lunes, 22 de abril de 2013

Jorge Guillén


Jorge Guillén Álvarez. (Valladolid, 18 de enero de 1893 – Málaga, 6 de febrero de 1984). Poeta español, perteneciente a la Generación del 27. Estudia Filosofía y Letras en Madrid y en Granada, graduándose en 1913. En 1924 se doctora y visita Alemania después de haber sido lector de español en la Sorbona (1917-1923), actividad que repite años después en Oxford. En 1925 obtiene la cátedra de Literatura española en la Universidad de Murcia, pasando a la de Sevilla tres años después. Ocupa este último puesto hasta que, acabada la guerra civil, se exilia a los Estados Unidos, donde imparte Literatura y Letras, hasta el final de su carrera.
Realiza colaboraciones en las revistas intelectuales españolas más importantes (España, La Pluma, Índice, Revista de Occidente) y posteriormente en las hispanoamericanas. Entre otras actividades, traduce a Paul Valéry (Cementerio marino) y a Jules Supervielle.
Su poesía se edita en la Revista de Occidente desde 1919 hasta 1928; en este último año aparece con el título de Cántico, considerado a menudo como el libro cumbre de su generación. En una segunda etapa, en la que se reflejan diversos conflictos políticos, publica las tres partes de Clamor, tituladas Maremagnum (1957), Que van a dar en la mar (1960) y A la altura de las circunstancias (1963). Son temas recurrentes en su obra la nostalgia del pasado, el paso del tiempo y la reflexión sobre la vejez. Más adelante, conHomenaje (1967), retorna al enfoque de su primera etapa. Sus últimas obras son Y otros poemas (1973) y Final (1982).
En 1976 recibe el máximo galardón de las letras hispánicas, el Premio Miguel de Cervantes. (Biografía tomada del Instituto Cervantes).

Desnudo

Blancos, rosas... Azules casi en veta, 
dos, mentales. 
Puntos de luz latente dan señales 
de una sombra secreta. 
Pero el color, infiel a la penumbra, 
se consolida en masa. 
Yacente en el verano de la casa, 
una forma se alumbra. 
Claridad aguzada entre perfiles, 
de tan puros tranquilos 
que cortan y aniquilan con sus filos 
las confusiones viles. 
Desnuda está la carne. Su evidencia 
se resuelve en reposo. 
Monotonía justa: prodigioso 
colmo de la presencia. 
¡Plenitud inmediata, sin ambiente, 
del cuerpo femenino! 
Ningún primor: ni voz ni flor. ¿Destino? 
Oh absoluto presente!


*******

El mar es un olvido,
una canción, un labio; 
el mar es un amante, 
fiel respuesta al deseo. 
Es como un ruiseñor, 
y sus aguas son plumas, 
impulsos que levantan 
a las frías estrellas. 
Sus caricias son sueños, 
entreabren la muerte, 
son lunas accesibles, 
son la vida más alta.
Sobre espaldas oscuras
las olas van gozando. 
Las doce en el reloj
Dije: ¡Todo ya pleno!
Un álamo vibró.
Las hojas plateadas
sonaron con amor.
Los verdes eran grises,
el amor era sol.
Entonces, mediodía, 
un pájaro sumió 
su cantar en el viento 
con tal adoración 
que se sintió cantada 
bajo el viento la flor 
crecida entre las mieses, 
más altas. Era yo, 
centro en aquel instante 
de tanto alrededor, 
quien lo veía todo 
completo para un dios. 
Dije: Todo, completo. 
¡Las doce en el reloj! 

*******

Mis manos y mis labios y mis ojos
rehacen
con creciente embeleso
próximo al éxtasis,
activo sin embargo,
un incesante viaje
de reconocimiento que a la vez descubre
tanta comarca donde nunca es tarde:
Aurora permanente
sobre cimas y valles.
Entre las combas y las sombras
de tu hermosura no me pierdo,
y tu nombre claro proyecta
luz muy personal sobre tu cuerpo,
que está en mi amor y fuera de
su mágico radio secreto.
Y a esa tu vida, más allá,
bajo sol y luna me entrego,
toda tú estás conmigo,
nuestro doble futuro yo lo quiero.



Ya se alargan las tardes, ya se deja
despacio acompañar el sol postrero
mientras él, desde el cielo de febrero,
retira al río la ciudad refleja
de la corriente, sin cesar pareja
-más todavía tras algún remero-
a mí, que errante junto al agua quiero
sentirme así fugaz sin una queja,
viendo la lentitud con que se pierde
serenando su fin tanta hermosura,
dichosa de valer cuando más arde
-bajo los arreboles- hasta el verde
tenaz de los abetos y se apura
la retirada lenta de la tarde.



Perfección

Queda curvo el firmamento, 
compacto azul, sobre el día. 
Es el redondamiento 
del esplendor: mediodía. 
Todo es cúpula. Reposa, 
central sin querer, la rosa, 
a un sol en cenit sujeta. 
Y tanto se da el presente 
que el pie caminante siente 
la integridad del planeta.




Muerte de unos zapatos

¡Se me mueren! Han vivido
con fidelidad: cristianos
servidores que se honran
y disfrutan ayudando,
complaciendo a su señor,
un caminante cansado,
a punto de preferir
la quietud de pies y ánimo.
Saben estas suelas. Saben
de andaduras palmo a palmo,
de intemperies descarriadas
entre barros y guijarros...
Languidece en este cuero
triste su matiz, antaño
con sencillez el primor
de algún día engalanado
Todo me anuncia una ruina
que se me escapa. Quebranto
mortal corroe el decoro.
Huyen. ¡Espectros-zapatos!



Bajo lluvia de fuego


Jamás cesó ni ha de cesar la lluvia
que es fuego material para martirio
del alma y de la carne rediviva.
Los pies del condenado nunca cesan
de avanzar por su circulo arenoso
con movimiento que ha de ser eterno,
eterno en sucesiones temporales
de persistencia siempre tan monótona
como si fuese un tedio aún terrestre.
Los condenados, mientras, descomponen
su eternidad en ademanes, gritos.
Tal pormenor alivia el inflexible
retorno: seca noria que no mueve
ya nada, nada, nada, nada, nada.
¿Lograrán conocerse aquellos hombres,
diferenciarse con fisonomías?
¿Sabrán que aquel antiguo, tan ilustre,
es Brunetto Latini? Cae la lluvia,
quema, se queman cuerpos y memorias,
que resisten, persisten.
                                      Un reciente
fogueado -reciente en aquel tiempo
sin fechas, sin mudanzas, sin historia-
trae su novedad al territorio
del ardor. Le pregunta el compañero
que con él va avanzando. Sin pararse
responde, se descarga. -Me es difícil
hablar así. Me figuré en la Tierra
que la vida era sólo mero objeto
de mi desdén, muy superior al mundo.
Yo me creía preferible a todo,
a todos, menos... Tú ya me comprendes.
Somos iguales en instinto y gusto
los acampados, ay, sobre esta arena.
¿Dónde están Coridón, Alexis, tantos
perfiles juveniles de hermosura?
Pequé. Pecamos. Yo no me arrepiento.
(Y la lluvia arreciaba, sofocaba,
y dolían quemándose los brazos,
el rostro. Continuó.) Tal vez ahora
principio a ver con claridad mis límites,
y no de mi conducta, placentera,
sí de mis opiniones, falsas.    
                                    -¿Falsas?
(El otro interrumpió, casi irritado.)
-¿Qué supimos nosotros de la vida,
de su impulso esencial, de su profunda
fluencia ? Ignoramos el gran acto
creador, que a sí mismo se trasciende.
Nada supimos de la criatura:
como la realidad más invasora
se impone a los viriles más viriles.
Creímos que esos vínculos de sangre
no eran sino ridículas y débiles
flaquezas de burgués. También el toro,
no has olvidado su esplendor, se afirma:
móvil paterno. -¿Todos (dijo el otro)
habíamos de ser fecundos? Para
ciertos hombres es senda inconcebible.
-No entendimos el río bajo el sol,
y quedamos al margen, en la sombra
más exquisita, como estetas -dicen-
adictos a la imagen más que al bulto
real, por eso descalificado.
-¿Fuiste sin duda artista?
                          -Melancólico,
perdido en los paseos laterales
de mi jardín, y siempre disconforme
con orgullo que ahora se revela,
a esta distancia, vano. Siempre somos,
y con todo candor, adolescentes,
Onán multiplicado por Narciso.
!Si se pudiese ahondar esa tercera
dimensión del espejo: yo más yo!
El otro, juvenil, es uno mismo.
-¿Y te quejas? -De nada me arrepiento.
El placer y el dolor nos conducían
a la muerte. -Nos deleitó ese curso
de efusiones : una cruel delicia
con alusión a sangre derramada.
-San Sebastián, el bello adolescente
bajo flechas. -Por eso (dijo el otro)
se goza aquí también entre las llamas.
Los compañeros sufren: espectáculo
para auditorio cómplice en tortura.
-No miro a los demás. Es una pena
que no concluye nunca. No la entiendo.
-Ni tú ni nadie. Nuestra eternidad
de aflicción es congoja de la mente,
ay, quizá la mayor sobre esta arena.
Y callaron los dos. Los condenados
seguían presurosos y sin fines
bajo flechas : las flechas de una lluvia
que jamás cesaría. ¿Fuego absurdo?
Iban los pecadores avanzando
con desesperación ante el enigma.
-¿Y para qué, para qué, para qué?



Del transcurso

Miro hacia atrás, hacia los años, lejos, 
Y se me ahonda tanta perspectiva 
Que del confín apenas sigue viva 
La vaga imagen sobre mis espejos. 
Aun vuelan, sin embargo, los vencejos 
En torno de unas torres, y allá arriba 
Persiste mi niñez contemplativa. 
Ya son buen vino mis viñedos viejos. 
Fortuna adversa o próspera no auguro. 
Por ahora me ahínco en mi presente, 
Y aunque sé lo que sé, mi afán no taso. 
Ante los ojos, mientras, el futuro 
Se me adelgaza delicadamente, 
Más difícil, más frágil, más escaso.


*******



La caricia adormece,

y a una región conduce

más cercana a la tierra,

a su silencio y sueño,

bien tendidos, dichosos.

Y tu cuerpo está ahí, remoto y mío,
inmóvil, invisible, descuidado,
y mientras me abandono a su nostalgia,
la oscuridad absorbe en su sosiego
de gran remanso nuestro amor flotante.





El pan nuestro

Hacia un posible mas allá del caos
van los días del hombre valeroso, 
y emergiendo de brumas y de vahos 
sueñan, inventan en tensión de coso.
El tiempo se enriquece, se desgasta, 
y entre azar y desorden indomable 
la mejor invención será nefasta, 
y el loco será entonces quien mas hable.
Mientras, la realidad sin voz desea
ser en concierto perspectiva humana. 
Si se logra ese quid, hasta la fea
visión da aire de triunfo a la mañana.
Aquí mismo, aquí mismo está el objeto
de la aventura extraordinaria. Salgo
de mí, conozco por amor, completo
mi pasaje mortal. Vivir ya es algo.
Una fuente incesante de energía
fundamenta el suceso: cada hora.
Prodigio es este pan de cada día.
Luz humana a mis ojos enamora.




Muerte a lo lejos

Alguna vez me angustia una certeza,
y ante mí se estremece mi futuro.
Acechándolo está de pronto un muro
del arrabal final en que tropieza
La luz del campo. ¿Mas habrá tristeza
si la desnuda el sol?. No, no hay apuro
todavía. Lo urgente es el maduro 
fruto. La mano ya lo descorteza.
... Y un día entre los días el más triste
será. Tenderse deberá la mano
sin afán. Y acatando el inminente
poder diré sin lágrimas: embiste,
justa fatalidad. El muro cano 
va a imponerme su ley, no su accidente.




SOL EN LA BODA

I
Lo quieren todos: ellos y el amor,
La fronda con sus nidos en la fiesta,
La calle con su cielo aclarador.
¡Hay tanta realidad tan manifiesta!
Triunfa un querer ya general, difuso,
Que reúne las formas en concierto
De señorío superior al uso.
Nivel de más belleza es menos cierto?
Flor y flor. La fragancia se derrama
Como ternura y como cortesía.
El aire mismo en torno de la dama
Ronda también. ¡Humano, la amaría’
Si una insinuada pompa muy ligera
Va ordenando el rumor y la figura,
Más resiste y se aviva hasta en la cera
La ilusión: derritiéndose madura.
Vacila contra ei énfasis el paso
Reverente y jovial. Halaga un brillo
Por juego de la luz, de joya acaso,
O de tanto decoro que es sencillo.
Expectación. Sutil, una esperanza
Vivifica este empaque de riqueza.
Con placer de testigo se abalanza
La realidad al porvenir que empieza.
El cortejo desfila hacia lo ignoto.
A través de un color irrumpe un rayo
De vidriera en que apunta y late el voto,
Visible así, de un permanente Mayo
Todas las actitudes —y su mucha
Libertad— participan de un estilo.
Palpitación de ceremonia en lucha
Con el afán que la mantiene en vilo.
Se templa, se depura la algazara
Contenida. ¡Gran bulto de suceso
Que el más remoto espíritu prepara!
Lo tan privado esplende así confeso.
Es dulce compartir el sol más claro,
Un ímpetu llevar a forma plena,
Y concentrarse más bajo el amparo
De la palabra que ante todos suena.

II
¿La eternidad sin nombre es quien perdura
Por entre novedades de perfiles?
Nuevamente aquí están con su aventura
Los dos eternos siempre juveniles.
Irable azar se determina
De suerte en suertes hacia su destino
—Y su final profundidad marina.
¿Hubo caos? Feliz. A un dios convino.
Hondos de claridades en secreto,
Van con su fe común los dos creyentes
Un mundo se esclarece y tan discreto
Que gira entre los orbes coherentes.
Astro en confín. Es él quien se proclama
Definido entre límites de coro.
Suprema, con más luz, aquella rama
Goza también del término sonoro.
¡Oh claro amor! En ademán, en porte,
En gesto se condensa el claro ambiente,
Muy sensible a las ondas de su norte:
Un amor que tan público se siente.
Valerosos, enérgicos, tranquilos,
Camina sin dudar hacia un futuro
Que tramándose está con estos hilos
De un presente en fervor de claroscuro.
Y los dos, sus poderes y sentidos
Prometiéndose, graves, muy correctos
Sobre el globo de tierra, sonreídos
Se adelantan. Son ellos los electos.
Son ellos. ¿Quiénes? Suavemente un dios
Se los reserva con prerrogativa
Que, mágica, trasforma ya a los dos
En otro ser: al persistir se esquiva.
El amor revelado se recata,
Incógnito, recóndito, remoto,
Y bajo la impaciencia más sensata
Los deseos mantienen su alboroto.
Majestuosa en transición risueña,
Hacia un astro y su círculo de sones
La música dirige, siempre dueña
Del gravitar de las constelaciones.
Su plenitud consuman los compases
En una sucesión nupcial que enlaza
Los destinos de quienes, voz sin frases,
Niegan el caos, vencen su amenaza.
No ignoran que se encumbran hasta el riesgo
Superior, a escondidas permanente.
Oh realidad: serás según el sesgo
Que por su contrapunto amor se invente.
Advirtiendo el peligro cara a cara,
Iluminados a la vez, pareja
Que a su deidad posible se entregara,
Los dos la ven en su interior refleja.
Instantes hay en que el amor se da
Por soberano, pero no es altivo
Ni reina lejos. Tanto Más Allá
Sólo en el alma ahincando está su estribo.
Instantes, horas, días en que el hombre
Se embriaga de ser. ¡ Ah, ser en pleno
Con tal actualidad que el ser asombre!
Lúcida embriaguez sin mal ni freno.
Tanta existencia es fe: serán. Felices
Serán de ser: se aman. ¡Oh delicia
Desde la voluntad a las raíces
Últimas! El sol las acaricia.
Se hundirá el porvenir en esa pulpa
Deleitosa y doliente de los años.
¿Dolor? También. ¿Fatal? Ni se disculpa.
Todo, todos, ¡ qué dentro! No hay extraños.
Pálido de esperar a ser de veras,
Amor precipitado al más preciso
País real, presente y sin afueras.
Interior, necesariamente prieto,
Queda todo en el ámbito creado
Por los dos, implacables. Zumba el reto
Público. ¿Quién, hostil? Sumiso el hado.
¿Sumiso? No se engañan. Saben todo
Lo muy terrestre que será su ruta,
Rica de recta simple y de recodo
Quizá a merced de una intemperie bruta.
Acendrándose en vida cotidiana,
Entre reflejos ávidos de tierra,
—Luz que de sombras fluctuantes mana
£1 amor inmortal en sí se encierra.
Y libres, como a solas, insensatos,
Con humildad videntes pero tercos,
Audaces a favor de sus recatos,
Los dos erigen —¡sí!— sus propios cercos.

III
Sobre el nogal de un banco se recrea
Como una madurez el tiempo hermoso.
Tiempo ¿de dónde? Ni ciudad ni aldea.
Por sí mismo él espacio en su reposo.
Aquí. Ya aguarda aquella alfombra
Que aconseja, conduce, solemniza.
Si en su esplendor la juventud asombra,
¿Qué importará a su fuego la ceniza?.
Habite en alma y cuerpo la ventura
Que esparciéndose está por el ambiente.
No dos destinos, uno. ¿Quién no augura
Profundidad de júbilo valiente?
Jugadores, arriesgan: van gozosos.
¡Cuánto supuesto en su silencio denso!
¡Tan callados, tan cómplices, qué esposos!
Ceremonia. Posible hasta el incienso.
La música despliega en claridades
Las ilusiones del sonido mismo.
Pendientes de los cielos hay ciudades
Vencedoras. Resaltan con su abismo.
La vida ha edificado su pareja:
Fuerte, dichosa, joven, atrevida.
I Cuántos, los dones! Y ninguno deja
De cantar, a compás del coro, vida.
Vida normal con lentitud de mucha
Pasión bien soterrada en ejercicio
De costumbre y su diálogo y su lucha.
Vida por fe, fulgor de todo juicio.
¡Oh fiesta, sonreír privilegiado!
Culmina el universo en ese talle,
En esa tez. Mas sobre losa y prado
Tiende el rumor al ruido de la calle.
Mezclándose al murmullo del gentío,
Por entre los castaños de la acera
Se acrece una ansiedad que pide estío
Pródigo, colmador de cada espera.
Y los ojos persiguen k triunfante
Vida en su desnudez, en su esperanza.
La sombra es de la fiesta y va delante
Del gran amor que hacia más sol avanza.


LAS ALAMEDAS

 ¡Quién mereciera lo umbrío
O lo sonoro si llueve,
Con lo agudo del relieve
Que traza ese poderío
-Tan feliz que exige un río
Por allí— de los follajes
Arqueados en pasajes
Tendidos al regodeo
De quien apura el paseo
Profundizando paisajes!


LO INMENSO DEL MAR

Mar en cartel. Ah, no hay bruma.
Total azul. Sobrehumano,
Levanta en vilo al verano
Sin celaje, sin espuma.
Tanta unidad, si me abruma,
—Monótona, lenta, plana
íQué bien me rinde y me allana
—Dúctil, manejable, mía—
Lo inmenso del mar, en vía
De forma por fin humana!


AMANECE, AMANEZCO

Es la luz, aquí está: me arrulla un ruido.
Y me figuro el todavía pardo
Florecer del blancor. Un fondo aguardo
Con tanta realidad como le pido.
Luz, luz. El resplandor es un latido.
Y se me desvanece con el tardo
Resto de oscuridad mi angustia: fardo
Nocturno entre sus sombras bien hundido.
Aun sin el sol que desde aquí presiento,
La almohada – tan tierna bajo el alba
No vista— con la calle colabora.
Heme ya libre de ensimismamiento.
Mundo en resurrección es quien me salva.
Todo lo inventa el rayo de la aurora.


CAMINANTE DE PUERTO,
NOCHE SIN LUNA
Para Juan y para Andrés

Suenan pasos. Uno a uno
Firmes, y son ya las doce,
Por un camino de puerto
Suenan los pasos de un hombre.
Sin cesar van conquistando
La firmeza que se esconde
Bajo el curso de las sombras:
Ruta para quien se opone
—Con todo el tesón que exige
Tal compás, y con un porte
De seguro varonil
Y probablemente joven—
A la incógnita apariencia
Nocturna extendida sobre
La profundidad del mundo.
¿Mundo hostil?
                No hay ya ni nombres
Que a los objetos latentes
En su armonía coloquen.
Pero lo oscuro revela,
Sumiso a los pies, un orden
que en sonora sucesión
Declara su base inmóvil.
¡Cuántos pájaros ya quietos
A las tinieblas imponen
Soledad! Al caminante
No acompañan ni los robles,
Que acumulando foscura
Reducen su fronda a moles.
Hacinamientos de peñas,
En el tumulto mayores,
Quieren conseguir empuje
Que a la soledad conforte,
Recelosa. Por fortuna,
Entre los vagos temores
Arrecia un rumor. El río.
Con raudal ie arroyo corre
Todavía por pendientes,
Que a las aguas más veloces
Coronarán con espumas
Dichosas de choque en choque.
Oscuridad es murmullo.
Hay recónditos cantores
Que a favor de aquel desvelo
Llegan a cantar. Son voces
O casi voces allí
No se sabe cómo acordes.
Sin perder apartamiento
En un coro se recogen.
¡Cerco anhelante de paz!
Sin luna, los nubarrones
Apenas manchan un ciclo
Consagrado a sus ardores,
Verdes o azules de tanto
Refulgir: constelaciones
Para una mirada bien
Juntas.
             Mientras ¡ay! Proponen
Las sombras al caminante
Su espacio sin horizonte.
¡Qué desconocido todo,
O casi todo, qué doble
Sin duda la trasparencia
De tantos alrededores
Que son aire y por el aire
Guardan o rinden sus dones
Siempre de incógnito, siempre
De una esencia veladores!
Esfuerzos afrontan fondos
Misteriosamente indóciles.
¡Azar?
              Una inmensidad
Hospitalaria lo acoge
Todo en la más rica red
De rumbos y relaciones.’
¡Inagotable secreto!
Ni el sol consuma su goce.
No importa. Basta que un alma
Vele. ¡Cuánto mundo entonces!
El mundo está rodeando
Con sus fuerzas —aunque enorme
Por todas partes se aleje
Los caminos de aquel monte,
Hoja tras hoja en el viento
Los follajes de aquel bosque,
Y unos tras otros los pasos
Aquellos. ¿Nadie los oye?
Nadie los oye. Tal vez
Susurrando algunos sones
Atañan a solas, gimen.
¡Oh soledades sin dioses!
En multitud las estrellas,
Bellísimas aunque insomnes,
Allá lejos se abandonan
A su perfección: son orbes.
Hacia un silencio común
Gravitan. Nada responde.
Pero… todo está. Conviven
Los astros con los alcores,
Que perdiéndose en lo oscuro
Se han refundido en el bronce
De un solo negror. El puerto
Con su oscuridad socorre,
Y la misma oscuridad
Sobrehumana, sin reproche,
Consuela mucho: misterio
Soberano, nubes nobles.
Fondos, a oscuras abismos,
A oscuras existen —rocen
O no las accidentales,
Humanas apariciones—
Forma a forma.
                   Bien seguro
Dentro de lo nunca informe,
Se ennegrece todo al fin
En negrores de negrores
Que, tácitos, humildísimos,
Se sostienen borde a borde,
Y sin cesar acompañan
Y llevan —¡quién sabe adonde!—
A las vueltas y revueltas
De los caminos, y al golpe
Ligero desaquelles pasos
Que sin prisa hacia su norte,
Al amparo de ese mundo
Que ni escucha ni conoce,
Van apoyándose, firmes,
En el suelo de la noche.



OLEAJE
Pulsación de lo azul:
Desnudez en activo.
Un aleteo blanco
Se vislumbra, latido
De frescor en relumbre,
Por entre arranques vivos,
—Sí, gozan— a compás
De un pulso. No hay abismo.
¡Cuánto sol, sol y yo!
Nuestro el poder. ¡Qué brincos!
Alegrías de peces
Saltan sobre los riscos
—Soy, soy, soy— de una crisis
De cima en vocerío.
Cárdenos ya, los verdes
Se atropellan. Perdidos
Los aleteos. Fugas
Ya planas.
                         ¿El abismo
Tal vez?
                                    Vuelve la espuma:
Rotación de dominio.
De Cántico.


Perfección



Queda curvo el firmamento,

compacto azul, sobre el día.

Es el redondamiento

del esplendor: mediodía.
Todo es cúpula. Reposa,
central sin querer, la rosa,
a un sol en cenit sujeta.
Y tanto se da el presente
que el pie caminante siente
la integridad del planeta.

El hondo sueño

Este soñar a solas... ¡Si tu vida
de pronto amaneciese ante mi espera!
¿Por dónde voy cayendo? Primavera,
mientras, en tomo mío dilapida
su olor y se me escapa en la caída.
¡Tan solitariamente se acelera
-y está la noche ahí, variando fuera-
la gravedad de un ansia desvalida!
Pero tanto sofoco en el vacío
cesará. Gozaré de apariciones
que atajarán el vergonzante empeño
de henchir tu ausencia con mi desvarío.
¡Realidad, realidad, no me abandones
para soñar mejor el hondo sueño!

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