lunes, 17 de marzo de 2014

Charla de Viktor Frankl en Auschwitz. Biografía. Entrevista. Psicologia.

Viktor E. Frankl fue discípulo de Adler, el cual fue discípulo a su vez de Freud. Sufrió las terribles penurias de Auschwitz por ser judío, y observó que las personas que poseían la fuerza de la espiritualidad, un sentido para su vida, soportaban mejor aquella situación para la que sólo había un final previsible. Frankl entiende que “el deseo de significado” para la vida es un motor de superación en el que puede hallarse una dignificación de la existencia.



Psicoterapia y teología.         
De “El hombre en busca del sentido último”. Cap. 7.

Se deben estar preguntando qué relación tiene todo lo que hemos estado hablando hasta ahora con la investigación y la práctica de la psiquiatría. Después de todo, no es la profesión médica la que se debe preocupar por los asuntos teológicos. Cuando temas como este aparecen encima de la mesa, el médico se debe a una tolerancia incondicional. Y aún debe desentenderse menos si él mismo es una persona religiosa. Estará sobre todo interesado en ver un progreso espontáneo en la religiosidad del paciente. Y será lo suficientemente paciente como para esperar que se dé un desarrollo espontáneo. Ello no le resultará especialmente difícil ya que, siendo él una persona religiosa, sabrá muy bien que incluso en la persona más aparentemente irreligiosa hay una religiosidad latente. Después de todo, el medico religioso no cree únicamente en Dios, sino también en una creencia inconsciente presente en el paciente. En otras palabras, creerá que su propio Dios es un «Dios inconsciente» en su paciente. Y, al mismo tiempo, creerá que sencillamente este Dios inconsciente todavía no se ha hecho consciente en el paciente.
Hemos dicho que la religión sólo es genuina cuando es existencia!, cuando el hombre no se ve conducido a ella, sino que se compromete libremente escogiendo la opción de ser una persona religiosa. Ya hemos visto que la existencialidad de la religiosidad debe estar al mismo nivel que su espontaneidad.
La religiosidad genuína debe revelarse en su momento. Nadie debe verse forzado a ello. Así que podemos decir que el hombre no debe llegar a su religiosidad genuina dejándose llevar por sus instintos, ni tampoco empujado por su psiquiatra.
Tal y como Freud nos enseñó, el proceso por el cual el material inconsciente pasa a ser consciente sólo tiene efecto terapéutico si se da de una forma espontánea. Para trabajar con material reprimido hay que ir avanzando a través de la espontaneidad, y creo que con la religiosidad reprimida pasa más o menos lo mismo. En este punto, puede resultar frustrante para la persona el tratar de ejercer cualquier tipo de presión siguiendo las directrices de un determinado programa; la intención con la que se trabajaría frustraría el efecto que pudiera tener. Y eso es algo de lo que el clérigo es muy consciente. Incluso él insistiría en la espontaneidad de la verdadera religiosidad; cuánto más no debe hacerlo el psiquiatra. Recuerdo muy bien, por ejemplo, lo que me contó un cura acerca de una vez que le llamaron para que acudiera a visitar a una persona moribunda, que durante toda su vida se había mantenido alejada de la religión. El hombre sólo había sentido la necesidad de hablar con alguien y limpiar su mente antes de morir, y para ello había elegido al cura. El cura me contó que se había abstenido de llevar a cabo el último sacramento con el hombre sencillamente porque él no se lo había pedido de una forma espontánea. ¡Qué bueno que el propio cura fuera tan insistente en el tema de ser espontaneo!
¿Pero no deberíamos los psiquiatras ser más insisten tes que los curas? ¿No deberíamos tener como mínimo el mismo respeto que el que tuvo ese cura, especialmente en temas que tocan a la religión?
Pero, como siempre, los psicoterapeutas siempre queremos ser más que los curas. La función del psiquiatra no puede distinguirse del todo de la misión del sacerdote. Así como el psiquiatra sin creencias religiosas debería respetar las creencias del paciente creyente, el psiquiatra creyente debería intentar no evangelizar a su paciente.
En algún otro lugar he comentado que entre los pacientes obsesivo-compulsivos es típico que se vean dominados por el deseo faustiano de saber al 100 % que a través de sus actos de cognición y decisión conseguirán estar seguros de algo. Si así fuera, se verían pillados por la premisa que la serpiente hizo en el jardín del Edén: Eritis sicut Deus, sáentem bonum et malum (Seréis como Dios, distinguiendo entre el bien y el mal). Y para aquellos psicoterapeutas que se proponen usurpar el papel del sacerdote debería decirse que desean ese sicut pastores, demónstrales bonum et malum: desean ser, no como Dios, sino como los curas, no conocer lo que está bien o mal, sino enseñar lo que está bien o mal.
A menudo decimos que la Iogoterapia no pretende sustituir a la psicoterapia sino, más bien, complementarla. De igual forma, hemos señalado que lo que llamamos ministerio médico en ningún momento debe sustituir al ministerio pastoral. Aunque ello no excluye la posibilidad de que en algún momento el psiquiatra, de ser necesario, reemplace la función del cura. Les muestro a continuación un ejemplo de lo que podría suceder:
Una señora mayor acudió a la clínica de servicios externos de psicoterapia de nuestro departamento, para consultar una grave depresión por la que estaba pasando. No le quedaba familia, ya que su única hija se comprobado que el duelo por el que pasó esa mujer no estaba siendo patológico para ella, sino que lo había pasado de una forma normal, le preguntó con cautela acerca de sus sentimientos con respecto a la religión. Al responderle ella que era una persona religiosa, el psiquiatra le preguntó a su vez que por qué entonces no había solicitado el consejo de un sacerdote. Ella le contestó que sí que había acudido a su párroco, pero que él no parecía haber dispuesto de un solo minuto para ella. Pero en todo caso, el psiquiatra, que también era una persona profundamente religiosa, pudo ofrecer a esa mujer el consuelo que necesitaba: el consuelo que nacía de su fe en común y que el sacerdote no parecía haber sido capaz de proporcionarle. Esa situación en concreto hizo necesario que el psiquiatra reemplazara al sacerdote con el fin de dar consuelo espiritual. No estaba sólo en su derecho como persona, sino que además era su deber religioso, ya que en ese caso se trataba de una persona religiosa consolando a otra.
Pero lo que queremos señalar es que el psiquiatra no se otorga esta libertad en tanto psiquiatra, sino en tanto es una persona religiosa. Es más, únicamente un psiquiatra que tenga inquietudes religiosas está legitimado para introducir la religión en la psicoterapia. Un psiquiatra no creyente no tiene ningún derecho a manipular los sentimientos religiosos de un paciente tratando de utilizar la religión como una herramienta más a tener en cuenta en psicoterapia, como las pastillas, inyecciones o electro-shocks. Eso sería como desprestigiar y degradar la religión devaluándola al papel de un simple mecanismo para mejorar la salud mental.
Pese a que la religión puede influir positivamente en el paciente a un nivel terapéutico, se debe decir que no cumple para nada una función psicoterapéutica. Pese a que la religión puede promover de forma secundaria cosas como la salud mental o el equilibrio interno, su objetivo no se centra en hallar soluciones psicoterapéuticas, sino más bien en hallar la salvación espiritual. La religión no es una póliza de seguros para conseguir una vida tranquila, o para vivir con el máximo de libertad los conflictos, o cualquier otro objetivo higiénico. La religión proporciona al hombre mucho más de lo que podría ofrecer la psicoterapia, pero también exige más de él. Cualquier tipo de confusión entre lo que puede ofrecer la religión y lo que ofrece la psicoterapia puede llevar a con-fusión. No hay que olvidar que las intenciones de ambas disciplinas son diferentes, aunque en un momento dado ambos efectos puedan solaparse. Del igual forma, debe rechazarse cualquier intento de fusionar el ministerio médico con el pastoral. Algunos autores proponen la idea de que la psicoterapia está renunciando a su autonomía como ciencia y a su independencia de la religión, a favor de que su función sea la de ancilla theologiae. Como bien se sabe, durante siglos se le asignó a la filosofía el rol de ancilla theologiae, es decir, de mano de obra al servicio de la religión.
Pero, de igual forma que la dignidad del hombre se basa en su libertad —hasta el punto de que es libre de decirle que no a Dios—, la dignidad de la ciencia se basa en esa libertad incondicional que garantiza su búsqueda independiente de la verdad.
Y al igual que la libertad del hombre debe incluir la libertad de poder decir no, la libertad de la investigación científica debe hacer frente al riesgo de que sus resultados contradigan creencias y convicciones religiosas. Únicamente un científico preparado para defender con vehemencia esa autonomía de pensamiento conseguirá vivir para ver cómo sus resultados encajarán a la larga y sin contradicciones con las verdades de su credo.
Que hablamos de dignidad, sea la dignidad del hombre o la de la ciencia, podemos definirla como el valor de algo en sí mismo, por oposición a su valor por mí. Así pues, podemos decir que el que intente ejercer la psicoterapia como si fuera analta theologiae, un sirviente de la teología, no sólo lo sustrae de la dignidad de una ciencia autónoma, sino que le quita el valor potencial que puede tener para la religión, ya que la psicoterapia puede serle útil a la religión únicamente ejerciendo de co-producto, o como efecto secundario, nunca si uno se centra en esa posible utilidad desde el principio. En el caso de que la psicoterapia pueda efectivamente servir de ayuda a la religión —ya sea a partir de los resultados de una investigación empírica como de los efectos terapéuticos de un tratamiento—, sólo lo conseguirá absteniéndose de establecer cualquier tipo de objetivo marcado por directrices religiosas. Sólo los resultados obtenidos a partir de investigaciones independientes, y que no estén influidas por presupuestos derivados de la religión pueden llegar a tener un valor en el campo de la teología. Y si efectivamente, la psicoterapia nos llega a mostrar algún día que la psique humana es lo que pensamos que es, es decir, anima naturaliter religiosa (un alma religiosa por naturaleza), ello sólo se demostrará utilizando una psicoterapia que sea scientia naturaliter irreligiosa —es decir, una psicoterapia que no esté orientada ni lo vaya a estar nunca hacia lo religioso.
Cuanto menos transija la psicoterapia en servir a la teología como mano de obra, mayor será el servicio que le hará.
Lo que la persona necesita no es ser un sirviente, sino ser capaz de servir.

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