martes, 3 de marzo de 2015

Gabriel Celaya


Nací en Hernani (Guipúzcoa) el 18 de marzo de 1911, pero cuando aún tenía pocos días me trasladaron a San Sebastián, donde habitualmente vivían mis padres. Y en San Sebastián transcurrió toda mi infancia.
Mi nombre completo es Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta, y con mi apellido civil —Rafael Múgica— firmé mis primeros libros. Después, cuando ya trabajaba en la empresa familiar, el Consejo de Administración me advirtió que eso de que un ingeniero-gerente escribiera versos «podía perjudicar al crédito de la empresa». Recurrí entonces a mi segundo nombre y mi segundo apellido. Y así nació «Gabriel Celaya.»
Más tarde, en mi deseo de romper con todo el pasado, y como me parecía haber logrado un estilo que así lo demostraba, publiqué algunos libros firmando con mi tercer nombre y mi tercer apellido: «Juan de Leceta.» Y aunque luego renuncié a este heterónimo —heterónimo y no seudónimo pues señala un cambio radical en mi vida— creo que el «estilo Leceta» se halla latente en todo lo que después he seguido firmando «Gabriel Celaya».


Poesía eres tú
«Cantemos como quien respira. Hablemos de lo que cada día nos ocupa. No hagamos poesía como quien se va al quinto cielo o como quien posa para la posterioridad. La poesía no es —no puede ser— intemporal o, como suele decirse un poco alegremente, eterna. Hay que apostar al "ahora o nunca".»
***
«Hay quien reza beato: tiempo al tiempo; y hay quien exige nervioso: cada cosa a su tiempo. Aquellos, perfectistas, estiman en cada obra poética su mayor o menor aproximación a un valor absoluto e inmóvil que llaman Belleza. Estos, temporalistas, sólo ven en esas obras unos testimonios que, por humanos, son inseparables de un aquí y un ahora. Yo soy de estos. Creo que la Belleza es un ídolo metafísico. La eficacia expresiva me parece más importante que la perfección estética.»
***
«La Poesía no es un fin en sí. La Poesía es un instrumento, entre otros, para transformar el mundo. No busca una posteridad de admiradores. Busca un porvenir en el que, consumada, dejará de ser lo que hoy es.»
***
«Nada de lo que es humano debe quedar fuera de nuestra obra. En el poema debe haber barro, con perdón de los poetas poetísimos. Debe haber ideas, aunque otra cosa crean los poetas acéfalos. Debe haber calor animal. Y debe haber retórica, descripciones y argumentos, y hasta política. Un poema es una integración y no ese residuo que queda cuando en nombre de “lo puro”, “lo eterno” o “lo bello”, se practica un sistema de exclusiones.
La Poesía no es neutral. Ningún hombre puede ser hoy neutral. Y un poeta es por de pronto un hombre.»
***
«La Poesía es “un modo de hablar”. Pero expresar no es dejar ahí, proyectada en un objeto fijo —poema o libro—, la propia intimidad. No es convertir en “cosa” una interioridad, sino dirigirse a otro a través de la cosa-poema o la cosa-libro.
La Poesía no está encerrada y enjaulada en los poemas. Pasa a través de éstos como una corriente y consiste precisamente en ese pasar transindividual, en ese ser del creador y el receptor uno para el otro y en el otro, en ese contacto y casi cortocircuito entre dos hombres que, más allá de cuanto pueda explicitarse, vibran a una.
El cortocircuito quema y deja en nada la materia verbal.»
***
«Nuestra Poesía no es nuestra. La hacen a través nuestro mil asistencias, unas veces agradecidas, otras, inadvertidas. Nuestra deuda —la deuda de todos y de cada uno— es tan inmensa que mueve a rubor. Aunque, nuestro señor, yo tienda a olvidarlo, trabajamos en equipo con cuantos nos precedieron y nos acompañan.
Estamos «obligados» a los otros. Y no sólo porque hemos recibido en depósito un legado que nos trasciende, sino también porque el poeta siente como suya la palpitación de cuanto calla, y la hace ser —debe hacerla ser— diciéndola. Esta es precisamente su misión. No expresarse a sí mismo sino mantenerse fiel a esas voces más vastas que buscan en él la articulación y el verso, la expresión que les de a luz.
***

Biografía 

No cojas la cuchara con la mano izquierda.
No pongas los codos en la mesa.
Dobla bien la servilleta.
Eso, para empezar.
Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece.
¿Dónde está Tanganika? ¿Qué año nació Cervantes?
Le pondré un cero en conducta si habla con su compañero.
Eso, para seguir.
¿Le parece a usted correcto que un ingeniero haga versos?
La cultura es un adorno y el negocio es el negocio.
Si sigues con esa chica, te cerraremos las puertas.
Eso, para vivir.
No seas tan loco. Sé educado. Sé correcto.
No bebas. No fumes. No tosas. No respires.
¡Ay sí, no respirar! Dar el no a todos los nos.
Y descansar: Morir.


QUIEN ME HABITA
«Car Je est un autre.»
RlMBAUD

¡Qué extraño es verme aquí sentado,
y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar,
y oír como una lejana catarata que la vida se derrumba,
y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar!
¡Qué extraño es verme aquí sentado!
¡Qué extraño verme como una planta que respira,
y sentir en el pecho un pájaro encerrado, 

y un denso empuje que se abre paso difícilmente por mis venas!
¡Qué extraño es verme aquí sentado,
y agarrarme una mano con la otra,
y tocarme, y sonreír, y decir en voz alta
mi propio nombre tan falto de sentido!
¡Oh, qué extraño, qué horriblemente extraño!
La sorpresa hace mudo mi espante
Hay un desconocido que me habita
y habla como si no fuera yo mismo.
1934


RAPTO
«¿Adonde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?»
SAN JUAN DE LA CRUZ
Virgen sin ojos, luna abandonada,
témpano de desnudez a la luz de los astros;
a la luz quieta y cortante de la muerte,
translúcido cuerpo aterido de espanto. 
En el bosque oscuro de los hombres callados,
yo velo, te espero con los brazos en cruz.
Un puño se cierra con la angustia en mi pecho
y siento que vives, que esta ausencia eres tú.
La noche es un mecanismo de manos que se enlazan
o manos que se acercan y no llegan a tocarse,
de manos que crispa la luna, electrizada
por la atención obsesionante de un círculo de estatuas.
¡Oh virgen, virgen loca, virgen ciega,
virgen de la poesía que sólo ve hacia dentro,
misterioso delirio, te siento como un ansia
de agua viva en la raíz que la música conmueve!
Mide mi amor por la desesperación de que un hombre es capaz;
mide mi nostalgia por la lentitud de las mareas de la angustia;
mídeme como yo mido esta espera,
por la exasperación de la mano que resbala sobre un cuerpo desnudo.
Tendida entre los árboles monstruosos de la fiebre,
con relámpagos blancos, tiembla la carne muerta;
la luna delira hundida en una estatua
con los párpados bajos cubiertos de yedra.
El cielo es un círculo de gritos detenidos
que ilumina la súbita luz del espanto;
el cielo es el vacío de un éxtasis redondo
girando alrededor de un culminante asombro.
Me seducen, me devoran los ojos de la locura,
bellos como el peligro, como el abismo,
como el resplandor de la maldición en el rostro de un niño,
bellos como el grito sin sentido que embriaga.
Yo acecho escondido entre plantas de carne,
entre hombres dormidos, y flota en torno a ellos
un sueño denso y bajo cargado de inminencias,
todo un bosque poblado de deseos nocturnos.
Hay una respiración opaca y caliente jadeando,
un sordo soplo de potencia contenida:
Silencio de acecho, silencio expectante
en el que laten, vertiginosos, los peligros.
Como el jaguar que tensa la curva de su salto
oculto en la noche que fosforece como un enorme ojo atento,
así te espero, ansío, corza blanca en lo oscuro,
así te acecho, virgen, en mi noche o misterio.
Te amo, te deseo con todos mis dientes y mis uñas,
te amo como un perro de vinagre sediento,
como el león, esa cólera seca
que, al rugir, se desgarra. 

Mi espesura te oculta —¡oh bella durmiente!—,
bella desconocida enamorada de la muerte.
Siento que respiras, siento
que una inmensa quietud me escucha en este bosque.
¡Oh clima de las altas fiebres exuberantes!
Marasmos y delirios de las aguas estancadas.
¡Oh el grito de la garza en el quieto sopor del mediodía!
¡Oh el silencio de la garza
en la noche de alas lentas sobre los cañaverales!
¡Oh vértigos al fondo, y gritos a lo alto!
Sofocado latir, y hundirse, y levantarse,
y sentir que en mí duerme un ser desconocido,
que mi angustia es tan sólo su respirar ahogado.
¡Libertad en el grito, puerta grande del ansia,
y en el vértigo mismo de un amor que devora!
Escucha siempre viva presencia misteriosa,
eres tú quien me duele con dientes apretados.
Eres tú lo que vive con alas cuando callo,
con manos impacientes cuando sufro,
eres tú, ser nocturno que siento
tan cerca que ya casi no sé quién soy yo mismo.
¡Tan cerca! Y, sin embargo, te niegas obstinado
y eres sólo un anhelo escondido latiendo.
¡Oh noche sofocada, noche oscura y sin viento,
que apenas si un dolor vago ilumina!
Lucidez de la luna, lucidez de locura,
dije un día viéndote desnudo,
pero ahora te llamo porque me siento fuerte
para tu amor terrible y tu luz deslumbrante.

[1935]

CON LAS FUERZAS PRIMERAS 

La blanquísima espuma
que estalla y se levanta en inocente rebeldía,
las nubecillas henchidas de luz rosa,
diminutos pulmones o avidez que palpita, 

el mediodía que surge como un toro encarnado
y alza la victoria del sol entre sus cuernos,
el mar, el mar que muere
y nace siempre nuevo a cada instante,
las fuerzas primeras que luchan alegres,
las verdades primeras, los cuerpos matinales
de un espléndido amor que ignora la derrota, 

de una espléndida muerte que ignora el pensamiento,
la alegría, el dolor, los aires, la batalla,
todas las horas de la vida exaltada
que hacen de mí un hombre embriagado 

que ama, se aniquila, se debate abrazado con el viento,
todo esto quiero, lo valiente, ligero,
abrasado, veloz, limpio de ciegas
y densas somnolencias vegetales,
libre de la pasiva pesadez de la carne siempre inerte.
La materia se pudre en charcas lentas
de dulzura, de música parada,
de pálida fiebre que poco a poco cubren
tornasoles que giran con sus fuegos sombríos.
A la muerte se inclinan los cuerpos fatigados,
a un sueño que sofoca nuestras fuerzas heroicas;
llamamos la derrota, tristeza, luz serena,
moral, sabiduría, o música, o dulzura.
La sangre que protesta violenta,
la apretada blancura de un manzano que grita,
la brisa que delira perdida entre los pinos,
la locura dorada del poniente,
todo clama y levanta a una vida más alta:
¡Confundirse en la lucha de las fuerzas primeras!
¡Ser un bello momento en lo eterno que es triste!
Rebeldía de espuma blanca en mares de hastío.
Un caballo en la playa que respira el salitre,
que siente la imperiosa caricia de la brisa,
que oye un clamor alegre, los disparos, el día..
un caballo comprende. Y ama: Veloz corre.
Sólo el hombre que atiende venenos, melodías,
se abandona a la dulce pesadez de la carne,
a la inercia que hunde en olvido de todo,
y piensa, y se detiene. Y acaricia la muerte,
La vida es terrible, atroz en su belleza,
pero yo la acepto —los dientes apretados,
los puños apretados—, y mis ojos
de tan claros quiero que parezcan feroces.
La inocencia es espanto. La desnudez florece
con una violencia demasiado alegre.
Pero yo quiero esto. Callad, callad vosotros,
blancos profesores de melancolías.

Sois demasiado sabios
para un mundo que es joven, que sigue siendo joven
en el amor, en las olas, en el viento,
en su alegre rebeldía sin sentido.
Mil dolores pequeños a veces me anonadan.
La noche me recoge fatigado y me abraza;
pero vuelvo, y aún vuelvo, y vuelvo todavía
violento y desnudo, joven como el día.
La vida me alimenta; yo quemo la alegría.
La luz es resplandor de espadas que combaten
y creo en la ráfaga, en los gritos
que aún no han muerto en pensamientos.
No importan mis angustias, no voy a confesarlas.
Basta para vencerlas la inocencia dorada
de las fuerzas primeras que crean y destruyen.
Basta la obediencia
a las verdades primeras,
a la tierra y el fuego, al viento libre, al mar,
a la tromba y la sangre, y también

al pequeño jazmín que crece entre la hierba.
[1936]



ENTRANDO EN EL BOSQUE

Una rápida huida ilumina los bosques.
Un rumor se levanta como un mar cuando tiembla.
¿Quién me llama en lo oscuro? ¿Qué me empuja a la tromba?
Lo que saben los hombres y los dioses ignoran.
¡Oh cuerpo, qué nostalgia de carreras veloces
confundido en tropel con las fuerzas primeras!

Cuando el bosque palpita, algo en mí le responde
Rompen, ciegas, la fuerzas bajo mi pensamiento.
La tierra habla con voz de siglos olvidados:
¡Oh calor maternal al entrar en la noche
que un tam-tam o mi pulso, la obsesión alucina!
¡Llevadme, bacantes, oh vida potente!
Ya dentro del bosque, me detengo, me espanto:
Son hojas que se agitan, mi sangre apresurada,
y en la playa lejana, dos olas que retumban,
dos olas que golpean la soledad del mundo.
Esas nubes perdidas, ese cielo callado,
verde pálido y frío que se exalta hacia plata,
es la imagen de un ser que se mira y que sueña
con horror y deleite su propio vacío.
A los dioses les basta contemplarse a sí mismos.
pero yo soy un hombre, soy de sombra y de sangre:
¡Oh rumor de este bosque! ¡Oh ráfaga! Parece
que de nuevo tú quieres llevarme.
Pero sólo es el viento, es un aire delgado,
pálida nostalgia de aquella tromba ardiente
donde un día viví confundido y ajeno
a este triste agitarme confinado en mí mismo.
Soy un ansia sin brazos,
soy un dedo sin mano, soy un grito sin boca,
soy un cuerpo cerrado
que la sangre golpea buscando salida.
La atención agiganta mi latido pequeño. 

¡Vida aprisionada! ¡Pulso de la angustia!
¡Quiero labios, amor! Que el dolor me abra heridas.
Cauces anchos, y quiero
que mi sangre se vuelque por ellos
con su libre abundancia a la tierra.
Quiero morirme, quiero la vida sin nombre,
no el Héroe destacado del Coro con que empieza
la tragedia, la lucha, la conciencia, el pecado,
el hombre que se mira a sí mismo y se piensa.
Hoy sé que sólo vale el empuje primero:
la raíz que socava con su sangre y su llanto,
la tromba que me arrastra, que me ama y destruye:
¡Tierra! ¡Vida ciega! ¡Muerte grande! Te amo.

[1936]


ENTREGARSE 
 
Cuando tu dios se presente,
escúchale, no interrogues;
él extraerá, preguntando,
las respuestas que en ti escondes.
¿Será en Marzo, cuando suben
los muertos hasta las flores,
o en ese Otoño que apura
en verdades los amores?
Escúchale en una y otra
contradicción aparente:
Al repetir sus palabras
dirás lo que ni él entiende.
Pues el asombro suspenso
de su noche transparente
con el ritmo de la sangre
se hace canción en los hombres.
Canten, y canten, y canten
lo no entendido que asombra,
cante el hombre esa alabanza
de una verdad que aún ignora.

1940

LAS COSAS

Cuanto más de cerca miro,
más se me alejan las cosas.
(Vertiginosas me huyen
por su quietud sin fondo.) 
 

La luz rojiza, las rocas, 
los pinos, las lentas olas
palpitan rítmicamente,
viven unidos la vida,
pero las cosas se aislan
en su equilibrio cerrado
y, al mirarlas, me es extraño
ese simple «estar» callado.
¿Oh las cosas mudas, mudas
y sin embargo presentes,
tan sencillas y tan raras
como los cuerpos que han muerto! 

En la nada luminosa
perfilan su «estar» aislado;
si trato de unirlas, chocan
duras, secas, sin contacto.
[1941]



PRIMER DÍA DEL MUNDO

Lo proclama la lluvia en primavera,
los bosques resonando,
el canto que se alarga en corazón sin forma,
y el mar, el mar, el mar
que golpea con pausa solemne la nada.
Los proclaman en playas sin gemido y sin viento,
las olas siempre solas,
las olas que se forman como nacen los mundos,
su atmósfera de origen,
su retumbo viniendo por el cóncavo espacio.
Unos labios ausentes en la orilla invocaban
los nombres de los dioses, los nombres de las cosas,
y ya casi sonaban,
soñaban contra el mundo,
toro que estrangulan largas melodías.
¡Oh voz innumerable! —corazón, corazón—,
dentro de mí desatas las olas sin destino,
la nada pura y libre,
el aire limpio y vivo,
la alegría terrible de unos dioses marinos.
 
[1942]



DESESPERADAMENTE

La luz desesperada,
la más honda luz del alma...
¿O es acaso alegría?
Los nombres ya no sirven. Rebotan en hueco.
Exaltado, pregunto.
La vida, entre los dedos, se me vuelve impalpable
y me arrebato, canto
desesperadamente.
No sé de qué estoy ebrio,
de sentir disponible
mi corazón, el mundo,
las mil pequeñas cosas que hasta ayer me encerraban.
De pronto todo vibra
para nada —o es brillo—,
o es música —suspiro

o bien vuela en espumas efímeras y bellas.
¡Oh mía, vida mía,
toda mía con tus párpados lentos,
sólo para mí toda mía, entregada,
toda de mí mía pero siempre escapando.
Olas cruzadas de sombras,
nubes silenciosas, resbalar en iris,
y vosotras, muchachas,
que me fingís a veces un amor sin remedio.
No sabéis —yo os lo digo—,
no sabéis mis tinieblas,.
Lo que abrasa este anhelo con sus labios intactos.
Estoy desesperado. —Os lo digo.
Mis manos adivinan cuando tiemblan un cuerpo
tan suave como el agua,
como el aire, la nada.
(Desesperar a fondo.)
Y me siento de pronto, levantado, gritando:
Os amo, os odio, os muerdo,
os desprecio, os abrazo
con asco, con nostalgia. No sé más. Perdonadme.

[1944]




SE TRATA DE ALGO POSITIVO

Hoy, por ejemplo, estoy más bien contento.
No sé bien las razones, mas por si acaso anoto: 

mi estómago funciona,
mis pulmones respiran,
mi sangre apresurada me empuja a crear poemas.
(Solamente —¡qué pena!— no sé medir mis versos.)
Pero es igual, deliro: Rosa giratoria
que abres dentro mío un espacio absoluto,
noche con cabezas
de cristal reluciente,
velocidades puras del iris y del oro.
(Solamente —¡qué pena!— estoy un poco loco.)
Mas es real, os digo, mi sentimiento virgen,
reales las palabras absurdas que aquí escribo,
real mi cuerpo firme,
mi pulso rojo y lleno,
la tierra que me crece y el aire en que yo crezco.
(Solamente —¡qué pena!— si vivo voy muriendo.) 

 [1945]


A ANDRÉS BASTERRA

Andrés, aunque te quitas la boina cuando paso
y me llamas «señor», distanciándote un poco,
reprobándome —veo— que no lleve corbata,
que trate falsamente de ser un tú cualquiera,
que cambie los papeles —tú por tú, tú barato—,
que no sea el que exiges —el amo respetable

que te descansaría
y me tiendes tu mano floja, rara, asustada
como un triste estropajo de esclavo milenario,
no somos dos extraños.
Tus penas yo las sufro. Mas no puedo aliviarte
de las tuyas dictando qué es lo justo y lo injusto.
No sé si tienes hijos.
No conozco tu casa, ni tus intimidades.
Te he visto en mis talleres, día a día, durando,
y nunca he distinguido si estabas triste, alegre,
cansado, indiferente, nostálgico o borracho.
Tampoco tú sabías cómo andaban mis nervios,
ni que escribía versos —siempre me ha avergonzado—,
ni que yo y tú, directos,
podíamos tocarnos sin más ni más, ni menos,
cordialmente furiosos, estrictamente amargos,
anónimos, fallidos, descontentos a secas,
mas pese a todo unidos como trabajadores.
Estábamos unidos por la común tarea,
por quehaceres viriles, por cierto ser conjunto,
por labores sin duda poco sentimentales
—cumplir este pedido con tal costo a tal fecha;
arreglar como sea esta máquina hoy mismo—,
y nunca nos hablamos de las cóleras frías,
de los milagros machos,
de cómo estos esfuerzos eran nuestra sustancia,
y el sueldo y la familia, cosas vanas, remotas,
accesorias, gratuitas, sin último sentido.
Nunca como el trabajo por sí y en sí sagrado
o sólo necesario.
Andrés, tú lo comprendes. Andrés, tú eres un vasco.
Contigo sí que puedo tratar de lo que importa,
de materias primeras,
resistencias opacas, cegueras sustanciales,
ofrecidas a manos que sabían tocarlas,
apreciarlas, pesarlas, valorarlas, herirlas,
orgullosas, fabriles, materiales, curiosas.
Tengo un título bello que tú entiendes: Madera.
Pino rojo de Suecia y Haya brava de Hungría,
Samanguilas y Okolas venidas de Guinea,
Robles de Slavonia y Abetos del Mar Blanco,
Pinoteas de Tampa, Mobile o Pensacola.
Maderas, las maderas humildemente nobles.
Lentamente crecidas, cargadas de pasado,
nutridas de secretos terrenos y paciencia,
de primaveras justas, de duración callada,
de savias sustanciadas, felizmente ascendentes.
Maderas, las maderas buenas, limpias, sumisas,
y el olor que expandían,
y el gesto, el nudo, el vicio personal que tenían
a veces ciertas rollas,
la influencia escondida de ciertas tempestades,
de haber crecido en esta, bien en otra ladera,
de haber sorbido vagas corrientes aturdidas.
Hay gentes que trabajan el hierro y el cemento;
las hay dadas a espartos, o a conservas, o a granos,
o a lanas, o a anilinas, o a vinos, o a carbones;
las hay que solo charlan y ponen telegramas,
mas sirven a su modo;
las hay que entienden mucho de amiantos, o de grasas,
de prensas, celulosas, electrodos, nitratos;
las hay, como nosotros, dadas a la madera,
unidas por las sierras, los tupis, las machihembras,
las herramientas fieras del héroe prometeico
que entre otras nos concretan
la tarea del hombre con dos manos, diez dedos.
Tales son los oficios. Tales son las materias.
Tal la forma de asalto del amor de la nuestra,
la tuya, Andrés, la mía.
Tal la oscura tarea que impone el ser un hombre.
Tal la humildad que siento. Tal el peso que acepto.
Tales los atrevidos esfuerzos contra un mundo
que quisiera seguirse sin pena y sin cambio,
pacífico y materno,
remotamente manso, durmiendo en su materia.
Tales, tercos, rebeldes, nosotros, con dos manos,
transformándolo, fieros, construimos un mundo
contra-naturaleza, gloriosamente humano.
Tales son los oficios. Tales son las materias.
Tales son las dos manos del hombre, no ente abstracto.
Tales son las humildes tareas que precisan
la empresa prometeica.
Tales son los trabajos comunes y distintos;
tales son los orgullos, las rabias insistentes,
los silencios mortales, los pecados secretos,
los sarcasmos, las llamas, los cansancios, las lluvias;
tales las resistencias no mentales que, brutas,
obligan a los hombres a no explicar lo que hacen;
tales sus peculiares maneras de no hablarse
y unirse, sin embargo.
Mira, Andrés, a los hombres con sus manos capaces,
con manos que construyen armarios, y dínamos,
y versos, y zapatos;
con manos que manejan, furiosas, herramientas,
fabrican, eficaces, tejidos, radios, casas,
y otras veces se quedan inmóviles y abiertas
sobre ese blanco absorto de una cuartilla muerta.
Manos raras, humanas;
manos de constructores; manos de amantes fieles
hechas a la medida de un seno acariciado;
manos desorientadas que el sufrimiento mueve
a estrechar fuertemente, buscando la una en la otra.
Están así los hombres
con sus manos fabriles o bien solo dolientes,
con manos que a la postre no sé para qué sirven.
Están así los hombres vestidos, con bolsillos
para el púdico espanto de esas manos desnudas
que se miran a solas, sintiéndolas extrañas.
Están así los hombres y, en sus ojos, cambiadas,
las cosas de muy dentro con las cosas de fuera,
y el tranvía, y las nubes, y un instinto —un hallazgo—,
todo junto, cualquiera,
todo único y sencillo, y efímero, importante,
como esas cien nonadas que pasan o no pasan.
Mira, Andrés, a los hombres, ya sentados, ya andando,
tan raros si nos miran seriamente callados,
tan raros si caminan, trabajan o se matan,
tan raros si nos odian, tan raros si perdonan
el daño inevitable,
tan raros que si ríen nos enseñan los dientes,
tan raros que si piensan se doblan de ironía.
Mira, Andrés, a estos hombres.
Míralos. Yo te miro. Mírame si es que aguantas.
Dime que no vale la pena de que hablemos,
dime cuánto silencio formó tu ser obrero,
qué inútilmente escribo, qué mal gusto despliego.
Mira, Andrés, cómo estamos unidos pese a todo,
cómo estamos estando, qué ciegamente amamos.
Aunque ya las palabras no nos sirven de nada,
aunque nuestras fatigas no puedan explicarse
y se tuerzan las bocas si tratamos de hablarnos,
aunque desesperados,
bien sea por inercia, terquedad o cansancio,
metafísica rabia, locura de existentes
que nunca se resignan, seguimos trabajando,
cavando en el silencio,
hay algo que conmueve y entiendes sin ideas
si de pronto te estrecho febrilmente la mano.
La mano, Andrés. Tu mano, medida de la mía.
 
[1949]


PASA Y SIGUE

Uno va, viene y vuelve, cansado de su nombre;
va por los bulevares y vuelve por sus versos,
escucha el corazón que, insumiso, golpea
como un puño apretado fieramente llamando,
y se sienta en los bancos de los parques urbanos,
y ve pasar la gente que aún trata de ser alguien.
Entonces uno siente qué triste es ser un hombre.
Entonces uno siente qué duro es estar solo.
Se hojean febrilmente los anuarios buscando
la profesión “poeta” — ¡ay, nunca registrada!—.
Y entonces uno siente cansancio, y más cansancio,
solamente cansancio, tiempo lento y cargado.
Quisiera que escucharais las hojas cuando crecen,
quisiera que supierais lo que es abrirse el aire
creyendo que uno colma de evidencia el instante
con su golpe de savia y ascendencia situada,
quisiera que pensarais después de tanto esfuerzo
que esa gloria y sorpresa fueron luz, fueron nada.
Lloraríais conmigo la lágrima o la estrella,
lloraríais verdades de temblor transparente,
caeríais como gotas de lo espeso afligido
y en lo pálido y liso diminutos tambores
sonarían al paso de los números neutros
como largos sumandos de implacable cansancio.
Lloraríais, y, ¡ay!, lloro, yo, plural, yo, horadado,
desalmándome lento, sintiendo ya los huesos
que, sueltos, se golpean, y al fin, desencajados,
baten, baten, avenían —polvo y paja— mi vida.
Lloraríais si vierais cómo pienso en vosotros.
Lloraríais, y, ¡ay!, lloro, lluevo amén mi fatiga.
Da miedo ser poeta; da miedo ser un hombre
consciente del lamento que exhala cuanto existe.
Da miedo decir alto lo que el mundo silencia.
Mas ¡ay! Es necesario, mas ¡ay! Soy responsable
de todo lo que siento y en mí se hace palabra,
gemido articulado, temblor que se pronuncia.
Pensadlo: ser poeta no es decirse a sí mismo.
Es asumir la pena de todo lo existente,
es hablar por los otros, es cargar con el peso
mortal de lo no dicho, contar años por siglos,
ser cualquiera o ser nadie, ser la voz ambulante
que recorre los limbos procurando poblarlos.
A través de mí pasa: yo irradio transparente,
yo transmito muriendo, yo sin yo doy estado
al hombre que si mira parece que algo exige,
y simplemente mira, me está siempre mirando,

y esperando, esperando desde hace mil milenios
que alguien pronuncie un verso donde poder tenderse.
Sonámbulos acuden a mí los que no saben
si sufren o si sólo por no muertos del todo
aún siguen suspirando sin encontrar su forma,
su expresión absoluta, su descanso y mi olvido.
Y como quien conjura fantasmas yo pronuncio
palabras en que dejo de ser quien soy por ellos.
Cuando grito, no grita mi yo para decirse.
Cuando lloro, quien llora dentro de mí es cualquiera,
y es tan sólo en los otros donde vivo de veras.
Mis cantos son los cantos rodados que una mansa
corriente milenaria suaviza y uniforma,
y el murmullo del agua los va deletreando.
¡Oh jóvenes poetas!, mirad, estoy llamando,
hundido en ese fondo que aún no ha sido expresado
de los muertos y el muerto que yo sumo al fracaso.
Decid lo que no supe, lo que nadie aún ha dicho.
Yo cumplí lo que pude, pero todo fue en vano,
y hoy me siento cansado —perdonadme—, cansado.
No me hagáis más preguntas. Cantad cara al mañana
lo común de la sangre, lo perpetuo y corriente.
No, al solo yo atenidos, penséis que vuestra muerte
es la muerte sin vuelta y el fin de vuestro anhelo.
Mientras haya en la tierra un solo hombre que cante,
quedará una esperanza para todos nosotros.

 [1952]


EL MARTILLO 


Cuando el trabajo, cuando lo cotidiano
nos va y nos va golpeando,
se abandonan los bellos disfraces con que un día
jugamos a inmortales. Y el alma queda en nada.
Y el hombre es sólo humano, repetible, cualquiera,
anónimo y sagrado.
Cuando el martillo, cuando lo duro y terco
con tacto y metal seco
ataca destellante, declara hasta la estrella,
claro y seco, sonoro, totalmente inmediato,
lo mínimo y precioso del centro diamantino,
señala en mí el destino.
Dando en el clavo, dando en firme verdades
de claridad constante,
pulveriza implacable la ganga de ideales
y el yo que se inflacciona y espesa gasa a gasa
la opacidad que esconde, durísima, en el fondo,
mi pequeñez más pura.
Dando iracundo, dando a luz con coraje,
me forja mi atacante.
Ya no soy quién con nombre. Ya todo lo doliente
—la sombra que me sigue, la vida que aún me cuento—
trabajado, desnuda su principio intangible:
nadie es nadie si es hombre.
Donde se calla, donde las vidas mudas
fielmente se permutan
y dan una por otra continuo testimonio
de aliento sostenido, de corazón perpetuo,
yo pongo mis pequeñas palabras para todos
y una esperanza en alto.
Donde los días, donde lo lento y largo,
cuenta a cuenta es rezado,
nacido para amar, para morir, aún canto
y apenas perceptible mi voz corre en el fondo
del mundo que sí existe, y es fugaz, y es hermoso.
Soy, perdido, un amante.
Canto la muerte. Canto, libre de engaños,
los días y trabajos,
los oficios humildes que rezan los obreros,
la dureza consciente, los héroes cotidianos,
los hombres que se siguen sin alzar la cabeza,
sin bajarla tampoco.
Manda, martillo. Manda, aunque me duelas.
Levanta en mí la estrella.
Contra mí mismo lucho cuando busco ese estado
de radiante conciencia, de humildad trascendente,
y esa luz sin materia ni yo central clamante
de un dolor bien tallado.
Manda, implacable. Manda tú, necesario.
Fórmame con tu rayo.
El aire es un halago cuando muevo los brazos,
transporto sin sentirme lo que otros me entregaron,
me olvido de mí mismo, tomo y doy —¡ah!— respiro.
Soy mortal; soy activo.
Duro es mi tiempo. Duro y ciego es mi mundo.
Mas yo seré más duro,
golpeando sin odio, martillando verdades
necesarias, sagradas, salvadoras, terribles
como un amor oculto que al fin dice su nombre,
resulta ser combate.
Duro es el sino. Duro, el vivir abrupto.
Duro es también el puño
donde estoy apretando, y ocultando, y formando,
para ser sin decirme, para que triunfe en otros,
mi voluntad, mi furia, mi decisión de entrega
y el valor de ser hombre.
Contra lo vago, contra lo dulce y triste
que en lo ancho me desvive
y en el agua sin forma de lo total irisa
una leve sonrisa, quizá melancolía,
propongo estrictamente, con una rabia heroica,
lo claro, amargo y frío.
Contra lo blando, contra los mil perdones,
hoy mato corazones.
Soy la luz y el martillo, soy el terco trabajo
de los hombres cualquiera, y ese motor sin pausa
que afirma y más afirma, golpe a golpe labrando
la estatua colectiva.
¡Pobre de tí! ¡Pobre de mí, que a veces,
como tú, siento fiebre,
agiganto mi pulso, me imagino que siempre
durarán por intensos mis mínimos instantes,
lo mío y solo mío, lo ineludible y loco
del verso que ahora apuesto!
¡Pobre de mí! ¡Pobres de los que, pobres,
lloramos los sudores,
creyéndonos divinos, gota a gota acabando
en esa cristalina verdad que transparenta
lo mucho que debemos, lo poco que valemos,
la nada de los hombres!
Canta, martillo. Canta tú hasta matarme.
Contra mí, sé constante,
hasta hacerme y hacerme notar qué poco importo,
y hacerme ver qué poco soy si soy quien se explica,
y cómo cuanto existe se vuelve en mí plausible,
y es en mí, sin yo, vida.
Canta, martillo. Canta claro verdades.
Canta lo irremediable.
He abrazado el difícil destino que me cumple.
Soy como tú. Soy nadie. Soy un hombre clavado.
Mas no cejes, martillo, por mucho que me queje.
Sé mi estampa fulgente.

[1952]


IRRUPCIÓN EN LA LUZ

Se acerca a su bicicleta.
La máquina se encabrita
y se pone en una rueda
relinchando de alegría.
Ya la doma. Ya la monta.
Ya se mete de perfil
mundo adelante, y su timbre
suena: ¡Abril, Abril, Abril!
Ascensores verticales
escapan por los tejados.
Para que bajen, ofrece
miga de pan en su mano.
En el balcón, las muchachas
se están peinando la brisa.
O cosen, y enhebran largos
hilos de melancolía.
A veces, ante el espejo,
se confunden y le pintan
los labios a su reflejo.
Y creen que eso es poesía.
El día se ha vuelto loco.
Lo vulgar es un milagro.
La luz nos pone en el pecho
su pistola y nos da el alto.
Los tilos duermen de pie.
Todo el azul va a cuajar.
Acabaremos cogidos
en un bloque de cristal.
Pedaleo, pedaleo,
pero sigo donde estoy.
El corazón en mi pecho
está tocando el tambor.
Por un triángulo —lupa—,
la Providencia me mira.
¿Por qué sólo con un ojo?
¿No será que Dios me guiña?
[1954]


ESPAÑA EN MARCHA 

Nosotros somos quien somos.
¡Basta de Historia y de cuentos!
¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos.
Ni vivimos del pasado,
ni damos cuerda al recuerdo.
Somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus comienzos.
Somos el ser que se crece.
Somos un río derecho.
Somos el golpe temible de un corazón no resuelto.
Somos bárbaros, sencillos.
Somos a muerte lo ibero
que aún nunca logró mostrarse puro, entero y verdadero.
De cuanto fue nos nutrimos,
transformándonos crecemos
y así somos quienes somos golpe a golpe y muerto a muerto.
¡A la calle!, que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo.
No reniego de mi origen,
pero digo que seremos
mucho más que lo sabido, los factores de un comienzo.
Españoles con futuro
y españoles que, por serlo,
aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno.
Recuerdo nuestros errores
con mala saña y buen viento.
Ira y luz, padre de España, vuelvo a arrancarte del sueño.
Vuelvo a decirte quién eres.
Vuelvo a pensarte, suspenso.
Vuelvo a luchar como importa y a empezar por lo que empiezo.
No quiero justificarte
como haría un leguleyo.
Quisiera ser un poeta y escribir tu primer verso.
España mía, combate
que atormentas mis adentros,
para salvarme y salvarte, con amor te deletreo.
 
[1954]


HABLANDO EN CASTELLANO

Hablando en castellano,
mordiendo erre con erre por lo sano,
la materia verbal, con rabia y rayo,
lo pone todo en claro.
Y al nombrar doy a luz de ira mis actos.
Hablando en castellano,
con la zeta y la jota en seco zanjo
sonidos resbalados por lo blando,
zahondo el espesor de un viejo fango,
cojo y fijo su flujo. Basta un tajo.
Hablando en castellano,
el «poblo, puoblo, puablo», que andaba desvariando,
se dice por fin pueblo, liso y llano,
con su nombre y conciencia bien clavados
para siempre, y sin más puestos en alto.
Hablando en castellano,
choco, che, te, ¡zas!, ¿ca? Canto claro
los silbidos y susurros de un murmullo que a lo largo
del lirismo galaico siempre andaba vagando
sin unidad hecha estado.
Hablando en castellano,
tan sólo con hablar, construyo y salvo,
mascando con cal seca y fuego blanco,
dando diente de muerte en lo inmediato,
el estricto sentido de lo amargo.
Hablando en castellano,
las sílabas cuadradas de perfil recortado,
los sonidos exactos, los acentos airados
de nuestras consonantes, como en armas, en alto,
atacan sin perdones, con un orgullo sano.
Hablando en castellano,
las vocales redondas como el agua son pasmos
de estilo y sencillez. Son lo rústico y sabio.
Son los cinco peldaños justos y necesarios
y de puro elementales, parecen cinco milagros.
Hablando en castellano,
mal o bien, pues que soy vasco, lo barajo y desentraño,
recuerdo cómo Unamuno descubrió su abecedario
y extrajo del hueso estricto su meollo necesario,
ricamente substanciando.
Hablando en castellano,
ya sé qué es poesía. Leyendo el Diccionario
reconozco cómo todo quedó bien dicho y nombrado.
Las palabras más simples son sabrosas, son algo
sabiamente sentido y calculado.
Hablando en castellano,
decir tinaja, ceniza, carro, pozo, junco, llanto,
es decir algo tremendo, ya sin adornos, logrado,
es decir algo sencillo y es mascar como un regalo
frutos de un largo trabajo.
Hablando en castellano,
no hay poeta que no sienta que pronuncia de prestado.
Digo mortaja o querencia, digo al azar pena o jarro.
Y parece que tan sólo con decirlo, regustando
sus sonidos, los sustancio.
Hablando en castellano,
en ese castellano vulgar y aquilatado
que hablamos cada día, sin pensar cuánto y cuánto
de lírico sentido, popular y encarnado
presupone, entrañamos.
Hablando en castellano,
recojo con la zarpa de mi vulgar desgarro
las cosas como son y son sonando.
Mallarmé estaba inventado
el día que nuestro pueblo llamó raso a lo que es raso.
Hablando en castellano,
los nombres donde duele, bien clavados,
más encarnan que aluden en abstracto.
Hay algo en las palabras, no mentante, captado,
que quisiera, por poeta, rezar en buen castellano.

[1954]



LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO 


Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.

Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. 

Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica, qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario; lo que tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.
 
[1954]


EL AMOR DECLARADO

Es la revolución del amor declarado
y en los hombres oscuros y en los rostros terrosos,
unos ojos que brillan contra todo, feroces,
limpísimos, radiantes, intocables:
Unos ojos sin mancha.
La luz, la pausa, el aire, la dicha de un Domingo
libre para marchar de la mano con ella,
reinventar la alegría natural y besarse,
y con palabras viejas decir lo siempre nuevo
más acá de la nada.
Es lo real. El resto no es real aunque hiere.
Sólo es real la dicha. Sólo así, por fin libres,
viven de veras, cantan y, riendo, se salvan
los jóvenes obreros sin fantasmas.
Es la fiesta sagrada.
Es la revolución del amor. Es el gozo
materialmente puro y el Par con su prodigio.
Contra todas las leyes, la luz es un «abríos»:
La esperanza, el momento salvado del hastío: 

un dios nuevo y antiguo.
Uno sale del orden masticado con asco,
de la razón, del tiempo, del mundo consecuente,
y es la piedra de escándalo del acto
extático y luciente que aniquila las leyes:
Lo real: el milagro.
En la tierra, en la costra de las costumbres secas,
en lo inerte de un tiempo de esclavitud y cansancio,
los ojos imborrables brillan contra lo opaco,
unas manos sensibles rozan un cuerpo suave
y el Par irrumpe en canto.
Así termina el orden que puede prescribirse
y la revolución permanente se instala
con el amor, el golpe de libertad y belleza,
con el día de fiesta y el derecho a la vida,
y a la dicha en la tierra.
Los Domingos no suman, exaltan, se rebelan;
no son como se cuenta neutrales unidades.
Saltan fuera del tiempo profano, nos sitúan
al margen del transcurso de los días iguales.
Son paganos, sagrados.
Tocamos el amor en unos leves labios;
vivimos en la fiesta que el amor es posible;
miramos en los ojos que nos miran lo absuelto
y entonces descubrimos que así somos reales.
Sólo así. No pasando.
Una melancolía que nos abre sus brazos,
la ira trascendente, la música, los mitos
revividos que evocan un pasado no humano,
y el amor, y lo bello, que están fuera del tiempo,
dan a luz, hacen fuego.
En las largas semanas de color indistinto,
los jóvenes obreros, dolidos, se retuercen.
El amor más sencillo, parece una aventura;
los ojos adorados, un salto en el abismo;
lo demás, sin sentido.
Y brillan, brillan fieras sus miradas.
Y todos los talleres están llenos de estrellas
y pulsos que reclaman un domingo perpetuo,
y hay un rumor de anhelos y un batir de esperanzas.
Es el amor que pasa.
[1956]





MOMENTOS FELICES

 
Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo

tirando todo al fuego: poemas incompletos,

pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,

fotografías, besos guardados en un libro,

renuncio al peso muerto de mi terco pasado,

soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,

y así atizo las llamas, y salto la fogata,

y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,

¿no es la felicidad lo que me exalta?

Cuando salgo a la calle silbando alegremente

—el pitillo en los labios, el alma disponible—

y les hablo a los niños o me voy con las nubes,

mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,

las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos

desnudos y morenos, sus ojos asombrados,

y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,

salpican la alegría que así tiembla reciente,

¿no es la felicidad lo que se siente?

Cuando llega un amigo, la casa está vacía,

pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,

aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,

y yo asisto al milagro —sé que todo es fiado—,

y no quiero pensar si podremos pagarlo;

y cuando sin medida bebemos y charlamos,

y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,

y lo somos quizá burlando así la muerte,

¿no es la felicidad lo que trasciende?

Cuando me he despertado, permanezco tendido

con el balcón abierto. Y amanece: las aves

trinan su algarabía pagana lindamente;

y debo levantarme, pero no me levanto;

y veo, boca arriba, reflejada en el techo

la ondulación del mar y el iris de su nácar,

y sigo allí tendido, y nada importa nada,

¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?

¿No es la felicidad lo que amanece?

Cuando voy al mercado, miro los abridores

y, apretando los dientes, las redondas cerezas,

los higos rezumantes, las ciruelas caídas

del árbol de la vida, con pecado sin duda

pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,

regateo, consigo por fin una rebaja,

mas terminado el juego, pago el doble y es poco,

y abre la vendedora sus ojos asombrados,

¿no es la felicidad lo que allí brota?

Cuando puedo decir: el día ha terminado.

Y con el día digo su trajín, su comercio,

la busca del dinero, la lucha de los muertos.

Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,

me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,

y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,

y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,

sencillamente limpio y, pese a todo, indemne,

¿no es la felicidad lo que me envuelve?

Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,

me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:

“Estaba justamente pensando en ir a verte.”

Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,

pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,

sino de cómo van las cosas en Jordania,

de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,

y al marcharme me siento consolado y tranquilo,

¿no es la felicidad lo que me vence?

Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;

pasar por un camino que huele a madreselvas;

beber con un amigo; charlar o bien callarse;

sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;

mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,

¿no es esto ser feliz pese a la muerte?

Vencido y traicionado, ver casi con cinismo

que no pueden quitarme nada más y que aún vivo.

¿no es la felicidad que no se vende?

[1956]






EL BUEN RETIRO 


Pues sí, me estoy muriendo, amigos míos.

¿Sois felices? Me alegro. Yo, no tanto.

Aunque sé que está bien que al fin me calle,

dudo de haber ganado mi descanso.

La cuestión es saber si uno al fin dijo

lo justo en su momento arrebatado

o si sólo, por puro aburrimiento,

renunció a combatir, ¡ay, bostezando!

¿Surgirán de una pausa, como dicen,

mis versos siempre malos, depurados?

¿O será que me aplauden mis amigos

celebrándome muerto y enterrado?

¡Oh, sed felices todos! ¡Sed felices!

Mas dejadme seguir, hablando hablaros,

que aún tengo muchas cosas que deciros

y aún tengo muchas penas que lloraros.

El Buen Retiro, sí, bien lo quisiera

para sentarme allí como pensando.

Mas fuentes y alamedas me proponen

caminos que rodean lo que callo.

Y así por los senderos, invisible,

y así, con mi silencio, voy cantando,

y existo, aunque no exista, en quien me niega

porque yo soy el ser nunca acabado.

[1962] 




EL DOBLE 


Iba muy de prisa. Me habían citado. 

Un desconocido me detuvo y me dijo...

No recuerdo qué dijo, ante mí, apresurado,

aquel hombre sonriente, gordo, rubio, un tanto calvo.

Yo quería acabar. Me habían citado.

Y él me hablaba de cosas que sólo a él le importaban

y que no sé por qué me estaba a mí contando.

Yo le dije: “Perdón. Tengo un poco de prisa.'

Y le tendí la mano. Y él la retuvo un poco.

Y entonces me di cuenta —gordo, rubio, un tanto calvo—

que estaba ante mí mismo sin espejos.

Pues yo creía que iba, pero estaba volviendo.

[1967]


BETA-2

Aunque no sea muy estimulante, pensemos en lo que dice Charles de Koninck: «¿Qué sabíamos del hombre antes de averiguar que era un conjunto de cargas eléctricas?»

No hablemos como hombres, sólo como elementos,

quizá micro-sujetos,

y aun así pasajeras fijaciones de un campo

de ondulación perpetua.

No más cordialidad, sinceridad en ascuas,

no más humanidad supuesta, ni mentiras.

Tratemos de entender la minúscula parte

que somos en el todo.

No vayamos a los otros comiendo corazones.

No ofrezcamos el nuestro.

Tratemos de entendemos con menos humanismo,

con menos porquería,

y mucha más asepsia de lirismo.

Muerte a las hinchazones del bello sentimiento!

Ocupemos el puesto

efímero en el campo magnético e imprevisto

que vivimos un momento,

y ya no es nada o es sólo movimiento perpetuo.

Está bien; nos volvimos,

no el contrario del que amamos por ampliamente 
humanos,

sino lo no pensable,

lo que con nuestra mente no podía pensarse

pues ¿qué sabe el nucleón de los mesones pi?

Parecemos puntuales y somos, colectivos,

un enjambre que cambia sin salir de sí mismo,

mas a veces, es raro,

salta a un mundo distinto:

Salto cualitativo.

Y entonces ya no hay tema, ni poema, ni enjambre

o vértigo explicable según una constante;

sólo una relación matemática por bella

que quizás algún día sea calculable.

El hombre ha muerto, decimos.

Pero ¿no fue siempre un mito?

¿Tiene acaso usted noticias de que en serio haya 
existido?

Alguien me dijo: «Sí, Mozart.»

Y casi empiezo a dudar.

Pero todo terminó con un tonto tararear

que era el de las estrellas

en la igualdad sin más.

[1968]


PRIMERAS MATERIAS IBERAS

El esparto, la sal, el granito,
lo estrictamente seco, lo ardientemente blanco,
la furia indivisible en la luz absoluta
de un sol por todo lo alto y un espacio vacío.
Las piedras abrasivas v la cal deslumbrada.
El cuarzo v su exolosión de estrellas diminutas
metidas en los dentros de lo que no se explica.
Y el esplendor del mundo carente de sentido.
El yeso, el almidón, el aceite espesado,
el vinagre sediento con su luz castigada,
la alegría del vino brotando en las tinieblas,
las sombras violetas, el rosa innominado.
El minio, el oro, el mimbre.
el sol desde su centro, mirando los detalles,
las hambres, las variantes de lo en vano pensado,
y el esplendor del mundo, y el minuto vivido.
El secreto de todo lo yacente aclarado:
¡Furias solares, rabias y vértigos centrales
lentamente contados! Y así aquel que emergiendo
nos propone un sistema y al fin vuelve a su sueño.
¡Torrentes dominados, velocidades quietas 
que miran, suspendidas, lo imposible clavado! 
¡Nubes que lentamente desfiguran su forma 
y luego la acarician con un amor difícil! 
Aquí, en los dentros, roca, luz, furia, sequedades, 
detalles violentos y a veces luminosos; 
y el tejido del aire, los temblores del lino 
entre los leves dedos de una brisa insinuante. 
Lo digo, y al decirlo, recuerdo cuentas, cuentos 
que Plinio registró con nombres sustanciales: 
La bellota, la arcilla, la encina y el arrabio, 
el vino y el calcanto», la pizarra y la cera,
el escombro, el electro, la plata viva ardiente, 
el deslizado aceite, el plomo negro o blanco, 
el carbaso, los higos, la cebolla albarrana, 
la sal en bloque, el agua mineral y el conejo. 
La luz de los metales: Sus encuentros sagrados 
y en la noche, enterradas, sus mil aguas quemantés,  
y ese furor del oro, rojo león llameante, 
y ese azul de aire ardiente, duro esplendor parado.
¡Furias! ¡Dominaciones! ¡Dioses devoradores! 
¡Velocidades ciegas! Y de pronto, ante el sol, 
un grito alucinado que gira sobre sí, 
que puede, que podría ser no se sabe qué. 



LA CAZUELA DE MADRID 

Vertedero de nuestros litorales, 
puerco Madrid, Corte de los Milagros, 
cuadra de los nacidos hijos de chulo y maja,
y de los trepadores, y de los chupatintas. 
Corral en el que hierve la bullanga barata 
y el grotesco guiñol de un pueblo patriotero,
 vago, estúpido y bajo: la sabida miseria 
que apesta a aceite frito, y a Verbena, y Gobierno. 
Nido de covachuelas, laberinto tramposo 
que vives de lo ajeno, que chupas el trabajo 
de Euskadi y Cataluña tus últimas colonias, 
¿hasta cuándo pretendes explotar tus ventajas? 
¿Hasta cuándo, poblacho nacido a nuestra costa,
tu centro descentrado podrá contra los pueblos 
que has expoliado en vano, capital aldeana?
Madrid, ¡si por lo menos no fueras tan charro! 
Pitos y flautas, pitos, palmas y cuchufletas, 
madre de las miserias, los timos y el bostezo,
los zapatos brillantes y los pies siempre sucio 
reina de la cochambre, vergüenza de mi Iberia.
Ciudad, de oficinistas, limpiabotas y randas,
gentuza con corbata, y Ministros, y mierda; 
villorrio sin ventanas, ni aire libre, ni aliento,
que se cree que algo pinta y hoza en sus impotencias.
Chabacano Madrid, gusanera española, 
¿a qué tu Dos de Mayo carnavalesco y triste? 
Miserable Madrid, malditos sean tus cuentos, 
tu revuelta cazuela y tus héroes gamberros. 
Yo no germanizado, yo nunca arabizado, 
yo eusko-ibero te escupo, anti-ibera ciudad, 
en nombre de la vida libre, abierta y activa, 
la vida del ibero, la vida de los vascos, la vida de verdad.



LA FIESTA NACIONAL 
A San Sebastián, mi ciudad, que ha derribado su Plaza de Toros. 

Los Alguacilillos vestidos a la austríaca 
anuncian —¡viva España!— que va a empezar la matanza.
Detrás vienen las cuadrillas: Los espadas bajo palio 
y con capote de lujo hasta el último peón. 
Oficiando de Maceres los Reyes de la baraja 
custodian al Arzobispo que viste traje de luces 
y a la Virgen, muy flamenca, con peineta y con mantón.
Entre incensarios y tracas siguen los niños del Coro 
entonando un pasodoble rojo de sangre y de sol. 
Vienen después los caballos. Y los dromedarios. 
Y el Cuerpo de Bomberos (¡qué valor y qué tronío!). 
Y la Banda Militar con corneta y con tambor. 
Desde el hemiciclo —tendido del 5—
los Padres de la Patria gobiernan la nación, 
proponen nuevas leyes, las aprueban, ¡y ole! 
Todos son abogados y cuidado que hablan bien. 
¡A mi Prim! ¡Viva la Pepa y nuestra Constitución! 
La Sota de Oros que preside el cotarro 
saluda desde los medios. Vuelta al ruedo y ovación.
¡Hay tantas maneras de matar al toro ibero! 
Díganlo los torerillos que apretando bien el culo 
porque se cagan de miedo y eso hay que disimularlo,
revolotean, se adornan ante el pobre agonizante, 
y hasta tienen el cinismo de alardear con desplantes. 
¡Hay tantas maneras de engañar al toro ibero! 
Díganlo los Diputados. Digan los torturadores. 
Digan los cobardes que llenan los tendidos. 
Digan los chorros de sangre provocados por el miedo.
Díganlo los oradores que torean el peligro. 
Díganlo los que se adornan y los que toman posturas,
las libélulas maricas en los ruedos, 
los charlatanes de turno, los politiqui-cabestros, 
los sádicos, los siniestros, los que gozan en secreto 
de que agonice el poder de la vida y su secreto, 
los españoles de siempre que matan lo primigenio, 
ese país que ha inventado —¡qué vergüenza!— el 
burladero.
LOS ÚLTIMOS IBEROS 
Nosotros, euskaldunes, últimos iberos, 
sabemos mucho más que los que dan lecciones 
qué quiere decir patria, quién somos, qué podemos. 
Nosotros, levantados contra los invasores 
godos, árabes, romanos, que escupimos afuera, 
y contra esos mestizos de moros y latinos llamados españoles,
defendemos lo nuestro y enrabiamos la furia 
de una luz sin perdones y una verdad de origen 
que arrancamos del fondo sagrado de lo ibero. 
Nosotros, no vosotros que os vendisteis a todos, 
conservamos aún nuestro solar indemne, 
hijos de poca sangre, madrileños mendaces, 
horteras centralistas, peleles patrioteros. 
Hay que revasquizar España, iberizarla, 
salvarla del poder abstracto y absoluto. 
volver a nuestras tribus, nuestro federalismo, 
nuestra alegría fiera, nuestro respirar limpio, 
nuestro no al centralismo francés y su dominio. 
Pues ¿quién le dio a España estado? Don Felipe de Borbón
que nos unió a la francesa con compás y cartabón
dando por ley su raison. Y no, monsieur, no, señor. 
Que aquí sólo existe Iberia: Cataluña y Aragón, 
Andalucía y Galicia, Euskadi y Extremadura, 
Valencia, Murcia y Asturias, las Castillas y León. 
Y nuestros pueblos libres, alzados, saben hoy bien 
en dónde esta la traición: Es en el capitalismo y en el 
centralizador
Madrid de los oligarcas y del Gobierno opresor. 
Cádiz - Madrid - San Sebastián 1975-1977   

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