jueves, 30 de mayo de 2013

La Cenicienta. Versiones. Análisis.


Análisis del cuento: “LA CENICIENTA”
NABIZA. Ediciones Generales Anaya.

Según Bruno Bettelheim y M.R.Cox es el cuento más completo de la historia, es decir, el que ha tenido más importancia durante todas las generaciones, el más conocido, el preferido por la mayoría de gente y el que prevalecerá por más tiempo. Esto es demostrable, al ser uno de los cuentos favoritos entre los niños actuales. Stith Thompson ha hecho el análisis más exhausto de este cuento.

ORIGEN DEL CUENTO

“Nuestro cuento de La Cenicienta es una versión alemana de una adaptación italiana de una traducción española de una versión latina de una traducción hebrea de una traducción arábiga de un original hindú” (Hermanos Grimm) El mito ancestral del sur de China sobre Yexian es el antecedente más antiguo que se conoce. Pero fue escrito por primera vez en el año 860, en el mismo país. La zapatilla echa de un material precioso y el diminuto tamaño del pie, son símbolos que apuntan hacia un origen oriental, ya sea chino o egipcio, que también tenían estas tradiciones.
La mayoría de la multitud de versiones de Europa occidental se escribieron en los siglos XIX y XX, la primera de las cuales fue “La Gata Cenicienta” de Basile (1634). Pero la versión más conocida procede de Cuentos de mamá Oca (1697), colección de cuentos recogidos por Charles Perrault, quien situó la historia en la corte francesa de su época e introdujo elementos que sólo aparecen en su versión.

TEMÁTICA

El tema principal es la rivalidad fraterna, los celos y el Complejo de Edipo. Pero detrás de su sencilla apariencia, se esconden multitud de aspectos como la realización de deseos, del triunfo del humilde, el reconocimiento del mérito, la virtud recompensada y el castigo del
malvado; es por eso una historia íntegra.

DIFERENTES VERSIONES:

M.R.Cox, experta en este cuento, lo divide en dos grandes grupos, dependiendo de la causa de la degradación de la protagonista:
- El desmesurado amor del padre es la causa de las desgracias de la protagonista o
- El odio de la madrastra y hermanastras (Complejo de Edipo y rivalidad fraterna).

VERSIONES ANTIGUAS

Anteriormente a la versión de Basile, encontramos la versión escocesa “Rashin Coatie” de 1540, en la que aparecen elementos parecidos: Una madre, antes de morir, regala a su hija un ternero que le concede todos sus deseos, degollado por la madrastra pero revivido por la protagonista al recoger sus huesos. La continuación es muy parecida a la que conocemos: tres encuentros con un príncipe, una zapatilla, etc.

Versión de GIAMBATTISTA BASILE

“La Gatta Cenerentola”, sexto relato del Pentamerone (o El cuento de los cuentos), publicado en 1634.

Argumento
Un príncipe viudo que quiere mucho a su hija Zezolla, se casa con una malvada mujer que la odia. La hija le dice a su nodriza que la hubiera preferido a ella como madre y esta le recomienda que mate a la madrastra. La niña así lo hace (dejando caer la tapa de un baúl sobre su cabeza) y el padre es convencido para casarse con la nodriza, que se descubre que tiene seis hijas secretas. Zezolla es rebajada a sirvienta y olvidada por su familia, así que cambia su nombre por el de “Gata Cenicienta”. Un día que el padre marcha de viaje, sus hijastras piden como regalos objetos valiosos mientras que Zezolla pide una palmera que, después de cultivarla se convierte en un hada mágica que le concede el deseo de abandonar la casa sin que se enteren sus hermanastras.
Al celebrarse una fiesta, acuden las hermanastras y Zezolla vestida “como una reina” gracias al árbol, por lo que el rey se enamora y para saber quien es, manda a un criado a que la siga. Zezolla lo esquiva dos veces consecutivas hasta que a la tercera pierde su espléndida chinela (típico zapato femenino de la época en Nápoles). Para poder encontrar a la muchacha, el rey ordena a todas las mujeres del reino a probársela y al ajustarse al pie de la protagonista, el rey se casa con ella y las hermanastras se mueren de envidia.

Características
En este relato aparecen elementos nuevos en el género infantil como la aparición de seis hermanastras, el hecho de que no se menciona a la verdadera madre para nada, una representación simbólica (palmera) de esta, la culpabilidad de la protagonista de su destino (mata a su madrastra, hecho poco frecuento en los cuentos) y un hada mágica.
El periodo edípico ocupa el tema central del relato: El rechazo edípico de una madre por otra o la unión simbólica de las dos madres en una misma persona en distintos periodos del desarrollo. El asesinato de la segunda se debe a fantasías edípicas; es por eso que Zezolla no recibe castigo alguno. Al superar la edad edípica, la protagonista vuelve a tener una buena relación con la madre, en este caso representada en forma de hada. Por el contrario, la rivalidad fraterna no es muy importante. El castigo de la protagonista por asesinato consiste en realizar difíciles tareas domesticas vestida con harapos. Las hermanas no son castigadas ya que no la maltratan severamente, sienten envidia natural.

VERSIONES CONTEMPORÁNEAS
Actualmente reconocemos el relato por las versiones de Perrault y los hermanos Grimm. Las nuevas elaboraciones fueron modificadas hasta tal puesto de no recordar la versión original, fuente de motivación de dicho autores. Algunos de los cambios son:
- Los deseos edípicos del padre aparecen reprimidos y el príncipe lo substituye,
- El deseo de eliminar a la madre se reprime y se sustituye por una madrastra,
- Es la madrastra (ayudada por las hermanastras) quien quiere arrebatar el lugar a la hija
- La rivalidad fraterna, ahora tema central, sustituye al complejo de Edipo que ha sido reprimido: Relata lo que significa ser degradado, pero no la culpabilidad.

Versión de PERRAULT
“La Cenicienta o la Zapatilla enana”, cuento publicado en el libro Cuentos del pasado, en 1697. Perrault fue el primero en inventarse la zapatilla de cristal (polémicas afirman que confundió  vair –piel jaspeada en francés- por verre –cristal en francés-), la calabaza convertida en carroza y la condición de la media noche:
“El hada madrina le ordenó a Cenicienta antes de ir a la fiesta recoger una calabaza del jardín, seis ratones y seis lagartijas. Posteriormente, convirtió todo esto en una flamante carroza con sus respectivos lacayos” Por el contrario, eliminó el árbol que representaba a la madre buena y lo sustituyó por un hada madrina, eliminando muchos valores transmitidos en el episodio. Su Cenicienta es demasiado buena y carece de iniciativa, ya que admite su papel cuando no está justificado. Esto lo podemos contraponer a la versión de Grimm: Cenicienta tiene que acostarse junto a las cenizas y está obligada a peinar a sus hermanastras antes del baile, todo lo contrario a la de Perrault, que lo hace por voluntad propia. El príncipe no busca a la protagonista, sino sus criados, que le hacen probar la zapatilla. Por otro lado, el hada madrina viste elegantemente a Cenicienta antes de reunirse con él. Esto hace que se pierda el valor de que al príncipe no le importe el aspecto humilde de Cenicienta (como aparece en la versión Grimm).
No hay gran diferencia entre la maldad y la virtud: Las hermanas abusan de la protagonista pero en cambio al final todos se abrazan y las malvadas son alojadas en la corte casadas con grandes señores. De esta manera, el niño no entenderá bien la diferencia y le costará identificarse con al bondad. Con todo esto vemos los cambios que modificaron el significado original del relato, ya que como solía hacer, el autor adecuaba sus cuentos a la corte francesa y no para niños e incluso se burlaba de la historia (decía que si Cenicienta podía convertirse en hermosa, también lo podían hacer los ratones). Con todo ridiculizó los valores de la historia, como la transformación interna o el esfuerzo, de manera que convierte el relato en una bonita fantasía con la que es difícil identificarse.

Perrault concluyó el relato con dos moralejas (la segunda es más irónica):
1ª: “Preciso es convenir en que la belleza es un precioso don que el cielo concede a las criaturas; pero la bondad es un tesoro de mayor precio: aquella admira y seduce; esta inspira y mantiene siempre vivió el amor, el más hermoso de todos los sentimientos”.
2ª: “Aunque sea beneficioso poseer inteligencia, valor y otras buenas cualidades, éstas no sirven de mucho si no se tienen padrinos o madrinas que las hagan prevalecer”.

Versión de los HERMANOS GRIMM
“Aschenputtel” (en alemán, fregona sucia y humilde que estaba al cuidado de las cenizas del fogón), cuento publicado entre 1812 y 1815 en uno de sus volúmenes Cuentos para la infancia y el hogar.

Argumento
Una muchacha es maltratada y condenada por la segunda esposa (la primera murió) de su padre y sus hijas a realizar arduas tareas y a vivir entre las cenizas sin motivo. Después de plantar y regar con sus lágrimas sobre la tumba de su madre una ramita de avellano que le regaló el padre, crece un árbol (símbolo de la madre transformada) y una paloma blanca posada encima de él le concede deseos. Cenicienta consigue ir a la fiesta celebrada para elegir a la esposa del futuro rey, después de rogar y realizar, gracias a la ayuda de los pájaros, la inútil tarea que se le han ordenado: recoger lentejas esparcidas encima de las cenizas. En el baile, vestida de oro y plata, el príncipe se enamora de ella que, huye tres veces de él al perseguirle (denota la voluntad propia y actitud no pasiva):
Primero buscando refugio en un palomar (representa la ayuda de las palomas), después en un peral (el árbol que creció en la tumba de la madre) que el padre destruye con un hacha (simboliza la afirmativa de entregar su hija al príncipe) pero en la tercera, al tenderle una trampa el príncipe pintando las escaleras, se queda enganchada una zapatilla, que posteriormente ayuda a encontrar a la protagonista. Las hermanastras se mutilan (cortándose los tobillos) para ser aceptadas, pero son delatadas por los pájaros (cantaron que había sangre dentro del zapato), quines les arrancan sus ojos. Hay un desenlace feliz, con la boda de Cenicienta y el príncipe y el castigo de los malvados.

Características
Vemos que en esta versión se conservan más elementos de la original y en mi opinión, algunos se han modificado para una mejor aportación. El vínculo que tiene la protagonista con su madre muerta es muy espiritual. Se puede decir que el recuerdo de la madre idealizada de la infancia o la formación de una representación interna de lo que se ha perdido en la realidad, nos puede ayudar en las adversidades de la vida. En otras versiones, éste simbolismo está representado por la asociación de la madre buena en un animal benefactor, como en un pez (variante china). Este cuento no tiene moraleja pero nos sugiere que, por muy miserable que sea una persona en un determinado momento, si se vence la tristeza y el dolor encontrando un motivo para seguir, los problemas se pueden superar.

El cuento de los Grimm:

Érase una mujer, casada con un hombre muy rico, que enfermó, y, presintiendo su próximo fin, llamó a su única hijita y le dijo: "Hija mía, sigue siendo siempre buena y piadosa, y el buen Dios no te abandonará. Yo velaré por ti desde el cielo, y me tendrás siempre a tu lado." Y, cerrando los ojos, murió. La muchachita iba todos los días a la tumba de su madre a llorar, y siguió siendo buena y piadosa. Al llegar el invierno, la nieve cubrió de un blanco manto la sepultura, y cuando el sol de primavera la hubo derretido, el padre de la niña contrajo nuevo matrimonio.

La segunda mujer llevó a casa dos hijas, de rostro bello y blanca tez, pero negras y malvadas de corazón. Vinieron entonces días muy duros para la pobrecita huérfana. "¿Esta estúpida tiene que estar en la sala con nosotras?" decían las recién llegadas. "Si quiere comer pan, que se lo gane. ¡Fuera, a la cocina!" Le quitaron sus hermosos vestidos,le pusieron una blusa vieja y le dieron un par de zuecos para calzado: "¡Mira la orgullosa princesa, qué compuesta!" Y, burlándose de ella, la llevaron a la cocina. Allí tenía que pasar el día entero ocupada en duros trabajos. Se levantaba de madrugada, iba por agua, encendía el fuego, preparaba la comida, lavaba la ropa. Y, por añadidura, sus hermanastras la sometían a todas las mortificaciones imaginables; se burlaban de ella, le esparcían, entre la ceniza, los guisantes y las lentejas, para que tuviera que pasarse horas recogiéndolas. A la noche, rendida como estaba de tanto trabajar, en vez de acostarse en una cama tenía que hacerlo en las cenizas del hogar. Y como por este motivo iba siempre polvorienta y sucia, la llamaban Cenicienta.

Un día en que el padre se disponía a ir a la feria, preguntó a sus dos hijastras qué deseaban que les trajese. "Hermosos vestidos," respondió una de ellas. "Perlas y piedras preciosas," dijo la otra. "¿Y tú, Cenicienta," preguntó, "qué quieres?" - "Padre, corta la primera ramita que toque el sombrero, cuando regreses, y traemela." Compró el hombre para sus hijastras magníficos vestidos, perlas y piedras preciosas; de vuelta, al atravesar un bosquecillo, un brote de avellano le hizo caer el sombrero, y él lo cortó y se lo llevó consigo. Llegado a casa, dio a sus hijastras lo que habían pedido, y a Cenicienta, el brote de avellano. La muchacha le dio las gracias, y se fue con la rama a la tumba de su madre, allí la plantó, regándola con sus lágrimas, y el brote creció, convirtiéndose en un hermoso árbol. Cenicienta iba allí tres veces al día, a llorar y rezar, y siempre encontraba un pajarillo blanco posado en una rama; un pajarillo que, cuando la niña le pedía algo, se lo echaba desde arriba.

Sucedió que el Rey organizó unas fiestas, que debían durar tres días, y a las que fueron invitadas todas las doncellas bonitas del país, para que el príncipe heredero eligiese entre ellas una esposa. Al enterarse las dos hermanastras que también ellas figuraban en la lista, se pusieron muy contentas. Llamaron a Cenicienta, y le dijeron: "Péinanos, cepíllanos bien los zapatos y abróchanos las hebillas; vamos a la fiesta de palacio." Cenicienta obedeció, aunque llorando, pues también ella hubiera querido ir al baile, y, así, rogó a su madrastra que se lo permitiese. "¿Tú, la Cenicienta, cubierta de polvo y porquería, pretendes ir a la fiesta? No tienes vestido ni zapatos, ¿y quieres bailar?" Pero al insistir la muchacha en sus súplicas, la mujer le dijo, finalmente: "Te he echado un plato de lentejas en la ceniza, si las recoges en dos horas, te dejaré ir." La muchachita, saliendo por la puerta trasera, se fue al jardín y exclamó: "¡Palomitas mansas, tortolillas y avecillas todas del cielo, vengan a ayudarme a recoger lentejas!:
Las buenas, en el pucherito;
las malas, en el buchecito."

Y acudieron a la ventana de la cocina dos palomitas blancas, luego las tortolillas y, finalmente, comparecieron, bulliciosas y presurosas, todas las avecillas del cielo y se posaron en la ceniza. Y las palomitas, bajando las cabecitas, empezaron: pic, pic, pic, pic; y luego todas las demás las imitaron: pic, pic, pic, pic, y en un santiamén todos los granos buenos estuvieron en la fuente. No había transcurrido ni una hora cuando, terminado el trabajo, echaron a volar y desaparecieron. La muchacha llevó la fuente a su madrastra, contenta porque creía que la permitirían ir a la fiesta, pero la vieja le dijo: "No, Cenicienta, no tienes vestidos y no puedes bailar. Todos se burlarían de ti." Y como la pobre rompiera a llorar: "Si en una hora eres capaz de limpiar dos fuentes llenas de lentejas que echaré en la ceniza, te permitiré que vayas." Y pensaba: "Jamás podrá hacerlo." Pero cuando las lentejas estuvieron en la ceniza, la doncella salió al jardín por la puerta trasera y gritó: "¡Palomitas mansas, tortolillas y avecillas todas del cielo, vengan a ayudarme a limpiar lentejas!:
Las buenas, en el pucherito;
las malas, en el buchecito."

Y enseguida acudieron a la ventana de la cocina dos palomitas blancas y luego las tortolillas, y, finalmente, comparecieron, bulliciosas y presurosas, todas las avecillas del cielo y se posaron en la ceniza. Y las palomitas, bajando las cabecitas, empezaron: pic, pic, pic, pic; y luego todas las demás las imitaron: pic, pic, pic, pic, echando todos los granos buenos en las fuentes. No había transcurrido aún media hora cuando, terminada ya su tarea, emprendieron todas el vuelo. La muchacha llevó las fuentes a su madrastra, pensando que aquella vez le permitiría ir a la fiesta. Pero la mujer le dijo: "Todo es inútil; no vendrás, pues no tienes vestidos ni sabes bailar. Serías nuestra vergüenza." Y, volviéndole la espalda, partió apresuradamente con sus dos orgullosas hijas.

No habiendo ya nadie en casa, Cenicienta se encaminó a la tumba de su madre, bajo el avellano, y suplicó:
"¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas,
y échame oro y plata y más cosas!"

Y he aquí que el pájaro le echó un vestido bordado en plata y oro, y unas zapatillas con adornos de seda y plata. Se vistió a toda prisa y corrió a palacio, donde su madrastra y hermanastras no la reconocieron, y, al verla tan ricamente ataviada, la tomaron por una princesa extranjera. Ni por un momento se les ocurrió pensar en Cenicienta, a quien creían en su cocina, sucia y buscando lentejas en la ceniza. El príncipe salió a recibirla, y tomándola de la mano, bailó con ella. Y es el caso que no quiso bailar con ninguna otra ni la soltó de la mano, y cada vez que se acercaba otra muchacha a invitarlo, se negaba diciendo: "Ésta es mi pareja."

Al anochecer, Cenicienta quiso volver a su casa, y el príncipe le dijo: "Te acompañaré," deseoso de saber de dónde era la bella muchacha. Pero ella se le escapó, y se encaramó de un salto al palomar. El príncipe aguardó a que llegase su padre, y le dijo que la doncella forastera se había escondido en el palomar. Entonces pensó el viejo: ¿Será la Cenicienta? Y, pidiendo que le trajesen un hacha y un pico, se puso a derribar el palomar. Pero en su interior no había nadie. Y cuando todos llegaron a casa, encontraron a Cenicienta entre la ceniza, cubierta con sus sucias ropas, mientras un candil de aceite ardía en la chimenea; pues la muchacha se había dado buena maña en saltar por detrás del palomar y correr hasta el avellano; allí se quitó sus hermosos vestidos, y los depositó sobre la tumba, donde el pajarillo se encargó de recogerlos. Y enseguida se volvió a la cocina, vestida con su sucia batita.

Al día siguiente, a la hora de volver a empezar la fiesta, cuando los padres y las hermanastras se hubieron marchado, la muchacha se dirigió al avellano y le dijo:
"¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas,
y échame oro y plata y, más cosas!"

El pajarillo le envió un vestido mucho más espléndido aún que el de la víspera; y al presentarse ella en palacio tan magníficamente ataviada, todos los presentes se pasmaron ante su belleza. El hijo del Rey, que la había estado aguardando, la tomó nmediatamente de la mano y sólo bailó con ella. A las demás que fueron a solicitarlo, les respondía: "Ésta es mi pareja." Al anochecer, cuando la muchacha quiso retirarse, el príncipe la siguió, para ver a qué casa se dirigía; pero ella desapareció de un brinco en el jardín de detrás de la suya. Crecía en él un grande y hermoso peral, del que colgaban peras magníficas. Se subió ella a la copa con la ligereza de una ardilla, saltando entre las ramas, y el príncipe la perdió de vista. El joven aguardó la llegada del padre, y le dijo: "La joven forastera se me ha escapado; creo que se subió al peral." Pensó el padre: ¿Será la Cenicienta? Y, tomando un hacha, derribó el árbol, pero nadie apareció en la copa. Y cuando entraron en la cocina, allí estaba Cenicienta entre las cenizas, como tenía por costumbre, pues había saltado al suelo por el lado opuesto del árbol, y, después de devolver los hermosos vestidos al pájaro del avellano, volvió a ponerse su batita gris.

El tercer día, en cuanto se hubieron marchado los demás, volvió Cenicienta a la tumba de su madre y suplicó al arbolillo:
"¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas,
y échame oro y plata y más cosas!"

Y el pájaro le echó un vestido soberbio y brillante como jamás se viera otro en el mundo, con unos zapatitos de oro puro. Cuando se presentó a la fiesta, todos los concurrentes se quedaron boquiabiertos de admiración. El hijo del Rey bailó exclusivamente con ella, y a todas las que iban a solicitarlo les respondía: "Ésta es mi pareja."

Al anochecer se despidió Cenicienta. El hijo del Rey quiso acompañarla; pero ella se escapó con tanta rapidez, que su admirador no pudo darle alcance. Pero esta vez recurrió a una trampa: mandó embadurnar con pez las escaleras de palacio, por lo cual, al saltar la muchacha los peldaños, se le quedó la zapatilla izquierda adherida a uno de ellos. Recogió el príncipe la zapatilla, y observó que era diminuta, graciosa, y toda ella de oro. A la mañana siguiente presentóse en casa del hombre y le dijo: "Mi esposa será aquella cuyo pie se ajuste a este zapato." Las dos hermanastras se alegraron, pues ambas tenían los pies muy lindos. La mayor fue a su cuarto para probarse la zapatilla, acompañada de su madre. Pero no había modo de introducir el dedo gordo; y al ver que la zapatilla era demasiado pequeña, la madre, alargándole un cuchillo, le dijo: "¡Córtate el dedo! Cuando seas reina, no tendrás necesidad de andar a pie." Lo hizo así la muchacha; forzó el pie en el zapato y, reprimiendo el dolor, se presentó al príncipe. Él la hizo montar en su caballo y se marchó con ella. Pero hubieron de pasar por delante de la tumba, y dos palomitas que estaban posadas en el avellano gritaron:
"Ruke di guk, ruke di guk;
sangre hay en el zapato.
El zapato no le va,
La novia verdadera en casa está."

Miró el príncipe el pie y vio que de él fluía sangre. Hizo dar media vuelta al caballo y devolvió la muchacha a su madre, diciendo que no era aquella la que buscaba, y que la otra hermana tenía que probarse el zapato. Subió ésta a su habitación y, aunque los dedos le entraron holgadamente, en cambio no había manera de meter el talón. Le dijo la madre, alargándole un cuchillo: "Córtate un pedazo del talón. Cuando seas reina no tendrás necesidad de andar a pie." Cortóse la muchacha un trozo del talón, metió a la fuerza el pie en el zapato y, reprimiendo el dolor, se presentó al hijo del Rey. Montó éste en su caballo y se marchó con ella. Pero al pasar por delante del avellano, las dos palomitas posadas en una de sus ramas gritaron:
"Ruke di guk, ruke di guk;
sangre hay en el zapato.
El zapato no le va,
La novia verdadera en casa está."

Miró el príncipe el pie de la muchacha y vio que la sangre manaba del zapato y había enrojecido la blanca media. Volvió grupas y llevó a su casa a la falsa novia. "Tampoco es ésta la verdadera," dijo. "¿No tienen otra hija?" - "No," respondió el hombre. Sólo de mi esposa difunta queda una Cenicienta pringosa; pero es imposible que sea la novia." Mandó el príncipe que la llamasen; pero la madrastra replicó: "¡Oh, no! ¡Va demasiado sucia! No me atrevo a presentarla." Pero como el hijo del Rey insistiera, no hubo más remedio que llamar a Cenicienta. Lavóse ella primero las manos y la cara y, entrando en la habitación, saludó al príncipe con una reverencia, y él tendió el zapato de oro. Se sentó la muchacha en un escalón, se quitó el pesado zueco y se calzó la chinela: le venía como pintada. Y cuando, al levantarse, el príncipe le miró el rostro, reconoció en el acto a la hermosa doncella que había bailado con él, y exclamó: "¡Ésta sí que es mi verdadera novia!" La madrastra y sus dos hijas palidecieron de rabia; pero el príncipe ayudó a Cenicienta a montar a caballo y marchó con ella. Y al pasar por delante del avellano, gritaron las dos palomitas blancas:
"Ruke di guk, ruke di guk;
no tiene sangre el zapato.
Y pequeño no le está;
Es la novia verdadera con la que va."

Y, dicho esto, bajaron volando las dos palomitas y se posaron una en cada hombro de Cenicienta.

Al llegar el día de la boda, se presentaron las traidoras hermanas, muy zalameras, deseosas de congraciarse con Cenicienta y participar de su dicha. Pero al encaminarse el cortejo a la iglesia, yendo la mayor a la derecha de la novia y la menor a su izquierda, las palomas, de sendos picotazos, les sacaron un ojo a cada una. Luego, al salir, yendo la mayor a la izquierda y la menor a la derecha, las mismas aves les sacaron el otro ojo. Y de este modo quedaron castigadas por su maldad, condenadas a la ceguera para todos los días de su vida.

Versión actual: DISNEY

Actualmente, la mayoría de personas conocen la versión del cuento gracias a las películas o libritos editados por Walt Disney, multinacional que se basó el la versión de Perrault para realizar la producción en 1950, convirtiéndola en la versión estándar.

Argumento
Al morir su primera esposa, un padre se casó con una malvada mujer para que su hija no estuviera sola. El padre murió y la madrastra (que se casó por dinero) y sus dos hijas no tardaron en hacer criada a Cenicienta, cuyo nombre venia de poner en invierno los pies sobre las cenizas. Centra mucho la atención en las aventuras de los animalitos que jugaban con la protagonista (pájaros y ratones).
Se celebró un baile para escoger la futura esposa del príncipe, ya que el rey estaba muy preocupado de no tener nietos, en el que estaban invitadas “las señoritas de alta alcurnia en edad casadera”. Después de terminar sus faenas y de que los animalitos le confeccionen un vestido, Cenicienta puede ir al baile, pero sus hermanastras le destrozan el vestido por envidia. Una estrella acude en su desgracia, convirtiéndose en hada y proporcionándole una carroza (a partir de una calabaza que pide a los ratones), caballos (a partir de los ratones) y un espléndido vestido para la protagonista, con la condición de volver a medianoche. En el baile, el príncipe se enamora de ella y bailan un vals, pero la protagonista huye antes de la medianoche, cayéndosele una zapatilla, el único objeto que no volvió a su forma original. Cuando el criado ordenado por el príncipe a probar la zapatilla a todas las jóvenes del reino, está en casa de Cenicienta, esta es encerrada en su cuarto, pero consigue salir gracias a los animales, probarse la zapatilla que tiene guardada (la otra la rompió una hermanastra con su gran pie) y demostrar su verdadera identidad. El príncipe se casa con ella y de las invitaciones para la boda, las únicas que no obtuvieron respuesta fueron las de las hermanastras y madrastra, fruto de sus celos.

Características
Encontramos referencias semejantes a la versión de Perrault: El hada, la calabaza, el hecho de que sea un criado quien pruebe la zapatilla a la protagonista, el castigo nulo de los malvados, etc. Un hecho curioso y nuevo de esta versión es que, después de concederle el magnifico vestido y los zapatos, Cenicienta le pregunta al hada si los zapatos son de cristal a lo que esta última responde “No seas presumida hijita, son simplemente de vidrio”. Esta avispada pregunta demuestra que la protagonista es curiosa y que está muy contenta por la ayuda recibida. Al salir del cine, las niñas únicamente quieren ser tan guapas como la princesa y los niños tan poderosos como el rey, al eliminar los aspectos violentos, como el castigo de las hermanastras y la multitud de valores originales.

SÍMBOLOS
SÍMBOLO DEL CUENTO SIMBOLISMO
Zapatilla pequeña de cristal
(el único objeto que no vuelve a su forma original después de la media noche, sirviendo de pista al príncipe
para buscar a su enamorada)
Pérdida de la virginidad (algo frágil que se ajusta) y la huida: Protección de ella. Pequeñez: feminidad.
Material: De cristal (Perrault) o de oro (Grimm) es inelástica, para que no se adapte a cualquier pie.
Príncipe calce pie: Ceremonia nupcial y aceptación de ambos tal y como son.
Cenizas
Antiguamente era un símbolo de dolor, ya que evocan la perdida de alguien (muerte).
Vivir entre ellas: Inferioridad respecto a los hermanos, abuso y humillación
Vestir harapos
Síntoma de tristeza
Fogón (parte central casa)
Estar a su cuidado es una tradición antigua
(Vírgenes Vestales de Roma)
Madre.
Vivir cerca de él: esfuerzos por mantener la buena relación con la madre
Suciedad
Para los niños, la libertad. Paradójicamente, todos sentimos pena ante esta imagen
Árbol mágico o
ayuda del animal bondadoso
Encarnación y representación externa de la confianza de la madre en el primer año de vida.
Salvación ante los peligros (la madre muerta deja el objeto a la hija)
Árbol
Diferentes sentimientos de la persona y proceso de crecimiento externo e interno
Separación de lentejas buenas y malas
Ayuda pájaros a separar
Diferencias y elección entre bien /mal.
Impulsos inconscientes útiles
(señalan un camino)
Tres veces que Cenicienta acude al baile
Voluntad y miedo de quererse realizar uno mismo, personal y sexualmente
Mutilación de las hermanastras
para poderse calzar la zapatilla
Inconscientemente, el complejo de castración de las mujeres
Sangre que fluye de la zapatilla de las hermanastras
(ayuda al príncipe en su búsqueda)
Menstruación impura
(Cenicienta es pura y virgen puesto que todavía no la tiene debido a su juventud)
Ceguera de las hermanastras
El pensar que se puede sobresalir rebajando a los demás y confiando en la apariencia externa

VALORES Y ENSEÑANZAS
_ Las apariencias superficiales no nos muestran en absoluto el valor interno de la persona,
_ Para conseguir algunos objetivos, es inevitable pasar por trances negativos,
_ La rivalidad fraterna es un hecho corriente; el niño no debe temer si le ocurre,
_ La virtud será recompensada y el mal castigado,
_ Para desarrollar la propia personalidad hay que trabajar duro y saber distinguir entre el bien y el mal (lentejas),
_ Se pueden obtener cosas de gran valor de algo miserable (cenizas),
_ Tiene mucha importancia mantenerse fiel a lo que en el pasado fue satisfactorio y conservar viva la confianza básica de la madre,
_ La protagonista triunfa al final sin magia, gracias a su personalidad, a su esfuerzo, a la sinceridad consigo misma y a su verdadera identidad (no le importa que el príncipe la vea con harapos),
_ Es normal la transformación de padres buenos al principio y “padrastros” durante el crecimiento, necesario para poder llegar a ser independiente y
_ El considerarse sucio al principio (cenizas _ poco control de los esfínteres) es una situación temporal.
El cuento es “real” frente a los ojos del niño, puesto que se identifica con la inocencia de la protagonista, su suciedad y sobretodo, con el maltrato de la heroína respecto a los hermanos. Por si solo, el niño es incapaz de ver que con el paso del tiempo igualará a sus hermanos; por eso necesita la fantasía para darle esperanzas respecto al futuro y un alivio en el presente. La historia le indica lo afortunado que es en comparación con Cenicienta y cómo podrían empeorar las cosas.

Estos relatos describen perfectamente lo que según Ericsson seria el ciclo de la vida humano o “crisis psicosociales especificas” que al superarlas, ya se está preparado para mantener una relación intima con otra persona:
1. Confianza básica: Representada por la madre buena original,
2. Autonomía: Cenicienta acepta su papel y lo desempeña lo mejor que sabe,
3. Iniciativa: Cuando se planta la ramita y la cultiva ella misma,
4. Laboriosidad: Representada por las difíciles tareas 
5. Identidad: Cenicienta escapa del baile para que el príncipe la acepte como es.

Para terminar, una reflexión:
¿Ama realmente la protagonista al príncipe? Nunca sabremos los verdaderos sentimientos de la protagonista hacia el príncipe, ya que no se han especificado en ninguna versión. Está preparada para el matrimonio pero, ¿se casa por amor o simplemente por pasividad ante el poder de un futuro rey que le maravilló en un baile?

Luis Balbuena. Yo soy el cero,

Cuentos del cero 

Érase una vez un cuerdo profesor de matemáticas que anhelaba captar el interés de sus alumnos y motivarles para que les resultara más fácil el aprendizaje de su disciplina. Se involucró en múltiples experiencias de innovación educativa allá por donde pasó: Huelva, Tejina y, finalmente, en su ÍES Viera y Clavijo de La Laguna y también en países lejanos, allá donde van las golondrinas.

Con el paso del tiempo descubrió que no existen varitas mágicas ni pócimas milagrosas capaces de sustituir el esfuerzo que un estudiante debe hacer para encontrar las soluciones de una ecuación de segundo grado o para sumar un par de fracciones. Pero de algo sí que estaba seguro: hay innumerables formas y caminos para subir al árbol de la Sabiduría y, además, cada persona tiene que hacerlo por sus propios medios, a su ritmo, según sus inquietudes e intereses pero todos deben ser motivados, estimulados y ayudados a subir por alguien que ya esté en lo alto, por un Maestro.

Dicen que los buenos cuentos son un reflejo de la realidad, pero, ¿qué es realmente un cuento? ¿Cuántas veces nuestros padres o abuelos nos habrán contado uno? Seguro que muchas y siempre que lo hacían captaban nuestra atención. ¿Lo hacían sólo para divertirnos y entretenernos? La verdad es que aprendíamos muchas cosas que, a pesar de tenerlas ante nuestros ojos, nos pasaban desapercibidas.

Los cuentos nos descubrían nuevos mundos de los que luego queríamos saber más y más y, sobre todo, nos ayudaban a superar nuestros miedos a lo desconocido o a sobrellevar los malos ratos, porque esperábamos un final feliz.

Así que los cuentos son un quitamiedos y, ¿no tienen muchos de nuestros alumnos un miedo atroz a las matemáticas? Los seres que pueblan los cuentos son misteriosos y a veces incomprensibles -duendes, hadas, brujas y hechiceros y, ¿qué piensan ellos de los entes matemáticos?

Luis Balbuena se define como un didacta ecléctico y los que lo conocemos sabemos que ha utilizado recursos inimaginables para enseñar, y no sólo matemáticas, dentro y fuera del aula. Sus alumnos han aprendido mirando al inmenso cielo o un minúsculo guisante mágico; en la ciudad que transitan todos los días descubriendo tesoros ocultos; en las banderas, en las cruces, en los libros, en la radio y la televisión y siempre, siempre, descubriendo matemáticas en todos ellos.

Desde hace muchos años, tenemos la suerte de contar entre nuestros amigos con este profesor de aula, Luis Balbuena Castellano; sabemos de sus inquietudes, del entusiasmo que pone en todas sus acciones y de su interes por que las buenas experiencias docentes se transmitan para que pueda beneficiarse de ellas toda la comunidad educativa. En esa línea toma sentido el presente libro que hace valer el recurso del cuento como herramienta didáctica.

En Yo soy el cero recrea la historia y la importancia de nuestro sistema de numeración. Para adentrarnos en los razonamientos lógicos nos sorprende llevándonos de la mano de dioses mitológicos en El rescate; o de un hidalgo que sabe enseñar, en De lo que aconteció a Don Quijote… Las puertas de la geometría las abre con rectas, triángulos y esferas; la paridad y la teoría de números dan paso a un romance eterno.

No desvelaremos sus misterios, eso queda para el lector, pero es de agradecer que con cada cuento despierte la curiosidad y dé paso a un sinfín de preguntas; el docente pondrá una apropiada metodología y ningún límite al pensamiento.

Que vuelen lejos y altas las perdices si todo este derroche de imaginación sirve para que un estudiante se acerque a las matemáticas sin infundada aprensión, condición imprescindible para que pueda tener éxito en su aprendizaje.

Lola de la Coba García Luis Cutillas Fernández

A mis alumnas de Huelva


YO SOY EL CERO 

Gracias a la actual tecnología puedo, al fin, expresarme como humano y contarles así parte de mi apasionante historia. Comprenderán que no es sencillo, ya que me han ocurrido infinidad de cosas, aparte de todo lo que sé. Si algún día me decido a escribir mis memorias, conocerán ustedes detalles buenos y malos de muchos personajes de la historia. Pero no es este mi objetivo ahora. Me propongo contarles, a grandes rasgos, los momentos más importantes de mi vida.

Nací en la India hace muchos siglos. No recuerdo la fecha exacta y tampoco en aquella época se registraba este tipo de cosas. ¡Fíjense qué atraso!, un acontecimiento tan importante como mi nacimiento que no haya sido registrado por nadie… Lo que sí recuerdo es que fue un anciano venerable, delgado, con larga barba blanca, que hablaba con gran serenidad. Vivía con un grupo de discípulos a los que hablaba de cosas muy bellas. Éstos le llamaban Maestro. Uno de los temas favoritos de sus conversaciones y discusiones éramos nosotros, los números. Mis hermanos Uno, Dos, Tres, Cuatro, Cinco, Seis, Siete, Ocho y Nueve nacieron antes que yo y, según me enteré después, sin mayor dificultad. Cuando el Maestro recorría los dedos de su mano, uno a uno y llegaba al último, hacía un contenido gesto de rabia porque no sabía cómo designarlo. Todos los demás tenían nombre menos el último. Yo me desesperaba, pues conocía la solución y no podía comunicársela. El ignorarme era lo que le producía todos esos problemas.

El sabio maestro llevaba un tiempo sobre la pista correcta para resolverlo. Él había llegado a la conclusión de que todos los dedos formaban una unidad de orden superior a la formada por un solo dedo, pero no daba con la forma de expresarlo ni con el símbolo adecuado.

Un día de primavera, después de tomar su ración cotidiana de bambúes y saltamontes, se recostó bajo la sombra de un hermoso árbol que había cerca de su cabaña. Su mente continuaba dando vueltas insistentemente al mismo problema. Sabía que no tardaría mucho en llegar a solucionarlo. Estaba seguro de ello y por esto su ansiedad crecía día a día. En medio de estas reflexiones, de repente, se levantó sobresaltado. Con un paso nervioso y ligero dio varias vueltas al árbol mientras su mano recorría insistentemente la barba de arriba abajo diciéndose una y otra vez:

- No puede ser, no puede ser.

- ¡Menos mal! -me dije yo, ¡al fin se daba cuenta de mi existencia!

Ya podrán comprender lo contento que me puse. Cuando me vieron mis hermanos, me felicitaban con efusión, porque también ellos comprendieron que acababa de darse un paso trascendental que afectaría a sus vidas y a sus valores.

El Maestro convocó a sus discípulos. Éstos observaban con inquietud y expectación aquella extraña luminosidad en su rostro que ya conocían de otras veces. Cayeron en la cuenta de que algo extraordinario tenía que haber ocurrido. Con mucha solemnidad y lentitud, el Maestro empezó a hablar relatando su hallazgo. Si me colocaba a mí, decía, a la derecha de Uno, entonces aparecía la ansiada unidad de orden superior que tanto habían buscado; de esta manera, a través de ese nuevo ser que llamaron Diez o Decena, nací yo. Los discípulos admiraron profundamente aquel magno descubrimiento felicitando entusiasmados al Maestro por haber dado con la solución del problema que tanto le preocupó en los últimos tiempos.

Durante los días que siguieron la actividad de aquel interesante grupo de hombres fue muy intensa. Tenían aún que resolver los pequeños problemas que quedaban planteados. Así, por ejemplo, cuando tenían diez unidades de este orden que acababa de descubrir el Maestro, ¿cómo representar esa cantidad? Al principio hubo un poco de desánimo. El Maestro, sin embargo, estaba tranquilo porque era consciente de que este problema era ya de menor envergadura. Y, en efecto, no tardó en dar con la solución: me colocaron dos veces a la derecha de Uno. Le dieron por nombre Cien o Centena. Esto ya era demasiado para mí. De ser un auténtico desconocido, me convertí en la pieza más importante de aquel rompecabezas.

Durante mucho tiempo no me moví de la India. El descubrimiento del Maestro se había extendido por todos los países que conformaban la India con gran celeridad gracias a la difusión que le dieron sus fieles discípulos. A la cabaña del Maestro llegaban cada día grupos de sabios de todos los lugares. Venían a felicitarlo y a plantearle dudas que querían resolver. A todos trataba con su ya legendaria amabilidad y sabiduría.

Así transcurrieron varios siglos. Allá por el siglo VII (u VIII, no estoy muy seguro), empezaron a llegar a la India desde el poniente unos individuos que, según decían, venían de muy lejos, en camellos y en busca de no sé qué productos que llevaban a sus tierras, donde eran muy apreciados. Tanto mis hermanos como yo fuimos dados a conocer a esta extraña gente aunque al principio parece que no les impresionamos demasiado. Pero uno de ellos nos llevó con él. Estuve mucho tiempo atravesando desiertos, avanzando siempre al poniente, allá por donde se oculta el que luego sería mi primo por el parecido que tenemos. Después deeste fatigoso viaje (quizá el peor de los que he hecho), metido y olvidado casi, en una bolsa que además apestaba a piel curtida que daba náuseas, llegué a una ciudad que, apenas la vi, quedé prendado de ella, pues era ciertamente bella. Había un constante movimiento de humanos y camellos sobre todo. Aquéllos vestían una túnica larga y usaban turbante en la cabeza, igual que el que nos trajo hasta allí. Supe que les llamaban árabes. Todo era color, esplendor y riqueza.

Pero nuestro hombre nos había olvidado a mí y a mis hermanos. Le interesaban más otras cuestiones relacionadas con las otras cosas que había traído. Yo creo, entre nosotros, que el pobre no era capaz de captar del todo nuestro valor. Una tarde fue a ver a un amigo que luego comprobé que era mucho más instruido que él. Hablaron de cosas referentes al viaje, de lo que había visto a lo largo del trayecto, de las rutas que había para llegar a donde ellos llamaban el naciente y de lo que encontró en mi tierra, la India. Afortunadamente llevaba la bolsa en la que estábamos nosotros. Se acordó de las cosas que llevaba allí y se las mostró a su amigo. Allí estábamos, al fin, junto a otros objetos: un trozo de tela de no sé qué tipo que al parecer le encargó antes de emprender el viaje y una joya muy llamativa. Estas cosas le interesaron más. De nuevo seguíamos marginados.

Cuando los temas de conversación parecieron agotados, nos miró atentamente y le pidió a su amigo el mercader que le explicara qué significaban aquellos garabatos que aparecían pintados en el trozo de piel. Ahí estaba yo, atento a lo que estaba ocurriendo. El mercader lo hizo fatal y temí que su amigo no le entendiese. Pero ya les dije que era un hombre inteligente y enseguida se dio cuenta. Me miraba a mí de una manera especial y sin poder contener su asombro, empezó a exclamar:

- ¡Claro, claro, esa es la solución!

Trató de hacer ver a su amigo que yo era muchísimo más importante que toda la carga que había traído, cosa que el mercader no comprendió porque no recibió ni una sola moneda a cambio.

Me puse muy contento. Este hombre fue nuestra salvación. Desde ese día, no hicimos más que viajar de una ciudad a otra, siempre en medio de hombres con túnicas y turbantes y de mujeres con la cara tapada que veíamos sólo de vez en cuando. Aunque al principio sólo me movía entre hombres sabios y estudiosos (llamaba la atención allí a donde llegaba), pronto los propios mercaderes y muchas más personas se dieron cuenta de la utilidad que yo representaba, junto con mis hermanos, claro, para poder controlar los negocios, las edificaciones, los dineros de las casas, etc.

Un día sucedió algo inesperado que ha causado muchos problemas y, sobre todo, me ha traído muchas enemistades. Resulta que, por un error supongo que involuntario, me colocaron a la izquierda de Uno y a un maldito humano, cuyo nombre he olvidado, se le ocurrió decir que yo, en aquel lugar no valía nada. Realmente ellos se alegraron mucho porque al fin encontraron el símbolo adecuado para nada; es decir, que si a una persona le quitan las monedas que tiene, me toman a mí para indicar que no le queda ninguna. Esto me sentó fatal. Piensen que, hasta ahora, siempre me colocaban a la derecha de mis hermanos y por esto era muy apreciado pues ellos aumentaban su valor de una forma extraordinaria. A partir de la apreciación de aquel individuo, me dejaron solo y con un significado bastante triste. Me resultó curioso que alguno de aquellos sabios se lamentara de lo tarde que habían empezado a utilizarme solo. Al final comprendí que eso era parte de mi sino y lo acepté.

Pero no todo fue malo. Allá por el siglo XIII de la era cristiana me sucedió algo nuevo, pero esta vez sí que fue trascendental en mi vida pues marcó un antes y un después. Por aquellos sitios por donde yo transitaba llegó un mercader italiano que tenía un hijo llamado Leonardo de Pisa (que es una ciudad italiana de donde parece que era este personaje). Lo recuerdo bien porque, como les he dicho, él significó mucho en mi futuro a partir de aquel instante. Su manejo de la aritmética se basaba en unos extraños símbolos que usaban los romanos y que yo nunca llegué a entender. Además, para hacer operaciones usaba un aparato a base de piedras pequeñas (cálculos les llamaba él) que su padre llevaba a todas partes como quien lleva la nariz. Cuando Leonardo acudió a casa de un amigo para que le enseñara cosas del saber y el sabio nos mostró a nosotros, ¡había que ver la cara de aquel muchacho cuando nos descubrió! Y sobre todo a mí. Es inenarrable. Y no me extraña después de ver, como les he dicho, cómo contaba y operaba él. Cuando me llevó a su Italia natal lo comprendí mejor. Escribían los números a base de unos palos, equis y otras letras. Un medio rollo. Lo grave de aquel sistema, que a pesar de todo pervive, es que los números no tienen valor relativo y para escribirlos tienes que saber sumar porque los valores se van acumulando como si fuera una colección. Y lo peor se presentaba al sumar porque LIX y CXVIII son dos cantidades escritas en ese sistema, ¿quién es capaz de sumarlos? ¡Imposible! Entonces es cuando usaban aquellos aparatos con piedritas, que ahora me acuerdo que les llamaban ábacos, y claro, no todo el mundo sabía las cuatro reglas.

Pues bien, precisamente conmigo y con mis hermanos (nos pusieron el nombre de dígitos por eso de que somos diez, como los dedos), consiguieron resolver no sólo el problema de la escritura de los números sino también lo de las cuatro reglas. Esto, como les he dicho, los indios y los árabes ya lo tenían resuelto hacía tiempo. Su asombro fue impresionante cuando descubrieron que con este sistema que les trajo Leonardo, los dígitos podemos tener dos valores al mismo tiempo: uno absoluto, esto es, el que valemos por nosotros mismos y otro relativo que depende del lugar que ocupemos en el número que se escriba cuando nos reunimos más de uno. Así, por ejemplo, para escribir el mil tres, basta con ponerme a mí dos veces entre el Uno y el Tres (estos son sus valores absolutos), de forma que el Uno representa en ese caso las unidades de mil (este es su valor relativo) y el Tres coincide con las unidades simples. Como en este caso no hay ni decenas ni centenas, se me coloca a mí para indicarlo (esto es, precisamente, parte de mi gran valía). Vieron, pues, cómo escribir cantidades se convirtió en algo sencillísimo, que cualquier persona podría dominar con pocas explicaciones. Tanto fue así que llegó un momento en que este mecanismo se explicó en las escuelas a los niños y hoy, en la mayoría de los países, rara es la persona que no nos conoce y utiliza en su vida cotidiana.

Pero volviendo a mi amigo Leonardo, si su admiración fue enorme cuando se enteró de cómo escribir cantidades, imagínense cómo quedaría cuando aprendió a sumar… Ahora, decía, todo es más claro. Para hacerlo bastaba con colocar las cantidades a sumar unas debajo de otras, con la única precaución de que los dígitos que ocuparan la misma posición relativa estuvieran en la misma columna; es decir, las unidades a la derecha del todo, luego las decenas, después las centenas y así sucesivamente. En fin, qué les voy a decir a ustedes. Seguro que lo saben hacer de maravilla desde la más tierna infancia.

Por cierto, que recuerdo que mi asombrado amigo se pasó todo el viaje de África hasta Italia sin salir de su camarote casi ni para comer, de manera que al llegar dominaba la técnica perfectamente. Escribió más tarde un libro de mucho éxito donde lo explicaba todo. Lo tituló El libro del ábaco.

Si se tiene en cuenta que la suma es la base de casi toda la matemática, se imaginarán lo que sucedió después. Recorrimos todos los países en muy poco tiempo y en los distintos sitios nos recibían triunfal mente aunque, modestia aparte, yo era el más admirado, pues como decían algunos, sin valer nada, podía llegar a valer mucho. Se habían creado unos centros de saber que llamaban universidades y allí es donde éramos especialmente apreciados. Pero lo más bonito fue el ver cómo cada vez nos utilizaba más gente. Ya no eran sólo los venerables sabios, sino que, como sucedió antes con los árabes, era el pueblo llano el que nos conocía y utilizaba casi a diario para resolver un sinfín de problemas.

A partir de mi llegada a Italia mi vida se hizo muy ajetreada. Cada día me utilizaban para cosas nuevas y hasta yo mismo me asombraba de ver por dónde me metían. Esta gente de la llamada civilización occidental comprendió ahora por qué su matemática se les había quedado estancada. Los griegos de la época clásica, que según los datos que tengo, eran unos tipos listos, no llegaron a conocernos. Descubrieron y estudiaron muchas cosas, pero su complicado sistema de numeración les frenó considerablemente. Por eso se desviaron tanto hacia la geometría, llegando lejos en sus aportaciones. ¿Os imagináis qué habría pasado si nos hubiesen conocido personajes como Pitágoras o Euclides? Posiblemente habríamos llegado mucho antes a la Luna (aunque hay quien sigue empeñado en que no se ha llegado aún, si bien a mí me importa poco eso).

De todos modos, no crean que todos me aceptaron sin más. Hubo alguna gente que me miraba mal, con argumentos tan peregrinos como los de unos a los que llamaban cartujos (no sé si existen aún), que no me aceptaban porque decían que yo era la nada y la nada no existe… ¡Toma ya!

Pero volviendo a mi historia buena, como ya les he indicado, me convertí en algo imprescindible para la vida. Soy el punto de partida de todas las escalas, de todas las redes de comunicación, de los días; incluso en la física me dan un nombre que se aplicó a los reyes: el absoluto. Ya sé que a los estudiantes no les caigo especialmente simpático, pero bueno, algún defecto habría que tener…

Todos mis méritos se me han ido reconociendo poco a poco. Lo que más me ha emocionado en este sentido ocurrió en París, en una exposición internacional que se celebró en 1937. En el pabellón de la matemática había un enorme rótulo que presidía la entrada. En él estábamos escritos los cinco números más importantes sintetizados en una fórmula que, aunque yo no la entiendo mucho tampoco, no me resisto a escribirla para que vean qué bien he quedado en ella. Es esta:



 e^iπ +1 = 0


******

Por cierto que en esa exposición compartí los honores con un enorme cuadro que pintó un español llamado Picasso y que tituló Guernica. No sé si lo conocen…

Y ya por último fíjense qué poesía tan bonita me han dedicado, junto a dos de mis hermanos:


EL CERO, EL UNO Y EL DOS


Graves autores contaron
que en el país de los ceros
el uno y el dos entraron
y, desde luego trataron,
de medrar y hacer dinero.
Pronto el uno hizo cosecha,
pues a los ceros honraba
con amistad muy estrecha,
y, dándoles la derecha,
así el valor aumentaba.
Pero el dos tiene otra cuerda:
¡Todo es orgullo maldito!
y con táctica tan lerda
los ceros pone a la izquierda
y así no medra un pito.
En suma: el humilde uno
llegó a hacerse millonario
mientras el dos, importuno,
por su orgullo cual ninguno
no pasó de perdulario.

Al Grupo Relojes

domingo, 26 de mayo de 2013

Oración de la maestra. Gabriela Mistral.

LA ORACIÓN DE LA MAESTRA
A César Duayen

¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra.
Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.
Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me hieren. No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñé.
Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que no es carne de mis carnes. Dame que alcance a hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y a dejarte en ella clavada mi más penetrante melodía, para cuando mis labios no canten más.
Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada día y de cada hora por él.
Pon en mi escuela democrática el resplandor que se cernía sobre tu corro de niños descalzos.
Hazme fuerte, aun en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre; hazme despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida.
¡Amigo, acompáñame! ¡Sostenme! Muchas veces no tendré sino a Ti a mi lado. Cuando mi doctrina sea más casta y más quemante mi verdad, me quedaré sin los mundanos; pero Tú me oprimirás entonces contra tu corazón, el que supo harto de soledad y desamparo. Yo no buscaré sino en tu mirada la dulzura de las aprobaciones.
Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada o banal en mi lección cotidiana.
Dame el levantar los ojos de mi pecho con heridas, al entrar cada mañana a mi escuela. Que no lleve a mi mesa de trabajo mis pequeños afanes materiales, mis mezquinos dolores de cada hora.
Aligérame la mano en el castigo y suavízamela más en la caricia. ¡Reprenda con dolor, para saber que he corregido amando!
Haz que haga de espíritu mi escuela de ladrillos. Le envuelva la llamarada de mi entusiasmo su atrio pobre, su sala desnuda. Mi corazón le sea más columna y mi buena voluntad más horas que las columnas y el oro de las escuelas ricas.
Y, por fin, recuérdame desde la palidez del lienzo de Velázquez, que enseñar y amar intensamente sobre la Tierra es llegar al último día con el lanzazo de Longinos en el costado ardiente de amor.
Gabriela Mistral

Esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta. Amén.
Sangre sería y me fuese en las palmas
de tu labor, y en tu boca de mosto.
Tu entraña fuera, y sería quemada
en marchas tuyas que nunca más oigo,
y en tu pasión que retumba en la noche
como demencia de mares solos.
¡Se nos va todo, se nos va todo!

EL DIOS TRISTE
Mirando la alameda, de otoño lacerada,
la alameda profunda de vejez amarilla,
como cuando camino por la hierba segada
busco el rostro de Dios y palpo su mejilla.
Y en esta tarde lenta como una hebra de llanto
por la alameda de oro y de rojez yo siento
un Dios de otoño, un Dios sin ardor y sin canto
¡y lo conozco triste, lleno de desaliento!
Y pienso que tal vez Aquel tremendo y fuerte
Señor, al que cantara de locura embriagada,
no existe, y que mi Padre que las mañanas vierte
tiene la mano laxa, la mejilla cansada.
Se oye en su corazón un rumor de alameda
de otoño: el desgajarse
de la suma tristeza;
su mirada hacia mí como lágrima rueda
y esa mirada mustia me inclina la cabeza.
Y ensayo otra plegaria para
este Dios doliente,
plegaria que del polvo del mundo no ha subido:
“Padre, nada te pido, pues te miro a la frente
y eres inmenso, ¡inmenso!, pero te hallas herido.”

LA MUERTE FUERTE
Me acuerdo de tu rostro que se fijó en mis días,
mujer de saya azul y de tostada frente,
que en mi niñez y sobre mi tierra de ambrosía
vi abrir el surco negro en un abril ardiente.
Alzaba en la taberna, honda, la copa impura
el que te apegó un hijo al pecho de azucena,
y bajo ese recuerdo, que te era quemadura,
caía la simiente de tu mano, serena.
Segar te vi en enero lo
s trigos de tu hijo,
y sin comprender tuve en ti los ojos fijos,
agrandados al par de maravilla y llanto.
Y el lodo de tus pies todavía besara,
porque entre cien mundanas
no he encontrado tu cara
¡y aun te sigo en los surcos la sombra con mi canto!

EL AMOR QUE CALLA
Si yo te odiara, mi odio te daría
en las palabras, rotundo y seguro;
pero te amo y mi amor no se confía
a este hablar de los hombres, tan oscuro.
Tú lo quisieras vuelto un alarido,
y viene de tan hondo que ha deshecho
su quemante raudal, desfallecido,
antes de la garganta, antes del pecho.
Estoy lo mismo que estanque colmado
y te parezco un surtidor inerte.
¡Todo por mi callar atribulado
que es más atroz que el entrar en la muerte!

ÍNTIMA
Tú no oprimas mis manos.
Llegará el duradero
tiempo de reposar con mucho polvo
y sombras en los entretejidos dedos.
Y dirías: “No puedo
amarla, porque ya se desgranaron
como mieses sus dedos.”
Tú no beses mi boca.
Vendrá el instante lleno
de luz menguada, en que estaré sin labios
sobre un mojado suelo.
Y dirías: “La amé, pero no puedo
amarla más, ahora que no aspira
el olor de retamas de mi beso.”
Y me angustiara oyéndote,
y hablaras loco y ciego,
que mi mano será sobre tu frente
cuando rompan mis dedos,
y bajará sobre tu cara llena
de ansia mi aliento.
No me toques, por tanto. Mentiría
al decir que te entrego
mi amor en estos brazos extendidos,
en mi boca, en mi cuello,
y tú, al creer que lo bebiste todo,
te engañarías como un niño ciego.
Porque mi amor no es sólo esta gavilla
reacia y fatigada de mi cuerpo,
que tiembla entera al roce del cilicio
y que se me rezaga en todo vuelo.
Es lo que está en el beso, y no es el labio;
lo que rompe la voz, y no es el pecho:
¡es un viento de Dios, que pasa hendiéndome
el gajo de las carnes, volandero!

LA OTRA
Una en mí maté:
yo no la amaba.
Era la flor llameando
del cactus de montaña;
era aridez y fuego;
nunca se refrescaba.
Piedra y cielo tenía
a pies y a espaldas
y no bajaba nunca
a buscar “ojos de agua”.
Donde hacía su siesta,
las hierbas se enroscaban
de aliento de su boca
y brasa de su cara.
En rápidas resinas
se endurecía su habla,
por no caer en linda
presa soltada.
Doblarse no sabía
la planta de montaña,
y al costado de ella,
yo me doblaba...
La dejé que muriese,
robándole mi entraña.
Se acabó como el águila
que no es alimentada.
Sosegó el aletazo,
se dobló, lacia,
y me cayó a la mano
su pavesa acabada...
Por ella todavía
me gimen sus hermanas,
y las gredas de fuego
al pasar me desgarran.
Cruzando yo les digo:
—Buscad por las quebradas
y haced con las arcillas
otra águila abrasada.
Si no podéis, entonces,
¡ay!, olvidadla.
Yo la maté. ¡Vosotras
también matadla!


EL VASO
Yo sueño con un vaso de humilde y simple arcilla,
que guarde tus cenizas cerca de mis miradas;
y la pared del vaso te será mi mejilla,
y quedarán mi alma y tu alma apaciguadas.
No quiero espolvorearlas en
vaso de oro ardiente,
ni en la ánfora pagana
que carnal línea ensaya:
sólo un vaso de arcilla te ciña simplemente,
humildemente, como un pliegue de mi saya.
En una tarde de estas recogeré la arcilla
por el río, y lo haré
con pulso tembloroso.
Pasarán las mujeres cargadas de gavillas,
y no sabrán que amaso el lecho de un esposo.
El puñado de polvo, que cabe entre mis manos,
se verterá sin ruido, como una hebra de llanto.
Yo sellaré este vaso con beso sobrehumano,
¡y mi mirada inmensa será tu único manto!


VOLVERLO A VER
¿Y nunca, nunca más, ni en noches llenas
de temblor de astros, ni en las alboradas
vírgenes, ni en las tardes inmoladas?
¿Al margen de ningún sendero pálido,
que ciñe el campo, al margen de ninguna
fontana trémula, blanca de luna?
¿Bajo las trenzaduras de la selva,
donde llamándolo me ha anochecido,
ni en la gruta que vuelve mi alarido?
¡Oh, no! ¡Volverlo a ver, no importa dónde,
en remansos de cielo o en vórtice hervidor,
bajo una luna plácida o en un cárdeno horror!
¡Y ser con él todas las primaveras
y los inviernos, en un angustiado
nudo, en torno a su cuello ensangrentado!



LA EXTRANJERA
—“Habla con dejo de sus mares bárbaros,
con no se qué algas y no se qué arenas;
reza oración a dios sin bulto y peso,
envejecida como si muriera.
En huerto nuestro que nos hizo extraño,
ha puesto cactus y zarpadas hierbas.
Alienta del resuello del desierto
y ha amado con pasión de que blanquea,
que nunca cuenta y que si nos contase
sería como el mapa de otra estrella.
Vivirá entre vosotros ochenta años,
pero siempre será como si llega,
hablando lengua que jadea y gime
y que le entienden solo bestezuelas.
Y va a morirse en medio de nosotros,
en una noche en la que más padezca,
con sólo su destino por almohada,
de una muerte callada y
extranjera”.


CANCIÓN DE LA SANGRE
Duerme, mi sangre única
que así te doblaste,
vida mía, que se mece
en rama de sangre.
Musgo de unos sueños míos
que te me cuajaste,
duerme así, con tus sabores
de leche y de sangre,
Hijo mío, todavía
sin piñas ni agaves,
volteando en este pecho
granadas de sangre.
Si sangre tuya, latiendo
de las que tomaste,
durmiendo así, tan completo
de leche y de sangre.
Cristal dando unos trasluces
y luces, de sangre;
fanal que alumbra y me alumbra
con mi propia sangre.
Mi semillón soterrado
que te levantaste;
estandarte en que se para
y cae mi sangre;
Camina, se aleja y vuelve
a recuperarme.
Juega en la duna, echa
sombra y es mi sangre.
¡En la noche, si me pierde,
lo trae mi sangre.
¡Y en la noche, si lo pierdo,
lo hallo por su sangre!


LA FUGA
Madre mía, en el sueño
ando por paisajes cardenosos:
un monte negro que se contornea
siempre, para alcanzar el otro monte;
y en el que sigue estás tú vagamente,
pero siempre hay otro monte redondo
que circundar, para pagar el paso
al monte de tu gozo y de mi gozo.
Mas, a trechos tú misma vas haciendo
el camino de burlas y de expolio.
Vamos las dos sintiéndonos, sabiéndonos,
mas no podemos vernos en los ojos,
y no podemos trocarnos palabra,
cual la Eurídice y el Orfeo solos,
las dos cumpliendo un voto o un castigo,
ambas con pies y con acento rotos.
Pero a veces no vas al lado mío:
te llevo en mí, en un peso angustioso
y amoroso a la vez, como pobre hijo
galeoto a su padre galeoto,
y hay que enhebrar los cerros repetidos,
sin decir el secreto doloroso:
que yo te llevo hurtada
a dioses crueles
y que vamos a un Dios que es de nosotros.
Y otras veces ni estás cerro adelante,
ni vas conmigo, ni vas en mi soplo:
te has disuelto con niebla en las montañas,
te has cedido al paisaje cardenoso.
Y me das unas voces de sarcasmo
desde tres puntos, y en dolor me rompo,
porque mi cuerpo es uno, el que me diste,
y tú eres un agua de cien ojos,
y eres un paisaje de mil brazos,
nunca más lo que son los amorosos:
un pecho vivo sobre un pecho vivo,
nudo de bronce ablandado en sollozo.
Y nunca estamos, nunca nos quedamos,
como dicen que quedan los gloriosos,
delante de su Dios, en dos anillos
de luz, o en dos medallones absortos,
ensartados en un rayo de gloria
o acostados en un cauce de oro.
O te busco, y no sabes que te busco,
o vas conmigo, y no te veo el rostro;
o en mí tú vas, en terrible convenio,
sin responderme con tu cuerpo sordo,
siempre por el rosario de los cerros,
que cobran sangre por
entregar gozo,
y hacen danzar en torno a cada uno,
¡hasta el momento de la sien ardiendo,
del cascabel de la antigua demencia
y de la trampa en el vórtice rojo!