sábado, 18 de enero de 2014

Ramón de Basterra


Ramón de Basterra y Zabala nació en Bilbao el 31 de marzo de 1888. Era el mayor de cinco hermanos y su padre, abogado, murió pronto; un tío, Luis de Basterra, quedó a cargo de la prole huérfana, pero Ramón fue separado del grupo y vivió con una tía que tenía una casita en el pueblo de Plencia, en el abra bilbaína. Estudió en un colegio particular de la villa y más adelante cursó el bachillerato en un internado jesuita, como casi todos los adolescentes burgueses de su edad: Basterra vivió en el colegio de Orduña lo mismo que Ayala había experimentado en Gijón, Ortega y Gasset en El Palo (Málaga) y Juan Ramón Jiménez en El Puerto de Santa María; lo que, años después, vivirían Rafael Alberti en El Puerto y Rafael Sánchez Mazas en el mismo centro de Orduña. La decisión fue importante en la vida del huérfano. Basterra era un niño inmaduro, sensible y desorientado, de mediano rendimiento escolar y lecturas tan intensas como heterogéneas. Con apenas dieciséis años empezó a estudiar derecho por libre, lo que significaba evitar los cursos regulares que los jesuitas atendían en Deusto, pero, al igual que los matriculados en aquéllos, debía realizar los exámenes en Valladolid. Nunca fue un estudiante muy aprovechado hasta que decidió preparar su ingreso en la carrera diplomática.
Se licenció en Derecho y entró en la carrera diplomática desempeñando cargos como el de agregado en Roma (entre 1915 y 1917), Bucarest (desde junio de 1918) y Caracas (1924). Allí padece una grave crisis de una enfermedad mental que padece desde hace años, a consecuencia de la cual es repatriado y más tarde reanuda sus trabajos diplomáticos en Madrid. En cada uno de esos tres destinos fraguó una obra, cuya matriz se encuentra en Roma, donde Basterra encuentra el sentido universal de España en la historia, según lo expresa en su obra poética Las ubres luminosas y Vírulo (en dos partes: Las mocedades y Mediodía). En Rumanía estudiaLa obra de Trajano; en Caracas la Compañía Guipuzcoana de Navegación, de donde saldrá Los navíos de la Ilustración, una exaltación del carlotercismo español.
El 18 de septiembre de 1913 Basterra tuvo su primera intervención pública resonante. Se trató de la conferencia «El artista y el País Vasco», pronunciada en la Sociedad Filarmónica de Bilbao. Es su primer ajuste de cuentas con su tierra. «el peor de nuestros males es la burguesía adinerada».
Hacia 1924 el poeta tenía en el cajón o en proyecto, más o menos inacabadas, obras de todo tipo: ensayos y escritos históricos (Dominio universal de España, Pirineo pensativo), poesía (Llama romance) y teatro (Las alas de lino, Fátima y Las boinas rojas). Incluso comenzó a gestar una tercera parte de Virulo. Sólo dos de estas obras vieron la luz de forma póstuma: Guillermo Díaz Plaja editó el poemario inacabado Llama romance y la obra de teatro Las alas de lino. Basterra fue un rapsoda vasco.


ROMA 

Ciudad que eres la madre de ciudades, 
en la sombra del mundo tus murallas 
son fanal de una luz que las batallas 
no apagan, con sus rojas tempestades. 
Más recias que tus muros, tus verdades 
se yerguen, cuando en el combate fallas. 
¡Detente, peregrino, que aquí hallas 
Canon y Ley para tus ansiedades! 
La luz de la Hélade en el mármol veo, 
clama el bronce la voz de Galileo, 
¡campana y mármol, la Ciudad Eterna! 
El alma de Occidente en ti perdura 
que hasta Grecia y Judá, doble mar pura, 
tu acueducto de espíritu se interna. 

LA FUENTE DE TREVI 

El agua pura, límpida, inocente, 
que, virgen, la campiña recorría, 
salta del mármol a la luz del día, 
rompe en espuma, tumultuosamente. 
Neptuno, al centro, junto a su tridente, 
tiene al tritón en su cortesanía, 
ya un tronco esbelto de hipocampos guía 
en la onda del artístico torrente. 
Raudal montuoso, vena campesina, 
que un acueducto, en pompa, te encamina 
hasta el brocal del grave monumento. 
El mito extático a la voz cantora 
con su albicante majestad decora: 
tu afán de vidrio es todo el movimiento. 


COMPAÑERISMO 

Los blancos giros de la mariposa 
me envuelven por la umbría del sendero 
y, con la leve amiga temblorosa, 
en tanto andamos, plácido, confiero: 
-Mi tenue compañera, ¿eres dichosa?, 
libre y feliz, como ahora soy, te quiero. 
No bien dijera así, que ella me aposa 
en el hombro su peso tan ligero. 
—¿Qué, me tomas de acémila? De grado 
te conduzco, ¡tu burro va encantado! 
¡Guíame, guíame mi guía airosa! 
¡Mi alma y mi cuerpo, en su único ejercicio, 
no tengan otro fin que ir en servicio 
de la gracia, mi dueña mariposa! 

PROVIDENCIA 

Vuela, rayando el aire, una avecica, 
como una flor de pluma, por la tarde
de puro cielo blanco, en un alarde 
de ágil gracia. ¡Cuan leve es y tan chica! 
Desciende a un árbol y en la rama pica: 
se echa a volar hacia la puesta que arde 
y se pierde, por fin, ¡que Dios la guarde! 
¡Diminutez que todo me amplifica! 
¡Oh, Providencia! El aire es sostén suave, 
tan vasto, de la pequeñez del ave! 
¡La tierra, el cielo, el sol, concordemente, 
digno remate a su armonía eterna, 
te elaboran, oh breve vida tierna, 
una gotita de agua, una simiente! 

LA PAUTA 

Pensaba, oteando el despuntar del día, 
en la deforme lobreguez primera, 
cuando no había el mundo y, no más, era 
el caos, sin la luz ni la armonía. 
Nada queda hoy de la hurañez umbría 
bajo del sol, ni en la celeste esfera: 
sonríe el mar, lamiendo su barrera, 
y el aire, tierra y mar y cielo, alia. 
De un bello orden el mundo vibra lleno, 
y la hosca confusión que al orbe empieza 
no encuentra más cabida que mi seno. 
Abismo en la altitud y en la bajeza, 
tan sólo la virtud me une al sereno 
orden que rige la Naturaleza. 

VOCES A UN PUEBLO 

Versión definitiva de «El inquilino de Bilbao. Oda a la Villa», 
Hermes, 16 (1918). 

I
Los astros, las pupilas camaradas de otras 
noches, en gira por mundanas sendas, 
vi, en suma, parpadeando 
sobre el oscuro césped de mi tierra. 
—Como jirón de humo, pensaba, 
broté al mundo entre esas tejas. 
Y, con corazón blando, 
y con sumisa cabeza, 
sentía que a mi verde tribu me encadenaban 
las argollas carnales de mi herencia. 
En esto, 
palpitó, titilando de halos e iridiscencias 
el cielo de la Villa Invicta, 
estremecido por su noche eléctrica. 
¡Oh sacra actualidad imperante, 
tachonando lo negro de estrellas, 
que entre los montes brotas, como un águila, 
en la sombra abolenga! 
Las campanadas del tiempo que cunden 
desde tus urbanas esferas, 
queden en popa 
para los que amen contemplar la estela. 
¡Como el silbato serio 
de solitaria sirena, 
que anuncia la proa 
que rumbo adelante se arriesga,
clarín de gallo, augur de auroras, 
mi clamor sea! 

II
Surco las rúas por los cauces 
férreos, en los tranvías que retintinean, 
entre el flujo de grupos que avanzan a su hito,
en el rumor de la urbana colmena. I 
¡Caudal de humanidad, rostro a la Historia, 
que al pie mamas de las montañas abuelas! 
¡Adiós el área angosta que abre 
con su rollo de prórrogas la mano primigenia 
de Haro, Señor de Vizcaínos! 
¡Adiós Bilbao arroyo, pulsando la onda ingenua 
que en cinco siglos se ancha y se remansa 
en la mudez de su dicha secreta! 
¡Salud Villa que rozo por las vías, 
el parto de la doble guerra, 
en la cual tu afán vence de vigilia a los campos, 
dormidos en la montuosidad azuleña! 
Tras el pisar rumoroso de las tropas 
que izaron las hispanas banderas, 
nos derramas al curso de la Historia. 
¡Salud Bilbao que vas a la mar universa! 

III 
¡País que empuñas remos y barrenos, 
roído de olas blancas y de heridas bermejas, 
espuma y mineral, 
comarca nauta y ferrera, 
salpicada de villas imponentes 
como escollos que el campo anega, 
hasta que una se alza de tus haldas 
a encender tu inocente tiniebla, 
hasta que una irrumpe, 
cráter de ideas! 
¡País que empuñas remos y barrenos, 
comarca nauta y ferrera, 
sobre tus hombros montañosos 
Bilbao, la testa! 

IV 
Bajo el vapor nuboso o el azul jubilante, 
desde las losas de las aceras, 
como hebras invisibles 
empuñas miles de riendas. 
El silbato que rasga el aire hanseático 
clama a Londres y América; 
al corazón de Aragón y Castilla 
súmense tus carreteras. 
¡Encrucijada 
De caminos de mar y de rumbos de tierra! 
El poderío hacínase en tus rampas 
Para hacer nuestras almas más bellas. 
¡Villa vehemente 
que esparces a montañas y aldeas 
un resplandor en la campestre sombra, 
como un «aquí estoy», ¿a cuándo esperas 
para decir el «aquí estoy» al alma? 
¡Dibuja el ademán de luz a las conciencias! 

Busco una imagen para tu alma y la hallo 
en el bosque de cruces de tus dársenas: 
el buque, tajante, brioso, 
que a nadie mendiga su fuerza, 
ni al agua, ni a la brisa, y va seguro, 
con afán personal. Cuando se le intercepta 
algo, en el rumbo que eligió por suyo, 
la voz, ceñida en vapor blanco, eleva. 
¡Fu, fu! Seria voz de quien va lejos 
en soledad. Y pasa ante la emoción nuestra. 
De proa es como el rostro de un valiente, 
de flanco, exento de inútiles velas 
desliza el casco, nivelado y liso, 
con las franjas de pintura rectas; 
de popa, su hélice es el talón 
del nadador hacia la meta. 
Cuando atraca junto a los muelles, 
Casi terrestre, se hace una vivienda. 
¡Ante él, cuan haraganes los veleros, 
Pordioseando energías forasteras! 
Un remolcador diminuto 
va, viene, torna a contramarea, 
un mensajero diligente 
que la orden cumplimenta. 
Hasta que, tirando de las sogas 
vuelve, tan chico y jactancioso pues a cuestas 
lleva de su hierro afanoso dos veleros 
panzudos, arrastrando su lacia corpulencia. 

VI 
Paga visita la mente 
a aquellas almas de hace treinta, 
cincuenta, setenta años: 
dura realidad son sus esperanzas aéreas. 
Lo que anhelaba en sus sueños, 
es hoy cal, hierro, acero, madera, 
como el Pentecostés de llamas rubias 
que desciende a nuestras cabezas, 
hará un domingo del espíritu 
sobre los montes y la mar de fiesta. 
¡Ofrendemos un ramo de nuestro roble arisco, 
a las plantas del claro Augusto César! 
(Como una campanita romance 
Nuestro corazón suena.) 

VII 
Mozo que mi alma portas en las manos, 
sobre la hilambre, mariposa queda, 
ojalá rompa en giros blancos 
ante ti y guíe tus pupilas frescas. 
Por el sendero de comarca 
muy denso de inocencia, 
ella es oriente a ventanales de oro, 
tras de cuyo cristal la sangre, esencia 
quemada en corazones pebeteros, 
arde bajo unas lámparas despiertas. 
Del vidrio miro el universo aldeano: 
¡cuan raros pájaros de luz trasvuelan 
de un alma a otra alma solitaria! 
¡Feliz quien desborda la niebla 
del horizonte de los padres! 
¡Mi corazón es va de piedra 
filosofal, que muda en oro 
cuanto se acerca! 
-Estoy en el confín de los abuelos 
soñando el sueño de Grecia, 
colmado el pecho de romanos mármoles, 
escuchando la voz de Jerusalén, vieja. 

VIII 
Ascendamos a la montaña mística, 
al Monte Athos de la fe lugareña: 
los claustros murmurantes, las sendas fervorosas, 
asilos, incienso, campanas begoñesas. 
El mortero carlista abrió su gola 
so las arcadas de la iglesia: 
la silbante bomba 
de la humosa espoleta 
lanzaba al aire el rústico dictamen: 
«Vizcaya es campo, no haya ciudad en ella». 
¡Simiente germinal del caserío, 
maternales y odiadas tejas, 
de vuestro campanario del hoyo, junto al monte, 
cundisteis hacia el faro en que el mar centellea! 
Lo hondo de las casas graves. 
continuas, como tus vías férreas, 
partieron adelante, cantando, 
tus voluntades burguesas. 

IX 
Los árboles se estrellan de embriones 
sobre las herbosas laderas 
en las que la Villa está engastada 
cual en una sortija montañera. 
-Bilbao iridiscente que el resplandor románico 
brillas, en nuestra sombra bárbara, de la lengua 
que tembló su ala 
desde las castellanas almenas 
a los cielos náuticos 
de los ultramares de epopeya, 
¡sé antorcha de las almas 
en el Pirineo violeta!


LOS FLANCOS AZULES 

IV
En todos los rincones vascos, en las callejas 
sombrías, de ancho alero, que ostentan piedras viejas 
de armas sobre las puertas; en algún muelle frío 
en que las barcas negras lucen su añil de estío 
interior; en los mansos portales de tenderos; 
en las rúas que lloran los carros plañideros, 
como en las anchas salas de hidalgo, so la araña 
de vidrio, entre retratos de la Corte de España, 
es la esencia ignaciana el jugo de la tierra. 
Ignacismo en la paz e ignacismo en la guerra 
vascas. ¡Alpargateros, remachando la estopa 
en Azcoitia o Durango, bajo la fresca copa 
de un árbol! ¡Toneleros de Zumaya, con rosas 
mejillas de manzanas! ¡Silleros en las losas 
de algún portal de Deva! ¡Herreros de Vizcaya! 
¡Buen labrador que empuñas como un cetro la laya! 
A vosotros os cabe la ufanía ferviente 
de ser los menestrales más bellos de Occidente. 
Amáis por su faena que os place el oficio. 
Vuestro afán es el lema ignaciano: «servicio». 
De ahí que en las dos lizas del siglo diecinueve, 
cuando los mozos pálidos que leen mientras llueve 
en el pueblo peroran de los nuevos derechos, 
sentís que os oprimen vuestros antiguos pechos 
y en Vasconia abandonan los rosas artesanos, 
—Chicote, lezna o cáliz—, el amor de sus manos, 
para blandir el sable y empuñar la escopeta. 
Cruzasteis así el dulce Pirineo violeta 
dispuestos a dejar la escopeta y el sable 
cuando en paz el blasfemo liberal no os hable 
de abandonar a Dios y, en el íbral sosiego, 
pudierais reanudar, junto al nativo fuego, 
el escoplo, el martillo, sin las palabras vanas 
de la elocuencia, ajenas a vidas artesana. 

HEREDAD 

Clara tarde. La brisa de fluidos cristales. 
Mueven las cañaveras de maíz, cual boreales 
aves del polo, torpes, esmeraldas y mudas, 
sus hojas, a manera de las aletas rudas. 
¡Miles de verdes pájaros erguidos sobre el suelo! 
El drama anual que nutre y que prepara el cielo, 
llega, otra vez, en suma, al fatal desenlace. 
Las que fueron espigas primaverales, hace 
ya tiempo, son las cañas granadas y maduras, 
como cuellos de noble, para las segaduras 
que hará la guillotina de la hoz de la siega. 
Para aquel campo pleno, la vacua muerte llega. 
La casa de labor, antañera, borbota 
una nube turquesa que en la atmósfera flota; 
aquel humo que a Ulises le recuerda su aldea 
y le atrae, cual la Luna absorbe la marea, 
hacia su azul humilde que se yergue en la altura, 
sobre los campos, bello penacho de dulzura.

OFICIOS 

Sombra. Callejas frescas con fachadas de hidalgo, 
trapos en los balcones de leño azul. Hay algo 
que recuerda el silencio de oro de las colmenas.
Se elabora moviendo los labios apenas. 
¿Durango, Azcoitia, Luno? Viven, triunfan las manos, 
tejiendo cuerda, urdiendo la sandalia de aldeanos, 
la alpargata. Igualmente mudos, entre madera 
fresca, que como en rizos de propia cabellera 
se envuelve en sus virutas, labran los ebanistas. 
En el camino quiebran las rígidas aristas 
de los cantos —trie, trac, trie— los picapedreros; 
indican, aijada alta, la rúa, los boyeros. 
¿Quién dijo descontento en este bello mundo? 
¡Amad, dulces hermanos de oficios, con profundo 
amor la piedra, el leño, la cuerda que el destino 
os puso entre las manos, como llavín divino 
para que el universo sus tesoros os abra! 
Por cuerda, leño y piedra, yo tengo la palabra. 

TABERNA 

El silbote y el parche del tambor, a lo lejos. 
En los vasos de vidrio denso, tiene reflejos 
pajizos, de luz baya, el rubio vino blanco. 
Sentados en la tabla carcomida de un banco 
seis varones y seis varones labradores 
y marineros, frente por frente, los mayores 
ya canos y los jóvenes de rosadas mejillas, 
beben y callan. Rojas jarras, con las arcillas 
esmaltadas de blanco, corren de mano en mano. 
Por la puerta se ve un campo virgiliano. 
De pronto una voz ronca manda: —¿Qué tal la pesca? 
—Bien, dicen. Y la mar tan dulce y gigantesca, 
queda evocada. Luego: —¿Qué tal el campo?, clama 
otra voz. —Bien, dicen. Y así la húmeda grama 
se les hace presente también unos instantes. 
Domingo. Hoy son señores todos los trabajantes. 
Oscurece. Silencio. La lengua de la aldea, 
un acordeón, declama rústica melopea. 

LA SUBSTANCIA SUPREMA 

La piedra de la alquimia del alma, la centella 
de gracia de los místicos, el áureo vellocino 
del viaje de argonautas, la substancia más bella, 
el espíritu, en suma, final y más divino, 
es uno mismo. Cuando sea en torno tu vida 
sombra y te nieguen sombras, al margen del camino, 
nada es cierto y seguro como tu alma encendida, 
nada es cierto y seguro como tú mismo. ¡Toma 
a tu propia substancia y deja construida 
con ella una obra, clara y eterna, como Roma! 

EUSQUELDUN 

Yo, eusqueldún, el cantor del futuro apogeo, 
hidalgo de las faldas del claro Pirineo, 
que a mi tribu conduje sangre de los Atridas, 
y la loba de Roma con las ubres henchidas 
de leche de grandeza, resueno en la Bahía 
de Vizcaya un robusto cuerno de profecía. 
Blancas gotas del Lacio brillan en la pradera. 
Me alumbra un resplandor de España venidera. 
Tras de rezar los clásicos, penitente del gusto, 
una cosa establezco, primordial: el robusto 
amor a Roma. Yo amo el mundo, el universo. 
al Continente se abre la ventana del verso, 
no he de negarme a nada, al ejemplo del sol, 
pero estoy sobre un recio promontorio español. 
Yo no soy decisivo. Espero, entre los hombres, 
aquel mayor que yo que resuene los nombres 
que son como bordones de la vida española. 
;Oh lirio de la raza, de gótica corola!, 
para esa flor de gracia yo dejo mis poemas 
como un limo que nutra las alburas supremas 
del lis cantor de España. Bautista de agua, luego 
vendrá quien nos bautice, como el Cristo, con fuego. 


LAS HOGUERAS DEL ALMA 

Huyendo de mi tribu verde, sentí que el fuego 
de otros pueblos alumbra mas no calienta. Luego, 
pensé en la travesía de luz que siguió España 
y en la llama erudita que incorpora su entraña. 
Acudí hacia el Oriente de la luz patria, Roma. 
Con mármoles y bronces, asceta del idioma, 
maceré mi alma en medio de escombros de alto ejemplo. 
Dogmas fueron las piedras de algún clásico templo 
del viejo «Fuero Juzgo» y las claras «Partidas»; 
el resplandor del Foro romanceó nuestras vidas. 
El laurel palatino fue penacho de reyes 
y en lo hondo de los campos patrios portan los bueyes 
la reja del arado que ara el surco del Lacio. 
Antes llenaron otros enjambres el espacio 
azul del Pirineo, de mieles de sapiencia. 
Los densos, blondos rayos de lumbre de la ciencia, 
tejieron las paredes de la cuadrada torre 
del canciller Don Pero Lope de Ayala: corre 
como una melodía su voz que se ha hecho eterna. 
Llevó el alma a la rúa pétrea de la «cuaderna 
vía». Entró al mundo por egregio sendero. 
Nuestra alma está en las claras estrofas de Don Pero. 
Allí al oriente erige, hacia el cielo cristiano, 
Loyola el cupulón, eco del Vaticano, 
cobijando el espíritu del libro de «Ejercicios» 
que templó a este cantón puro contra los vicios. 
En suma, no muy lejos se alza un nogal gigante, 
corporación hojosa, convocada delante 
del Palacio del gran Conde Peñaflorida. 
De lo alto de las ramas, bajaron a la vida 
del noble Pirenaico, al fluir de los vientos. 
Múltiples melodiosos y píos pensamientos. 
Soñaba el prócer con el blanco feudalismo 
intelectual. Nosotros soñamos con lo mismo. 

MAR 

Surcando el campo vi la mar fulgente 
en el ancho horizonte en el que fina 
nuestra existencia terrea y la marina 
comienza, inmensa y misteriosamente. 
La bravia vehemencia cristalina 
rompe en la orilla, tumultuosamente, 
y un clamor, por momentos más potente, 
sube, cuando el tumulto se avecina. 
Un tembloroso soplo que me agita 
el cabello, la ropa, el pensamiento 
envía el mar que al corazón excita. 
Y una fragancia de juventud siento, 
cual si saliera de la mar que grita 
la voz de Dios, en el salobre aliento. 

EL GRITO 

¡Sonad, sonad los cobres heroicos que apenas 
se nos alzó una llama de heroísmo en las venas! 
Nuestra existencia es laxa, mediocre. Como aviva 
el hurgón la fogata, España revivida 
necesita una fe, un gran amor, un hito. 
No hay salvación en tanto no suba al cielo un grito, 
un grito vasto, unánime, surtidor de energía. 
¡Lanzadlo vos, soldados, en la trompetería! 
«;La Cultura o la muerte!» Sed los cobres, profetas 
de este grito ascendente. ¡Sonad, sonad trompetas!