lunes, 27 de octubre de 2014

Elena Martín Vivaldi.



"El poema es siempre el resultado de una constante y anhelante espera". Venía a significar con esa afirmación que la actitud propia de los escritores es una especial atención a las señales de la vida, a los sonidos de la calle, a los colores de un paisaje, al recuerdo de una experiencia íntima o un estado de ánimo, a las palabras que acuden de repente a los labios. Pero para captarlas hay que saber esperar, hay que desear que lleguen. Inculcar esa actitud de espera en los alumnos no afecta sólo a la escritura, sino a la vida. (Andrea Villarrubia.)
Elena Martín Vivaldi nace en Granada en 1907. Su padre, catedrático de Medicina, llegaría a ser el primer alcalde republicano de Granada. Estudió Magisterio y acabó licenciándose en Filosofía y Letras (1938), en unos años en que muy pocas mujeres realizaban estudios universitarios. Pero Elena fue una adelantada de su tiempo no sólo en esto. Forma parte de ese grupo de "sabias mujeres" que no lo tuvieron fácil que hubieron de mantenerse en la "discreción" y el formal segundo plano, mientras que su obra se agrandaba con resultados de excepcional valía. (Cándida Martínez). Como recuerda Rafael Guillen, "fue de las primeras mujeres que se enfrentó a la pacata e hipócrita sociedad granadina de los años 40, a sus comentarios y bisbíseos. Por ejemplo, usando pantalones con la mayor naturalidad. Y fue de las primeras mujeres que fumó habitualmente en público, algo escandaloso en el contexto de aquellas encorsetadas costumbres"'. Ya entonces escribía poesía, pero su natural pudor hizo que fueran sólo unos pocos amigos de su círculo quienes estaban al tanto de ello. Fue A. Gallego Burín quien la alentó a que publicara su primera colección de poemas. Así nació Escalera de luna (1945) en la granadina colección "Vientos del Sur", (José Gutiérrez). Después vinieron hasta 24 publicaciones. Entre otras son:
Escalera de luna (1945), Granada, col. Vientos del Sur. 
El alma desolada (1953), Madrid, ed. ínsula. 
Arco en desenlace (1963), Granada, col. Veleta al Sur. 
Nocturnas (1981), Granada, ed. Don Quijote. 
Desengaños de amor fingido (1986), Málaga, ed. A. Caffarena. 
Como lluvia -Antología- (2000), Córdoba, Los Cuadernos de Sandua. 




DESTINO

Entre ti, soledad, me busco y muero,
en ti, mi soledad, mi vida sigo,
vencida por tus brazos voy contigo
y allí te aguardo donde ya no quiero.
Desde siempre en mi calle yo te espero,
y amante de mis noches te persigo,
si alguna vez, dolida, te maldigo,
desde tu ausencia, triste, desespero.
Me diste la esperanza de tenerte
en mi dolor. Guiada por tu mano
subí los escalones de la muerte.
Aquí donde a tu sombra soy crecida,
el tiempo, tuyo y mío, va cercano,
dejándome la sangre ya cumplida.



Tan lejos va el recuerdo, tan lejana
la imagen -esta noche- del pasado.
Tan parece mentira lo soñado
como la realidad de fiel mañana.
Esfumándose va, materia vana.
aquello que en mi mente está grabado.
Y no sé si es real o imaginado
todo aquel mundo donde anduve ufana.
Instantes son de angustia, cuando veo
cómo se me deshace lo que un día
fuera luz y verdad resplandeciente.
Yo quisiera creer, y ya no creo.
Allí me miro. Y era. Allí vivía.
Hoy sólo sombras luchan en mi frente.



V
...teme, vuelve a la tierra que es tu asiento.
P. SOTO DE ROJAS

Soñé que era verdad lo que, mentira,
un espejismo me mostraba, incierto.
Soñé de aquel jardín, gris muro abierto,
entrada al paraíso. No delira
la mente al recordar, porque respira
dentro de un sueño. Luz, que no desierto,
iluminando el cielo. En su concierto
un mundo de ilusión renace y gira.
Entre la vaguedad de lo soñado
imaginaba ya de amor ventura,
goce imposible, al despertar negado.
Pero el sueño tornaba su desvío,
lo que por siempre fuera noche oscura,
en alba florecida de rocío.



MARGOT FONTAYN DANZA EN EL GENERALIFE

Si no copias del cisne su blancura,
del aire su vivir más transparente;
si no en tus manos y alas se presiente
un vuelo sosegado por la altura.
Si no es tu pie la gracia que inaugura
el fugitivo ritmo de esa fuente;
si no envidia del sauce, esa doliente
languidez de sus ramas, tu cintura.
Si no fuiste de un sueño exacta norma,
de un ideal nacida y de su esencia;
y ni el ciprés, la noche, adelfa, luna
te rinden la belleza de su forma...
¿de dónde fue ese dios que tu presencia
creó -luz de jardines- sola y una?





LLUVIA CON VARIACIONES


A Juan de Loxa
Y estoy triste también,
'elenamente triste",

Y estoy triste también, 
'elenamente triste", 
con la lluvia, en la lluvia, por la lluvia,
a través de, debajo de la lluvia.
Mi tristeza no es de hilo blanco,
ni de noes desmayados de ajadas margaritas,
ni de esa música (Radio. Noche. Nocturno),
ni de saber que el tiempo
bicéfalo, contando dobles horas.
(el tiempo del reloj, y -yo te saludo Bergson
el tiempo tiempo)
no es hora ya de juventud, de síes
(¡ay, divino tesoro!)
sino tiempo del "no", del se acabó que es tarde,
que nada hay ya que hacer...
(La paz de los sepulcros.
Y que haya un muerto más qué importa al mundo.)
Pues sí, estoy triste. Triste.
Cómo chorrea la lluvia en mi tristeza,
goteando en mi paso impar y solitario.
Cómo llora la lluvia por mis sienes,
por mis manos, mis ojos y mis labios
que fueran elegidos por los dioses
para hazañas de vida
y epopeyas de fiebre.
Escogidas mis manos para alcanzar las cimas
(mundo del tacto, cumbres de ternura),
las palmas hacia arriba, suplicantes a un cielo.
Preferidos mis ojos que alertaron distancias,
profundidades, ríos, mares insospechados,
ojos vigías de auroras, paraísos, crepúsculos,
cauces del amarillo.
Nombrados boca y labios,
reductos del amor,
a empresas de aventuras y audacias destinados.
Todo desbaratado, reprimido,
hecho pedazos, roto entre la lluvia.
(Detritus y pavesas, cascaras de ilusiones.)
Nadie entiende este "puzzle", este, dígase, enredo.
En el espejo turbio de la lluvia
está todo, sangrante, reflejado.
Es verdad que estoy triste.
Elenísimamente desesperada y triste.
(Pero tengo razón. Malhadada mi suerte.)
Pero bendita lluvia,
pues que puedo
recordar esos versos
de un poeta francés -por más señas romántico:
Le seul bien qui me reste au monde
est d´avoir quelquefois pleuré..
Y TRISTESSE se titula, en realidad, el poema.



NOCTURNOS
10

Hay que nombrarlo
toda, antes de que tarde
sea, y se quede sin sonido alguna
cosa soñada...
ALFONSO CANALES
Que no se olvide nada.
Que si yo no lo digo,
si no escribo esta angustia,
huésped mío esta noche,
solitaria contigo,
libro o canto, denuncia
de frustrada esperanza.
rota en tus letras agrias, implacables,
agudas
como hierros candentes,
como espadas.
Si las manos no graban sobre el papel el miedo,
la rápida, ágil marcha sincopada del tiempo,
de este tiempo impasible,
presencia y negación de tanta vida.
Si yo no me derramo,
si no siembro este pánico:
terror del ya no-ser.
espanto
de este polvo, no flor, no aroma. Viento, nada.
Ay, si no me deshago,
me des-hojo en palabras,
y van mis hojas tristes alfombrando el otoño,
todo ya será olvido,
se borraría su forma
como algo que no fuera
como un silencio.
Y se perdería, inútil, mi dolor en la noche.
Hay que nombrarlo todo,
la sonrisa y el llanto,
el amor, el olvido,
el vacío y los nombres,
aunque la voz se rompa trastornada de ausencias.



ENCUENTRO CON MI DOLOR

Se me perdió un dolor
entre la vida;
¡qué pronto lo encontré!
Fue una tarde;
la lluvia se clavaba,
monótona y suave,
entre las plantas mustias
y el naranjo sin flor.
Como un cansado otoño,
sin rosas, el jardín.
Era Junio, y cantaba
el agua que caía
con su secreta voz.
Se me abrieron tus manos:
envuelto entre verdades,
allí me lo traías.
Cerré los ojos; era mi dolor.



VIENTO TRISTE
Lo demás es lo otro; viento triste,
mientras las hojas huyen en bandadas...
FEDERICO GARCÍA LORCA

Nadie sabe la pena
que se queda en la rama,
desnuda de su aroma,
reseca de esperanza.
No escucha nadie el viento,
voz del viento que asalta
los muros de la noche
y su tiniebla arrasa.
No entiende nadie el pájaro
si en la noche no canta.
Ni adivina el dolor
oculto entre sus alas.
No llega al hombre el grito
del mar, cuando se alza
agitando sus brazos
de angustia hacia la playa.
No saben de la lluvia,
de su eterna palabra,
del llanto que la nube
le entrega, novia amarga.
Pero el poeta sabe
de lo otro que pasa
como una brisa triste
a sus hombros colgada.
Sabe de ese querer
arrancarse del alma
los secretos que son
música, vientos y alas.



TILOS

Tilos que sois la plaza y enhebráis a la plaza,
barreras entre el sueño y el toro de la vida.
Sois verdes.
Verdes, porque el cielo es azul.
Más verdes (porque llevo mi alma con enseña de luto).
Verdes, porque es gris la mañana,
y las nubes restañan las heridas del cielo.
Sois verdes.
Infinitos abriles gritan en cada hoja
sus palabras nupciales.
Tilos, mis verdes tilos,
abriendo vuestros brazos
a unos mundos posibles,
a los cuerpos vencidos.
Abrazo donde el alma se refugie cansada,
donde esconda
su rostro sin caricias,
su cabello desnudo,
sus ojos sin espejos,
las manos desterradas.
Sois verdes.
Verdes, porque no hay primavera,
porque fuisteis y estabais
cuando el mundo era ciego.
Un mundo, donde el gozo era un velo de ensueño
que borraba el perfume de vuestro verde agudo.
Tilos. Y sólo vuestro nombre.
Y un himno lleva incienso hasta los cielos.
Sois la plaza. Ahí estáis.
Bajo los tilos —hermosamente
se ha quedado esperando,
solitario, un sollozo.




ESTA TRISTEZA

Esta tristeza es mía, sólo mía,
a nadie dejo entrar en su espesura
hecha de soledades, en la oscura
noche no desposada con el día.
No es la tristeza aquella que tenía
reflejos de esperanza en su amargura,
no es la que fuera condición segura
para cambiar la angustia en que solía.
Esta de ahora es densa, acrisolada
por el dolor de ser, por la certeza
de que su nombre encierre la evidente,
innegable verdad. Que despiadada
hiere con mano aleve. No hay torpeza.
Se llega al corazón derechamente.


A UNA ROSA QUE VI EN EL JARDÍN 
DE LA CAPILLA REAL

Sola y amarilla creces,
te elevas llena de gracia
en el jardín. Apareces.
Total entrega tu audacia.
Sola, rosa, bajo el cielo,
cúpula azul. Es tu vuelo
llama hacia el viento tendida.
Aroma de una esperanza
tu color —júbilo— alcanza
la belleza prometida.



LA MÚSICA CALLADA


A Ma Teresa Vivaldi
Se quedó el mundo solo, sin aroma,
solo en su inmensidad,
desposeído, sin dolor. Callado.
Como sonido mudo,
roto arpegio,
apagándose, huyendo, desangrándose. Inerme.
Sin un ritmo, en sigilo de palabras y voces.
Solo.
Sólo quedó el color —arco iris, promesa—.
Oculta sinfonía.
Azul.
Azul de los silencios imposibles,
nocturno azul. Recuerdos.
Inundación de cielo y mar, entrelazados, vírgenes.
Mañanas transparentes,
altos presagios. Ecos.
Antorchas de la noche:
oscuridad visible.
Nombre y azul.
El aire.
Y el amarillo fue. Armonía total,
rama del entusiasmo,
del llegar a la cima,
de alcanzar la alegría.
Gozo de la nostalgia y el nacer de un otoño.
Amarillo triunfante.
Y el verde.
Llama de amor y síntesis —¡ay azul y amarillo!—.
Y se abrían las hojas
de aquel árbol, llegando casi a un cielo perdido.
Recientes primaveras, entre un bosque de brazos
tendidos a una altura.
Verde.
Toda la gracia única de la tierra en tu nombre.
El rojo. Intensidad.
Gritos de plenitud, ascendiendo en su audacia.
Palidecen los ocres, los rosas se deshacen,
los morados se esfuman,
a su fulgor vencidos.
Rojo. Fuego escondido entre cuerpos desnudos,
abrasando los miembros,
alzados hasta un muro:
y, nuevo, el blanco ardía sosteniendo el espacio.
Sin aromas...
Sólo vibra el color.
La música callada.



PUENTE DE SOLEDADES

Hay tantas realidades escondidas,
ocultas por la niebla de las horas sin tiempo.
Hay una, dos palabras, millones de palabras
que esperan la sorpresa de unos labios.
Pájaros que no encuentran
la mano, casi rama,
que les señale el nido.
Hay murmullos sin bosques
para aquietar sus lenguas divididas;
calles sin ese árbol
que les siembre una antorcha
de amarilla nostalgia,
ríos preguntando un cauce,
mares, que no descubren, eterno, un horizonte,
con la antigua sospecha de sus olas.
Vientos desheredados, sin refugio,
en busca de veletas y balcones
donde dejar su aliento y su llamada.
Estrellas sin un cielo
para clavar su asombro errante y mudo.
Hay caminos perdidos,
que ignoran el destino de sus pasos.
Y hay corazones que se quedan solos,
llama encendida, nombres sin respuesta,
suplicando a la vida.
Hay voces en la tierra
recorriendo esperanzas.


PRESENCIA EN SOLEDAD
Porque el no tiene un revés.
—quien la dice no lo sabe
PEDRO SALINAS

TÚ puedes decir que no, y esconderte,
tapiar todas las puertas,
suprimir las rendijas por donde intente, pálido,
filtrarse el sol desnudo de mi vida.
Tú puedes huir del fondo de mi sueño
y evadirte de la sincera magia del recuerdo imborrable,
mientras todas las manos se tienden al vacío.
Tú puedes decir que no.
Leer un largo libro y, sin pensarme,
quitar el polvo gris de mi otra sombra,
estrujarme, crujirme entre los dedos
fieles de tu memoria,
dejando sólo el polen de mi ausencia,
junto con la ceniza y el despojo final de tu cigarro,
muerto en tu cenicero.
Bien. Tú puedes decir que no,
pensar que no fue nada,
que tú y yo nunca fuimos esa música
oculta en los rincones de la ciudad dormida.
No creer en mi beso,
figurártelo lívido, sin vida,
sin oír que, fantasma, te humedece los labios
y te los hace míos cuando hablas.
Tú puedes unir todas tus caricias
y formar una cadena sola
que rodee y acaricie el cuello que es de ella.
También, si acaso —¿por qué no?—
puedes reírte y decir: "Pobre Elena", con una voz distinta
naciéndote del surco trasplantado
con la semilla fértil de tu olvido.
Tú puedes decir que no,
que no es mi sangre
el tic-tac del reloj de tu mesa de noche,
ni son mis ojos todas las estrellas,
ni que mis manos son todos los ríos,
que ni mi llanto son todas las puertas
temblando por la noche.
Tú puedes decir que no.
Pero yo sé que soy ese ritmo que de pronto estremece
tu voz cuando la besas,
y que estoy en la mirada errante de tus ojos,
apartados de la sonora curva de su boca.
Pero tú puedes andar por las calles,
—las calles donde nunca habré estado—
usar tu misma voz y la sonrisa,
leer el mismo libro o quizá
otro libro cualquiera,
mientras mi sangre se finge una luz última
sobre el silencio íntimo de la nieve en mi tarde.
Tú puedes decir que no, y sin decirlo,
tener un no redondo en tus palabras.
Las palabras que dices ahora cuando vas y la miras,
esas palabras que le vas entregando una a una
cubriendo su almohada de azahares cumplidos
y tejiendo con ellas tu amor ¡ay! sí, por ella,
desnudando a tu noche de lunas y pasiones.
Pero dentro del no cerrado y en su círculo
estarán las palabras —otras—
que nunca me ofreciste.
Pero tú ya no puedes,
yo sé que tú no puedes
borrar todas las letras de lo que ya está escrito
sobre los almanaques de una fecha.
Tú puedes decir que no,
negar, negar tres veces,
tres veces multiplicadas por tres veces,
y de todas las sumas,
saldrá un número exacto
y se quedará siempre aquí en tus manos,
sin que puedas restarle la evidencia
de lo que fue y es tiempo.
Un tiempo que es el mismo,
un ahora despierto, un si que te persiga,
haciendo de tu sombra
la doble circunstancia de tu paso.



ETERNIDAD
—¿Yqué?. Si el mismo sepulcro
mantiene lo incorruptible.
Eterniza el ser...
JORGE GUILLEN
OH mis huesos! si llegáis
a ser blanca flor de almendro,
cuando florezca, contad
la angustia de mi secreto.
Que los ojos que me miren
que vean la flor de mis huesos
reciban su confidencia:
aroma de amor y eterno.
¡Ay, mis huesos! Si en un sauce
os dobláis como un lamento,
reflejados en las aguas
de aquel río: vida espejo;
que mis ramas al besarlo
dejen —rumor, casi un vuelo—
un suspiro fiel que fue.
Por su corteza subiendo.
Si en hoja de otoño alzáis
vuestra esperanza en el viento,
derramad mis amarillos
a otro corazón sediento.
Que mi color, su nostalgia,
la certidumbre de un sueño,
agua sean para la sed,
lo enciendan, rojo, en su fuego.


CUANDO SE ANUNCIA LA PRIMAVERA

Hoy es de los días
en que yo escribiría una larga carta,
y también daría un largo paseo.
Una carta donde dijera
algo que es imposible.
Quiero decir
lo que he sentido esta mañana
al mirar a la calle, nublada, sin frío y con el melocotón en flor.
Porque otros días yo no siento lo mismo,
y, sin embargo,
parece que nada ha cambiado.
Ya sé que en esa carta
nunca podría decir todo lo que he sabido hace poco
con mis cinco sentidos.
Además, yo ya no puedo escribir cartas de amor
ni tampoco escribírselas a un amigo.
No debemos engañarnos,
un buen amigo es siempre un posible enamorado.
Sólo el amor y el odio unen y hacen girar los mundos.
(Aún recuerdo a mi inolvidable profesor de Filosofía.)
"Y Dios hizo a la mujer para que sirviera al hombre de compañera".
"Y no es bueno que el hombre esté solo".
Así es que yo ya no tengo amigos. Por eso estoy sola,
y tengo que escribir una larga carta,
y decir lo que nunca diré, porque yo no he aprendido las palabras.
(Pero ahora pienso si le leeré esto a mis amigos.)
Aunque comprendo lo que me ha venido con la mañana
y me ha hecho un habitante de la tierra:
eso que está oculto
y que sólo un gran poeta podría contar
o, a lo mejor, lo sabe un doctor o un licenciado en medicina;
o el anónimo oficinista que esta mañana odiará sus oficios,
y, puede, que hasta el jefe de oficina,
que, todo es posible, al mirar los renglones cortos de un oficio,
sospeche que allí está camuflada una poesía.
Una poesía que hoy, Miércoles de Ceniza, tiene un color de rosas
o un aroma de flores de almendro.
No sé cómo voy a decirle
porque cuando los sentimientos se expresan
lentamente se deshojan y...
qué difícil es luego reunirlos
aunque nos quede su perfume y los busquemos inútilmente
detrás de todos los rincones
y encima de todas las blancas cuartillas.
Nadie puede entenderlo.
Por eso, y nada más, yo tengo que escribir una carta.
Pero ya he dicho que no tengo ni un amigo, ni, la verdad,
puedo tenerlo. Ni sirvo ya para eso que se llama una gran pasión en las novelas.
(Aunque algunos ingenuos piensen otra cosa.)
Entonces, sólo puedo dar un largo paseo,
y luego por la noche, si Dios quiere,
llorar un silencio de esperanzas,
que no he podido arrancar a esta mañana,
con todo, y la lluvia, y todas esas cosas que me callo.
Pero, ¿adonde puedo dar este paseo?
Tan cansada de horizontes
gastados entre las horas
y terminados hace tanto tiempo.
Yo creo que debo escribir una carta
y, después de romperla,
arrojar sus pétalos por esas tristes ventanas de café cerradas.
Sí, yo creo que debo escribir esta carta.




DISTINTA NOCHE
(En la muerte de Carlos Villarreal)

Como eriales, mis ojos desdecían la vida,
desterrados del goce,
resecos de la pena y del dolor:
sin alma.
Y hoy, renacidos, húmedos,
fueron lluvia a la sed ávida de mi verso,
su aridez aliviando, en su aliento crecidos.
No imagino el motivo, la causa de este único
dolorido sentir,
de este llorar sin lágrimas,
de esta tristeza íntima
—amarga su raíz—
que se enreda en mis sienes,
ni el por qué escucho, nuevo,
un resurgir del hondo sentido de mi angustia.
Acaso, fue el sonido lejano de aquel verso
adentrando en la noche su claridad de asombro,
o la fría indiferencia, materia del olvido,
de lo que fuera un día principio de mis sueños.
Envuelta en mi dolor estaba tu partida,
la irrazonable marcha,
súbita, del amigo.
Y unido a este desgarro la herida inexplicable
van otras voces, ecos. Antiguos gestos, nombres:
huecos en el silencio de los mundos astrales.
Después de tanto tiempo,
he llorado esta noche.
La garganta enmudece, negándose al gemido
y de toda la tierra asciende la pregunta
de un imposible acento
que desvele la noche.



La lluvia

¿Cómo sería la lluvia
si no fuera de aroma,
de recuerdo,
de nube,
de color
y de llanto?
¿Cómo se oiría la lluvia,
si no brillara intensa,
pálida,
azul,
violeta,
relámpago,
arco iris
de olores y esperanzas?
¿Cómo daría la lluvia su olor,
su gris perfume,
si no fuera aquel ritmo,
aquella voz,
el canto,
eco lejano,
el viento,
una escala de ensueños?
¿Cómo sería la lluvia,
si no fuera su nombre?



GINKGO BILOBA
(Árbol milenario)
HOMENAJE A JORGE GUILLEN

UN árbol. Bien. Amarillo
de otoño. Y esplendoroso
se abre al cielo, codicioso
de más luz. Grita su brillo
hacia el jardín. Y sencillo,
libre, su color derrama
frente al azul. Como llama
crece, arde, se ilumina
su sangre antigua. Domina
todo el aire rama a rama.
Todo el aire, rama a rama,
se enciende por la amarilla
plenitud del árbol. Brilla
lo que, sólo azul, se inflama
de un fuego de oro: oriflama.
No bandera. Alegre fuente
de color. Clava ascendente
su áureo mástil hacia el cielo.
De tantos siglos su anhelo
nos alcanza. Luz de oriente.
Amarillo. Aún no imagina
el viento, la desbandada
de sus hojas, ya apagada
su claridad. Se avecina
la tarde gris. Ni adivina
su soledad, esa tristeza
de sus ramas. Fue certeza,
alegría —¡otoño!—. Faro
de abierta luz. Desamparo
después. ¿Dónde tu belleza?



I
Qué plenitud dorada hay en tu copa,                   
árbol, cuando te espero
en la mañana azul de cielo frío.
Cuántos agostos largos, y qué intensos
te han cubierto, doliente, de amarillos.

II
Toda la tarde se encendía
dorada y bella, porque Dios lo quiso.
Toda mi alma era un murmullo
de ocasos, impaciente de amarillo.

III
Serena de amarillos tengo el alma.
Yo no lo sé. ¿Serena?
Parece que entre el oro de sus ramas
algo verde me encienda.
Algo verde, impaciente, me socava.
Dios bendiga su brecha.
Por este hueco fértil de mis ansias
un cielo retrasado me desvela.
Ay, mi esperanza, amor, voz que no existe,
tú, mi siempre amarillo.
Hazte un sol de crepúsculos, ardiente:
ponte verde, amarillo.


Como un aire suave que el verano
nos deja entre la carne y acaricia,
trayéndonos, ausente, la primicia
de un otoño amarillo y más cercano.
Como un agua que llega hasta la mano,
sedienta de esperanza, y la delicia
de su frescura por la sangre inicia,
y calma el corazón. Así, lejano,
en brisas de nostalgias florecido,
el ala de un recuerdo, silencioso,
ha rozado mi alma, y, suavemente,
desde el umbral oscuro del olvido,
un sueño, de su noche, milagroso,
llega claro a mi sed con voz ausente.


LA DICHA

Guardada en aquel minuto 
oculta en aquella hora, 
la solución no acerté. 
Y estaba allí, como loca, 
desesperada de ver 
su verdad, contraria sombra, 
cuerpo imposible, jamás 
realización de su forma. 
No pude abrir el minuto, 
los segundos a la aurora 
señalaban un camino. 
Ni lo supe. Estaba allí. 
¿Y cómo llorar ahora 
toda la pena ganada 
si otros minutos sollozan? 


ESTA NOCHE CUANDO NADIE ME ESCUCHA 

Esta noche cuando nadie me escucha 
y vigilan estrellas en mi ensueño 
quiero gritar las íntimas palabras 
que guardo en los rincones del silencio. 
Esta noche que pone en mis pupilas 
olores de esperanza y desaliento, 
llevada por la mano de la brisa 
quiero contar al mundo mi destierro. 
Esta noche la sombra de mí misma 
desdoblada del molde de mi cuerpo 
podrá escapar de la muralla doble, 
castillo donde gime en cruel encierro. 
Voy a tender la escala, y en la huida 
las huellas buscaré de mi deseo. 
Voy a correr tras la encendida llama 
que prende a mis dos alas en su fuego. 
Dejaré en los caminos como un río 
el cauce de mi sangre, y el reguero 
señalará la ruta de mi paso 
como en la historia de infantiles cuentos. 


ORACIÓN PARA PEDIR LA INSPIRACIÓN Y LA PALABRA 

Juan de la Cruz, te pido la palabra, 
a ti, Juan el poeta, el frailecito, el santo, 
a ti, que la cruzaste con el cielo y la tierra 
y la dejaste transparente, limpia, 
discurriendo a la altura. 
Te pido la palabra, 
la palabra precisa, 
la palabra sencilla, misteriosa, 
secreto de poesía, 
árbol de sugerencias. 
pan y trigo del verso. 
Palabra que sea brisa, 
lluvia-palabra y viento. 
Déjame que yo vea el mundo y su criatura, 
que mi palabra diga un asombro de nombres descubiertos,
un bosque de sonidos, 
verdad honda y desnuda, 
emoción encendida que vaya hasta los hombres, 
taladre el corazón 
y acelere su pulso adormecido. 
La que golpee yunque, la que pueda 
quebrantar el idioma, su rebeldía indomable. 
Que yo encuentre las otras, después de la primera, 
esa que Dios te daba, 
y que tú crecías río en tu voz entrañable, 
en resplandor y gracia.
Humilde te lo ruego, 
ansiosa te la pido, como un llanto. 
Yo nada puedo sola, 
que la palabra es dura, huye, río inasible, 
voz indisciplinada, humo frágil se esparce, 
y nos deja las manos alzadas y vacías, 
ramas secas del fruto. 
Estoy en un desierto, 
y es aquí donde puede la palabra 
ser vencida, alcanzada por las voces antiguas, 
de ciega tentación, 
Juan de la Cruz, te pido mi palabra. 



NADIE ME ESCUCHARÁ 

Estoy cansada de escribir mis versos 
de medir las palabras, rebuscarlas 
para que rimen amarilla y orilla, 
aliento y sentimiento. 
Estoy cansada de decir las cosas que siento y que no siento, 
para que la forma sea bella 
y los críticos, después, nos dirán esas cosas... que nos dicen los críticos. 
Estoy harta de la vida por sus cuatro costados, 
pero no quiero morirme, 
porque si yo muero, sé que nadie se acordará de 
mis pulidos versos; 
y si, acaso se acuerdan, ¿pues qué? si me habré muerto.
Estoy ya más que triste, 
porque ya no estoy triste, 
y no quiero cantar una vez y otra vez ese amor imposible.  
que cuando la hora ha pasado 
nadie puede negar que es ridículo. 
Pero ¿qué voy a decir si no hablo de mí misma? 
Sí, aunque no mida el verso, soy romántica, 
tampoco me importa nada escribirlo y decirlo; 
v envidio a los jóvenes, y casi me pongo triste como antes 
cuando veo esos felices enamorados, 
que no saben siquiera que son tan felices. 
Envidio a las que tienen un hijo, 
aunque, ¡claro! ellas no saben 
la soledad de ausencia de ese hijo. 
Muchas noches yo gritaría, 
me iría por el mundo y diría eso, 
que estoy cansada ya de tanta cosa, 
de no ser nada —porque no lo soy— 
pero no puedo irme, porque ya es muy tarde, 
y estoy ya cansadísima de oír mi voz, 
y sé que luego no diría nada. 
Y si lo digo ¿quién me va a escuchar? 
Se me quedará la voz prendida —como un jirón 
de ropa puesta a secar— y entre los matorrales olvidada.