viernes, 1 de marzo de 2013

Miguel de Unamuno

(Bilbao, 1864 - Salamanca, 1936) Escritor, poeta y filósofo español, principal exponente de la Generación del 98.
Escritor infatigable, Unamuno escribió varios libros de poesía, entre ellos un diario de su destierro en Francia durante los años veinte y unas meditaciones sobre una pintura de Cristo del famoso pintor Velázquez. Igual que sus obras narrativas, la obra poética constituye un tipo de autobiografía espiritual, expresión de su constante lucha vital. Se mantuvo al margen de las modas poéticas del momento como el modernismo, el simbolismo o el vanguardismo, prefiriendo expresarse de manera más sobria.
Su producción poética comprende títulos como Poesía (1907), Rosario de sonetos líricos (1912), El Cristo de Velázquez (1920), Rimas de dentro (1923) y Romancero del destierro (1927), éste último fruto de su experiencia en la isla de Fuerteventura, adonde lo deportaron por su oposición a la dictadura de Primo de Rivera.
http://www.swarthmore.edu/Humanities/mguardi1/espanol_11/unamuno.htm
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/u/unamuno.htm

AL CRISTO DE VELÁZQUEZ

¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?
Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.
Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivífico;
blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra;
blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno.Que eres, Cristo, el único
hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que a la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida;
por Ti, el Hombre muerto que no muere
blanco cual luna de la noche. Es sueño,
Cristo, la vida y es la muerte vela.
Mientras la tierra sueña solitaria,
vela la blanca luna; vela el Hombre
desde su cruz, mientras los hombres sueñan;
vela el Hombre sin sangre, el Hombre blanco
como la luna de la noche negra;
vela el Hombre que dió toda su sangre
por que las gentes sepan que son hombres.
Tú salvaste a la muerte. Abres tus brazos
a la noche, que es negra y muy hermosa,
porque el sol de la vida la ha mirado
con sus ojos de fuego: que a la noche
morena la hizo el sol y tan hermosa.
Y es hermosa la luna solitaria,
la blanca luna en la estrellada noche
negra cual la abundosa cabellera
negra del nazareno. Blanca luna
como el cuerpo del Hombre en cruz, espejo
del sol de vida, del que nunca muere.
Los rayos, Maestro, de tu suave lumbre
nos guían en la noche de este mundo
ungiéndonos con la esperanza recia
de un día eterno. Noche cariñosa,
¡oh noche, madre de los blandos sueños,
madre de la esperanza, dulce Noche,
noche oscura del alma, eres nodriza
de la esperanza en Cristo salvador!


A L B A


Blanco estás como el cielo en el naciente
blanco está al alba antes que el sol apunte
del limbo de la tierra de la noche:
que albor de aurora diste a nuestra vida
vuelta alborada de la muerte, porche
del día eterno; blanco cual la nube
que en columna guiaba por el yermo
al pueblo del Señor mientras el día
duraba. Cual la nieve de las cumbres
ermitañas, ceñidas por el cielo,
donde el sol reverbera sin estorbo,
de tu cuerpo, que es cumbre de la vida,
resbalan cristalinas aguas puras
espejo claro de la luz celeste,
para regar cavernas soterrañas 
de las tinieblas que el abismo ciñe. 
Como la cima altísima, de noche, 
cual luna, anuncia el alba a los que viven 
perdidos en barrancos y hoces hondas, 
¡así tu cuerpo níveo, que es cima 
de humanidad y es manantial de Dios, 
en nuestra noche anuncia eterno albor! 



O R A C I Ó N   F I N A L


Tú que callas, ¡oh Cristo!, para oírnos,
oye de nuestros pechos los sollozos;
acoge nuestras quejas, los gemidos
de este valle de lágrimas. Clamamos
a Ti, Cristo Jesús, desde la sima
de nuestro abismo de miseria humana,
y Tú, de humanidad la blanca cumbre,
danos las aguas de tus nieves. Águila
blanca que abarcas al volar el cielo,
te pedimos tu sangre; a Ti, la viña,
el vino que consuela al embriagarnos;
a Ti, Luna de Dios, la dulce lumbre
que en la noche nos dice que el Sol vive
y nos espera; a Ti, columna fuerte,
sostén en que posar; a Ti, Hostia Santa,
te pedimos el pan de nuestro viaje
por Dios, como limosna; te pedimos
a Ti, Cordero del Señor que lavas
los pecados del mundo, el vellocino
del oro de tu sangre; te pedimos
a Ti, la rosa del zarzal bravío,
la luz que no se gasta, la que enseña
cómo Dios es quien es; a Ti, que el ánfora
del divino licor, que el néctar pongas
de eternidad en nuestros corazones.
¡Tráenos el reino de tu Padre, Cristo,
que es el reino de Dios reino del Hombre!
Danos vida, Jesús, que es llamarada
que calienta y alumbra y que al pábulo
en vasija encerrado se sujeta;
vida que es llama, que en el tiempo vive
y en ondas, como el río, se sucede.…
Avanzamos, Señor, menesterosos,
las almas en guiñapos harapientos,
cual bálago en las eras remolino
cuando sopla sobre él la ventolera,
apiñados por tromba tempestuosa
de arrecidas negruras; ¡haz que brille
tu blancura, jalbegue de la bóveda
de la infinita casa de tu Padre
-hogar de eternidad-, sobre el sendero
de nuestra marcha y esperanza sólida
sobre nosotros mientras haya Dios!
De pie y con los brazos bien abiertos
y extendida la diestra a no secarse,
haznos cruzar la vida pedregosa
-repecho de Calvario- sostenidos
del deber por los clavos, y muramos
de pie, cual Tú, y abiertos bien de brazos,
y como Tú, subamos a la gloria
de pie, para que Dios de pie nos hable
y con los brazos extendidos. ¡Dame,
Señor, que cuando al fin vaya perdido
a salir de esta noche tenebrosa
en que soñando el corazón se acorcha,
me entre en el claro día que no acaba,
fijos mis ojos de tu blanco cuerpo,
Hijo del Hombre, Humanidad completa,
en la increada luz que nunca muere;
mis ojos fijos en tus ojos, Cristo,
mi mirada anegada en Ti, Señor!

*******

LA ORACIÓN DEL ATEO 


Oye mi ruego Tú, Dios que no existes, 
y en tu nada recoge estas mis quejas, 
Tú que a los pobres hombres nunca dejas 
sin consuelo de engaño. No resistes 
a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes. 
Cuando Tú de mi mente más te alejas, 
más recuerdo las plácidas consejas 
con que mi ama endulzóme noches tristes. 
¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande 
que no eres sino Idea; es muy angosta 
la realidad por mucho que se expande 
para abarcarte. Sufro yo a tu costa, 
Dios no existente, pues si Tú existieras 
existiría yo también de veras. 


       LXI

Vuelve hacia atrás la vista, caminante, 
verás lo que te queda de camino; 
desde el oriente de tu cuna el sino 
ilumina tu marcha hacia adelante.
Es del pasado el porvenir semblante; 
como se irá la vida así se vino; 
cabe volver las riendas del destino 
como se vuelve del revés un guante.
Lleva tu espalda reflejado el frente; 
sube la niebla por el río arriba 
y se resuelve encima de la fuente;
la lanzadera en su vaivén se aviva; 
desnacerás un día de repente; 
nunca sabrás dónde el misterio estriba.


Junto a la laguna del Cristo en la Aldehuela de Yeltes, una noche de luna llena

Noche blanca en que el agua cristalina
duerme queda en su lecho de laguna
sobre la cual redonda llena luna
que ejército de estrellas encamina
vela, y se espeja una redonda encina
en el espejo sin rizada alguna;
noche blanca en que el agua hace de cuna
de la más alta y más honda doctrina.
Es un rasgón del cielo que abrazado
tiene en sus brazos la Naturaleza;
es un rasgón del cielo que ha posado
y en el silencio de la noche reza
la oración del amante resignado
sólo al amor, que es su única riqueza.



Me destierro a la memoria

Me destierro a la memoria, 
voy a vivir del recuerdo. 
Buscadme, si me os pierdo, 
en el yermo de la historia,
que es enfermedad la vida 
y muero viviendo enfermo. 
Me voy, pues, me voy al yermo 
donde la muerte me olvida. 
Y os llevo conmigo, hermanos, 
para poblar mi desierto. 
Cuando me creáis más muerto 
retemblaré en vuestras manos. 
Aquí os dejo mi alma-libro, 
hombre-mundo verdadero. 
Cuando vibres todo entero, 
soy yo, lector, que en ti vibro. 



La luna y la rosa

En el silencio estrellado 
la Luna daba a la rosa 
y el aroma de la noche 
le henchía ?, sedienta boca?
el paladar del espíritu, 
que adurmiendo su congoja 
se abría al cielo nocturno 
de Dios y su Madre toda... 
Toda cabellos tranquilos, 
la Luna, tranquila y sola, 
acariciaba a la Tierra 
con sus cabellos de rosa 
silvestre, blanca, escondida... 
La Tierra, desde sus rocas, 
exhalaba sus entrañas 
fundidas de amor, su aroma... 
Entre las zarzas, su nido, 
era otra luna la rosa, 
toda cabellos cuajados 
en la cuna, su corola; 
las cabelleras mejidas 
de la Luna y de la rosa 
y en el crisol de la noche 
fundidas en una sola... 
En el silencio estrellado 
la Luna daba a la rosa 
mientras la rosa se daba 
a la Luna, quieta y sola.




Pasásteis como pasan por el roble...

Pasásteis como pasan por el roble 
las hojas que arrebata en primavera 
pedrisco intempestivo;
pasásteis, hijos de mi raza noble, 
vestida el alma de infantil eusquera, 
pasásteis al archivo
de mármol funeral de una iglesia 
que en el regazo recogido y verde 
el Pirineo vasco 
al tibio sol del monte se acurruca. 
Abajo, el Bidasoa va y se pierde 
en la mar; un peñasco 
recoge de sus olas el gemido, 
que pasan, tal las hojas rumorosas, 
tal vosotros, oscuros 
hijos sumisos del hogar henchido 
de silenciosa tradición. Las fosas 
que a vuestros huesos, puros, 
blancos, les dan de última cuna lecho, 
fosas que abrió el cañón en sorda guerra, 
no escucharán el canto 
de la materna lluvia que el helecho 
deja caer en vuestra patria tierra 
como celeste llanto... 
No escucharán la esquila de la vaca 
que en la ladera, al pie del caserío, 
dobla su cuello al suelo, 
ni a lo lejos la voz de la resaca 
de la mar que amamanta a vuestro río 
y es canto de consuelo. 
Fuísteis como corderos, en los ojos 
guardando la sonrisa dolorida 
lágrimas del ocaso, 
de vuestras madres el alma de hinojos, 
¡y en la agonía de la paz la vida 
rendísteis al acaso..!. 
¿Por qué? ¿Por qué? Jamás esta pregunta 
terrible torturó vuestra inocencia; 
nacísteis... nadie sabe 
por qué ni para qué... ara la yunta, 
y el campo que ara es toda su conciencia, 
y canta y vuela el ave... 
¡Orhoit Gutaz! Pedís nuestro recuerdo 
y una lección nos dais de mansedumbre; 
calle el porqué..., vivamos 
como habéis muerto, sin porqué, es lo cuerdo... 
los ríos a la mar..., es la costumbre 
y con ella pasamos...




Luciérnaga celeste

Luciérnaga celeste, humilde estrella 
de navegante guía: la Boquilla 
de la Bocina que a hurtadillas brilla,
violeta de luz, pobre centella
del hogar del espacio; ínfima huella 
del paso del Señor; gran maravilla 
que broche del vencejo en la gavilla 
de mies de soles, sólo ella los sella. 
Era al girar del universo quicio 
basado en nuestra tierra; fiel contraste 
del Hombre Dios y de su sacrificio. 
Copérnico, Copérnico, robaste 
a la fe humana su más alto oficio 
y diste así con su esperanza al traste. 



Castilla

Tú me levantas, tierra de Castilla, 
en la rugosa palma de tu mano, 
al cielo que te enciende y te refresca,
al cielo, tu amo, 
Tierra nervuda, enjuta, despejada, 
madre de corazones y de brazos,
toma el presente en ti viejos colores 
del noble antaño. 
Con la pradera cóncava del cielo 
lindan en torno tus desnudos campos, 
tiene en ti cuna el sol y en ti sepulcro 
y en ti santuario. 
Es todo cima tu extensión redonda 
y en ti me siento al cielo levantado, 
aire de cumbre es el que se respira 
aquí, en tus páramos. 
¡Ara gigante, tierra castellana, 
a ese tu aire soltaré mis cantos, 
si te son dignos bajarán al mundo 
desde lo alto! 



Dolor común

Cállate, corazón, son tus pesares 
de los que no deben decirse, deja
se pudran en tu seno; si te aqueja 
un dolor de ti solo no acíbares
a los demás la paz de sus hogares 
con importuno grito. Esa tu queja, 
siendo egoísta como es, refleja 
tu vanidad no más. Nunca separes 
tu dolor del común dolor humano, 
busca el íntimo aquel en que radica 
la hermandad que te liga con tu hermano, 
el que agranda la mente y no la achica; 
solitario y carnal es siempre vano; 
sólo el dolor común nos santifica.



EN UN CEMENTERIO DE LUGAR CASTELLANO

Corral de muertos, entre pobres tapias, 
hechas también de barro, 
pobre corral donde la hoz no siega, 
sólo una cruz, en el desierto campo 
señala tu destino.
Junto a esas tapias buscan el amparo 
del hostigo del cierzo las ovejas 
al pasar trashumantes en rebaño,
y en ellas rompen de la vana historia, 
como las olas, los rumores vanos. 
Como un islote en junio, 
te ciñe el mar dorado 
de las espigas que a la brisa ondean, 
y canta sobre ti la alondra el canto 
de la cosecha. 
Cuando baja en la lluvia el cielo al campo 
baja también sobre la santa hierba 
donde la hoz no corta, 
de tu rincón, ¡pobre corral de muertos!, 
y sienten en sus huesos el reclamo 
del riego de la vida. 
Salvan tus cercas de mampuesto y barro 
las aladas semillas, 
o te las llevan con piedad los pájaros, 
y crecen escondidas amapolas, 
clavelinas, magarzas, brezos, cardos, 
entre arrumbadas cruces, 
no más que de las aves libres pasto. 
Cavan tan sólo en tu maleza brava, 
corral sagrado, 
para de un alma que sufrió en el mundo 
sembrar el grano; 
luego sobre esa siembra 
¡barbecho largo! 
Cerca de ti el camino de los vivos, 
no como tú, con tapias, no cercado, 
por donde van y vienen, 
ya riendo o llorando, 
¡rompiendo con sus risas o sus lloros 
el silencio inmortal de tu cercado! 
Después que lento el sol tomó ya tierra, 
y sube al cielo el páramo 
a la hora del recuerdo, 
al toque de oraciones y descanso, 
la tosca cruz de piedra 
de tus tapias de barro 
queda, como un guardián que nunca duerme, 
de la campiña el sueño vigilando. 
No hay cruz sobre la iglesia de los vivos, 
en torno de la cual duerme el poblado; 
la cruz, cual perro fiel, ampara el sueño 
de los muertos al cielo acorralados. 
¡Y desde el cielo de la noche, Cristo, 
el Pastor Soberano, 
con infinitos ojos centelleantes, 
recuenta las ovejas del rebaño! 
¡Pobre corral de muertos entre tapias 
hechas del mismo barro, 
sólo una cruz distingue tu destino 
en la desierta soledad del campo!







Un trozo de planeta por el que cruza
errante la sombra de Caín.
Antonio Machado

¡Ay, triste España de Caín, la roja
de sangre hermana y por la bilis gualda,
muerdes porque no comes, y en la espalda
llevas carga de siglos de congoja!
Medra machorra envidia en mente floja
--te enseñó a no pensar Padre Ripalda--
rezagada y vacía está tu falda
e insulto el bien ajeno se te antoja
Democracia frailuna con regüeldo
de refectorio y ojo al chafarote,
¡viva la Virgen!, no hace falta bieldo.
Gobierno de alpargata y de capote,
timba, charada, a fin de mes el sueldo,
y apedrear al loco Don Quijote.

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