedarías.
Pero son fuego y son nubes,
lo que era el mundo al principio
cuando nadie en él vivía.
No puedes vivir. No hay sitio.
Mis sueños te quemarían.